Dos ojos verdes ardían bajo la capucha de una capa oscura, y una larga trenza de pelo blanco plata capturaba toda la luz. Las sombras revoloteaban alrededor de Tashana, y por un momento Daine pensó que veía caras aullando en la oscuridad.

—Habéis sido de una gran ayuda —dijo—. Nunca habría encontrado este lugar yo sola. Habéis protegido bien vuestra mente. Creí que os había perdido, hasta que reaparecisteis hace sólo un momento. Pero esta persecución termina aquí, en esta cámara de sueños rotos.

—Pero ¿cómo termina? —dijo Daine, caminando lentamente hacia ella. Le hizo un gesto a Través: «Mantén la distancia, mantenía a tu alcance».

—Esto no es una batalla para humanos —dijo Tashana, dedicando a Daine un gesto desdeñoso.

Daine sintió cómo su mano de metal se cerraba en su mente, pero esa vez no cedió. Apretó los dedos contra la espada de su abuelo y, por un momento, sintió que el anciano estaba a su espalda.

—Quizá subestimas a los humanos —dijo, poniéndose en guardia. Tras él, Lakashtai hablaba con Lei y guiaba su trabajo—. Una oportunidad, sólo una. Vete. Ahora.

Las sombras revoloteaban alrededor de Tashana formando la horrible silueta que había visto antes.

—¡Idiota! —rugió ella con la voz distorsionada por la oscuridad—. ¿Tienes idea de lo que estás haciendo?

—Detenerte. ¡Través!

La ballesta de Través cantó, y dos Hechas se dirigieron hacia el pecho de Tashana, pero esa vez se había preparado para el ataque, o bien sus poderes habían aumentado desde que se habían encontrado con ella en los muelles de Sharn. La capa de sombras era mucho más sólida de lo que parecía y las flechas se hicieron añicos contra ese escudo.

Aquello no sorprendió a Daine. Fue Través quien había ahuyentado a esa criatura la última vez que habían peleado, y parecía poco probable que ella atacara tan descaradamente sin tener una defensa. Si querían ganar esa batalla, tenía que conocer las reglas de juego. Saltó hacia la figura oscura, blandiendo su larga espada. Cuando ella apartó la hoja con garras de sombra, él cambió de posición los pies, se agachó y golpeó con la daga.

La hoja adamantina podía atravesar el metal y la piedra, y Daine nunca había encontrado una sustancia que se resistiera a ella hasta entonces. Su golpe fue perfecto, pero la hoja rebotó y sintió un dolor en la muñeca a causa del impacto.

«Dolor». Las garras de Tashana rasgaron su brazo izquierdo antes de que tuviera tiempo de retroceder, y las sombras atravesaban metal y carne por igual. Susurros de miedo y duda surgieron en lo más hondo de su mente. ¿Cómo podía esperar ganar? ¿Por qué luchar cuando era mucho más fácil rendirse y dejar que el destino siguiera su curso?

«No». El abuelo de Daine seguía a su espalda, y ahora sintió también la presencia de Jode. Oía la risa de su amigo, su entusiasmo por la vida, y aquello expulsó los fríos dedos del temor. Cuando Tashana se le acercó para atacar de nuevo, Daine se agachó hacia un lado y embistió con su espada. La sombra se partió como el humo, y Daine sintió un levísimo tacto de carne en su interior.

Tashana rugió una frase en una lengua extranjera, y Daine no tuvo que conocer el idioma para reconocer una maldición, Los ojos verdes refulgieron en la profundidad de la sombra y una vez más sintió que los pensamientos de Tashana se agarraban a su mente, pero no estaba solo. Ahora Lei se unió a los demás: su voz, su olor, el sonido de su risa. Las palabras de Tashana resonaron en la oscuridad: «Quizá cuando seas mío, haré que la mates tú mismo».

—Deberías haberte quedado en mis sueños —dijo Daine, poniendo toda su fuerza en un ataque con la espada. La hoja se clavó en las sombras y sintió que penetraba carne.

