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<¿Cuánto falta para que llegue el avión de Visser?> preguntó Jake a Ax.

<Cinco de vuestros minutos.>

Una de las muchas ventajas de tener a Ax con nosotros era que poseía una especie de reloj interno que le permite controlar el tiempo.

Por otra parte…

<Ax, de verdad creo que deberías hacerte a la idea de que no se trata de nuestros minutos. Los minutos son de todo el mundo.>

Ax no me hizo caso.

<Muy bien, vamos allá>, dijo Rachel.

<Bien —convino Jake—. Recordad, si algo sale mal, no miréis atrás. Salid de aquí a toda prisa. Ax…, ¿cuál es la mejor forma de acercarse a un andalita sin que nos detecte?>

<Por detrás.>

<Ya lo habéis oído. Volamos por la hierba, intentamos pasar junto a él, nos acercamos por detrás y nos aferramos a su pelaje. ¿Alguna pregunta?>

<No. ¿Por qué tenemos que preguntar algo? Es todo tan simple, tan fácil y tan normal… ¿Qué puede salir mal?>, repliqué.

<¿Es eso un ejemplo de sarcasmo humano?>

<Ax, es sarcasmo para todo el mundo, no solo para los humanos.>

<Bueno, vamos allá —gruñó Tobías—. Inútiles ojos de mosca. Lo odio.>

Volamos bajo, como suelen hacer las moscas, a una distancia desde la que se podía oler la comida podrida, las heces animales y otras cosas igualmente apetitosas.

Íbamos pasando por encima de la hierba. Era como volar a ras de los árboles, sólo que estos árboles eran tallos gigantescos que se inclinaban al mínimo soplo de brisa.

Seguimos batiendo las alas de mosca, avanzando a trompicones hacia una borrosa masa de pelaje azul. Visser Tres seguía trotando, pero cada vez más despacio. Se movía en ángulo respecto a nosotros. Lo interceptaríamos al cabo de un momento, a no ser que…

¡Volviera!

<¡Ah! ¡Ahí está! —exclamó Cassie—. ¡Deprisa o lo perderemos!>

Giré bruscamente. Un par de moscas viraron delante de mí. Era imposible saber de quien se trataba. ¡Había empezado la persecución!

COTOCLOC, COTOCLOC COTOCLOC. Visser galopaba perseguido por seis moscas frenéticas.

<¡Seguid volando bajo! —nos recordó Jake—. ¡Id hacia el vientre!>

Una bola de pelo azul pasó justo delante de mí. Dos moscas descendieron bajo la enorme curva y desaparecieron de mi limitado campo de visión. Luego otras dos moscas surgieron de la nada.

Era mi turno.

Visser Tres se alzaba delante de mí, pero yo no sabía si estaba mirando en mi dirección. Me concentré en su barriga y me lancé hacia ella.

¡Estaba a un palmo! Di una voltereta en el aire que me dejó con las patas arriba y las alas abajo. ¡Estaba a un par de centímetros de distancia! ¡NO! Visser giró de pronto y se alejó.

Yo me lancé de nuevo hacia él, pero entonces saltó a la izquierda.

<¿Pero qué le pasa? ¿Está borracho?>, exclamé.

<¿No estas todavía a bordo, Marco? Los demás ya están aquí>, informó Jake.

<No. Estamos jugando al que te pillo. ¡Aah!>

Visser se había detenido. De pronto, estiró una mano del tamaño de un continente. ¡Estaba intentando atraparme! Di marcha atrás bruscamente, giré en el aire y me alejé. Solo entonces me di cuenta del autentico objetivo del manotazo de Visser Tres.

Se estaba rascando el trasero.

<¿Marco? —preguntó Jake—. ¿Estás ahí?>

De pronto todo se volvió oscuro.

Una enorme sombra bloqueaba el sol. Parecía algo salido de una película de ciencia ficción. Era un caza-insecto, pero parecía una cucaracha del tamaño de un autobús, con dos largas protuberancias en forma de antenas.

El caza-insecto fue descendiendo poco a poco hasta aterrizar. Yo me quedé inmóvil. Visser Tres también. En el costado de la nave apareció una puerta, o por lo menos un rectángulo oscuro.

La masa azul trotó hacia dentro. Yo le seguí.

Aquello estaba muy oscuro. Solo había algunas líneas de luz a lo largo de lo que debía ser el techo y el suelo. De vez en cuando se veía una caja iluminada. Probablemente eran monitores. De pronto, la presión del aire cambió, al cerrarse la entrada. Yo no aparté los ojos de Visser Tres.

<¿Marco? ¿Estás aquí?>, volvió a preguntar Jake.

<Vamos a intentar el encuentro, Houston. En diez segundos.>

Visser Tres se detuvo y yo me lancé contra su vientre. Justo cuando sentí el pelaje bajo las patas, mi cerebro estalló con el sonido de una telepatía muy potente.

<¿Ya está lista la nave-espada?>

Visser Tres nunca susurra.

Alguien contestó. ¿Un Taxxonita? Son más listos que los hork-bajir, y más raros también. Se comen entre ellos.

Pero yo no veía más que enormes pelos azules. El suelo de aquella jungla era una piel entre rosada y verdosa. No tenía ninguna gana de tocarla, de modo que me quedé aferrado a los pelos.

<Ax, ¿qué ha dicho ese taxxonita?>, quiso saber Jake>

<Creo que estaba calculando los tiempos estimados de salida y llegada.>

<¿Y?>

<Y me temo que tenemos un problema, príncipe Jake.>

El estómago me dio un brinco. Luego otro. Me aferré con más fuerza al pelaje de Visser. Estábamos despegando y tuve que combatir el pánico instintivo de la mosca: ¡cuando algo vibra hay que MOVERSE!

<¿Qué problema hay, Ax?>, preguntó Jake.

<Me temo que el viaje será largo>

<¿Cuánto?>, intervine yo.

<Aproximadamente tres horas y media>

<Oh, oh>, replicó Cassie.

<¡Madre mía!>, exclamó Tobías.

<¡Será una broma!>, dijo Rachel.

La razón de que estuviéramos tan preocupados era por que tendríamos que transformarnos en algún momento del viaje. A bordo de una nave ocupada por taxxonitas, hork-bajir y Visser Tres.