Se lo conté todo a Jake durante la clase. Él se levantó de un salto, lanzó una palabrota de las gordas y lo enviaron a discutir el asunto con el director.
Yo me pasé parte de la tarde buscando la ocasión de contárselo a Rachel y Cassie. Tenía que esperar a que estuvieran juntas, porque Cassie ejerce un efecto tranquilizador sobre Rachel.
Una cosa estaba clara: había que impedir que se enviara el e-mail, lo cual significaba que tendría que perderme la dos últimas horas de clase. Jake tomó la decisión final junto a mi taquilla, entre la quinta y la sexta clases.
—Adelante —dijo—. Ve al ordenador de ese chico y borra ese e-mail.
—Quizá tenga una contraseña para entrar —señalé—. Voy a intentar llevarme a Ax.
Jake asintió con la cabeza.
—Más vale que te des prisa, no tienes mucho tiempo. Ya te pasaré luego los apuntes de clase.
—Gracias, pero prefiero los de Cassie. Los tuyos están llenos de garabatos, y dibujos de jets y tanques.
Sé muy bien cómo llegar al tejado del colegio, y por suerte no había nadie allí. Metí mi ropa en la mochila, pensando en recuperarla más tarde, y al cabo de cinco minutos estaba en el aire.
Era una misión desesperada, de vida o muerte, pero no pude evitar una oleada de pura alegría al despegar del tejado del colegio y sentir el aire bajo las alas. ¿Acaso vosotros, cuando estáis ahí sentados en clase, no habéis deseado nunca salir volando por el cielo? Es fantástico. Lo único era no pensar en la posibilidad de que llamaran a mi padre.
La verdad es que aquella idea apagó un poco mi alegría.
Y además también estaba la posibilidad de que antes del final del día tuviera que enfrentarme a Visser Tres.
Pero hacía un sol estupendo, con algunas nubes muy altas en el cielo, y el aire caliente que subía de la tierra me elevaba sin esfuerzo cada vez más y más. Más y más arriba… hasta que las casas parecían cajas de zapatos y los coches cajas de cerillas.
Viré en dirección a la lejana línea de árboles. No sería fácil encontrar a Ax. Durante el día se mantenía escondido. Teníamos miedo de que algún cazador de ciervos intentara matarlo. O peor aún, que algún controlador pudiera verle y adivinar lo que era.
La brisa soplaba en mi contra, así que avanzaba despacio. Pero Tobías nos había enseñado que a veces la altitud te hace ganar velocidad. Veréis, si uno sube muy alto la fuerza de la gravedad le permite planear largas distancias, incluso contra el viento. Es como subir a la cima de un tobogán gigante. Aunque el viento esté en contra, uno se desliza hacia abajo.
Aproveché una corriente de aire caliente para elevarme cada vez más. Nunca había volado tan alto. No sé a qué distancia estaba del suelo, pero os aseguro que vi un pequeño avión privado que volaba a mi misma altitud.
Apunté hacia el bosque y me lancé a un largo y suave planeo que finalmente me llevó hasta mi objetivo.
Ax vive en unos veinticinco kilómetros cuadrados de bosque. ¿Tenéis idea de cuánto bosque es eso? Pues mucho. Un montonazo de árboles. Mis ojos de águila pescadora lo veían todo, hasta los escarabajos y gusanos sobre las hojas muertas. Pero ni siquiera yo logré ver a Ax, al menos durante mucho rato. Demasiado rato.
Al final me puse nervioso de verdad. Llevaba transformado más de una hora, e incluso si encontraba a Ax, tendría que volar hasta…
¡De pronto capté un movimiento!
Era un ciervo. ¡No! No era un ciervo. A menos que los ciervos se estuvieran volviendo azules.
Giré las alas y descendí.
<¡Ax! ¡Ax! ¿Eres tú? Soy yo, Marco.>
Él dejó de correr. Uno de sus cuernos, con un ojo en la punta, se alzó hacia el cielo y me enfocó.
<¿No deberías estar en el colegio?>, me preguntó.
<¿Es que ahora te has metido a policía? Necesito tu ayuda. ¿Tú crees que podrías saltar cualquier contraseña de seguridad en un ordenador?>
Ax se echó a reír. Pero de pronto se calló.
<Ah, hablas en serio. Pensaba que era una broma. Estoy haciendo un esfuerzo por reconocer el humor humano y responder a él adecuadamente.>
<Ya —aterricé de maravilla sobre un tronco caído, hundiendo las garras en la madera podrida y molestando a un grupo de termitas—. Bueno, dime, ¿puedes hacerlo?>
<Pues claro que sí. ¿Un ordenador humano? Ya sé que no lo has dicho con mala intención, pero esa pregunta es un insulto para cualquier andalita.>
Suspiré.
<Vale, vale. Necesitas transformarte. Tenemos que espabilarnos.>
<¿Cuál es el problema?>, preguntó Ax.
Pero no perdía el tiempo. Ya se estaba fundiendo, cambiando, transformándose.
<Es la caja azul. Si no me equivoco, dentro de una hora Visser Tres va a recibir un e-mail que le ofrecerá la posibilidad de comprarla.>