—¡Me siento como si despertara de una pesadilla! —manifestó Hilary. Se desperezó alzando los brazos bien alto por encima de la cabeza. Estaban sentados en la terraza de un hotel de Tánger. Habían llegado aquella misma mañana en avión—. ¿Ocurrió todo eso? ¡Es imposible! —continuó la joven.
—Sí, ha sucedido —le contestó Tom Betterton—, pero estoy de acuerdo contigo, Olive. Fue una pesadilla. Bueno, ya he salido de allí.
Jessop apareció en la terraza y se sentó con ellos.
—¿Dónde está Andy Peters? —preguntó Hilary.
—No tardará en venir. Tenía algunos asuntos que atender.
—De modo que Peters era uno de los suyos —comentó Hilary—, y fue quien dejó las señales fosforescentes y las huellas radiactivas de una pitillera de plomo. Nunca me dijo nada.
—No —contestó Jessop—. Los dos fueron muy discretos.
Aunque, para ser precisos, no es uno de los míos. Representa a Estados Unidos.
—¿Era a él a quien se refería cuando me dijo que si conseguía llegar hasta Tom tendría protección?
Jessop asintió.
—Espero que no me reproche por no haberle proporcionado el final deseado a su experiencia.
Hilary le miró extrañada.
—¿Qué final?
—Un medio más deportivo de suicidarse.
—¡Oh, eso! —Meneó la cabeza en un gesto de incredulidad—. Ahora me parece tan absurdo como todo lo demás. He sido Olive Betterton durante tanto tiempo que me resulta extraño volver a ser Hilary Craven.
—¡Ah! —exclamó Jessop—. Ahí está mi amigo Leblanc. Debo ir a hablar con él.
Les dejó para cruzar la terraza. Tom Betterton dijo a toda prisa:
—Haz una cosa más por mí, ¿quieres, Olive? Todavía sigo llamándote Olive, es la fuerza de la costumbre.
—Sí, desde luego. ¿Qué quieres?
—Sal conmigo a la terraza y luego vuelve y di que he subido a mi habitación para descansar un rato.
—¿Por qué? —Le miró interrogativamente—. ¿Qué vas a hacer?
—Me marcho, querida, mientras pueda hacerlo.
—¿Marcharte? ¿Adónde?
—A cualquier parte.
—¿Por qué?
—Piensa un poco. No sé cuál es mi situación legal aquí. Tánger es un lugar extraño que no está bajo la jurisdicción de ningún país en particular. Pero sé lo que ocurrirá si voy con vosotros a Gibraltar. En cuanto llegue, me arrestarán.
Hilary lo miró preocupada. Con la excitación de haber escapado de la Unidad, había olvidado los problemas de Tom Betterton.
—¿Te refieres al Acta de Asuntos Secretos o como la llamen? No creerás que podrás escapar, ¿verdad, Tom? ¿A dónde irás?
—Ya te lo he dicho. A cualquier parte.
—¿Es eso posible hoy en día? Está la cuestión del dinero y toda esa clase de dificultades.
—En cuanto al dinero no tengo por qué preocuparme. —Rio—. Está en lugar seguro donde poder recogerlo y bajo otro nombre.
—¿De modo que aceptaste dinero?
—Por supuesto.
—Pero te seguirán.
—Les costará bastante. ¿No comprendes, Olive, que la descripción que tienen de mí es completamente distinta a mi aspecto actual? Por eso tenía tanto interés en la cirugía estética. Era lo más importante. Salir de Inglaterra, ingresar una buena suma de dinero en un banco y hacer que mi aspecto cambiara de tal forma que pudiera considerarme seguro para toda la vida.
La joven le miró con una expresión de duda.
—Te equivocas. Estoy segura de que estás equivocado. Sería mejor que regresaras y afrontaras los hechos. Al fin y al cabo, ya no estamos en tiempo de guerra. Supongo que tu condena sería corta. ¿Por qué quieres vivir huyendo el resto de tu vida?
