—¿Y que pasó entonces? —me preguntó Cassie durante la hora de estudio, el día después de lo que yo llamaba mi Gran Cita.
Esa semana, el estudio lo hacíamos en el gimnasio del colegio. Nuestra aula estaba cerrada por algo que tenía que ver con el amianto y las denuncias.
Así que en lugar de estudiar en silencio durante una hora, algunos chicos estaban jugando al baloncesto y al voleibol mientras que los demás, entre ellos Cassie y yo, nos dedicábamos a charlar en las gradas.
—Bueno, después de fracasar en mi valiente intento de huida durante el intermedio, volvimos a la sala y la orquesta se puso a tocar, y a tocar, y a tocar. Yo incluso pensé en gritar «¡Fuego!» para poder salir de allí. Y cuando me desperté, todos se habían marchado, incluida Marian.
—Cassie se echó a reír.
—Vaya, vaya —comentó, hojeando una revista de veterinaria que había sacado de la cartera—. Creo que es mejor así.
—¿Qué quieres decir? —exclamé—. ¡Pero si fue un auténtico desastre!
—Ya, pero parece que Marian no es tu tipo.
—Es la chica más guapa de todo el colegio. ¿Cómo no va a ser mi tipo? —de pronto me quedé mirando a Cassie—. Oye, un momento… ¿Acaso la habéis vigilado?
—Somos tus amigos, Marco —contestó ella, como disculpándose—. No tuvimos más remedio.
—O sea, que la habéis tenido bajo vigilancia los tres últimos días, ¿no?
—Bueno, sobre todo Tobías y Ax, porque no tienen que ir al colegio. El caso es que no es uno de ellos. En ningún momento se acercó a… —entonces bajó el tono de voz— a ninguna entrada del estanque yeerk.
Yo no supe como reaccionar. Los yeerks tienen que acudir cada tres días al estanque yeerk secreto. O sea, que Marian estaba limpia. Entonces la cuestión era: ¿eso era bueno o malo? Yo había arruinado mi gran oportunidad. ¿Era bueno o malo que Marian fuera una chica normal?
Además había otra cosa que me molestaba. Jake le había pedido a Cassie que me contara eso. Era una buena decisión. Típico de Jake. Sabía que Rachel se hubiera burlado de mi, y que si él mismo venía a hablar conmigo, parecería que se estaba entrometiendo en mi vida. Pero Cassie sabía decir las cosas con suavidad. Cassie, con su diplomacia, sabía cómo decirme sin que yo me enfadara que habían estado vigilando a mi chica a mis espaldas.
Cassie me estaba mirando, esperando mi respuesta. Y yo me estaba preparando para soltar algo cáustico, pero no demasiado cruel, cuando una sombra cayó sobre nosotros.
—Hola, Marco. Hola, Cassie. ¿Qué tal?
Era un chico de mi edad. Un poco mas alto que yo…, como casi todo el mundo, lo admito. Tenía una sonrisa amistosa y confiada con la que caía bien a todo el mundo.
Pero yo sabía que era una pose. Veréis, es que aquel chico tan agradable y simpático no era un chico, y su sonrisa no era una sonrisa. Erek no era de nuestro colegio. Erek no era de la raza humana.
El chico que teníamos delante no era del todo real. Era una proyección holográfica. Bajo esa proyección, había un androide que lleva en nuestro planeta cientos de miles de años.
Erek y sus amigos androides son los chee. Eran compañeros de una raza ancestral, los pemalitas. Los pemalitas fueron, tal vez, la especie más avanzada que ha existido durante toda la historia del universo. Tan avanzados que se olvidaron de cosas tan primitivas como las guerras, las preocupaciones y la tristeza.
Por desgracia, el resto del universo no estaba a su nivel. Una malvada raza, los howlers, atacó a los pemalitas y destruyó su mundo. Algunos supervivientes huyeron a la tierra, pero sus enemigos los habían infectado con una enfermedad que acabó matándolos a todos.
