Una guerrera drow observaba a Daine con el arco preparado. Antes que cualquier cosa, parecía aburrida, en absoluto interesada en el espectáculo que estaba teniendo lugar más abajo.

«Creo que no creen mucho en mis posibilidades».

—¿Puede Tashana guiarnos en esto? —dijo Daine.

—¿Qué?

Daine nunca había visto a Lakashtai confundida hasta entonces. Quizá fuera porque la habían despojado de su capucha y su capa, que siempre habían parecido ser su armadura espiritual. Sin ellas, era una mujer con una túnica raída, y su piel pálida brillaba a causa del sudor provocado por el fuego. Era como si el miedo y la incertidumbre aumentaran su belleza; en ese momento, parecía más humana que nunca antes. Mirándola, Daine sintió que la estaba viendo por primera vez, y por un instante, se quedó sin palabras, pero el creciente calor de la pared de llamas le recordó dolorosamente que se estaban quedando sin tiempo. Apartó la mirada trabajosamente y se obligó a recomponer sus pensamientos.

—Ya has oído a Gerrion. Esta profecía se basa en la voz que oigo en mi cabeza, la que tú has estado manteniendo a raya. Eso es lo que se supone que nos va a permitir salir de esto con vida. —Echó una mirada al corredor aparentemente vacío—. O quizá sea un juego retorcido y, en realidad, no haya ningún laberinto ahí.

Lakashtai negó con la cabeza.

—Eso es ridículo. Tashana sólo puede tocarte cuando estás durmiendo, y aunque le dieras la posesión de tu cuerpo, no tiene el poder de guiarte por este laberinto.

la pared de fuego se estaba acercando y la piel de Daine estaba pegajosa de sudor. Metiéndose la mano en el monedero, sacó una moneda de cobre.

—No sé —dijo—. No puedo decir que me guste entregar el dominio de mi mente, pero los elfos parecen muy seguros y no creo que las cosas puedan empeorar.

—No puede ayudarnos, Daine.

—¿Por qué estás tan segura? ¿Tienes alguna profecía de hace miles de años que te dé la razón?

Daine tiró la moneda delante de él, voló tres pies y se desintegró ante sus ojos. Daine suspiró y dio un paso adelante, hacia la llama que seguía avanzando.

—Están equivocados, Daine. Conozco a Tashana. Tú, no. No puede ayudarnos. No lo haría aunque pudiera. Y yo te mataré y me suicidaré antes de entregarte a ella.

—Unos cuantos minutos más y no será necesario. —Daine sacó otra moneda y la tiró a la izquierda. Recorrió cinco pasos antes de que se evaporara—. Venga. Tengo cinco coronas más con mi nombre… Eso nos dará tiempo.

Necesitaron dos monedas más para encontrar un camino que siguiera adelante y consiguieron alejarse cinco pies más de la pared de llamas móvil. Daine sintió un escalofrío: era raro estar en una sala vacía y saber que la muerte podía estar a una pulgada de distancia.

—Me pregunto si estas paredes móviles pueden pasar por encima de nosotros si estamos de pie —murmuró.

—Es probable.

Lakashtai pasó un dedo ociosamente por el borde del collar que tenía alrededor del cuello.

Daine levantó la mirada hacia la pasarela que había encima de ellos. En un abrir y cerrar de ojos, le tiró una moneda a la guardia drow. Le dio justo en la frente, y ella se le quedó mirando y le escupió, y también acertó.

—Interesante —dijo, secándose la cara—. No hay barreras encima de nosotros. Si pudiéramos saltar hasta allí…

—Es fácil —dijo Lakashtai.

—¿Cómo?

Daine sentía cómo aumentaba la temperatura a medida que la pared de fuego se iba acercando.

—Podría levitar. Creo que podría sostener el peso de ambos.

—¡Pues hazlo!

Lakashtai negó con la cabeza.

—Sería una tarea sencilla en circunstancias normales, pero debería utilizar mis capacidades mentales. Accionaría este collar y me quemaría el cuello.

Las llamas se acercaron todavía más.

Daine apretó los dientes.

—¿Alguna idea que pueda funcionar de verdad?

Lakashtai perdió la mirada en la distancia, y el fuego se reflejó en sus ojos esmeralda.

—Es posible… Podría tratar de desviar la energía generada por el collar y convertirla en una forma de energía menos peligrosa, como la luz. Con todo, el acto de poner este escudo despertaría al collar; podría ser yo la que no sobreviviera el tiempo necesario para completar la manifestación.

