Lakashtai permaneció en pie rígidamente, negándose a rendirse al dolor. Los pinchos del forjado le habían desgarrado la piel en los lugares por los que la habían sostenido, y algunos de esos pinchos seguían clavados en las heridas, Lakashtai se arrancó con cuidado cada uno de los pinchos y los dejó caer en la nieve. Cerró los ojos, respiró tranquila y profundamente, y la sangre dejó de manar por los cortes. Un instante después, la sangre coagulada se desprendió y cayó al suelo dejando la piel suave y sin heridas. El único indicio de que había sido atacada eran los cortes en la capa y la túnica que llevaba debajo. A pesar de su estoicismo, temblaba ligeramente cuando el viento soplaba en su pálida piel.

A Daine aquella visión le pareció ligeramente inquietante por razones que no podía explicar. Estaba acostumbrado a la sanación sobrenatural: el tacto de la Marca de dragón de Jode había salvado su vida en muchas ocasiones, y Lei había creado innumerables ensalmos sanadores a lo largo de los años, pero Lakashtai… ¿Cuáles eran sus límites? ¿Qué más podía hacer? Recogió sus armas de la nieve y caminó hacia ella.

—Través está buscando huellas, Lei está estudiando al forjado y Gerrion está registrando el barco —dijo—. ¿Has descubierto algo de nuestro pequeño amigo?

—Tenemos que irnos rápidamente —dijo—. Lei no le ha matado. Este cuerpo es sólo una parte de lo que tenemos delante. Hay más y saben que estamos aquí.

«Genial. Ahora nos persiguen forjados».

—¿Sabes qué quieren? ¿Me están buscando a mí?

—No. No sabía quiénes erais, pero se ha producido un reconocimiento. —Miró en dirección a la nieve en busca de la forma que se movía entre las sombras—. Través. Sólo le interesaba Través.

«¿Conoce a Través? ¿Es eso posible?». Recordó el momento de duda cuando le había ordenado que atacara y sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la baja temperatura.

Gerrion saltó desde la cubierta del barco.

—Tres muertos a bordo. Buscadores de tormentas todos ellos, guías y sirvientes. —Sonrió—. Al menos, ahora tendré menos competencia.

—Me alegro de que algo bueno salga de ello —dijo Daine—. ¡Lei, tenemos que ponernos en marcha!

Ella asintió y se puso en pie con un pedazo de metal en la mano. Antes de que se volviera, Través apareció junto a Daine, como si se hubiera materializado en la nieve.

—Es difícil seguir huellas en estas condiciones —dijo Través—. El viento está cubriendo rápidamente los rastros de movimiento, pero un grupo de cinco, o quizá seis, se ha dirigido al sudoeste en las últimas horas. —Señaló la nieve, que seguía cayendo.

Daine se dio cuenta de que tenía la mano en la espada y se obligó a sacarla de ahí. «Es mi amigo. Me ha salvado la vida una docena de veces». Al mirar la máscara de hierro que era la cara de su compañero, Daine percibió rastros de duda. «No es humano. Ni siquiera es de carne y hueso. ¿Qué le está pasando por la mente? ¿Es Través, o ha sido sustituido por otro forjado?». Era un pensamiento ridículo, y Daine se sintió un poco avergonzado por permitir que se le pasara por la cabeza. Era como si le preocupara que Lei hubiera sido sustituida por un replicante. Pero aun así… «Sólo le interesaba Través».

Través todavía estaba esperando una respuesta.

—Buen trabajo —dijo Daine al fin—. ¡Gerrion! Si sabes adónde vamos, guíanos. Si no… —Bajó la mirada hacia el cadáver despedazado sobre la nieve—. Bueno, no parece ser un buen día para los guías.

—No te preocupes, capitán —dijo Gerrion con una risotada—. Veré lo que puedo hacer para sacaros de la nieve. Por aquí.

Los demás siguieron a Gerrion bajo la acción del viento. Se dirigían hacia el sur, y a Daine le alivió ver que el camino se alejaba del rastro que Través había descubierto.

Estaban cruzando una selva congelada.

Inmensos árboles se alzaban por encima de ellos envueltos en enredaderas y musgo. Grandes flores tropicales cubiertas de hielo, frutos aplastados por la nieve. El frío era peor de lo que Daine había experimentado jamás en Cyre, y sentía el viento gélido como pedazos de cristal clavándosele en la piel. Tenía los dedos rígidos y entumecidos, y rezó por que no tuviera que tratar de blandir la espada antes de encontrar un poco de calor.

—¿Qué has descubierto? —le gritó a Lei.

Habría preferido hablar en voz baja, pero era imposible susurrar con aquel viento aullador. Además, ¿de quién trataba de ocultarse? Gerrion podría haber salvado sus vidas en Linde tormentoso durante su primera pelea con los riedranos, y Través, aunque oyera alguno de esos vagos miedos… Través era capaz de oír un murmullo en mitad del campo de batalla.

—Sólo había visto un forjado así en una ocasión —gritó ella.

—… en el risco de Keldan —completó él la frase.

