20

Trasladamos a David a casa de Jake. No sabíamos qué haríamos con él a la larga. No podía volver a su casa. No podía ir a ninguna parte. Era una persona buscada y no podíamos permitir que lo atraparan. Sobre todo porque sabía demasiado.

Al día siguiente de que viera que su padre era un controlador, nos reunimos en el bosque. El padre de Cassie estaba trabajando en el granero. Hacía frío y el cielo estaba nublado, de modo que caminábamos cerrándonos las chaquetas con una mano.

Con la otra mano acarreábamos una enorme jaula dividida en dos. La habíamos atravesado de parte a parte con unos palos y la llevábamos entre Cassie, Jake, Rachel y yo. David caminaba junto a nosotros, un poco absorto en sí mismo. Tobías y Ax estaban en el bosque.

En las jaulas iban dos enormes aves de presa: un azor y un águila real. El azor era cuatro veces más pequeño que el águila. El águila era enorme y pesaba un montón. A mí ya me dolía el brazo de cargar con la jaula.

Las dos aves habían sido pacientes de Cassie y su padre, y las íbamos a liberar.

Tobías bajó planeando, como si surgiera de las nubes, y aterrizó con gran precisión sobre un pequeño tronco.

<¿Qué hacéis con eso?>, preguntó, mirando al águila.

—Calma, Tobías, calma —dijo Cassie, dejando la jaula en el suelo.

<No pensaréis liberarla en mi territorio.>

—Tobías, este animal ha estado en la clínica sólo dos días. Tiene un territorio bien establecido arriba en las montañas. Ya sabes que a las águilas reales no les gusta anidar en los árboles si pueden encontrar un buen cerro, así que no se quedará por aquí. Pero no podemos acercarla más a su territorio, porque la carretera está bloqueada allí arriba.

Tobías la miró fieramente. Pero la verdad es que Tobías siempre parece fiero. Su cara de halcón nunca parece precisamente feliz o relajada.

Tobías se volvió hacia David y luego a Jake, en una clara y silenciosa pregunta.

—David está aquí porque va a adquirir su primer animal. El azor.

—¿Cuál es el azor? —preguntó David.

—El ave más pequeña —contestó Cassie—. Es muy rápida, muy ágil —añadió.

—¿Más rápida que el águila?

<No te recomiendo que seas un águila —terció Tobías—. Son idiotas. Persiguen a otros pájaros. Y a cualquier otra cosa, desde un conejo hasta un ciervo pequeño. Y lo del ciervo lo digo en serio. Yo mismo he visto a un águila real abatir un cervatillo. Le hundió las garras en el cuello y el pobre animal cayó como si le hubieran pegado un tiro.>

—Quiero ser águila —afirmó David.

—¿Por alguna razón especial? —preguntó Jake, al cabo de un momento de vacilación.

—Sí. Me decís que ya no tengo casa ni familia. Ahora se ve que estoy metido en una especie de guerra contra extraterrestres. Pues bien, si estoy en guerra, quiero tener las de ganar.

Jake asintió con la cabeza.

—No siempre es mejor la fuerza. El águila real es tan grande como el águila de cabeza blanca. Rachel se convierte en águila y a veces tenemos problemas con su tamaño.

—Este ave mide más de dos metros de envergadura, de la punta de un ala a la otra —señaló Cassie.

David miró las hojas muertas del suelo.

—¿Acaso Jake os dijo en qué animales os teníais que convertir? ¿O los escogisteis vosotros mismos?

—No te estoy diciendo en qué animal convertirte —apuntó Jake con calma, pero en ese tono que utiliza cuando se empieza a enfadar.

—Bien. Entonces seré un águila —insistió David.

—Mira, tengo una idea —dije yo—. ¿Qué tal si dejas de hacer el imbécil? Te hemos salvado de los yeerks unas cuantas veces, ¿no? Sabemos de esto mucho más que tú. Y Jake es el líder del grupo, de modo que podrías mostrar más respeto.

—¿Te crees que eres mi padre? —me espetó David con desdén—. No eres quién para decirme lo que tengo que hacer. Nadie me dice lo que tengo que hacer. En cuanto a lo de salvarme, ¡ja! No me vengas con ésas. Vosotros queríais la caja azul. Pues bien, ya la tenéis. ¿Y qué tengo yo? Nada. Yo no tengo nada. Así que muchas gracias.

No sabía qué esperar de David. Pero, para ser sincero, tengo que admitir que al principio a mí tampoco me hizo ninguna gracia ser un animorph. No me interesaba salvar al mundo entonces. Lo único que quería es que mi padre no sufriera más. Y supongo que en realidad no lo acepté hasta que descubrí que mi madre era una controladora. Entonces supe que tenía que luchar.

—Mira, chaval… —comenzó Rachel.

