<Jo, seguro que cuando vuelva, me voy a encontrar todos mis cómics húmedos —dije—. Pude ver en su cara que a Erik le gusta leer en la bañera.>
La solución de Erek consistía en que él y otros tres chee programarían sus hologramas para tener la apariencia de cada uno de nosotros.
Poco se imaginaba mi padre que estaría compartiendo sus cereales con un androide que había estado en la tierra desde mucho antes de que a nadie se le ocurriera tostar un cereal.
Era la mañana siguiente, y todos estábamos transformados en ave: Tobías era un ratonero de cola roja; Jake, un halcón peregrino; Rachel, un águila de cabeza blanca; Cassie y yo, águilas pescadoras, y Ax un aguilucho.
Nos dirigíamos hacia nuestra perdición.
Una vez más.
Volábamos hacia los nuevos pastos secretos de Visser. Erek nos había indicado cómo llegar y nos había deseado buena suerte.
—Buena suerte en atrapar a la criatura más peligrosa de la galaxia. Yo tengo que ir a engrasarme las articulaciones. Avisadme si sobrevivís, y podemos salir a comer juntos. Hala, adiós.
Está bien, no fue eso exactamente lo que dijo. Pero yo no podía evitar estar un poco enfadado con él. Al fin y al cabo, Erek estaría a salvo mientras que nosotros lo pasábamos fatal luchando por nuestra vida.
Creo que ya he mencionado que a veces me da por quejarme.
Bueno, a veces no, siempre.
Lo siento, pero cualquier persona inteligente sabe que, en la vida, hay muchas cosas de las que quejarse. Y mucho más cuando uno es un animorph.
De todas formas, volar no es una de ellas.
¡Eso sí que es divertido! ¡Qué sensación de libertad! Volar es todo lo que uno se imagina, y mucho más
Íbamos siguiendo una autopista que salía de la ciudad en dirección al bosque que rodeaba unas montañas cercanas.
Era un día perfecto para volar: cálido y soleado, y tan claro que se podía ver a kilómetros de distancia. La superficie de la carretera absorbía el calor creando unas corrientes térmicas estupendas.
Volábamos bastante alejados unos de otros. En el reino animal, las aves de presa no andan juntas. Nos íbamos turnando para volar sobre la autopista, donde las corrientes de aire nos elevaban como si fueran ascensores. Luego bajábamos planeando en la dirección que queríamos ir. Casi no teníamos que mover las alas.
<Chicos, creo que lo he encontrado —informó Tobías—. ¿Veis aquel claro entre los árboles?>
Yo miré, con mi supervista de águila, hacia una línea de árboles a medio kilómetro de la carretera. En efecto, justo detrás había una pradera. Y galopando por ella un andalita de pelaje azul, cuatro ojos y cola de escorpión. Podía haber sido el padre de Ax.
Pero no lo era. Se trataba del líder de la invasión yeerk en la Tierra. El único yeerk que había conseguido controlar el cuerpo de un andalita y apoderarse, por tanto, de su tecnología mórfica. El único yeerk que podía transformarse.
Visser Tres.
¿Os acordáis de que os hablé de Elfangor, el hermano de Ax?, ¿el andalita que nos entregó nuestros poderes? Pues bien, Visser no solo lo asesinó. Se lo comió. Visser Tres se convirtió en un alienígena gigantesco y se tragó a Elfangor como si fuera un boquerón.
Lo vi con mis propios ojos. Todos lo vimos.
Ahora ya sabéis por qué se me ponen los pelos de punta cada vez que nos acercamos a ese individuo.
Visser no estaba solo en la pradera. A pesar de su terrible poder, Visser nunca va sin unos cuantos guardaespaldas.
Contamos unos seis controladores, disfrazados de policías. Y entre los árboles acechaban un par de hork-bajir, las tropas de choque del imperio yeerk.
<Muy bien —dijo Jake—. Vamos a posarnos entre los arboles, de uno en uno, a intervalos de cinco minutos y separados por lo menos por unos trescientos metros. Rachel, ve tú primero. Luego Cassie. Y estad pendientes de los que aterricen después, para poder encontrarlos lo antes posible una vez que recuperemos nuestros cuerpos. Tobías, tú serás el último. Quédate en el aire vigilando hasta que nos hayamos posado todos.>
<Vamos allá>, exclamó Rachel.
Yo suspiré.
<Las dos palabras que más odio.>