Corríamos por la orilla bajo la tenue luz. De vez en cuando yo miraba hacia la base yeerk. No veía nada, pero captaba un olor conocido.
Eran los venber, todavía tras nosotros.
El hielo de la orilla se hizo más sólido. Se extendía varios kilómetros de modo irregular. A lo lejos, se veían bloques blancos en el agua.
Ax había dicho que el agua podía ser peligrosa para los venber, de modo que consideramos la idea de adentrarnos en el hielo para acercarnos al agua. Pero si salíamos a campo abierto, a los venber les resultaría más fácil localizarnos con sus radares.
Además, el hielo no ofrecía ningún refugio contra el viento.
Así que decidimos quedarnos junto a las montañas, donde nos resultaría más fácil encontrar refugio entre las rocas si teníamos que combatir.
El sol desaparecía en el horizonte, cubriendo el hielo con un resplandor anaranjado. En cuanto se puso el sol, el viento cambió de dirección.
¡De pronto, capté un olor! Para mi olfato de lobo, era como un neón intermitente. Todos lo notamos a la vez y nos detuvimos.
Olfateé de nuevo, dejando que mi mente de lobo me hiciera una tosca traducción: era un olor similar al del oso pardo de Rachel, aunque un poco diferente.
Giré las orejas hacia el viento, hacia el olor. Sí, oía algo a lo lejos. Eran unos pasos regulares, confiados. El hielo y la nieve crujían bajo un enorme peso. Cuatro patas.
<A ver si lo adivino —dije—. El abominable hombre de las nieves.>
<Sea lo que sea —terció Rachel—, podría ser nuestra cena. Los lobos también tienen que comer.>
Aceleramos el paso, moviéndonos en un amplio arco hacia la criatura. Cassie fue la primera en verlo, en cuanto salió de la sombra de un bloque de hielo.
<Ahí está.>
Mis ojos de lobo captaron un punto negro.
Era su morro.
Luego dos puntos negros más arriba.
Sus ojos.
El morro y los ojos se movieron. Y su cuerpo comenzó a cobrar forma en la penumbra. Era una enorme mole de pelo blanco.
<¡Un oso polar! —exclamó Cassie encantada—. Eso significa que estamos en el Ártico y no en la Antártida.>
<Ya os dije que nos dirigíamos hacia el norte>, comentó Ax desde la piel de Jake.
Era alucinante. Un oso polar, una criatura que sólo vemos en la tele o en el zoo, allí sentado en el hielo, rascándose.
De pronto dejó de rascarse y pareció mirarnos. Olisqueó en el aire y echó a andar hacia nosotros a cuatro patas.
<Creo que, después de todo, no va a ser nuestra cena>, dijo Rachel.
<Os apuesto lo que queráis a que al final la cena seremos nosotros —apunté yo—. ¡Vámonos de aquí!>
<Sí>, convino Jake, echando a correr.
<¿Qué es un oso polar?>, preguntó Ax.
<El depredador terrestre más grande del mundo>, contestó Cassie.
<¿Cómo que el depredador más grande? —saltó Rachel, como si la hubieran insultado—. ¡Yo creía que el más grande era el oso pardo!>
<Los osos pardos no son auténticos depredadores. Admítelo: si pudieras, comerías bayas —replicó Cassie—. De todas formas, los osos polares llegan a pesar más que los osos pardos. Aunque los osos pardos suelen ser más grandes.>
<Oye, Cassie, ¿pero tú cuanta televisión ves? —pregunté—. Es igual, en realidad no quiero saberlo.>
<Yo podría acabar con él>, murmuró Rachel, pero no parecía muy segura.
<¿Depredadores? —dijo Jake—. Yo creía que los osos sólo comían bayas y pescado.>
<Los osos polares no —contestó Cassie, corriendo a toda velocidad—. Pero puede que hayamos tenido suerte. Donde hay depredadores hay presas.>
El oso nos perseguía por el hielo.
<¿Qué comen los osos polares?>
<Chicos tontos que juegan a ser héroes>, murmuré.
<Por lo general, focas —dijo Cassie—. Aunque también comen otros animales.>
<Yo no he visto ninguna foca.>
Corríamos a toda velocidad. El oso había aminorado la marcha. Por lo visto no éramos su principal preocupación.
<Pues claro que no has visto ninguna foca —terció Rachel—. ¡Se están escondiendo del oso!>
<Hablando de comida —dijo Jake—. ¿Qué vamos a comer?>
<Podríamos intentar pescar>, propuse.
<Sí, yo podría transformarme en oso —afirmó Rachel—. Los osos pardos pescan ¿no?>
<No creo que dé resultado —era Cassie, claro—. Los osos pardos pescan en arroyos. No creo que en esta parte del mundo haya peces cerca de la superficie.>
<Genial —exclamé—. O sea que nos vamos a morir de hambre. ¿Por qué no? Todo lo demás va de maravilla.>
La situación parecía desesperada: un oso polar a nuestra derecha, los venber detrás, y a nuestro alrededor un frío helador. Y ya era casi de noche. La temperatura estaba cayendo más todavía. Y el viento aullaba.
<Más vale que busquemos refugio para pasar la noche>, dijo Jake.
<Me alegro de que los Chee nos estén cubriendo allí en casa>, comentó Cassie.
Cassie casi siempre tiene algo apropiado que decir. Pero esta vez no. Lo que menos me apetecía era pensar en mi casa, mi casa calentita con mi cama calentita y mi tele calentita.
Yo había viajado en el tiempo, sesenta millones de años atrás, y había estado atrapado en lejanos planetas…, pero nunca me había sentido tan lejos de casa.