Tashana aulló de dolor y una docena de caras aullaron con ella, formas vagas y amorfas que merodeaban en su temible mortaja.

—¡BASTA!

El aire se arremolinó a su alrededor y una ola de fuerza en estado puro levantó a Daine y le mandó a diez pies por los aires antes de lanzarlo al suelo.

—¡Esto termina ahora mismo!

Lakashtai todavía estaba junto a Lei en el altar reluciente. Las dos habían recogido las piezas del objeto roto. Era otra esfera, de dos pies de diámetro, formada por un cristal oscuro. Lei la sostenía en las manos con una mueca de intensa concentración en la cara mientras Lakashtai le susurraba en el oído. Una red brillante rodeaba la esfera y latía como un corazón, y Daine intuyó que estaba reparando las costuras rotas. Antes de que Daine pudiera ponerse en pie, Tashana se echó a volar, una raya de sombras mortales.

Y embistió a Daine.

El forjado chocó con la figura sombría y la hizo retroceder. Mientras ella se recuperaba de su traspié, Través le lanzó un asombroso golpe con el mayal y la cadena con pinchos rebotó en la oscuridad como si hubiera golpeado un muro de metal.

—¡Mantenía a raya! —gritó Daine, corriendo por la sala. Sentía la energía mágica que se formaba a su alrededor, como cuando se había activado la puerta de los planos.

Través atacó una vez más. El mayal no pudo penetrar en las defensas sombrías de Tashana, pero logró envolver un pie suyo en la cadena y la hizo caer al suelo. Ella rugió de nuevo, y esa vez fue Través quien saltó por los aires.

Ahora Daine estaba sobre ella y una docena de voces más habían añadido su fuerza a la de él: Jholeg, el explorador duende que había visto por última vez en el risco de Keldan; Greykell, el alma de Altos muros; Krazhal, el malhumorado zapador enano; Través, con su fuerza tranquila, incluso Alina Lyrris y Grazen, su viejo camarada de armas. Daine atacó con la espada, un golpe tras otro.

—¡Déjanos en paz! —gritó—. Lárgate de mi vida. ¡Lárgate de mis sueños! Vuelve a tu maldita oscuridad y quédate ahí.

Y entonces, desapareció.

Las voces que le habían dado fuerzas se sumieron en el silencio. La sombra que había debajo de él se dispersó como el humo y sólo quedó allí una joven con la piel pálida y el pelo blanco largo, con la ropa manchada de sangre. La espada de Daine estaba alzada para un último golpe cuando los ojos de la chica le miraron a los suyos y él se quedó inmóvil. No por el poder que había en ellos, sino por…, por el dolor. Su boca se esforzaba en pronunciar una última palabra.

—Yo…

«¡Mátala!».

—Yo…

«¡Mátala!». Pero su ira se estaba desvaneciendo. Hacía un momento ella era un monstruo y ahora sólo era una mujer moribunda. Se arrodilló junto a ella.

—No… puedo… soñar…

Las últimas ascuas de luz se apagaron en sus ojos.

Por un momento, Daine se la quedó mirando. Notó la carga de energía mística que se formaba en el aire y supo que debía sentir satisfacción, pero allí, junto a aquel cadáver, la victoria le parecía hueca. «No puedo soñar…». ¿Qué había querido decir? ¿Por qué negar lo que había hecho?

—Esto ha terminado —dijo.

—¡Oh, no! —dijo Lakashtai—. Acaba de empezar.

Se rió, y Daine se dio cuenta de que era la primera vez que oía ese sonido… agudo y mortal, como las campanas de cristal.

Daine se puso en pie y se volvió. Lakashtai estaba en el altar con la esfera en las manos. Lei estaba desplomada junto a ella, aunque Daine no le vio ninguna herida, y Través yacía inmóvil contra el borde del estrado.

—¿Qué es esto? —dijo Daine, que volvió a mirar a Tashana. ¿Había huido de alguna forma de su cuerpo para poseer a Lakashtai?