Las llamas estaban a un pie de distancia.

—Lakashtai, sólo me quedan dos coronas…

—Creo que podría sobrevivir si… —Miró a los ojos a Daine, y él se dio cuenta de la inseguridad que había en ella—. Si compartieras el dolor conmigo.

—¿Qué?

—Podría… transferir la experiencia, repartir la agonía entre ambos, pero no conozco el poder del collar. Podría matarnos a ambos.

Las llamas estaban rozando la espalda de Daine y empezaba a tener problemas para respirar.

—¡Hazlo! —gritó.

Lakashtai le cogió las manos. El tiempo se ralentizó. Las llamas rugientes se convirtieron en un monótono susurro, y lo único que Daine notó fue el tacto de las manos de Lakashtai. Mirándola a los ojos, sintió una profunda paz, una profunda serenidad. Cuando sus ojos empezaron a brillar, sintió… Agonía.

En un instante, la realidad regresó de golpe. El aire caliente llenó sus pulmones, pero eso no fue nada en comparación con el dolor cegador que rodeaba su cuello. Sentía su piel carbonizándose, el terrible calor comiéndose la carne. Cogió aire para gritar…

Y ahí acabó todo.

El tormento había expulsado todo pensamiento de su mente. Una forma oscura se apretaba contra él, una mujer cubierta de sudor. Le envolvió con sus brazos.

—Abrázame —dijo ella.

—Lei —susurró él, apretándola contra sí.

Después, se halló en el aire. Se agarró a la mujer, y mientras el juicio y la memoria volvían a él como un torrente, reconoció a Lakashtai. Casi la soltó, pero estaban a diez pies por encima del suelo y se elevaban rápidamente, y los reflejos hicieron que se cogiera a ella con más fuerza.

Al cabo de unos segundos, se habían alzado a la altura de la pasarela de cristal. Aunque el dolor no era peor, a Daine todavía le dolía horriblemente el cuello; la piel cuarteada le aguijoneaba con cada movimiento, pero no podía permitirse rendirse al dolor. La guardia les había visto y ya estaba levantando su arco.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Daine se soltó de Lakashtai y la empujó para utilizar el impulso y caer sobre la pasarela. Mientras la elfa oscura alzaba su arma, Daine caía sobre ella. Sintió un estallido de dolor cuando, en mitad de la pelea, la elfa le hizo un corte en la espalda, en el omóplato, pero ya estaba sobre ella. La elfa era pequeña y rápida, tenía la piel negra cubierta de tatuajes de llamas en espiral, y soltó su arco y cogió su espada cuando Daine se puso en pie ante ella, pero no con la rapidez necesaria. Daine la embistió y descargó toda su rabia y su dolor en un solo golpe. La elfa cayó; trató de recuperar el equilibrio, pero no lo logró. Se precipitó por el borde de la pasarela y desapareció en la inmensa pared de llamas que se alzaba más abajo.

—Eso es lo que pasa cuando juegas con fuego —susurró Daine cuando su grito se apagó.

«¡Daine, de prisa! ¡Ven! —El pensamiento de Lakashtai se introdujo en su mente—. No tenemos mucho tiempo».

Tenía razón. La muralla de llamas había sido una amenaza mortal, pero también les había servido para ocultar sus acciones a la vista. La pelea había llamado la atención de Gerrion y los demás, y por si el arco de Gerrion no fuera suficiente amenaza, Daine estaba seguro de que el viejo sacerdote podía hacer uso de la magia.

El pensamiento resultó ser profético. Mientras Daine se volvía hacia Lakashtai, oyó a un elfo invocando los poderes de la Llama. Daine saltó mientras un pilar de fuego alcanzaba la plataforma tras él y evaporaba el lugar en el que estaba unos segundos antes.

«¡De prisa!».

Lakashtai estaba en la pasarela a treinta pies de distancia. Tenía el cuello envuelto en un halo de luz dorada. Un soldado drow estaba corriendo hacia ella con la lanza baja, pero la kalashtar levantó la mano y se quedó donde estaba. Un cono de brillante luz verde surgió de su palma, y el elfo retrocedió y cayó. Mientras se acercaba, Daine vio que esa luz refulgente surgía de un pedazo de cristal, y que la tormenta de vidrio había destrozado la carne del infortunado elfo.

—Cógete —susurró mientras le abrazaba de nuevo.

