«Qué encantador».
Las palabras sacaron a Daine de su ensoñación. Al viajar con Lakashtai se había acostumbrado a los pensamientos de los demás en su cabeza, pero ésa no era la voz de Lakashtai, Lei ni Través.
Era Tashana.
Daine se puso rígido, y Lei alzó la mirada, sorprendida.
«Qué adorable es Lei. Ya he matado a uno de sus amantes. Quizá cuando seas mío, haré que la mates tu mismo».
—¡FUERA DE MI MENTE! —gritó Daine, apartando a Lei.
—Daine, ¿qué pasa? —dijo con los ojos llenos de miedo.
Lakashtai estaba a su lado y puso la mano en la frente de Daine al mismo tiempo que cerraba los ojos. Tenía la piel suave y fría al tacto.
—Sé fuerte —susurró—. Siente mi presencia. Abrázame y la expulsaremos de tu mente.
Daine notó que Lei se tensaba ligeramente, pero no era momento para celos. Puso los brazos alrededor de Lakashtai y sintió su presencia, un rescoldo de luz en su mente. Se acercó más a ella, y ese rescoldo cobró vida con un estallido. La alegría y la esperanza se expandieron en sus pensamientos, y en el fondo oyó a Tashana aullando, desvaneciéndose a cada segundo.
Un instante después, había desaparecido. Daine abrió los ojos, tambaleándose. Lakashtai seguía en sus brazos, se soltó y la apartó suavemente de él, tratando de ignorar la mirada de Lei.
—Debemos llegar a Karul’tash de prisa —dijo Lakashtai—. Si Tashana puede tocar nuestra mente despierta… No hay tiempo que perder. Gerrion sabe que tenemos que entrar en el monolito, de modo que debemos dar por hecho que los unidores de fuego lo saben también. Debemos llegar allí antes que ellos.
—Creo que olvidas algo —dijo Daine.
—¿Sí?
—El invisible y cambiante laberinto de muerte. ¿Cómo conseguir entrar en el monolito en caso de que lleguemos hasta allí?
—Yo puedo abrir las puertas de Karul’tash, capitán —dijo Través tranquilamente—, y conozco el camino que lleva al monolito, pero tenemos que ponernos en marcha. El Monolito de Karul’tash no está lejos de la ciudad de obsidiana de Gundra’kul, y nuestro enemigo ya podría estar en camino. Curemos nuestras heridas y partamos.
Daine miró a Lei, que se encogió de hombros al mismo tiempo que sacaba una pequeña varita sanadora.
—¿Hay algo que deba saber? —preguntó él.
—Es una larga historia —dijo Lei, que pasó la varita de ramaviva por una de sus heridas—. Te la contaremos de camino.
El sendero que Través había elegido estaba lleno de maleza, pero pronto encontraron el rastro de una vieja carretera enterrada bajo matorrales y enredaderas. El forjado abría camino junto a la guerrera drow Xu’sasar entre los arbustos, y avanzaban a una notable velocidad. Tras ellos, Daine y Lakashtai escuchaban lo que Lei les contaba sobre Harmattan, la bodega y la rara esfera.
—No tengo ni idea de lo que es capaz —dijo ella, saltando sobre una roca—, pero creo que es de donde ha sacado este repentino conocimiento de historia local. «Cundrak’ul» es una palabra de uno de los viejos idiomas de los gigantes, pero no sé lo que significa.
Daine frunció el entrecejo.
—No crees que haya…
—¿Devorado su mente?, ¿consumido su espíritu? —Lei se encogió de hombros, observando a Través—. Todavía me parece Través, y cuando le toqué… No lo sé. Estaba distante, era difícil interpretarle, pero no diría que sea maligno.
—Es curioso —dio Lakashtai—. Si tuviéramos más tiempo, me gustaría estudiarlo.
Daine miró a Través. El forjado parecía incluso más contento de lo que lo había estado en la playa helada. Parecía… sereno. «Obsérvale —pensó—. Asegúrate de que esté bien».
