13

Lo sentí moverse dentro de mi boca. Noté las patadas de sus ocho patas peludas.

<¿Me has ingerido?>, preguntó indignado.

<Pues… sí.>

<¿Has perdido el control de tu forma?>

<Pues…> Vale, a lo mejor sí que había perdido el control. Por un instante. Pero ya lo había recobrado.

Daba un poco de vergüenza, la verdad. Uno no va por ahí comiéndose a sus amigos.

Entonces se me ocurrió algo espantoso.

<¿Te he mordido? ¿Cómo te encuentras?>

<Eeeeh… atontado…>

<¡Transfórmate!> Ya no importaba que el padre de David lo viera. Ax moriría en segundos si no se transformaba.

Escupí la araña, lo cual no fue nada fácil. Mi lengua de serpiente no funcionaba como una lengua normal. Salía de su pequeña ranura saboreando el aire cada segundo más o menos. Era estupenda para captar el olor de una posible presa, pero inútil para sacarse de la boca arañas medio muertas.

Por suerte Ax ya se estaba transformando. Se iba haciendo más y más grande en mi boca de serpiente al tiempo que iba saliendo.

En ese momento apareció el padre de David.

—¿Pero qué…? ¡Oh oh oh! ¿Qué es eso?

No había nada que hacer. No tenía más remedio que ponerme en contacto con él. Tenía que emplear la telepatía. Por supuesto, ninguna ley me obligaba a decir la verdad. Y es un hecho que no se puede saber de dónde proviene un mensaje telepático.

<¡Saludos, terrícula! ¡Klaatu barada nikto! ¡Vengo en son de paz!>

—¡Aaaah! —exclamó el padre de David, retrocediendo un par de pasos.

Sacó la pistola de la cartuchera y apuntó a Ax. No se le podía reprochar, la verdad, porque Ax tenía el tamaño de una galleta, con ocho patas peludas, un pelaje azul y marrón, una especie de cola de escorpión y dos brazos diminutos.

<¿No dispares tu arma, terrícola! —chillé—. ¡Venimos en son de paz!>

—¿Cómo que «venimos»? Hace un momento era «vengo». ¿Cúantos sois?

Genial. Sólo un «oficial de la ley» repararía en una cosa así. Recordé que David había dicho que su padre era un espía. ¿Para quién trabajaría? ¿Para el FBI? ¿La CIA? ¿O sería un miembro de esa oscura organización secreta que no hace más que dar quebraderos de cabeza a Mulder y Scully?

<Esto… Bueno, terrícola —dije—, sólo somos uno. Pero sufro una especie de enfermedad mental espacial. Múltiple personalidad. Es que el viaje desde el planeta Xenon Cinco es larguísimo y necesitaba alguien con quien hablar.>

Ax había crecido hasta el tamaño de un oso de peluche. Un oso de peluche feísimo, eso sí.

—¡Deja de hacer eso que estás haciendo! —gritó el hombre—. ¡Deja de crecer!

<¡Eh! ¡Qué demonios estáis haciendo ahí vosotros dos?>

Era la voz de Tobías, desde el exterior.

<Yo soy una serpiente. He mordido a Ax, que se está transformando para no morir envenenado. El maldito e-mail ha sido enviado y este tipo nos va a pegar un tiro —contesté—. ¿Alguna otra pregunta?>

—¡Deja de crecer o disparo! —amenazó el hombre.

CLICK.

Había quitado el seguro de la pistola.

—¡He dicho que te detengas!

<Tenéis otro problema —anunció Tobías—. David se acerca.>

<¡Terrícola! —grité—. ¡Tu hijo se ha escapado del colegio!>

No sé por qué lo dije. Supongo que sabía instintivamente que todos los padres son iguales, y que incluso enfrentados a un alienígena monstruoso y mutante, pensarán antes que nada en sus hijos.

Al agente del FBI, la CIA o la agencia secreta de las narices, le llamearon los ojos.

—¿Cómo?

<Que se ha saltado la última clase.>

Voy a parar un momento para que veáis bien la imagen. Ahí estaba yo, la serpiente, hablando por telepatía con un tipo muy suspicaz, fingiendo hablar desde una criatura medio araña medio andalita del tamaño de un caniche, al mismo tiempo que le anunciaba que un chico normal se había escapado del colegio.

Pregunta: ¿es mi vida una locura?

Respuesta: definitivamente, sí.

—Yo he vuelto a casa antes de lo previsto —dijo el padre de David—. ¡Ja! ¡Esta vez lo he pescado! ¡Va a estar un mes castigado!

Noté las vibraciones del sonido de una puerta en el piso de abajo.

Ax era ya más andalita que araña. Al perder su forma se libraba del veneno.

—Te he dicho que dejes de hacer eso —ordenó el padre de David, pensando de pronto que tal vez, sólo tal vez, tener un alienígena en su casa era ligeramente más importante que pescar a su hijo saltándose una clase.

<Marco, aguanta ahí —dijo Tobías desde fuera—. Veo un águila, un águila pescadora y un halcón que vienen hacia aquí. Llegarán dentro de unos diez minutos.>

<Estupendo, siempre que este tío no decida apretar el gatillo. Porque calculo que la bala tardará menos de diez minutos en hacer su recorrido.>

De pronto apareció David en la puerta. Al ver a Ax se quedó de piedra.

—¡Jo!

—Dice que es una especie de extraterrestre —explicó su padre.

—¡Guaaaaaau!

—A propósito, estás castigado.

—¿Un alienígena? De eso nada.

Lo siento, pero no me pude contener, y le contesté en lenguaje telepático.

<De eso todo>, repliqué.

Habría tenido gracia. Quiero decir que todo aquello era alucinante, eso seguro. Pero la gracia se desvaneció en un instante. Porque en ese momento Tobías me habló de nuevo.

<Se acercan una limusina, dos jeeps y una furgoneta. ¡Y vienen a toda velocidad!>, anunció.

<Escuchad —dije a David y a su padre, con toda la calma que pude fingir—. Dentro de un momento esto va a ser un infierno. Tenéis que esconderos.>

—¿Escondernos? ¿Y por qué nos íbamos a esconder? —preguntó David con tono desafiante.

<Porque se trata de esconderse o morir.>