Pero Jake hizo un gesto con la cabeza y ella se interrumpió de mal humor.

—Vosotros pensáis que todo esto es genial y que sois muy duros —dijo David—. Con vuestras batallitas y esas cosas. Y ahora llego yo, el chico nuevo, y no os caigo bien. Ya estoy acostumbrado.

—Nadie ha dicho que nos caigas mal —dijo Cassie.

David se volvió para mirarme.

—A él le caigo mal. No soy tonto, ¿sabéis? Sé muy bien lo que la gente piensa de mí. Mi familia se muda cada dos años, cada vez que trasladan a mi padre, y yo siempre soy el chico nuevo en el colegio. Así que se me da muy bien adivinar lo que la gente piensa de mí. Y ahora llego a otro colegio nuevo, otra vez el chico nuevo —se encogió de hombros—. Mirad, no sé si os caigo bien o mal, pero me da igual. Aquí estoy. Si utilizáis la caja azul conmigo, seré uno de vosotros. Pero no voy a permitir que me pisoteéis. No pienso estar todo el día «gracias, gracias, magníficos animorphs, por permitirme estar con vosotros». Si estoy dentro, estoy dentro para todo. Si no… No sé, supongo que ya pensaré qué hacer. Yo solo.

Lo más curioso es que me gustó el discursito de David, mira por dónde. Me gusta la gente que no se deja avasallar. Sí, me gustó su discurso y su actitud. Aunque David seguía sin gustarme.

Pero Rachel se echó a reír.

—Creo que va a encajar de maravilla.

Jake miró a Tobías.

—¿Dónde está Ax?

<¿Es que no lo oyes? Mira que estáis sordos los humanos. Viene hacia aquí galopando, aparecerá más o menos… ahora.>

En efecto, Ax apareció en ese momento.

<Siento llegar tarde. He tenido que desviarme un poco para esquivar a unos excursionistas. ¿Vamos a seguir adelante con el escafil?

Jake vaciló sólo un instante antes de contestar.

—Sí.

Rachel llevaba la caja azul en una bolsa a la cintura. La sacó y se la lanzó a Ax, que no logró atraparla. Las manos de los andalitas son débiles y lentas. Pero antes de que la caja cayera al suelo Ax restalló su cola, con la cuchilla plana, y la pescó en el aire.

<Pon la mano en la cara de la caja que tienes enfrente>, le dijo a David.

—¡Esperad! ¿No deberíamos celebrar una especie de ceremonia o algo así? —sugirió Cassie.

—¿Cómo qué? —pregunté—. ¿Quieres que nos agarremos de la mano y cantemos el himno nacional?

—No, no me lo sé de memoria —replicó ella, y con una sonrisa añadió—: Podríamos tararearlo.

Todos nos echamos a reír, incluido David.

Ax alzó el cubo en una mano. David dio un paso adelante, todavía un poco intimidado por Ax, y puso la mano en una de las caras.

—Hace cosquillas —dijo.

De pronto me vi de nuevo en aquel solar, con Jake, Rachel y Cassie, con Tobías todavía humano y Elfangor agonizando. Apenas reconocía a la persona que era yo entonces. Había cambiado mucho. Todo había cambiado aquella noche.

Ahora David, un chico no muy distinto de nosotros, había sido arrastrado a esta pesadilla de grandes poderes y grandes miedos. Quizá no me cayera muy bien, pero la verdad es que me daba pena.

Me acerqué a él y le tendí la mano. Él me la estrechó.

—Bienvenido a los animorphs, chico nuevo.

Todos le fuimos dando la mano, y luego Cassie abrió la jaula del águila real.

—Tiende la mano muy despacio —instruyó.

David tendió una mano temblorosa hacia el ave.

—Ahora ponle la palma en el hombro.

El águila le miró con cara de pocos amigos, pero luego se limitó a ignorarlo.

—Concéntrate. Tienes que ver el águila en tu mente. Piensa en ella, en lo que es, en lo que representa.

David cerró los ojos.

—Ahora aparta la mano —prosiguió Cassie—. Ya tienes el águila dentro de ti. Su ADN está en tu sangre. Puedes convertirte en ella.

David sonrió.

—¿Cuándo lo haré?

—Muy pronto —contestó Jake—. También tenemos que conseguirte un cuerpo con dientes. Cassie, llévate a David al zoo. Puede entrar contigo porque tienes acceso libre. Nosotros iremos volando. Déjale que adquiera los cuerpos que quiera. Pero debe adquirir también uno o dos insectos, por si hace falta que se haga pequeño. Tenemos que estar preparados para todo —entonces se volvió hacia David—. Tenemos por delante un pequeño… problema. Una misión.

—Nada de lo que preocuparse —dije yo—. Lo de siempre. Salvar al mundo de los invasores alienígenas. Ya te acostumbrarás.