<Tenemos que movernos>, dijo Jake. Con su cuerpo de tigre se las estaba apañando bastante bien, supongo. O bien se negaba a quejarse. Muy bien. Ya me quejaría yo por los dos.
<Ax —llamó Cassie—. ¿Lo llevas bien?>
<No estoy llevando nada. Pero me estoy muriendo poco a poco por congelación. Dudo que pueda mantener mis funciones cerebrales durante más de unos minutos.>
<Ax, ¿de verdad tienes que decirnos esas cosas? —terció Jake—. Aguanta un momento más. Tenemos que movernos. Tenemos que alejarnos de aquí.>
Yo salí disparado lo más deprisa posible, que era bastante despacio teniendo en cuenta que no sentía los pies. Cada ráfaga de viento era como un puñetazo en la cara. Las lágrimas corrían por mis mejillas y se congelaban antes de llegar a la barbilla. La sangre del pecho se había convertido en una capa de hielo rosado.
No llegamos muy lejos.
Ax se tambaleó.
<¡Príncipe Jake! ¡No sé si puedo seguir!>
<Está bien. A ver… ¡Ax! ¡ Tobías! Ninguno de vosotros tiene un cuerpo adaptado al frío. Transformaos en pulgas y escondeos en el pelo de Rachel.>
<Vamos, chicos,> animó ella.
Rachel se inclinó sobre Ax mientras se transformaba. Tobías, todavía en sus brazos, comenzó a encoger.
<Muy bien, hay que moverse. Tenemos que alejarnos de aquí. Tenemos que encontrar algún refugio antes de que vengan los yeerks a por nosotros. ¡Vamos!> ,ordenó Jake.
Echamos a andar de nuevo. Éramos un patético grupo nada adaptado al entorno: un tigre, un oso, un lobo y un gorila.
De pronto me eché a reír. ¡Un gorila! Aquí, en la nieve. Tenía gracia.
Estaba cansado. Eso era todo. Estaba cansado, nada más.
Alcé la vista de nuevo, buscando la nave espada. No había nada en el cielo. Pero la nube que tenía encima era preciosa. Parecía un caballo. No, un unicornio. Preciosa, sí.
Estuvimos corriendo un buen rato siguiendo la orilla helada, a la sombra de las oscuras rocas.
Cada paso era una tortura. Tenía los pies entumecidos, pero las piernas me dolían un montón. Corría a cuatro patas, estilo gorila, y al cabo de un rato tenía los nudillos ensangrentados.
El viento soplaba en ráfagas que me cortaban la cara y hendían mi pelaje. El viento era odioso. Era agotador. Me impedía ver bien.
«Tú sigue al gatito naranja —me dije—. Sigue al gatito negro y naranja».
Tomad mil cubitos de hielo, llenad la bañera con ellos y meteos dentro. Así os haréis una ligera idea de lo que yo sentía. Ahora pensad en el pinchazo de un alfiler. Imaginaos que os golpean en la cara con una manta llena de alfileres. Una y otra vez. Eso era el viento.
Las rocas se alzaban cada vez más altas a nuestro lado. Escondernos. Sí, escondernos en las rocas. Así los… los tipos que nos perseguían… no…
Me di cuenta de que estaba confuso.Los pensamientos que me cruzaban la mente no tenían sentido. ¿O sí?
<¡Vamos a parar! —dijo Jake—. Vamos a descansar un momento aquí dentro.>
¿Dentro, dónde? Las rocas nos rodeaban. Rocas enormes como… como rocas. Sí.
<Hace un frío increíble>, resolló Cassie lanzando nubes de vaho.
<Yo no siento las patas>, se quejó Rachel.
<¿Qué? —dije yo—. Necesito dormir.>
Me miré los pies desnudos. Estaban hinchados, casi al doble de su tamaño normal.
Cerré los ojos. Frío. Cansancio.
<A ver, todos —comenzó Jake—. Tenemos que pensar qué hacer. Rachel, ya sé que tienes frío, pero ¿puedes soportarlo?>
<Un rato sí, pero no mucho. Oye, ¿los osos pardos no hibernan en cuevas o algo así durante el invierno?>
<¿Y tú, Cassie?>
<Los lobos están adaptados al frío, pero no puedo soportar un frío tan intenso. Por lo menos no mucho tiempo.>
No mucho tiempo.
Voces. Se oían voces lejanas.
Me dejé caer al suelo. Y entonces me di cuenta de que estaba en el suelo. De pronto tenía unas ganas locas de quedarme allí, sentado en el suelo helado.
<¡Marco! —gritó Jake—. ¿Qué haces?>
Todo se estaba volviendo gris.
<Marco, tienes que moverte>, dijo Rachel.
<¿Qué pasa?>, preguntó Tobías, desde el interior de Rachel.
<Está sufriendo un colapso>, explicó Cassie, con una extraña serenidad.
<¡Marco! —gritó Rachel, sacudiéndome con sus enormes garras—. ¡Tienes que levantarte!>
<Déjame>, murmuré. Estaba enfadada. Rachel siempre estaba enfadada.
<¡Marco, transfórmate! —me apremió Jake—. ¡Transfórmate ahora mismo!>
<Sí>, contesté, intentando asentir con la cabeza.
Rachel me sacudió con más fuerza.
<¡Venga Marco! ¡Aguanta!>
Pero yo no escuchaba. Me daba todo igual. Estaba flotando en el espacio.
No, flotando no. Volando. Como un aguilucho. Volaba por el espacio.
¡Un momento! Una luz allí arriba. Una luz que me llamaba, me atraía. Una luz muy brillante. Como… como las luces en torno al espejo del baño.
Intenté mover las alas, pero no tenía alas. Ya no las necesitaba.