25

David abrió su boca, casi humana, para gritar. Pero no lanzó un grito de verdad porque sus pulmones casi habían desaparecido. Sin embargo, fue suficiente.

Una fuerte voz hork-bajir chilló.

¡Hitnef shellah! ¡Shellah! ¡No ruido!

Todo quedó en silencio. Y entonces fue muy fácil oír el segundo grito de David.

—¡Aaaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah!

<¡Calla, imbécil!>, le espeté.

<David, cálmate, no pasa nada>, terció Cassie, un poco más dulce que yo.

—¡Haff Visser! —dijo una voz hork-bajir.

No hacía falta un diccionario hork-bajir para saber qué había dicho. Aquello significaba «llamad a Visser».

<¡Hay que salir de aquí! —dijo Jake—. David. ¡David! Escucha. Domínate. ¡Ahora mismo! Ya te pondrás histérico en otro momento.>

Aquello pareció penetrar en la consciencia de David. El chico dejó de gritar, pero también invirtió la metamorfosis. David se estaba haciendo cada vez más humano.

<David —intervino Cassie—, escúchame. Si no te dominas vas a morir. Termina de transformarte en cucaracha. Es la única forma.>

<¡Ni hablar!>

<Hazlo, David. Ya sé que es bastante horrible, pero es mejor que estar muerto. Además, todos lo hemos hecho. Marco se ha convertido en cucaracha y no está llorando como un niño pequeño, ¿verdad? ¿Acaso no eres tan duro como Marco?>

Nunca había visto aquel lado de Cassie. A ella se le da muy bien comprender a la gente. No se me había ocurrido que también se le daría bien manipularla si hacía falta.

<¿Sabes qué hizo Marco la primera vez que se transformó en cucaracha? —prosiguió Cassie—. Lo que estás haciendo tú ahora mismo. Casi se muere del susto. Pero aguantó. Es comprensible que tengas miedo. Pero tienes que aguantar.>

Muy poco a poco David comenzó a volverse cucaracha otra vez.

Claro que después me odiaría. Cassie había utilizado la tensión entre él y yo para manipularle. Había hecho lo que había que hacer. Era necesario, si queríamos sobrevivir. Pero en cierto modo también había sido cruel.

Claro que, de momento, no había tiempo de preocuparse por eso.

Porque el helicóptero empezaba a elevarse del suelo. Los yeerks lo estaban levantando con un campo magnético para ver lo que había debajo.

<Bueno, si él puede hacerlo, yo también> dijo David por fin.

Yo debería haber cerrado la boca, pero supongo que no es propio de mí hacer siempre lo más sensato.

<Cuando hayas machacado a la mitad de yeerks que yo, podrás hablar, chico nuevo>, le repliqué.

¿Lo veis? Una tontería, ya lo sé. Así seguro que David me odiaría.

<¡Vámonos de aquí!>, gritó Jake, mientras el «cielo» sobre nosotros se iba haciendo cada vez más claro. Era el helicóptero, que se elevaba poco a poco.

Salimos disparados como sólo una cucaracha puede salir disparada, seis patas moviéndose como locas, igual que el coyote cuando persigue al correcaminos.

¡ZUUM! Atravesamos la cubierta de acero.

¡ZUUM! Pasamos sobre una grieta en el suelo que debía de medir tres milímetros, pero que parecía una enorme zanja.

¡ZUUM! Mis pequeños ojos compuestos a milímetros del suelo, mis antenas oscilando.

¡ZUUM! ¡Éramos Porsches en la autopista! Éramos como esos demenciales coches cohete en las salinas. Avanzábamos a toda marcha, a toda velocidad de cucaracha.

Lo cuál, por desgracia, es la velocidad de paseo de un adulto humano.

<¡Pisoteadlos! —gritó triunfal Visser Tres—. ¡Aplastadlos!>

Pero nosotros contábamos con otra habilidad, aparte de nuestro aspecto repugnante: éramos unos bichos ágiles. ¿Habéis intentado alguna vez pisar una cucaracha a la carrera? ¿Habéis intentado pisar una cucaracha con inteligencia humana?

No es fácil.

¡UUUUUUSSSSHHHH! Se me vino encima una cosa tan grande que me bloqueó la vista. Yo detuve las patas del costado izquierdo, aceleré las patas del derecho y pegué una media vuelta que hasta el batmóvil habría derrapado.

¡BUUUUUMMMMMM! El pie de un hork-bajir, del tamaño de Arkansas, aterrizó junto a mí. ¡Ja! ¡Demasiado lento!

Demasiado lento por unos tres milímetros. El siguiente podría aplastarme.

En ese momento…

<¡Aquí hay una apertura!>, gritó Jake.

¿Una apertura hacia dónde? No me importaba. Vi una oscura banda horizontal que se extendía hasta el infinito a mi izquierda y casi hasta el infinito a mi derecha. No era más que una juntura entre un nivel de acero y otro, pero era más gruesa que una moneda, y era todo lo que yo necesitaba.

¡SHUIIIIISSS!

¡BUUUUMM!

<¡Aaahh!> De pronto noté que corría con cinco patas. El pisotón del hork-bajir me había arrancado la sexta de cuajo. A la cucaracha no le importó. A mí me puso los pelos de punta, pero a la cucaracha le dio igual.

Estábamos en un universo de dos dimensiones. Debajo de nosotros, acero. Sobre nosotros, presionando nuestros lomos, más acero. Podíamos ir adelante y atrás e izquierda o derecha. Nada más. Éramos como un dibujo en un papel.

<Hay luz más adelante>, informó Ax.

Fuimos hacia la luz. Pero sobre nuestras cabezas había estallado un estruendo que no podéis ni imaginar. Docenas de gigantescos hork-bajir corrían sobre nosotros, y el impacto de sus pisotones se transmitía por el acero. Era como correr dentro de un tambor.

¡BUUUUM! ¡BUUUUM! ¡BUUUUM! ¡BUUUUM!

<¿Ves qué divertido, David? —dije, intentando poner un poco de humor—. Sí, ser animorph no es un trabajo. ¡Es una aventura!>

La débil luz que veíamos delante de nosotros se iba haciendo más y más brillante. De pronto el estruendo de pasos se desvaneció. Habíamos pasado bajo una especie de pared o panel. El caso es que habíamos dejado atrás aquel estrépito, y yo comenzaba a sentir un levísimo atisbo de esperanza en medio del espeluznante terror.

Una cosa hay que decir de las cucarachas: no se dan por vencidas.

HSSSSSSS.

<¿Qué es ese ruido?>, preguntó David.

Todo mi cuerpo sentía que el siseo procedía de un punto a nuestra espalda. Y tuve la horrible sensación de que mis antenas captaban algo desagradable.

Me detuve, me volví hacia mi costado de dos patas y miré atrás. Con mis ojos compuestos no vi prácticamente nada. Sólo una grieta estrecha y horizontal. Pero algo se acercaba. Lo notaba.

Una cosa que olía.

Una cosa que…

<¡RAID! —grité—. ¡Nos están fumigando!>