Los escorpiones drows conocían bien esa parte de la jungla y sabían el camino que los unidores de luego utilizarían para llegar al Monolito de Karul’tash. Los soldados unidores de fuego se veían ralentizados por las armaduras y la necesidad de llevar consigo a los prisioneros. Xu’sasar tenía la confianza de que los rompedores del juramento podrían hacerles una emboscada antes de que llegaran a la puerta. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Daine cuando el explorador drow dijo que la mujer de verde había sido herida. Sus dedos se apretaron sobre la empuñadura de la espada.
El sol estaba empezando a descender sobre el horizonte, y Daine estaba arrodillado a la sombra de un inmenso árbol, junto al borde de un amplio camino. El tronco raído estaba rodeado de fiero musgo naranja, no muy idóneo para el camuflaje. Por suerte, los matorrales y la ondulación de la tierra le mantenían a cubierto, y había pocas posibilidades de que el enemigo le detectara.
—Los unidores de fuego prefieren la fuerza —les había dicho Shen’kar—. La lanza, la espada, el torrente de llama y ensalmo. Afilan sus hojas, no sus ojos, y no nos verán en las sombras. —Por un instante, una bruma negra apareció alrededor de las manos oscuras del elfo antes de regresar a su piel—. La oscuridad es nuestro derecho de nacimiento. Los unidores de fuego le dan la espalda, se aferran a la llama y la luz. Pero el escorpión golpea sin ser visto, y como hijos nos enseña a luchar sin la utilización de la vista. Les arrastraremos a la oscuridad y caerán.
«Gerrion es mío», pensó Daine.
«Si tú lo dices», respondió Lakashtai.
Estaba cerca de él, pero su capacidad para el sigilo era igual o mayor que la de los drows, y hasta Daine la había perdido de vista. Lakashtai se había ofrecido a vincular los pensamientos de los elfos rompedores del juramento, pero éstos se habían negado. Querían planear estrategias, acordar señales críticas, pero no tenían intención de dejar que esa extranjera tocara sus pensamientos. «Puede ser que te sorprenda, pero no había decidido robarte su muerte en estos últimos momentos».
«Lo siento. Es que pensar en ese gusano relamiéndose con Lei… No puedo decirte las ganas que tengo de matarle».
«No es necesario —respondió ella—. Me doy cuenta».
«¿Por qué confiaste en él?».
«¿Qué razón había para no hacerlo? —preguntó—. Nos salvó la vida, Daine. Ahora sabemos por qué, pero entonces parecía un regalo de la buena suerte».
«¿Buena suerte? ¿Qué es eso?».
Suspiró y contempló su espada. Shen’kar la había cuidado muy bien, mejor incluso de lo que lo hacía Daine. La hoja estaba pulida y el ojo de la empuñadura brillaba como si un rayo de sol se hubiera abierto paso entre el follaje. Los pensamientos de Daine vagaron y recordó el momento en que encontró la espada en la mano de su abuelo, todavía cubierto de sangre.
«Esta espada contiene tantos recuerdos».
El pensamiento ajeno despertó a Daine de su ensoñación.
«Es una espada. Acero y cuero. Los recuerdos son míos».
«¿Sólo una espada? No. Es un símbolo. Una reliquia. Creo que tiene muchas historias que contar…, pero tú no has estado escuchando».
«¿Qué sentido tiene esto?», pensó Daine.
Su preocupación por Lei le tenía de los nervios, y la historia de su familia era un tema que siempre había preferido rehuir. Cuando abandonó su casa desfiguró la espada, rayó el Ojo vigilante de la casa Deneith. Había sido Alina Lyrris quien la había restaurado…, un acontecimiento raro, dado el papel de esa mujer en su vida.
«Tal vez. Los símbolos y los recuerdos tienen poder. Al ignorar tu pasado te debilitas a ti mismo».
Mientras Daine trataba de hallar una respuesta, oyó un largo y grave grito procedente de un mono naranja y gris. El mono repitió la llamada dos veces más, y Daine se dio cuenta de que no era un mono. Era el aviso de los qaltiar: los unidores de fuego se acercaban.
Un momento después, apareció un trineo de fuego a unos quince pies por encima del suelo. El trineo avanzaba lentamente; sin duda, exploraba el terreno para los soldados que estaban más atrás. El ello que sostenía el bastón tallado estaba examinando la maleza, y Daine contuvo la respiración cuando la mirada blanca y fría se fijó en su escondite… y se detuvo. Daine maldijo en silencio. El soldado parecía dudar, pero si había visto a Daine un disparo del bastón le incineraría y alertaría a los demás. ¿Dónde estaba Shen’kar?