Esa vez Daine pudo ver con claridad, y por un momento, le pareció extrañamente difícil obedecer su orden; pero Lakashtai se estaba agarrando a él, y cuando empezó a alzarse por los aires, tuvo el reflejo de cogerse a ella con fuerza.

Lakashtai y Daine llegaron hasta uno de los agujeros del techo y salieron de la sala. El techo era sorprendentemente grueso, pero un instante después estaban al aire libre y contemplaban el toldo naranja y rojo de la selva. Desde esa perspectiva, el castillo no era más que una ruina. Las almenas eran desiguales, las torres estaban hechas trizas y había una docena de agujeros en el techo. Pero pese a ser viejo y estar en tan malas condiciones, había algo que quedaba claro: estaba ardiendo.

Toda la fortaleza estaba hecha de obsidiana, y las murallas exteriores eran de un naranja brillante. El calor era incluso peor que la muralla de llamas. El tejado parecía estar a punto de fundirse. Daine no veía lo que le impedía venirse abajo sobre las salas inferiores.

Por un momento, se quedaron allí suspendidos, por encima del castillo en llamas.

—¿A qué estamos esperando? —susurró Daine. Le dolía el cuello y tenía muy presente el agujero que había debajo de ellos—. ¡Vámonos!

—No es tan sencillo —respondió Lakashtai, escudriñando el cristal fundido—. Es fácil moverse por el eje vertical, pero el movimiento horizontal es…

—¡Haz algo!

—Levanta los pies.

—¿Qué?

«¡Hazlo!», el pensamiento era una orden, y Daine pasó con fuerza las piernas alrededor de la cintura de Lakashtai. Para su completa sorpresa, ella cerró los ojos y se lanzó contra el cristal.

El tejado estaba tan caliente como parecía, y los pies de Lakashtai se hundieron en su superficie fundida. Debería haber ardido hasta convertirse en ceniza, pero en lugar de eso se produjo un destello de luz.

«¡El escudo!».

Parecía que el campo mental que había creado para protegerse contra el collar comprendía todo su cuerpo. Mientras Daine observaba, liberó sus pies y dio otro paso adelante. Tenía las piernas rodeadas de una radiación cegadora, pues el calor del cristal fundido se había convertido en pura luz. Paso a paso, Lakashtai cruzó el tejado hirviente hasta que alcanzaron el extremo de la pared.

—Un momento más —dijo Lakashtai, con apenas un murmullo.

Había abierto los ojos y, por un instante, la serena máscara de la kalashtar había desaparecido: su rostro estaba lleno de dolor y pura determinación. Saltó del extremo de la maltrecha muralla.

Un segundo más tarde, cayeron al suelo. Los poderes de Lakashtai se mantuvieron activos hasta el último momento, pero en cuanto estuvieron en tierra soltó a Daine y se inclinó hacia atrás. Se habría desplomado si Daine no la hubiera cogido por los hombros para sostenerla en pie.

—Está bien —dijo él—. Te llevaré.

La levantó y corrió a cubrirse entre el follaje. Oyó tras ellos a los centinelas que gritaban en la musical lengua de los elfos, pero no se detuvo para tratar de descifrar su significado, y poco después estaban ocultos en la fría oscuridad de la jungla.

La hora siguiente fue un borrón. Se adentraron en la jungla. Daine ni siquiera intentó encontrar un camino, sólo avanzó incesantemente para poner tanta distancia como fuera posible entre ellos y el castillo en llamas. Avanzó tratando de ignorar sus doloridos músculos y el collar de carne quemada alrededor de su cuerpo, pero sólo pudo soportar el dolor durante un tiempo. Finalmente, dio un traspié y cayó al suelo. Respiraba entre jadeos.

«Relájate». Lakashtai estaba tratando de recuperar el aliento, pero al menos había recobrado ya la compostura mental. «Podemos permitirnos un momento de descanso». Levantó la mano y tocó el collar de cuero. Daine vio un estallido de luz esmeralda alrededor de sus dedos y un nuevo espasmo de dolor recorrió sus nervios. Cuando su visión volvió a aclararse, Lakashtai tenía el collar en una mano. El cuero había quedado limpiamente partido.

«Lo siento —pensó ella—. Tenía que cortar esto antes de que mi escudo fallara».

