David era rápido. Pero Cassie era rápida y estaba preparada. Se adelantó y agarró con pericia el águila.
<¿Veis? ¿Veis lo que quería decir? —exclamó Tobías, escondiéndose entre las vigas del granero—. Las águilas doradas son unas psicópatas. Ellas y los cuervos, y los grajos, y algunos otros que no podría mencionar. ¡Pero si hay ratones y conejos a montones! ¡No tienen por qué andar atacando a otras aves, caramba!>
—¡David! ¡David! —llamó Cassie—. Piensa. Concéntrate. Te llamas David. Eres un ser humano. ¡Vamos!
El águila batía las alas con furia, pero por muy grande que fuera ningún ave puede volar teniendo una chica prácticamente encima del lomo. Y además David todavía estaba enredado en su ropa. De modo que poco a poco se fue calmando.
<Uf, qué raro —dijo por fin—. Era como ser yo mismo, sólo que de pronto había alguien más en mi cabeza.>
<Ya te acostumbrarás —aseguró Ax—. Cuando yo me transformo en humano, suelo experimentar la mente humana y los instintos humanos. La necesidad de comida, por ejemplo.>
—Sí, no intentes interponerte entre Ax y un bollo de canela —dije yo.
—¿Quieres intentar volar? —preguntó Jake.
<¿Volar?>
—Pues sí. ¿Para qué te crees que son esas alas? —tercié yo.
<¿Cómo lo hago?>
—Bien, en primer lugar espera a que nos transformemos los demás. Luego confía en el águila. Ella sabe volar —explicó Cassie.
Al cabo de unos minutos estábamos listos para despegar. Dejamos la ropa de David en el granero.
Era extraño, y en cierto modo emocionante, ver a alguien transformarse por primera vez. No sé cómo explicarlo. Era como… No sé, como cuando alguien pronuncia un juramento, un chino, un africano, un alemán, un mexicano o lo que sea, y al cabo de un instante, después del «solemne juramento», ya es un norteamericano, tan americano como cualquier otro americano.
A mí siempre me ha emocionado esto, supongo que porque mi madre nació en otro país.
En fin, el caso es que sentí lo mismo al ver a David probar sus alas. Era un nuevo Animorph. Ya era oficial. Ya era uno de los nuestros.
Y no sabíamos nada de él, excepto que tenía una serpiente llamada Spawn y un gato llamado Megadeth.
David echó a volar. No era un día muy bueno para volar, pero no teníamos elección. Debíamos inspeccionar la urbanización Marriot antes de que llegaran los peces gordos. Mientras volábamos, intenté pensar qué haría yo si tuviera que organizar el sistema de seguridad. Habría controles en todas las carreteras que llevaran a la urbanización, francotiradores en los tejados, equipos de asalto con armamento pesado, tipos con lanzamisiles antiaéreos o stingers, como creo que se llaman.
Es increíble lo que se aprende viendo las películas de los libros de Tom Clancy.
Tendrían barcos patrullando la playa. Seguramente barcos ultrarápidos respaldados por los guardacostas.
<¡Esto es genial! —gritó David por décima vez, interrumpiendo de nuevo mis pensamientos—. ¡Se ve todo! ¡Veo hasta cangrejos ahí abajo en la playa! ¡Increíble!>
Seguramente habrían sellado todas las tapas de alcantarilla, instalado cerraduras automáticas en muchas de las puertas y…
<¡Mirad! ¡Mirad!>, chilló David, que acababa de entrar en una corriente térmica con las alas abiertas y había salido disparado hacia arriba.
<Sí, ya, estupendo —dije—. Pero estoy intentando pensar.>
David pasó de largo sin hacerme caso. Era enorme, como un jumbo Boeing 747, junto a mi 727. Un destello del sol asomó entre las nubes y se reflejó en las plumas doradas de su cabeza y su cuello.
<Yujuuuuuuuuuu!>, gritaba él de pura alegría.
Es cierto que era un incordio, pero no me podía enfadar. Volar es lo más fantástico del mundo. Tener tus propias alas y poder surcar el cielo es maravilloso.
