Capítulo II

—¿Comandante Glydr? —Jessop vaciló al pronunciar aquel nombre.

—Sí, es difícil. —El visitante habló en un tono humorístico—. Sus compatriotas durante la guerra me llamaban Glider. Y ahora en Estados Unidos, he cambiado mi nombre por el de Glyn que resulta más fácil para todos.

—¿Viene ahora de Estados Unidos?

—Sí, llegué hace una semana. ¿Es usted, perdóneme, Mr. Jessop?

—Sí.

El otro lo miró con interés.

—He oído hablar bastante de usted.

—¿De veras? ¿A quién?

El hombre sonrió.

—Tal vez vayamos demasiado rápido. Antes de que usted me permita hacerle algunas preguntas, quiero presentarle esta carta de la embajada de Estados Unidos.

Se la entregó con una reverencia. Jessop leyó las breves y corteses frases de presentación y la dejó sobre la mesa. Dirigió una mirada apreciativa a su visitante: un hombre alto y muy erguido, de unos treinta años poco más o menos. Llevaba el pelo rubio cortado a la moda continental. Su modo de hablar era lento y con un marcado acento extranjero, aunque gramaticalmente correcto.

Jessop observó que no estaba nervioso o inseguro, algo poco corriente. La mayoría de personas que pisaban su oficina estaban nerviosas, excitadas o recelosas. Unas veces se mostraban inquietas y otras vehementes.

Aquél era un hombre completamente dueño de sí mismo, un hombre con cara de póker que sabía lo que hacía y porqué, y a quien no le resultaría fácil engañar para que dijera más de lo que quería.

—¿Y en qué podemos servirle? —preguntó Jessop cortésmente.

—He venido a preguntar si tienen alguna noticia de Thomas Betterton, que desapareció recientemente, al parecer, de un modo sensacional. Sé que no se debe dar pleno crédito a la prensa y por eso pregunté dónde podía obtener información digna de confianza. Ellos me dijeron que usted me la daría.

—Lo siento, pero no tengo ninguna noticia concreta de Betterton.

—Pensé que tal vez le hubieran enviado al extranjero con alguna misión. —Hizo una pausa y agregó de un modo singular—: Ya sabe, todo muy secreto.

—Mi querido señor —Jessop parecía dolido—, Betterton era un científico, no un diplomático o un agente secreto.

—Acepto el reproche. Pero las etiquetas no siempre son correctas. Thomas Betterton y yo éramos primos políticos.

—Sí. Usted es sobrino del difunto profesor Mannheim.

—Ah, ya lo sabía usted. Está muy bien informado.

—La gente pasa por aquí y nos cuenta cosas —murmuró Jessop—. La esposa de Betterton estuvo aquí y me lo dijo. Usted le escribió.

—Sí, para expresarle mis condolencias y preguntarle si tenía nuevas noticias.

—Fue muy atento.

—Mi madre era la única hermana del profesor Mannheim. Se querían mucho. Cuando era pequeño, estaba casi siempre en casa de mi tío en Varsovia y su hija Elsa fue para mí como una hermana. Cuando mis padres murieron, fui a vivir con mi tío y mi prima. Fueron días muy felices. Luego llegó la guerra, las tragedias, los horrores, de los que es mejor no hablar. Mi tío y mi prima Elsa huyeron a Estados Unidos. Yo me uní a la Resistencia y, cuando terminó la guerra, realicé ciertas misiones.

»Una vez fui a Estados Unidos a ver a mi tío y a mi prima, eso fue todo. Pero llegó el momento en que mi cometido en Europa terminó. Tenía intención de residir permanentemente en Estados Unidos. Esperaba vivir cerca de mi tío, mi prima y su marido. Pero, cielos —extendió las manos—, llego allí y me encuentro con que mi tío ha muerto, mi prima también, y su marido ha venido a este país y se ha vuelto a casar. De modo que otra vez estoy sin familia. Y luego leo en los periódicos la noticia de la desaparición del conocido científico Thomas Betterton y he venido para ver qué se puede hacer.

Hizo una pausa y miró interrogativamente a Jessop.

Éste le dirigió una mirada inexpresiva.

—¿Por qué ha desaparecido, Mr. Jessop?

—Eso es lo que nos gustaría saber —replicó el aludido—. ¿Quizá usted lo sabe?

Jessop observó con cierto interés qué fácilmente podían cambiarse los papeles. En aquella habitación estaba acostumbrado a interrogar a la gente. Aquel desconocido no era el inquisidor.

