5

Después de hablar con Erek nos habíamos quedado todos de piedra. Ninguno quería imaginar un mundo en el que los presidentes de las grandes potencias fueran esclavos de los yeerks.

Teníamos que intentar detenerlos.

—Muy bien, vayamos paso por paso —sugirió Jake—. Primero tenemos que solucionar el de la caja azul.

De pronto noté que algo pasaba por encima de nosotros. Tobías aterrizó en la «R» del cartel del Burger King.

<No hay problema —informó—. La ventana de David está abierta. Desde allí he visto la caja azul en su mesa. Sólo es entrar y salir. La habría recuperado yo mismo, pero dijisteis que viniera a informar.>

Jake asintió con la cabeza. Para responder por telepatía teníamos que haber realizado la metamorfosis. Tobías podía utilizarla, pero nosotros no.

Tobías se nos había quedado mirando con la cabeza ladeada.

<Está bien, ¿quién se ha muerto? Parece que os acaban de anunciar que han cancelado las vacaciones del colegio. Bah, es igual, ya me lo contaréis más tarde.>

—Muy bien. Vamos a terminar con esto —dijo Jake—. Rachel y Marco, vamos.

Entramos en la hamburguesería, como cualquier grupo normal de chicos. Jake y yo fuimos al servicio de caballeros, un cuartito muy pequeño, y cerramos la puerta.

Yo me quité el suéter.

—No pierdas ese suéter —advertí—. Me lo firmó Steve Young.

—Marco, Steve Young lo firmó hace dos años y desde entonces lo has lavado por lo menos una vez. El nombre ya no se ve.

—Yo no he dicho que aún estuviera firmado, ¿no? He dicho que me lo firmó. Tiene un valor sentimental.

Jake miró en torno al sombrío cuartito.

—Es parte del encanto de la vida de superhéroe.

—Sí. ¿Qué fue de aquellas enormes cabinas telefónicas en las que se cambiaba Superman?

—¡Y tanto! Yo todavía no me acostumbro al nuevo Superman —replicó Jake.

Empecé a concentrarme en la metamorfosis. Tenía que ser un trabajo aéreo, así que tocaba ave. Se trataba de entrar por la ventana, agarrar la caja y volver disparados.

No había ningún problema, como había dicho Rachel. Nada de qué preocuparse, sobre todo comparado con lo que Erek nos acababa de contar.

Esta metamorfosis me era muy familiar: un águila pescadora, que es una especie de halcón. Por lo general viven cerca del agua y comen pescado. Muy pocas veces se las ve rondando por los servicios del Burger King.

Como decía, me concentré y empecé a encogerme. De pronto el retrete me quedó a la altura de los ojos, y Jake parecía todavía más grande de lo habitual.

¡POM! ¡POM!¡POM!, llamaron a la puerta.

—¡Está ocupado! —gritó Jake.

Yo seguí transformándome. La piel se me volvió gris, como una pizarra sucia, como si llevara muerto un par de semanas. Es bastante angustioso mirarte y ver que la piel se te vuelve gris, os lo aseguro.

Pero es aún peor cuando empiezan a aparecer las plumas, primero como si fueran líneas dibujadas, y luego destacando en relieve, en tres dimensiones.

Mis dedos se estiraron, alargándose en comparación a mis manos y mis brazos, y se me salieron de la piel hasta convertirse en hueso de pájaro, blanco y seco.

—¡Aaaaagh! —exclamó Jake, riéndose pero con asco—. ¡Eso es nuevo!

—Madre mía, espero no tener que volver a pasar por esto.

La metamorfosis son muy impredecibles. No son una cosa gradual, sino que van por fases, súbitas etapas extrañísimas, de aspecto asqueroso.

Esto de los huesos al aire era nuevo. Y nada agradable.

¡POM! ¡POM! ¡POM! ¡POM! ¡POM!

—¿Está ocupado? —preguntó una voz.

—¡Sí, está ocupado! —gritó Jake—. ¡Caray!

—¡Salid ahora mismo!

—¿Qué? —dijo Jake.

—¿Creek? —dije yo, justo cuando los labios se me estaban convirtiendo en un pico.

—¿Estáis tomando drogas? —preguntó la voz.

—¡No! —Jake me miró exasperado—. ¡Date prisa!

—¡SALID DE AHÍ AHORA MISMO!

Era una voz nueva, muy autoritaria. Entonces se oyó una llave en la cerradura.

—¡Deja de transformarte! —me apremió Jake—. ¡Ponte derecho y no te muevas!

Así me quede hecho un águila en un noventa por ciento. Debía de medir unos sesenta centímetros de alto. Jake me echó encima mi suéter y me cubrió la cabeza con la capucha.

En ese momento se abrió la puerta y aparecieron dos personas mirándonos ceñudas: un adolescente con el uniforme del Burger King y el encargado.

—¿Qué pasa? He traído a mi hermano pequeño al servicio —dijo Jake, dándome unas palmaditas en el hombro.

El hombre y el chico se me quedaron mirando. El suéter me quedaba tan grande que me caía en pliegues en torno a los pies. Lo cual era una suerte, porque mis pies eran garras. Las mangas colgaban vacías.

—¿Tu hermano pequeño? —preguntó el encargado—. ¿Y por qué lleva un suéter tan grande?

—¡Oiga, que ese suéter estaba firmado por Steve Young! —exclamó Jake, como si eso fuera una explicación.

—¡Le pasa algo en la cara! —observó el chico del Burger.

Jake me rodeó con el brazo con gesto protector.

—No les hagas caso, Tommy —me dijo con tono lloroso—. No te pasa nada en la cara. Nada, te lo digo yo. Los médicos dicen que algún día volverás a ser normal.

—Yo no quería decir que… —se disculpó el chico.

—¿Qué tiene? —preguntó preocupado el encargado—. ¿Es una enfermedad?

Jake se quedó en blanco.

—Pues…

<Piconoma>, le apunté yo telepáticamente.

—Piconoma —dijo Jake.

<Un tumor en forma de pico>, expliqué.

—Es… esto… un tumor en forma de pico.

<Es una auténtica tragedia porque sólo afecta a personas muy, muy inteligentes e interesantes.>

—¡Calla! —murmuró Jake entre dientes, y se me llevó a rastras, tirando de mí todo lo deprisa que yo podía andar con garras en vez de pies y cubierto con un gigantesco suéter.