—Tú no lo comprendes. No comprendes nada en absoluto. Vamos ahora mismo, no hay tiempo que perder.
—¿Cómo vas a salir de Tánger?
—Ya me las arreglaré. No te preocupes.
Hilary se puso en pie y caminaron lentamente hacia la terraza.
Se sentía inquieta y sin saber qué decir. Había cumplido su compromiso con Jessop y con la mujer muerta, Olive Betterton.
Ahora ya no le quedaba nada más que hacer. Había pasado muchas semanas de intimidad con Tom Betterton, pero se daba cuenta de que seguían siendo dos extraños. No les unía el menor lazo de compañerismo o amistad.
Llegaron al extremo de la terraza. Allí había una pequeña puerta lateral por la que se salía a una estrecha callejuela que bajaba por la colina hasta el puerto.
—Me marcharé por aquí —dijo Betterton—. Nadie nos observa.
Hasta la vista.
—Buena suerte —manifestó Hilary despacio.
Contempló a Betterton mientras se acercaba a la puerta y la abría. En cuanto lo hizo, dio un paso atrás y se detuvo. Había tres hombres en el umbral y dos de ellos se adelantaron hacia él. El primero habló en tono oficial:
—Thomas Betterton. Traigo una orden de arresto contra usted. Quedará aquí bajo custodia, mientras se llevan a cabo los trámites de extradición.
Betterton se volvió bruscamente, pero el otro hombre se anticipó al intento. Tom soltó una carcajada.
—Todo esto me parece muy bien, excepto que yo no soy Thomas Betterton.
El tercer hombre se reunió con los otros dos.
—¡Oh, sí, claro que lo es! —afirmó—. Usted es Thomas Betterton.
El científico volvió a reír.
—Lo que quiere decir es que durante un mes ha estado viviendo conmigo, oyéndome llamar y decir que era Thomas Betterton. Pero el caso es que no soy Thomas Betterton. Lo conocí en París y vine en su lugar. Pregúntenselo a esta señora si no me creen. Vino a reunirse conmigo, pretendiendo ser mi esposa, y yo la reconocí como tal. Fue así, ¿no es cierto?
Hilary asintió.
—Eso fue —continuó Betterton—, porque no siendo Thomas Betterton, naturalmente, no sabía cómo era su mujer. Yo pensé que era la esposa de Thomas Betterton. Después tuve que intentar alguna explicación que le satisficiera, pero ésa es la verdad.
—De modo que por eso simulaste reconocerme —exclamó Hilary—. ¡Y me pediste que siguiera fingiendo!
Betterton volvió a reír, esta vez con más confianza.
—No soy Betterton. Miren cualquier fotografía de Betterton y verán como les digo la verdad.
Peters se adelantó. Cuando habló su voz fue completamente distinta a la que Hilary conocía. Fría e implacable.
—He visto fotografías de Betterton, y estoy de acuerdo con usted en que no le hubieran reconocido como tal. Pero, no obstante, es usted Thomas Betterton y voy a probarlo.
Asió bruscamente a Betterton y le quitó la chaqueta.
—Si es usted Thomas Betterton, tiene una cicatriz en forma de zeta en el pliegue del codo derecho.
Mientras hablaba le desgarró la manga de la camisa para descubrirle el brazo.
—Ahí está —dijo señalándola triunfalmente—. Hay dos ayudantes del laboratorio en Estados Unidos que lo testificarán. Yo lo sé porque Elsa me escribió contándome cómo se la hizo.
—¿Elsa? —Betterton le miró extrañado, comenzando a temblar—. ¿Elsa? ¿Qué tiene que ver Elsa?
—¿Por qué no pregunta de qué cargo se le acusa? —El policía volvió a adelantarse—. El cargo es de asesinato en primer grado. Se le acusa de haber asesinado a su esposa, Elsa Betterton.