La enfermedad no afectó a los chee, puesto que eran androides. Para honrar el espíritu de sus anteriores compañeros y creadores, los chee infundieron la esencia de los pemalitas en el cuerpo de los lobos.
Ahora ya sabéis por qué vuestro perro está siempre de tan buen humor.
Y puesto que los pemalitas crearon a los chee a su imagen, los chee son también de lo más amistosos. De hecho, son pacifistas que han jurado no hacer daño a ninguna otra criatura, además de estar programados para ello.
De todas formas odian a los yeerks y están dispuestos a ayudarnos siempre que pueden.
—Ah, oh —dije, todavía un poco de mal humor pensando que quizá Tobías había espiado a Marian a través de la ventana de su habitación. ¡Y yo no!
—¿Ah, oh? Menudo recibimiento —replicó Erek, sentándose entre nosotros—. ¿Os importa que hablemos en privado?
—Repito: ah, oh.
El aire a nuestro alrededor empezó a brillar. Los ruidos del gimnasio —la charla de los chicos, los golpes de las pelotas, el chirrido de las zapatillas de deporte en el suelo— desaparecieron. Veíamos todo lo que pasaba, pero era como estar metidos en una burbuja.
—He extendido mi proyección holográfica sobre los tres —explicó Erek. Pero el Erek que veíamos era un androide de acero y marfil que se parecía muchísimo a un perro, un galgo tal vez, de pie sobre sus paras traseras—. Todo el mundo en el gimnasio nos ve y oye hablar del partido de anoche.
—Pues si querías hablar de eso, ¿a que viene tanto secretismo? —pregunté.
Erek sonrió sombrío. A mí me dieron ganas de decir otra vez «ah, oh».
—¿Qué pasa Erek? —quiso saber Cassie.
—Nuestras fuentes han informado de que los yeerks están buscando la forma de emitir rayos kandrona utilizando la tecnología de los satélites humanos. Se ve que han encontrado un lugar en este planeta lo bastante aislado para erigir una estación satélite sin problemas. Si consiguen su propósito, convertirán todas las piscinas del mundo en estanques yeerk.
El estómago me dio un vuelco.
—Desde luego no son buenas noticias.
Los rayos kandrona es lo que consumen los yeerks, su comida, digamos. Para absorber los rayos, tienen que estar en un estanque yeerk. Ése es su talón de Aquiles: que necesitan los rayos kandrona para sobrevivir.
Todos los yeerks tienen que acudir a un estanque yeerk cada tres días.
Una vez allí, salen del cerebro de sus portadores para darse un baño de rayos kandrona. Mientras tanto, casi todos los portadores, o por lo menos los que no quieren ser esclavos, lloran, gritan, se debaten y suplican que los dejen libres.
Yo he visto un estanque yeerk. No es un sitio muy agradable.
Soñamos con destruir el estanque yeerk. Sería un duro golpe para ellos. Y lo haríamos si pudiéramos. Pero el problema es que es del tamaño de un estadio de fútbol y está mejor defendido que la Casa Blanca, el Pentágono y el Fort Knox juntos. No tenemos suficiente fuerza.
—¿Sabes una cosa, Erek? —dije—. No es nada personal, pero a veces no sé si me caes muy bien. No nos traes más que problemas.
Erek sonrió con su cara perruna de acero y marfil.
—¿No será que estás de mal humor por haber chafado tu Gran Cita?
Yo me volví indignadísimo hacia Cassie.
Ella dio un respingo.
—Vale, vale. Los chee nos ayudaron un poco. No es fácil vigilar a alguien durante tres días.
—Ya. ¿Hay alguien que no sepa que metí la pata hasta el fondo con mi Gran Cita?
—De todas formas, ella no era tu tipo —afirmó Erek—. Tiene gusto musical.
—¿Qué pasa? ¿Acaso tu también eres fan de Beethoven?
Erek asintió.
—Fui el ayuda de cámara del maestro durante bastantes años. Era una persona horrible, pero componía una música que habría conmovido a mis señores.