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<¡La luz! —chilló Ax—. ¡Vamos hacia la luz!>

<Si el gas nos alcanza no sólo iremos hacia la luz, sino que podremos saludar a todos nuestros parientes muertos y explicar nuestros pensamientos impuros a San Pedro>, repliqué.

<¿Qué?>, preguntó Ax, perplejo.

<¡CORREEEEEEEED!>

El gas. La luz. El gas. La luz.

Un poste se alzaba hacia la luz.

¡ZUUM! Una cucaracha subió disparada poste arriba.

¡ZUUM! ¡ZUUM! ¡ZUUM!

Y luego yo. El diminuto cerebro de la cucaracha, incapaz de sumar dos más dos, era sin embargo un experto en fugas. Pegué un salto, caí sobre el poste y ¡ZUUM!, subí como un rayo.

La ola de gas se hinchaba debajo de mí. Yo seguí subiendo hacia la luz.

<¡Yujuuuuuuuuu! —grité, de puro deleite de haber sobrevivido—. Rachel se va a poner furiosa cuando se entere de lo que se ha perdido.>

Estábamos en una habitación muy iluminada, de suelo de acero. Sólo se distinguían un par de piernas hork-bajir. Justo entonces lo vi por encima de mi cabeza. Un zapato gigantesco, ladeado en un ángulo rarísimo. Parecía tan alto que era como si desapareciera entre las nubes. Debía de ser una talla cincuenta lo menos.

Lo más importante, mis demenciales ojos fragmentados lograron ver que el talón tenía una raja.

<¡Es el hombre del zapato rajado!>, exclamé.

<¿Quién?>, preguntó Cassie.

<¡El presidente de Estados Unidos! Siempre he querido conocerlo. Pero la verdad es que no me imaginaba que sería así. Pensé que me estrecharía la mano. Y que yo tendría manos.>

De pronto se oyeron unos pasos. Unos pasos muy raros.

<Es algo de cuatro patas>, anuncié con tono ominoso.

Aquello sólo podía significar una cosa.

<¡Escondeos!>, ordenó Jake.

<¿Dónde?>, pregunté.

<¡En su pierna!>, sugirió Cassie.

Así que trepamos por la pierna del presidente. Subimos por el lustroso zapato, atravesamos el calcetín, ascendimos por la pierna peluda, y allí nos agazapamos debajo de la lana gris, un bosque de pelos.

CLI-CLOP. CLIP-CLOP.

Unas pezuñas entraron en la estancia.

Visser Tres.

<No nos queda tiempo —murmuró Visser Tres al guardia hork-bajir—. Han sido descubiertos unos insectos debajo del helicóptero. No sabemos si serán los bandidos andalitas o insectos de verdad. Pero de cualquier forma no nos queda tiempo. Voy a adquirirlo ahora.>

<¿Adquirirlo? —repetí yo—. ¿Cómo?>

Entonces lo entendí. Zapato Rajado no iba a ser infestado. Visser Tres iba a adquirir su ADN. Quería poder transformarse en el presidente.

¡Claro! ¿Cómo podía haber sido tan idiota? ¿Cómo iba a permitir Visser Tres que otro yeerk controlara al hombre más poderoso de la Tierra?

Él mismo iba a adquirir su ADN, para poder transformarse en el presidente siempre que quisiera.

De pronto comenzamos a movernos. El hork-bajir estaba arrastrando a Zapato Rajado por la cubierta.

<¿Y ahora qué?>, preguntó David.

<Buena pregunta>, murmuró Cassie.

Zapato Rajado no fue muy lejos.

<Lo están metiendo de nuevo en el helicóptero —informó Ax—. Creo que intentan volver a colocar el helicóptero en su ruta, en lugar del holograma. Luego despertarán a los humanos de a bordo, que no recordarán nada. Será como si nada hubiera ocurrido.>

<Estoy de acuerdo>, dijo Jake.

<¿Nos quedamos aquí en la pierna peluda o intentamos salir y causar algún daño en la nave-espada?>, pregunté.

<Vamos a salir —replicó Jake—. No podemos transformarnos en el helicóptero del presidente. El presidente no estará solo. Sus guardias podrían liarse a tiros.>

<¿Y qué? —saltó David—. ¿No se supone que podemos darles una paliza?>

<No a nuestro presidente, chaval>, contesté.

Así que bajamos por la pierna peluda, pasamos el calcetín, el zapato, hasta caer al suelo.

<Ya estamos donde empezamos —comentó Cassie—. Debajo del helicóptero.>

Tardamos unos tres segundos en hacernos a la idea de lo que aquello significaba. Estábamos sobre la escotilla, que iban a abrir para soltar al helicóptero.

<Oh oh>, exclamé, justo cuando la escotilla comenzaba a moverse… justo debajo de nosotros. Una brillante línea de luz apareció en el suelo, a dos centímetros de distancia.

Me di la vuelta para correr.

La línea de luz se ensanchó.

Y entonces me di cuenta de que ni siquiera una cucaracha puede correr más que el viento.

Entró una ráfaga de aire que me barrió del suelo y me lanzó a través de la grieta.

<¡Nooooo!>, chillé.

Dos cucarachas pasaron volando como cohetes, arrastradas por el fuerte viento.

Me aferré a la cubierta con dos patas, y aguanté durante una millonésima de segundo.

Luego caí.

Caí dando vueltas y vueltas, más y más deprisa, en dirección a la superficie…

Continuará…