18

A lo largo de aquella noche interminable, nos fuimos transformando una y otra vez. Estábamos totalmente exhaustos.

Ax y Tobías empezaron a flipar al cabo de un tiempo. Era alucinante que hubieran aguantado tanto convertidos en pulga. Se transformaron y se quedaron un rato con sus propios cuerpos, acurrucados entre los otros cuatro hasta recuperar un poco el sentido de la realidad, que habían perdido convertidos en pulgas ciegas y chupasangre.

Menuda nochecita. Pasamos hambre, frío, miedo, hambre y frío. No teníamos ningún plan. No teníamos ni idea de lo que estaba pasando. Estábamos totalmente perdidos. Y cansado hasta no poder más.

Supongo que las metamorfosis nos salvaron la vida esa noche. Al cabo de una hora, el frío se hizo tan intenso que creíamos que íbamos a morir. El proceso de transformación nos devolvía todas las fuerzas, para empezar a congelarnos otra vez desde el principio.

Muchas horas y muchas metamorfosis más tarde, el sol comenzó a asomar a través de nuestro agujero. Yo no soy precisamente madrugador, pero me levanté el primero a mirar. La temperatura había subido, seguramente a unos treinta grados bajo cero.

Enseguida capté en el aire el olor de los venber.

<¡Esos tíos no se dan por vencidos!>, me quejé.

Pero también se olía algo más. Algo muy cercano, a medio kilómetro de distancia.

Era el oso polar. Tardé un rato en localizarlo. Cuando por fin lo vi, supe por qué sus ojos y su morro me habían parecido invisibles.

<Eh, chicos, venid a ver.>

Jake, Rachel y Cassie salieron del agujero. Jake llevaba de nuevo a Ax y Tobías, que habían prometido no morder.

<Huelo a oso polar —dijo Cassie—. Pero no lo veo.>

<Mira un poco a tu derecha>, indiqué. Claro que tampoco eso servía de mucho. El horizonte no era más que una enorme extensión blanca, con un borde oscuro allí donde comenzaba el agua.

<Ah, ya lo veo —saltó Rachel—. ¿Qué está haciendo?>

Nuestro amigo tenía la cabeza metida en el hielo, estilo avestruz. No era más que una mole blanca de cuatro patas y sin cabeza.

<Debe de estar cazando focas>, opinó Cassie.

Nos quedamos un rato mirando. Mi cerebro de depredador estaba fascinado.

Llevábamos casi veinticuatro horas sin comer. El frío extremo consumía todas nuestras energías. Si no comíamos pronto, moriríamos. Y el McDonald’s más cercano seguramente quedaba a miles de kilómetros de allí.

El oso polar sacó la cabeza, la sacudió y se adentró más en el hielo. Cuando estaba a unos veinte metros del borde del agua, se dejó caer sobre el vientre y se deslizó poco a poco.

Por fin se detuvo. Había encontrado algo.

Alzó una garra y dio un golpe al hielo. Se oyó un chillido desesperado y un par de siluetas grises salieron del agujero que el oso había hecho, para saltar de nuevo al agua unos metros más allá. El oso dejó la garra en el agujero, buscando con ella la foca que había atrapado.

Al cabo de un momento, metió la cabeza y, cuando la alzó, tenía la foca en las fauces. Pero la foca era demasiado grande para pasar a través del agujero. El oso la sacó de todas formas, destrozando al animal.

<¡Dios mío!>, gritó Cassie.

<¡Aag!>, exclamó Rachel.

<Hubiera preferido no verlo>, murmuré yo.

<¿Qué ha pasado? —preguntó Tobías—. ¿Qué ha hecho?>

El oso se sentó sobre sus cuartos traseros, sosteniendo la foca con las patas y fue arrancando pedazos a mordiscos. Luego dejó en el suelo el cadáver, y se limpió la sangre de la cara y las garras con la nieve.

Era asqueroso. Incluso peor que algunas de las comidas de la cafetería del cole. Pero yo observé al oso con voracidad. Esperaba que nos dejara, por lo menos, algunos restos de foca.

<Bueno, creo que tenemos una oportunidad>, dijo Jake en voz queda, con calma, lamiéndose el morro con su lengua de lobo.

<Sí —convino Rachel—. Tenemos que comer, ¿no?>

<No hemos comido nada durante un día entero>, apunté yo.

Me volví hacia Cassie. Seguro que estaba asqueada pensado lo que ninguno de nosotros se atrevía a decir. Vaya, si yo mismo me asqueaba de lo que no habíamos dicho. Pero a diferencia de Cassie, yo no estaba dispuesto a dejar vivir mi sentido ético mientras el resto de mi persona moría de hambre.

<¿Cassie?>, dijo Rachel.

<¿Qué?>, replicó ella, un poco enfadada.

<¿Qué hacemos?>

<¿Por qué me lo preguntas a mí?>

<No estamos equipados para cazar en este entorno —tercié yo—, con estos cuerpos. Nos estamos congelando. Si no comemos pronto, estaremos demasiado débiles para hacer planes, y mucho más para terminar lo que hemos venido a hacer: destruir la estación satélite.>

Ya sé que suena raro, pero la verdad es que casi se me había olvidado que teníamos una misión. Lo único que pensaba hasta entonces era en comer y estar caliente. Y seguir vivo.

<Pero estáis esperando que yo dé mi aprobación, ¿no es eso?>, dijo ella.

<Mira —comencé otra vez. Ya estaba viendo que tendría que ser yo quien diera la cara. Bueno, ya estaba acostumbrado. Por lo general siempre era yo el primero en poner de manifiesto lo evidente, por espantoso que fuera—. Por si no lo habéis notado, creo que por aquí no hay ningún McDonald’s.>

<Ya lo sé —replicó Cassie, algo molesta—. Es obvio lo que tenemos que hacer. Y no sólo con los restos que ha dejado el oso, sino con cualquier foca viva que encontremos. Lo que no entiendo es por qué me pedís permiso a mí. ¿Acaso pensabais que iba a poner la vida de un animal por encima de la vuestra, o de la mía?>

<No sé, yo…>, comencé.

<¿Que no sabes? ¿Desde cuándo piensas que soy una especie de fanática? Nos estamos congelando, estamos muertos de hambre. ¿Os creéis que voy a salir ahora con rollos vegetarianos?>

<Bueno, la verdad es que nunca sé lo que piensas>, me disculpé, sintiéndome como si la hubiera insultado.

<Pues te lo voy a decir: no hay que matar a ninguna criatura a menos que sea en defensa propia. No hay que dañar a las especies en peligro. Y si vas a criar animales para que sirvan de alimento, trátalos lo mejor que puedas. Pero si eres un lobo muerto de hambre y perdido en el Ártico, y ves una foca, cómetela.>

Es evidente que Cassie no era de esas personas que se levantan de buen humor. Nunca la había visto de tan mal genio. Probablemente, y a pesar de todo, no creo que le apeteciera mucho desayunar foca cruda.

Claro que a mí tampoco, si pienso en ello.

Las dos focas que habían escapado del oso eran visibles a lo lejos. Las miramos como lobos hambrientos.

<La naturaleza es cruel>, comentó Tobías para tranquilizarnos.

<Ya. La supervivencia del más fuerte y todo eso>, añadió Rachel.

<Una buena filosofía —replicó Ax con malicia—. A menos que resulte que los venber son más fuertes que nosotros.>