Pero yo tenía que pensar. Debíamos saber qué buscar exactamente cuando llegáramos a la urbanización. Había que planear cómo movernos por dentro, cómo llegar hasta los líderes y espiarlos. Y protegerlos.
En el cielo había otros pájaros, claro, y nosotros volábamos bastante apartados unos de otros, porque, como dijo Tobías, «si no pareceríamos el delirio de cualquier observador de pájaros».
Íbamos dispersos a lo largo de un kilómetro más o menos, a veces un poco más juntos, a veces más separados, dependiendo de las corrientes y las bolsas de aire inerte que te hacían bajar varios metros de golpe. Unos gansos volaban muy por encima de nosotros en formación de V, y había también cuervos, gaviotas y algún que otro inocente halcón, todos revoloteando más abajo, en busca de comida.
Yo ni pensaba en ellos, aunque ellos seguramente sí nos habían visto. Conocían muy bien la silueta de un ave de presa, y no querían acercarse.
<¡Yujuuuuuu! —gritaba David—. ¡Estoy volando!>
Tardé un instante en darme cuenta de que su tono era distinto. Más excitado, más agudo. Cuando alcé la vista ya era demasiado tarde.
David bajaba en picado como un cohete, en dirección a un pobre cuervo desprevenido. Yo no pude hacer nada. Era un águila pescadora. Nunca podría alcanzarle. Sólo Jake, con su forma de halcón peregrino, hubiera sido capaz de interceptar al águila. Pero Jake estaba demasiado lejos.
Con mis agudos ojos de águila pescadora vi las enormes garras del águila real. No hubo ruido alguno cuando David atrapó el cuervo. Estaban demasiado por debajo de mí para que yo oyera nada. El cuervo iba volando tan tranquilo, y un segundo después estaba atrapado.
David entró de nuevo en una corriente de aire y salió disparado hacia arriba. El cuervo se agitaba sin vida en el aire, como un molinete negro.
<¿Pero qué haces?>, rugió Jake.
<Eh… eh… Supongo que el cerebro del águila me ha dominado por un instante —se disculpó David—. ¡No me puedo creer lo que he hecho! ¡Pobre cuervo! He perdido el control.>
Era posible. A veces es difícil controlar al animal en el que te transformas. De modo que lo que decía David era posible. Los otros se lo creyeron, desde luego. Cassie hasta quiso consolarlo.
Pero yo tengo muy buen ojo para las mentiras. Quizás es porque sé mentir muy bien cuando hace falta. Yo me huelo una mentira a kilómetros, y la verdad era que David había matado a ese cuervo deliberadamente, a sangre fría, sin ninguna razón.
<¡Mirad! —exclamó Tobías—. Un helicóptero viene detrás de nosotros. Es de los marines. ¡Vaya! ¡Debe de ser Marine One!>
<¿Marine qué?>, quiso saber Rachel.
<¿Conoces el Air Force One, el jet del presidente? Pues el Marine One es el helicóptero del presidente>, explicó Tobías.
<Hay que ver lo que sabes, Tobías>, se maravilló Rachel.
Yo clavé mi mirada de águila en el helicóptero. No había tiempo de preocuparse por David. El helicóptero venía de la dirección del aeropuerto, con rumbo a la urbanización. Un segundo helicóptero, idéntico al primero volaba un kilómetro más atrás. Era un señuelo. A menos que el señuelo fuera el primero.
Entonces noté otra cosa. Un remolino en el aire, por encima y por detrás del primer helicóptero. Como si el mismo aire girara, casi como las olas de calor que suben del asfalto caliente.
Tobías también lo había visto.
<¡Mi madre! ¡Creo que hemos visto eso antes!>
<¿Qué pasa?>, preguntó David.
<Tecnología secreta yeerk —contestó Ax con calma—. Los ojos humanos no pueden verla. El radar humano no lo capta. Pero estos ojos son muy buenos. Y la tecnología yeerk… bueno, no es exactamente tecnología andalita.>
<¿Pero qué es?>, gritó David.
<Una nave especial yeerk camuflada —expliqué—. Justo detrás del helicóptero del presidente. No van a esperar a la conferencia. ¡Los yeerks van a ir a por él en este mismo momento!>