Una hora más tarde, los viajeros llegaron al extremo del bosque. Tenían ante sí una llanura devastada, y a unos mil pies de distancia, una aguja de cristal morado se alzaba hasta tocar el cielo.
—Karul’tash —canturreó Shen’kar—. Maldito y mortal, evitado por los sabios.
Daine estudió la estructura. Era más o menos cónica, con una base amplia que rodeaba a una sola torre. Parecía haber sido labrada en un solo pedazo de piedra. Era obra de la magia.
—Piensa en ello —dijo Lakashtai—. Esta aguja ha visto el paso de decenas de miles de años. Cuando sus puertas se abrieron por primera vez, esto era el reino de los gigantes. Es probable que vuestros ancestros todavía estuvieran tratando de hacer fuego.
—¿No te refieres a nuestros ancestros? —dijo Lei, alzando una ceja.
—Sí…, por supuesto —dijo Lakashtai, todavía contemplando la torre—. A veces se me olvida mi vínculo con la humanidad.
Daine miró a Shen’kar.
—¿Qué nos espera ahí?
—La muerte —dijo el drow. Señaló—. La puerta está allí, ardiendo en la base. Hay un fuego invisible en la llanura, y nadie puede cruzarlo y sobrevivir.
—Yo sí —dijo Través—. La esfera me guiará.
—Últimamente no hemos tenido mucha suerte con los guías —dijo Daine—. ¿Estás seguro de que puedes confiar en éste?
—No.
Daine suspiró.
—Está bien. Es una manera de descubrirlo, supongo. Abre camino.
—No puedo —respondió Través—. Las murallas están en movimiento constante. Cualquiera que me siga quedaría atrapado en el flujo.
—No vas a ir solo.
Través lo pensó y después se volvió hacia Lei.
—Señora —dijo—, es probable que tus talentos sean útiles para abrir la puerta. Si estás dispuesta, podría llevarte al cruzar el campo.
Lei miró a Través y después su mano vendada. Se había curado las quemaduras y los rasguños con la varita sanadora, pero la magia de esa varita no era lo suficientemente poderosa como para restaurar su dedo cortado. Por un momento, no dijo nada. Después, asintió.
Daine abrió la boca, pero se mordió la lengua.
—Está bien —dijo—. Tened… cuidado. Acabo de reencontraros. No quiero perderos de nuevo.
Través cogió su ballesta.
—Necesitaré las manos. ¿Me guardas esto, capitán?
Por un momento, Daine dudó; después, cogió la ballesta. Través cogió en brazos fácilmente a Lei, y Daine recordó la noche en que llegaron a Sharn.
—Buena suerte —dijo al fin.
Través se dispuso a cruzar el campo.
«Norte. Nordeste. Noroeste». Través corrió por el campo quemado, girando a izquierda y derecha.
—¿Lo ves? —dijo Lei, estirando el cuello.
—No es tan sencillo, señora. —Través no tenía problemas para hablar mientras corría, sus piernas parecían saber adónde ir—. Sé cuándo girar y hasta dónde correr.
«Este. Norte. Este».
—Señora… —murmuró Lei—. Hacía meses que no me llamabas así.
—No lo he hecho —dijo Través—. Durante un tiempo… me pareció degradante.
«Norte. Noroeste. Norte».
—¿Y qué ha cambiado?
¿Qué había cambiado?
—No soy tu sirviente. Daine ya no es mi superior, pero tú todavía eres mi señora y él mi capitán. Conozco el significado de esas palabras y no me importa lo que piensen los demás.
Vio con el rabillo del ojo que Lei sonreía.
—Gracias, hermano —dijo en voz baja.
Través sintió satisfacción: la calma serenidad que normalmente sólo podía encontrar en el fragor de la batalla.
«Oeste. Norte. Noroeste». Través corría en silencio, y Lei se recostó en su hombro.
«Estamos en el interior del perímetro de las guardas. Tu compañera estará segura si se mueve bajo propio poder».