«¡Oh, no! —fue el pensamiento de Lakashtai en su mente, afilado y frío como una espada de hielo—. Tashana acaba de hacer su último truco gracias a ti, y la verdad es que la traición nunca ha sido su fuerte». Se rió de nuevo.

Un terrible escalofrío se apoderó del corazón de Daine. «No puedo soñar». Pero era en sueños donde Tashana le amenazaba, en sueños o como voz telepática. Las dos veces que se habían visto en persona, Tashana ni siquiera había dicho su nombre. Le había desdeñado desde el principio. Sólo le interesaba…

—¡Lakashtai!

Daine corrió hacia el altar. No sabía qué estaba pasando, y en ese momento no le importaba, pero Lakashtai estaba junto a Lei, y ésta no se movía.

Los ojos de Lakashtai brillaron como dos estrellas gemelas, y Daine se sintió como si hubiera chocado contra una pared. La fuerza que atenazaba sus pensamientos era cien veces más poderosa que la de la mujer a la que acababa de matar. Se sentía tan indefenso como si hubiera quedado atrapado en un bloque de hielo.

Lakashtai bajó del altar y caminó hacia él.

—Daine, Daine, con tus valiosos sueños y secretos ocultos. —Se quedó junto a él, tendió la mano y le pasó dos dedos por la mejilla—. Esto nunca ha tenido nada que ver contigo. Tú eres una pieza en un tablero tan grande que no puedes ver dónde se acaba.

«¡Toma de mí lo que quieras! —Daine no podía hablar, sólo pensar—. Pero a ellos déjales».

—No queremos nada de ti, pequeño Daine —dijo Lakashtai. Se volvió para mirar a Lei—. A veces lo mejor para alcanzar tus objetivos es amenazar a otra pieza, pero estoy seguro de que lo entiendes. Después de todo: «Quizá cuando seas mío haré que la mates tú mismo».

De repente, recordó la terrible presencia que había vislumbrado en mente cuando Lakashtai le ayudó hacía tanto tiempo en Sharn, y el cristal… El pedazo de cristal que siempre tenía a mano, que ella dijo que formaba un vínculo entre ellos. La había dejado entrar.

—Sí. —Se detuvo un instante, como si escuchara un sonido distante—. Si tuviéramos más tiempo, pero quién sabe… —Volvió a pasarle los dedos por la mejilla. «Quizá te veré en tus sueños».

Oyó su risa en la mente, y Lakashtai se desvaneció lentamente con la esfera de cristal en las manos. El aura de energía mágica desapareció con ella, al igual que el poder que le atenazaba los pensamientos. Casi cayó de bruces cuando la parálisis desapareció. Arrancó el pedazo de cristal que llevaba en la bolsa y lo tiró contra el suelo, y cuando se partió, sintió que la presión se esfumaba de su mente, algo tan débil que no se había dado cuenta de que estaba allí.

Al otro lado de la sala, Través se puso en pie.

—Daine… ¡Lei!

Ella todavía estaba tendida en el altar. Con una fuerza desesperada Daine se subió a él, y Través le siguió. Lei tenía la piel fría al tacto, pero todavía respiraba.

—¡Lei! —gritó, sacudiéndola.

Ella gimió. Daine la cogió, negándose a dejarla.

—Es la esfera —dijo Través—. El proceso de restaurarla ha agotado su energía vital. Está débil, pero sobrevivirá.

Una monótona vibración estremeció la sala…, un traqueteo lento, rítmico.

Daine frunció el entrecejo.

—¿Es eso…?

—La puerta —susurró Lei.

—¡Lakashtai! —gritó Daine.

Por un momento, se sintió desgarrado, luchando entre la ira y el miedo a dejar a Lei. Través le miraba directamente y, de alguna forma, Daine supo que el forjado sentía lo mismo.

—Id —dijo Lei—. Detenedla.

Daine la dejó en el altar con cuidado, y Través saltó al suelo. Recogió su mayal y los dos estaban de camino al pasaje abovedado cuando vieron la figura que los esperaba.

—Daine —dijo Harmattan—. Ha pasado mucho tiempo.