El oso abandonó por fin el cadáver de foca y se alejó. En cuanto desapareció de la vista, nos acercamos al agujero ensangrentado. Cuatro lobos y dos pulgas.
El cuerpo medía algo más de un metro. El oso había dejado carne de sobra.
De hecho, parecía que se había limitado a desgarrar la piel y comerse la grasa, dejando casi toda la carne, que todavía humeaba.
Nos miramos un momento y nos volvimos de nuevo hacia la foca. Nadie quería dar el primer mordisco.
<Ax, Tobías, ¿y vosotros?>, preguntó Jake. Los chicos estaban de nuevo entre mi pelo.
<La verdad es que yo no tengo hambre>, dijo Ax.
<Eh… Yo tampoco>, murmuró Tobías.
<¿Qué? —exclamó Rachel—. ¿Cómo puede ser que no tengáis hambre?> —entonces añadió—:< ¡Ah!>
<Lo siento, Marco —se disculpó Ax—. Los instintos de pulga son muy fuertes.>
<No pasa nada —terció Cassie—. No es peor que lo que estamos a punto de hacer.>
<¿Ah, no? Pues la próxima vez los llevas tú, Cassie —dije—. Tíos, por lo menos podíais haber pedido permiso.>
<Vamos a ello>, dijo de pronto Jake.
Hundió el morro en la presa y arrancó un trozo de carne correosa. Nosotros lo imitamos, devorando la foca medio congelada.
<Dime, Ax —dije cuando terminé de comer—. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?>
<Muy al norte.>
<Canadá, Alaska, Groenlandia —apuntó Rachel—. Islandia, tal vez…>
<¿Qué más da?> replicó Tobías.
<Tenemos compañía>, nos interrumpió Jake.
Un par de zorros árticos estaban sentados en el hielo a unos cien metros de distancia. Debían de medir más de medio metro y su pelaje era blanco.
<Tendrán que esperar a que terminemos>, dijo Rachel, voraz.
<Todo va de maravilla, ¿eh? —me burlé—. Hemos acabado royendo huesos de foca. Y no es que me queje. Esto es mejor que no comer nada.>
<No iría mal un poco de sal>, apuntó Cassie.
Viniendo de ella, era tan inesperado, que todos estallamos en carcajadas.
<¿Sal? Mejor nos iría una barbacoa, un poco de mayonesa y unas patatas fritas —añadió Jake—. Y un café calentito. Ni siquiera me gusta el café y, mira por dónde, ahora me apetece uno.>
Cassie se limpió el morro en la nieve, y luego las patas.
<¿Y ahora qué?>
<Eso, ¿y ahora qué, papi?>, pregunté.
Jake suspiró.
<De momento nos persiguen, y huyendo no llegaremos a ninguna parte. Pero lo primero es lo primero. Tenemos que adquirir algunas formas adaptadas al frío. Así apenas logramos sobrevivir. Necesitamos poder pasar a la ofensiva.>
<¿Qué posibilidades tenemos de que nuestro amigo oso polar nos permita adquirirlo?>, pregunté.
Entonces mi agudo olfato captó el olor de focas. Focas vivas, y muy cerca. De pronto, vi dos bolas grises flotando en el agua. Eran las crías que habían escapado del oso, y nos miraban con sus enormes ojos negros.
Tenían cara como de cachorro. Sus cabezas eran pequeñas, con ojos grandes y bigotes. La verdad es que eran muy graciosas.
<Están buscando a su madre>, dijo Cassie.
¿Su madre? Su madre estaba…
De pronto, me invadió una oleada de emociones. Ya sé que es una tontería, pero es que durante dos años creí que mi madre estaba muerta. De todas formas, no es lo mismo, ¿no?
Al ver aquellas foquitas flotando en el agua, buscando a su madre que no volvería nunca, sentí de nuevo una enorme tristeza.
Me puse entre ellas y el espantoso cadáver en el hielo. Nosotros no habíamos matado a su madre, pero nos habíamos aprovechado de su muerte.
<Ahí están nuestras formas adaptadas al frío>, observó Rachel.