Los cuatro nos pegamos al suelo.
¡TSIUUUUU! Una cegadora luz verde estalló en el horizonte y unas cuatro toneladas de roca de la pendiente se convirtieron en cuatro toneladas de grava.
¡KABUUUUUM!
¡Era una lluvia de grava!
Ya me habían disparado antes con rayos dragón, y la verdad es que dan miedo. Pero aquellas cosas eran diez veces más aterradoras.
<¡Dios mío! —exclamó Jake—. ¿Qué es eso?>
<Cañones de asalto dragón —explicó Ax—. Se utilizan para atacar edificios fortificados desde el espacio.>
<¡Yo me largo de aquí!>, grité.
<Vamos hacia la orilla —dijo Jake—. Si quieren una persecución la van a tener.>
Echamos a correr, seguidos de los venber. Se deslizaban sobre sus pies de esquí, impulsándose con sus enormes brazos. De vez en cuando, uno se detenía y disparaba el cañón de asalto, destrozando el paisaje sin vida.
<Dispersaos —ordenó Jake—. Podrían matarnos a todos de un tiro.>
Corríamos como locos por la orilla. Lo bueno de ser lobo es que uno puede correr durante horas sin parar. Un lobo puede correr durante todo el día.
Los venber no se quedaban atrás. Eran más grandes y más fuertes. Pero nosotros éramos más rápidos y más resistentes.
Sin embargo, los dos monstruos alienígenas no tenían que transformarse cada dos horas.
<Esto es absurdo —dijo Ax sin dejar de correr—. Es imposible que los yeerks hayan infestado a los venber. Se habrían congelado. Deben de controlarlos con otros medios. A menos, por supuesto, que los yeerks hayan encontrado la forma de no congelarse dentro de un cuerpo venber.>
<Ya —replicó Rachel—. El caso es que los hemos dejado atrás. Ya no se les ve. A lo mejor se han dado por vencidos.>
Yo volví la cabeza. Era cierto, no se veía a los venber. Tampoco podía olerlos, a pesar de que el viento soplaba en nuestra dirección.
<No creo que se hayan dado por vencidos —terció Tobías—. Tenemos que seguir.>
<Dijo la pulga, cómoda y calentita en el pelaje de su chica>, murmuré.
<¿Qué has dicho?>, preguntó Rachel, supongo que sorprendida de que yo me hubiera atrevido a sugerir que Tobías y ella eran algo más que amigos. Como si fuera un secreto.
Aminoramos un poco el paso.
Yo tenía las patas hinchadas y entumecidas. Se me estaban congelando otra vez. Tampoco sentía la punta de las orejas.
<Tenemos que encontrar algún lugar donde transformarnos —dijo Jake—. ¿Cuánto tiempo nos queda?>
<Veinte de vuestros minutos>, contestó Ax.
Estoy seguro de que remarcó el «vuestros». Volvimos a las rocas y continuamos paralelos a la orilla.
Seguimos corriendo hasta encontrar una pequeña cueva. Hacía tanto frío como en la cara oculta de la luna, pero por lo menos ofrecía un refugio del viento, que aullaba y gemía imponente.
Nos arracimamos en torno a Cassie, para mantenerla en calor mientras se transformaba. Luego nos fuimos transformando los demás por turnos, todos apelotonados como una camada de cachorros recién nacidos.
Era de lo más raro. Una manada de lobos apretados unos contra otros. Fue una experiencia extraña y maravillosa a la vez. Me trajo recuerdos que no sabía que tenía. Recuerdos de cuando era muy pequeño y estaba sentado en un sillón con mi madre, apretado contra ella, viendo la tele y chupándome el dedo.
Qué cursilada. Probablemente el frío me estaba afectando otra vez. O tal vez fuera que, en un entorno que puede matarte sin piedad, el simple calor animal me estaba tocando una fibra muy dentro de mí. Millones de años de Homo Sapiens, acurrucados juntos, cuerpo a cuerpo contra el viento asesino. Hasta que los humanos aprendieron a hacer fuego. Claro que para eso hacían falta cerillas. O por lo menos palos.
<¿Y ahora qué?>, preguntó Rachel cuando todos no hubimos transformado. Ax y Tobías habían vuelto a convertirse en pulgas y estaban en el pelaje de Jake. Supongo que molestos por mi poco diplomático comentario sobre Tobías y Rachel.
<Hay que seguir moviéndose —respondió Jake—. Estoy seguro de que los venber siguen tras nosotros. Pero también tenemos que encontrar un refugio donde pasar la noche, si queremos sobrevivir al frío.>
<Igual encontramos alguna cueva —apuntó Cassie—. O un agujero en la nieve.
<O un McDonald’s —repliqué yo—. Creía que estaban por todas partes.>
<Lo que de verdad necesitamos es encontrar algunos animales adaptados al frío para adquirir su ADN>, sugirió Rachel.
<Yo apoyo esa moción>, dijo Tobías.
Una vez recuperados, gracias a nuestras nuevas metamorfosis, seguimos avanzando. Estaba oscureciendo. Según Ax, eran solo las dos, pero el sol ya desaparecía. Y eso significaba que haría todavía más frío.