—Estamos seguros —dijo Través, dejando lentamente a Lei en el suelo.
—¿Habla contigo? —dijo Lei, mirando la piedra de dragón que brillaba en el pecho de Través.
Través sentía a Shira mirando a través de sus ojos, contemplando a Lei. «La marca de su nuca parece una forma arcaica del idioma dracónico». Unos dedos fantasmales recorrían sus recuerdos y extraían hechos y los vinculaban a conocimientos contenidos en el interior de la esfera. «Marcas de dragón. Sellos que contienen poder místico. Hereditarios».
—Está… presente —dijo Través.
Shira siguió estableciendo conexiones en lo más profundo de la mente de Través. «Lei creció asilada, rodeada de forjados. Su marca se manifestó a una edad insólitamente temprana en respuesta a una herida infligida por un compañero forjado. Su marca no ha crecido de tamaño, pero es una artificiera de un talento excepcional».
—¿Qué quieres decir? ¿Ahora mismo nos está escuchando? —Lei sonrió—. ¿Está hablando de mí?
«Una artificiera de talento excepcional puede duplicar las capacidades mágicas que le da la Marca de hacedores. Por lo tanto, no hay forma de verificar que realmente posea la marca».
—Es consciente de tu presencia —dijo Través.
Al final, hallaron la puerta de Karul’tash ante ellos. La base de la aguja era más alta que los árboles de la jungla, y probablemente tenía centenares de pies de diámetro. Las paredes de piedra eran de un rojo oscuro, pulidas hasta ser reflectantes, y completamente lisas. No había en ellas rastros del paso del tiempo. La puerta era un bloque de obsidiana que triplicaba la altura de Través y era casi de la misma anchura.
—¿Y ahora? —preguntó Lei.
Guiado por un instinto nuevo, Través dio un paso hacia la puerta y la golpeó con la mano con tanta fuerza como pudo.
—Dak ru’sen, Karul’tash. Hasken ul tul’kas. —La voz era grave y resonante, y Través sintió la vibración en su piel. Parecía emanar de la misma puerta. «Habéis llegado a Karul’tash. Pronunciad las palabras de paso».
«Se activarán contramedidas a menos que se pronuncien las palabras rápidamente y con la voz adecuada. Debes dejarme hablar por ti».
Través sintió a Shira tratando de formar las palabras, pero todavía era una presencia pasiva. Él dudó. Hasta entonces, ella había actuado en su interior, pero Través nunca le había cedido el control. Si lo hacía…, ¿podría ella quedarse con ese control? ¿Podría introducir su conciencia en el interior de la esfera?
«No hay tiempo. Tienes que dejarme hablar».
La temperatura en la zona estaba empezando a aumentar. Través se dejó ir, y Shira corrió a ocupar el vacío.
—Talkos. Han’tal. Isk. —Través se oyó hablando con una voz rara y ajena, profunda y rechinante—. El hacedor de arcos Kastoruk ha venido a Karul’tash, y trae esclavos y mercancías. Abre la puerta y deja caer las guardas.
Cuando el eco se acalló, Través sintió que Shira desaparecía en las sombras de su mente. Su voz volvía a ser la suya. La puerta se fundió, la obsidiana se tornó líquido y fluyó ordenadamente por un largo corredor oscuro que quedaba al otro lado. Por una fracción de segundo, el laberinto invisible apareció a la vista: un complejo caos formado por muros de energía roja. Y lentamente, esos muros se desvanecieron.
—Eso ha sido… raro —dijo Lei—. ¿Es ahora seguro?
—Sí. Quédate aquí. Le haré una señal a Daine.
Través corrió a campo traviesa a su velocidad máxima. Avanzando en línea recta, tardó menos de veinte segundos en llegar al centro del campo y llamar la atención del grupo. Hizo un gesto con la mano, y ellos se pusieron en marcha.
Fue sólo entonces cuando vio un movimiento al este por encima de la línea de árboles.
Un trineo que se dirigía a Karul’tash.