La pregunta tuvo una respuesta inmediata. Una sombra emergió camino arriba, justo detrás del trineo. Con un diestro movimiento, Shen’kar saltó por los aires; la gravedad pareció desaparecer y le permitió volar. Aterrizó sobre la parte posterior del trineo y puso una mano sobre la madera. Unos vapores negruzcos surgieron del punto de contacto, y unos segundos después, esa nube oscura había envuelto completamente el trineo. Éste cogió velocidad, pero giró a la izquierda, y Daine creyó oír una explosión sorda en la distancia. Se preguntó si eso provocaría un incendio, pero esos pensamientos fueron rápidamente sustituidos cuando los soldados elfos llegaron a la curva.
«¡De prisa!», pensó Daine para Lakashtai.
Por un instante, Daine sintió a la kalashtar buscando en su mente, colocando pensamientos distantes en una red. Se quedó sin aliento, y después el pensamiento se materializó en su mente.
«¿Daine?».
«¡Lei!». No era su voz, pero Daine la sintió, sintió su presencia, que lo llenó de fortaleza.
«Capitán». Los pensamientos de Través eran tan serenos como su voz, sólidos y estables como una piedra.
«No hay tiempo para explicaciones —pensó Daine para ellos—. En cuanto sea oscuro, agachaos y avanzad hacia el lado. Salid rápidamente del camino. Si os hieren…, quedaros donde estéis. Apartaos del camino. Vamos para allá».
«¿Oscuridad? —pensó Lei—. Faltan horas para la noche. ¿Qué…?».
A medida que los unidores de fuego se fueron acercando, quedaron envueltos en una repentina e impenetrable oscuridad. Los fantasmas de escorpión habían movido ficha. Xa’sasar y Kulikoor habían utilizado sus poderes para tejer sombras en pequeñas piedras, y así como las lámparas de fuego frío de Lei arrojaban luz, aquéllas la devoraban. Daine sólo vislumbró las sombras drows deslizándose en el vacío, pero oyó gritos torturados cuando los rompedores del juramento se cobraron sus primeras víctimas. Salió al camino con la espada en la mano y esperó a que su presa y se asomara.
El primero en salir fue un sacerdote. Llevaba una túnica ceremonial rajada, sangre fresca mezclada con la tela morada y pedazos de obsidiana en el dobladillo. Tenía una expresión de miedo absoluto, su única preocupación era huir de la muerte que esperaba en la oscuridad. No pensó qué podría estar aguardándole en la luz.
La sangre del clérigo todavía se estaba filtrando en la tierra cuando Gerrion salió de las sombras, agachado y corriendo. Tenía su pequeño arco en la mano y en el mismo momento de enderezarse apuntó a Daine, pero no fue lo suficientemente rápido. Daine le arrancó el arma de la mano con un poderoso golpe. Puso la punta de su espada contra la garganta del hombre gris y apretó lo suficiente para hacerle sangre.
—¡Daine! —El fragor de las armas y los gritos de los moribundos llenaban el aire, pero Gerrion se mostraba tan imperturbable como siempre—. Me alegro de verte de nuevo, héspero que estos salvajes no te hayan herido.
—He estado buscando una razón para no matarte —gruñó Daine.
—¿Qué tal salvar la vida de Lei?
Gerrion miró rápidamente a la derecha, y Daine siguió su mirada. Lei no estaba en ninguna parte.
«¡No!». Se produjo un estallido de metal oscuro. Demasiado familiar. Gerrion tenía la daga de Daine en la mano. El tiempo pareció ralentizarse mientras Daine observaba cómo la hoja se acercaba a la espada de su abuelo. El metal no era rival para el adamantino, y la espada estaría rota en un instante. Era su último vínculo con su familia, y en ese momento la ira, la vergüenza y el amor emergieron en un estallido en bruto de las emociones.
La daga impactó en su objetivo.
Y la espada no se rompió.
Se produjo un tumultuoso choque de metal contra metal, un sonido más parecido al tañido de una gran campana que al de dos hojas. Daine sintió un débil escalofrío en la muñeca, pero el efecto en Gerrion fue asombroso. Se tiró a un lado como si le hubieran herido, y la daga se le cayó de la mano y fue a dar al lado del camino. Abrió los ojos de par en par.
Daine miró su espada, asombrado. «¿Cómo…?». Las llamas que rodeaban al Ojo vigilante, ¿estaban brillando o era sólo un efecto de la luz?