—Le aseguro que no lo sabemos —respondió Jessop sin dejar de sonreír amablemente.

—¿Pero lo sospechan?

—Es posible que el asunto siga un determinado esquema —respondió Jessop con precaución—. Ya habían ocurrido casos de este tipo.

—Lo sé. —El visitante citó media docena de casos y agregó—: Y todos científicos.

—Sí.

—¿Habrán cruzado todos el Telón de Acero?

—Es una posibilidad, pero no lo sabemos.

—Pero ¿se fueron por su propia voluntad?

—También eso es difícil de decir.

—¿Piensa que no es asunto mío?

—¡Oh, por favor!

—Pero es cierto. Mi único interés es Mr. Betterton, créame.

—Me perdonará si le digo que no comprendo del todo su interés. Al fin y al cabo, Betterton sólo es pariente suyo por su primer matrimonio. Ni siquiera lo conocía.

—Eso es cierto. Pero, para nosotros, los polacos, la familia es muy importante. Hay ciertas obligaciones. —Se puso en pie y se inclinó con rigidez—. Lamento haber abusado de su tiempo, y le doy las más expresivas gracias por su amabilidad.

Jessop se levantó.

—Siento no poder ayudarle, pero le aseguro que estamos en la oscuridad más completa. Si averiguo algo, ¿dónde puedo encontrarlo?

—En la embajada de Estados Unidos me encontrarán. Gracias.

Se inclinó de nuevo cortésmente.

Jessop tocó el timbre. El comandante Glydr salió y él cogió el teléfono.

—Dígale al coronel Wharton que venga a mi despacho.

Cuando Wharton entró en la habitación, Jessop le dijo:

—Esto empieza a moverse.

—¿Cómo?

—Mrs. Betterton quiere marchar al extranjero.

Wharton lanzó un silbido.

—¿A reunirse con su marido?

—Eso espero. Vino provista de una carta de su médico que le aconseja completo descanso y cambio de aires.

—¡Esto promete!

—Aunque puede ser cierto, desde luego —le advirtió Jessop—. La simple exposición de un hecho.

—Aquí nunca adoptamos ese punto de vista —replicó Wharton.

—No. Debo confesar que ella desempeña su papel de un modo convincente. No se descuida ni un momento.

—No habrá conseguido nada nuevo en su última entrevista, supongo.

—Una ligera pista. Mrs. Speeder, con quién Betterton comió en el Dorset.

—¿Sí?

—No le dijo nada a su esposa.

—¡Vaya! —Wharton reflexionó—. ¿Usted lo considera un dato revelador?

—Pudiera ser. Carol Speeder fue citada por el Comité de Investigaciones de Actividades Antiamericanas. Salió limpia, pero de todas maneras estuvo, o pensaron que estaba, manchada. Es un posible contacto, el único de Betterton que hayamos descubierto hasta ahora.

—¿Y qué hay de los contactos de Mrs. Betterton? ¿Ha tenido alguno últimamente que le haya instigado a marchar al extranjero?

—Ninguno personal. Ayer recibió una carta de un polaco. Un primo de la primera esposa de Betterton. Ha venido aquí para preguntarme detalles.

—¿Qué le ha parecido?

—Falso —replicó Jessop—. Todo muy extranjero y correcto, parece auténtico, pero su personalidad resulta irreal.

—¿Cree que es el contacto para sacarla de aquí?

—Podría ser, no lo sé. Me intriga.

—¿Va a vigilarlo de cerca?

Jessop sonrió.

—Sí. Pulsé el timbre dos veces.

—La vieja y astuta araña, siempre con sus trucos. —Wharton volvió a hablar en serio—. ¿Esa mujer ha dicho dónde piensa ir?

—España o Marruecos.

—¿Suiza no?

—Esta vez no.

—Yo hubiera pensado que España o Marruecos les resultarían más difíciles.

—No debemos menospreciar a nuestros adversarios.

Wharton manoseó con desprecio los informes de seguridad.

—Los dos únicos países en los que Betterton no ha sido visto —comentó mortificado—. Bueno, seguiremos adelante. Dios mío, si fracasamos esta vez…

Jessop se reclinó en su butaca.

—Hace mucho tiempo que no me tomo unas vacaciones —comentó—. Estoy un poco harto de este despacho. Quizás haga un viajecito al extranjero.