<¡Marco!>
<Ya voy>, susurré.
Casi estaba allí. Entonces todo sería perfecto.
<¡Marco!>
<Vale, vale… Vaaaaale.>
¡PAF!
Algo me golpeó la cara. Un dolor cegador. Sentí algún diente caer sobre la lengua.
<¡Marco! ¡Despierta!>
Abrí los ojos. Jake, Cassie y Rachel se inclinaban sobre mí. Rachel tenía sangre en la garra. Mi sangre. Sangre de mi chata nariz de gorila, que me había quedado un poco más chata. Rachel alzó la pata, dispuesta a darme otro golpe.
<¡Eh, eh, eh! —exclamé tocándome la cara con una mano helada—. ¿Pero a ti qué te pasa?>
<Estoy tratando de salvarte la vida, idiota. Aunque no sé muy bien por qué.>
<Bueno, pues la próxima vez podrías ser un poco más suave,> gemí, escupiendo lo que parecían dientes ensangrentados.
<Te estábamos perdiendo. Tienes que recuperar tu cuerpo, Marco. Luego transfórmate en lobo —dijo Jake—. Es el mejor cuerpo que tenemos para este clima. Yo me haré cargo de Ax y Tobías.>
<Pueden quedarse conmigo,> replicó Rachel.
<Es que tú también tienes que convertirte en humana y luego en lobo.>
<Como si fuéramos a ver algo —rió Tobías—. ¡Somos pulgas!>
Empecé a transformarme, despacio al principio, muy despacio. El cerebro no me funcionaba muy bien. Estaba encogiendo a mi tamaño normal. Mis dedos helados se hicieron más finos. Mi negro pelaje desapareció, dejándome todavía más vulnerable al frío.
Unos segundos más tarde había recuperado mi cuerpo. Sólo llevaba encima unos pantalones de ciclista y una camiseta. No era un buen equipo para aquel frío.
Me transformé deprisa en lobo.
¡Qué alivio!
No un alivio total, porque el viento todavía me cortaba como agujas de acero. Pero por lo menos mi pelaje estaba diseñado para el frío. Y mis patas habían evolucionado para algo más que caminar sobre vegetación podrida por el calor.
Cassie volvió a transformarse en lobo y luego Jake. Yo sé que había sufrido en su forma de tigre. Pero, típico de él, no dijo nada hasta que todos los demás estuvimos a salvo.
<Creo que es la mejor forma que tenemos —comentó Cassie pensativa—. A no ser que pudiéramos meternos en el agua. Entonces mi ballena iría de maravilla. No sé qué pasaría con el delfín o el tiburón, pero creo que son animales de aguas más templadas. De todas formas estos cuerpos no están equipados para la Antártida o el Ártico o dondequiera que estemos. Deberíamos poder sobrevivir unas horas. Tendremos tiempo para transformarnos de nuevo y regenerarnos. Pero todavía somos vulnerables. Demasiado vulnerables para luchar.>
<De acuerdo —dijo Jake—. Evitaremos las peleas, si es posible.>
Yo asomé la cabeza entre las rocas para ver qué pasaba más abajo. Estábamos un poco elevados, y la base se veía claramente, si no con detalle.
Pero lo que me llamó la atención no fue la lejana base. Había muy poca vida en torno a nosotros, y casi nada que oler. De modo que cuando percibimos aquel olor alzamos nuestras cabezas de lobo.
Seguramente sabéis que los perros tienen un olfato y un oído muy buenos. Pues bien, un lobo es a un perro lo que un Ferrari es a un Seat.
¡Olor! ¡Sonido! ¡Vista! Todos coordinados.
<¿Qué demonios son esas cosas?>, exclamé.
Eran dos humanoides, de unos dos metros y medio de altura. Tenían torso, cabeza y miembros igual que nosotros. Sólo que sus cabezas eran como la de un tiburón martillo, oblongas, con enormes globos oscuros a cada lado que debían de ser los ojos. De los hombros les salían un segundo par de gruesos brazos.
Eran bestias enormes, de horrible aspecto: plateadas, con manchas rojas y azules en los costados, en los hombros y en la cara.
Yo había visto antes esos colores.
Se deslizaban hacia nosotros sobre unos pies enormes con forma de esquíes, impulsándose con dos de sus antebrazos. Relucían como diamantes o cristales.
En los otros dos antebrazos llevaban una especie de grueso tubo negro.
<Ax, se acercan alienígenas —informó Jake—. Creo que son los que estaban en aquellos cilindros.>
<¡No me lo puedo creer! —exclamó Ax—. Parecen venber.>
<¿venber? ¿Pero no estaban extintos?>, grité.
<Tal vez los informes sobre su extinción eran un poco exagerados.>
<Ax, ¿no estarás desarrollando un sentido del humor? Si es así, olvídalo, ¿vale?>
<Bueno, sean lo que sean, vienen hacia aquí, y deprisa —dijo Rachel—. Y a juzgar por las armas que llevan, no creo que vengan a darnos la bienvenida precisamente.>
<Sí —convino Jake—. Vámonos de aquí.>
Los venber hacían unos ruidos muy raros, unos sonidos repetidos que parecían rebotar en las rocas a nuestra espalda como un extraño y distorsionado eco.
¡CRANCH! ¡CRANCH!
¡SPROING! ¡SPROING!
Parecían saber exactamente adónde iban. O por lo menos sabían exactamente adónde habíamos ido nosotros.
<Nos están localizando por los sonidos. Los utilizan como un radar>, afirmó Cassie
<A las rocas —ordenó Jake—. En las rocas no pueden usar el radar, ¿no es verdad?.>
<No deberían poder utilizarlo ahora —respondió Ax—. Ya estamos al abrigo de las rocas. Deben de tener un sentido muy sofisticado para captarnos en medio de todo esto. Es impresionante.>
<Bueno, si tanto te gustan puedes invitar a salir a uno de ellos. ¿Tienes algo útil que decirnos?>
<Sí. Tendrían dificultades para sobrevivir por encima de los cero grados. En agua líquida, por ejemplo.>
<Pues entonces no tenemos de qué preocuparnos. Les ofrecemos unas vacaciones en Florida y en paz.>
<Marco, ¿por qué no te callas un rato?>, me espetó Rachel.
Los venber estaban a unos cincuenta metros de nosotros cuando se detuvieron. Entonces alzaron aquellos grandes tubos y nos apuntaron con ellos.
Y no parecían cámaras de fotos.
<Creo que deberíamos agacharnos>, dije.