Estaba debajo del helicóptero, junto a Jake, Ax, Cassie y David. Rachel y Tobías se habían quedado fuera.
Pobres.
El helicóptero descansaba en una hondonada en la cubierta de la nave, de modo que estábamos casi ocultos.
Me volví hacia Jake.
<Invertid la metamorfosis —dijo—. Esto se va a poner feo. Estad listos para la batalla.>
Nosotros obedecimos, y al cabo de unos minutos éramos cuatro chicos asustados y un andalita tembloroso tumbados bajo el helicóptero del presidente. Miré a David para ver cómo le iba. Parecía que estuviera a punto de entrar en la consulta de un dentista que no creyera en la anestesia.
«Bien —pensé—. Habría que ser idiota para no tener miedo».
Más allá, se veían pies hork-bajir en torno al helicóptero. Estaban sacando de él a un hombre inconsciente. Vi un traje gris y unos zapatos negros. Uno de los zapatos tenía un tajo en el talón, como si hubiera pisado algo muy afilado.
¿Sería el presidente? En ese caso, no teníamos tiempo.
—Ax —susurró Jake—, necesitamos un movimiento de distracción.
Era evidente que Jake había pensado lo mismo que yo. Necesitábamos tiempo para transformarnos.
Creo que si yo fuera Ax, habría sentido bastante resentimiento en ese momento. Era como decirle: «Ax, colega, haz que te maten para que así nosotros tengamos tiempo de transformarnos».
Pero Ax tiene alma de soldado. A veces se da aires de superioridad y otras se pone un poco tonto o parece chiflado, pero la verdad es que Ax sigue siendo un aristh andalita, un guerrero. Y es el hermano de Elfangor, lo que dice muchas cosas.
<Sí, príncipe Jake, creo que es una buena idea.>
Por desgracia no era tan buena idea. Para empezar, no había sitio. Ax estaba apretujado debajo del helicóptero, y de pronto nos dimos cuenta de que ninguno de nosotros podía asumir un cuerpo de combate en un espacio tan reducido.
Aquello no iba a ser una batalla rápida. De momento ya habíamos llegado demasiado tarde para salvar al hombre del zapato rajado.
—David —susurré. Tenía su cara a pocos milímetros de mí, mientras intentaba apartarse para dejar sitio a Ax—. ¿Te dio Cassie algún cuerpo de insecto?
David parecía desconcertado.
—Me hizo tocar… quiero decir, adquirir una cucaracha. ¿Te refieres a eso?
—¡Jake! —llamé—. David puede convertirse en cucaracha. ¿Qué te parece?
Jake asintió con la cabeza. No le hacía mucha gracia, evidentemente, pero era el único camino. Tendríamos que convertirnos en algo bastante pequeño para salir de debajo del helicóptero. Ya nos preocuparíamos más tarde de interrumpir lo que fuera que estuviera pasando.
—Muy bien, chaval —dije a David—. Vamos a transformarnos en cucarachas. Concéntrate, cierra los ojos y no pienses en ello.
De momento todo iba mal. Para empezar, no teníamos a Rachel ni a Tobías. Para seguir, estábamos atrapados debajo de un helicóptero. Y para colmo, no íbamos a poder salvar al tipo del zapato rajado, fuera quien fuese.
A menos que los yeerks se movieran con toda la lentitud el mundo, tendrían tiempo de sobra para infestarle.
Yo supuse que el hombre del zapato rajado era el presidente de Estados Unidos. Y la verdad es que no hace ninguna gracia pensar que el presidente de tu país es esclavo de unos alienígenas invasores.
Si ese era el caso, lo único que podríamos hacer sería secuestrarle y tenerle encerrado durante tres días hasta que el yeerk en su cabeza muriera por falta de rayos kandrona.
Secuestrar al presidente. Sacarlo de una nave alienígena y mantenerlo escondido tres días. Nada, facilísimo. Al fin y al cabo ¿quién lo andaría buscando? Sólo el mundo entero.
«Tranquilo, Marco —me dije—. Vayamos paso por paso».
Me concentré en la cucaracha cuyo ADN tenía dentro y comencé a cambiar.
David me miraba con ojos desorbitados.
—Cierra los ojos —le dije.
Él obedeció. Pero un segundo después los abrió otra vez. Se estaba transformando, pero muy despacio. Se había encogido bastante, de hecho ya no medía más de un metro y unas duras alas negras se le estaban formando en la espalda. Pero lo más espantoso no había empezado todavía.
Yo también me hacía pequeño, y veía el suelo expandirse en todas direcciones a la vez. La piel se me endureció y se me puso de un color marrón amarillento, como las uñas de un viejo. Volví a mirar a David. De momento iba bien. Seguía encogiendo. El cuerpo de la cucaracha comenzaba a tomar forma. El cuello se había retraído, los brazos y las piernas comenzaban a segmentarse. Ya era medio cucaracha.
Su rostro, sin embargo, seguía siendo casi humano. Distorsionado, retorciéndose para convertirse en rostro de cucaracha, pero sus ojos seguían desorbitados.
«Todo irá bien —me dije—, en cuanto supere lo de las piernas de más».
Y justo entonces aparecieron las patas. Primero a mí.
¡SPLAT! ¡SPLAT!
Brotaron de mis costados, dos largas y peludas patas de cucaracha. Y supongo que mi rostro también se transformó en ese instante, porque la siguiente vez que vi a David fue a través de ojos compuestos. Así que lo que vi fueron cientos de diminutas imágenes distorsionadas de David que abría la boca para gritar.
Su extraño y espantoso gemido vibró en mis antenas.