En el lugar en el que estaba el collar, el cuello de Lakashtai era una masa quemada de piel y músculo. Parecía estar tan mal como Daine sentía el suyo. Éste se tocó la piel e hizo una mueca de dolor, pero pese a dolerle tanto no parecía tener las heridas físicas que veía en Lakashtai, sólo el dolor. Mientras observaba, Lakashtai levantó las manos y se envolvió con ellas el cuello, cerró los ojos por un momento y, cuando retiró las manos, las heridas habían desaparecido, su nueva piel era inmaculada. Sin embargo, Daine siguió sintiendo lo mismo y la piel le bullía con quemaduras imaginarias.

—¡Ojalá pudiera quitarte el dolor! —dijo, abriendo los ojos—. Pero sólo puedo hacer algo así con mi propia piel. No habríamos escapado sin tu valentía y tu fortaleza; espero que puedas soportar esta tortura un poco más.

—Estoy bien —dijo Daine, tratando de mantener la voz serena.

Ella le cogió de la mano y al menos en ese instante pareció que el dolor desaparecía.

—Has salvado mi vida, Daine. Nunca lo olvidaré.

Su mirada era intensa, y Daine se obligó a apartar la suya.

—Diría que ambos hemos tenido parte en ello.

Ella le colocó la mano en la mejilla y le volvió lentamente la cara hacia la suya. Tenía el pelo desaliñado y la cara manchada de sangre y de ceniza, pero sus ojos eran joyas brillantes.

—Daine…

Entonces, el mundo explotó.

—¡Estoy harto de fuego! —gritó Daine.

El estallido de llamas no les dio de lleno, pero a Daine le alcanzaron salpicaduras y se palmeó algunos lugares de su ropa que humeaban.

—¡No os mováis!

Las palabras eran en elfo y procedían del aire. Un segundo más tarde, la fuente del sonido y la llama apareció. Al principio, Daine creyó que iba en una aeronave, una aeronave Lyrandar tripulada por gigantes, pero era un trineo, no una nave, un estrecho trineo de maderaoscura de unos nueve pies de largo. Un anillo de fuego envolvía el centro del trineo, como si se tratara de una aeronave Lyrandar: un anillo ardiente de llama elemental, el poder que sostenía el vehículo en el aire. En la parte delantera, había un elfo tendido sobre el estómago. Llevaba un raro casco de latón y obsidiana decorado con lo que a Daine le parecieron piedras de dragón. Ese casco ocultaba sus ojos, pero su piel oscura y los tatuajes de llamas no dejaban ninguna duda sobre su naturaleza.

Delante del anillo ardiente había un segundo elfo. Tenía un bastón oscuro con símbolos en latón. Estaba unido a una rueda giratoria situada en el centro del trineo. Daine reconocía una arma cuando la veía, y dado que aquella cosa les estaba apuntando, no era difícil intuir de dónde había salido la llamarada.

—¡De rodillas!

El trineo de fuego se detuvo en el aire, y el hombre del bastón ajustó la puntería.

«¿Tienes algún otro truco?», pensó Daine.

«Me temo que no —pensó Lakashtai—, y el escudo que he creado ya se ha desvanecido. No puedo protegernos».

«Entonces, supongo que depende de mí», dijo Daine, poniéndose de rodillas.

Echó un vistazo entre los árboles en busca de algo que pudiera utilizar como arma. Rezó en busca de inspiración. Al principio no vio nada. Después, se produjo un leve movimiento, un brillo metálico en la oscuridad.

Una larga cadena de plata surgió de entre los árboles y rodeó el cuello del hombre que sostenía el bastón. Mientras se llevaba las manos a la cadena, fue tirado del trineo. Cayó gritando al suelo y la cadena lo hizo tras él. Dándose cuenta de que estaba en peligro, el piloto puso el trineo en movimiento, pero fue demasiado tarde. Se produjo un zumbido, y Daine vio cómo dos discos oscuros impactaban contra el drow. El anillo de fuego cobró vida, y el trineo se puso en marcha. Un instante después, Daine oyó el rugido de una explosión distante: herido o muerto, parecía que el piloto había perdido el control de su vehículo.

Daine se puso en pie y se volvió hacia Lakashtai.

—Vámonos —dijo—. De prisa…

Era demasiado tarde.

Tres formas oscuras surgieron de las sombras. Una pálida armadura de cuerno brilló a la luz del día. El líder sostenía una rueda arrojadiza con tres puntas en la mano derecha y un escorpión en la izquierda.

—Nuestros caminos se cruzan de nuevo, extranjero —dijo Shen’kar—. Ahora hablaremos de fuego.