Casi pagó cara esa distracción. Gerrion se recuperó rápidamente y se lanzó a por la daga, pero mientras extendía la mano una patada certera le impactó en la barbilla y le mandó de nuevo al suelo.
Lei y Lakashtar miraron al semielfo caído, Lei recogió la daga.
—Creo que esto no es tuyo, Gerrion —dijo ella, tirándosela a Daine—. Lakashtai, en vuestro pueblo, ¿tenéis algún castigo doloroso y entretenido para los ladrones?
—Los kalashtar no le dan mucho valor a la propiedad —dijo Lakashtai—. Atesoramos el pensamiento y el sentimiento, y…
—No importa —dijo Daine—. Creo que nuestros nuevos amigos tendrán alguna idea útil.
La oscuridad se había desvanecido y quedó a la vista la carnicería. Gerrion era el único unidor de fuego que seguía con vida, y aunque los cuatro rompedores del juramento sangraban y estaban cubiertos de entrañas, continuaban en pie. Shen’kar había sacado su porra con pinchos y estaba simulando estudiar las púas.
—¿Tiene que morir muy rápidamente? —preguntó el drow.
—¡Esperad! —gritó Gerrion.
—Lo intentamos, ¿recuerdas? —dijo Daine—. Si no me equivoco, la única razón para dejarte con vida era…, ¡ah, sí!, un truco para que pudieras escapar.
—¡No tenía otra opción! —dijo Gerrion. A Daine le sorprendió un tanto ver cómo se le apiñaban las lágrimas en los ojos—. No lo entiendes. No puedes entenderlo. Toda mi vida he querido ser aceptado, hacer algo útil.
—¿Y llevarnos a la muerte era la única opción?
—Era el único modo de probarme ante ellos.
Gerrion se puso en pie lentamente, con los brazos separados y las manos abiertas. Daine se tensó, pero vio a Través al otro lado del camino con la ballesta preparada.
«Través, si hace el más leve movimiento, dispárale».
«Comprendido».
Daine trató de ordenar sus pensamientos, de expresar lo que sentía por Lei y Través, pero Gerrion estaba todavía hablando y no era el momento… «Bienvenidos a casa», pensó al fin. La sonrisa de Lei fue un faro de alegría, y ésa era la única respuesta que Daine necesitaba.
—… ¡familia! —dijo Gerrion, gesticulando enfáticamente—. Vosotros mejor que nadie deberíais entender lo que eso significa.
«Suficiente».
—Shen’kar —dijo Daine—, que sea lento.
El líder drow hizo un chasquido. Kulikoor hizo girar su cadena y apuntó a Gerrion con el otro extremo. El plan era sencillo: derribar al traidor y golpearle con la rueda envenenada.
Gerrion tenía otras ideas.
Había estado gesticulando mientras explicaba su versión de los hechos y ahora hizo un último gesto al mismo tiempo que pronunciaba una palabra que Daine no reconoció. Las llamas pintadas en su guante de cuero cobraron vida con un estallido. Antes de que la cadena de Kulikoor llegara a su objetivo, el fuego místico se esparció por todo su cuerpo. El brillo era cegador. En apenas un segundo le había consumido completamente. No quedaba nada, sólo la marca del suelo quemado bajo sus pies.
Daine dio un paso adelante y estudió el dibujo de ceniza que quedó en el suelo. La imagen de la figura refulgente todavía ardía en sus ojos.
—¿Se ha suicidado? —dijo, dando unos golpes ociosos en el aire.
—No —dijo Través. Parecía ligeramente distante, y Daine se preguntó por lo que habría pasado el forjado durante todo ese día—. A pesar de la feroz manifestación, ha sido un acto de teletransporte de escaso alcance emanado de su guante. Probablemente, esté a menos de una milla de aquí. Y sospecho que ahora el guante carece de poder.
Daine miró a Lei. Ella pareció sorprendida, como sorprendido estaba él por el repentino conocimiento que Través tenía de lo arcano, pero se encogió de hombros:
—Creo que tiene… razón. —Negó con la cabeza—. No puedo creer que lo haya activado sin que nos hayamos dado cuenta. ¡Le estaba mirando fijamente!
—Su mente es escurridiza —dijo Lakashtai—. Ni siquiera yo he sentido el engaño, y vuestros pensamientos estaban en otra parte.
Daine no estaba escuchando. Miró a los ojos a Lei, y el olor de la sangre, los ruidos de la jungla, el recuerdo de Gerrion, todo desapareció. En ese momento, Lei era su mundo, y un instante después, estaba en sus brazos.