—Sí, no tenía ninguna de las señales habituales que indican la forja de origen, la finalidad, la nacionalidad y cosas así. He visto a muchos forjados a los que les quitaron esas marcas después de la guerra, pero eso normalmente deja señales. Éste… Quienquiera que lo hiciese quería mantener en secreto su origen.

—¿Por qué iba alguien a querer algo así? —gritó él al mismo tiempo que soplaba una ráfaga de viento.

—¡No lo sé! Todo el diseño… es raro. Es como si alguien estuviera jugando, diseñando un forjado como diseñarías una muñeca para un niño, sólo para saber qué aspecto tendría con dientes y los brazos más largos. Pero crear nuevos diseños es un proceso complejo y caro. Una vez que Cannith obtuvo un diseño fiable, utilizaron ése. Se hicieron algunos modelos variantes, como el soldado adamantino o el explorador más pequeño, pero nadie hace un forjado nuevo para ver qué pasa.

—He visto que cogías algo del cuerpo. ¿Qué es?

Lei buscó en el bolsillo lateral de su bolsa y sacó un pedazo de metal. Era curvo y plano por un lado. Al cabo de un momento, Daine se dio cuenta de que era parte de la cabeza, una cuña metálica con un glifo abstracto grabado, quizá una letra de un alfabeto extranjero. Todos los forjados tenían una marca similar en la cabeza. Daine siempre había dado por hecho que era una insignia de la unidad o la marca del constructor.

—Se llama…

—Es una ghulra —dijo Través, interrumpiendo a Lei. El forjado, que iba en la retaguardia, silenciosamente se había acercado a Daine—. La Marca de la vida.

Lei le miró de soslayo.

—Eso es. Cada marca es única. Nadie sabe por qué. Es algo inherente al diseño, algo que cobra forma cuando se fusionan el cuerpo y el espíritu.

—¿Qué quiere decir que nadie sabe por qué? —dijo Daine—. ¿No fue tu gente, la casa Cannith, quien diseñó los primeros forjados?

—Bueno, sí… —dijo Lei, dejando la frase sin acabar.

—El verdadero origen de los forjados es un misterio. —La grave voz de Través era clara incluso con aquel viento—. Muchos dicen que la casa Cannith obtuvo los elementos más importantes de su trabajo… de Xen’drik, que ni siquiera Merrix y Aaren d’Cannith comprendieron totalmente la fuente del espíritu del forjado o cómo vincularon la vida con el metal y la piedra.

—Has aprendido más historia de lo que creía —dijo Lei.

—He estado leyendo. La historia del forjado era un lugar lógico por el que empezar.

Daine todavía estaba pensando en lo que Través había dicho.

—Si los Cannith obtuvieron sus conocimientos del pasado…

—Podría significar que en el pasado hubo forjados en Xen’drik, o al menos algo bastante similar a los forjados. Podría haber muchas cosas de los míos que la casa Cannith no entiende.

«Los míos».

—Través, ¿conocías al forjado que hemos matado en la playa?

—No lo había visto nunca antes, Daine.

No dudó, y por supuesto, Través no tenía ninguna expresión que interpretar. En una habitación cálida y bien iluminada, Daine podría haber sacado alguna conclusión del ademán de Través; hasta el forjado tenía lenguaje corporal, aunque se tardaba un tiempo en comprenderlo. Si había algo sospechoso en el comportamiento de Través, Daine no lo vio.

—Lakashtai ha dicho que te ha reconocido.

—Me parece improbable. Puede ser que me haya confundido con otro forjado de mi grupo.

«Quizá», pensó Daine. Nunca había visto a ningún soldado forjado del mismo modelo exacto que Través. Siempre había supuesto que era solamente una cuestión de edad: Través estaba ya en el campo de batalla antes de que Daine hubiera aprendido a hablar, pero algunos pensamientos reconcomían el cerebro. Recordó un encuentro con la directora Halea d’Cannith en la forja de Chimenea Blanca. Había estado dispuesta a entregarle cinco unidades de forjados de élite a cambio de Través. «¿Qué quería de este viejo forjado?».

Mientras trataba de formularse esa pregunta, dejaron atrás la nieve y vieron el sol.

Fue como cruzar una cortina. Un momento Daine estaba rodeado de ráfagas de nieve y un frío terrible, y al siguiente estaba en un bosque exuberante y verde, con la humedad y el vapor de cualquier bosque brelish. Sintieron cosquillas en la piel, que protestaba por el repentino cambio de temperatura. Mirando atrás, vieron la muralla blanca de la tormenta, pero ya no la sentían, ni siquiera la oían. El viento atronador había sido sustituido por el zumbido de miles de insectos y el canto de raros pájaros.

Daine escudriñó los árboles en busca de señales de movimiento. Miró de soslayo a Través, y éste negó levemente con la cabeza. Daine se relajó un tanto: si Través no era capaz de detectar una amenaza, o bien estaban seguros, o bien no había esperanza para ellos. Gerrion estaba abriéndose paso entre los arbustos, con un largo cuchillo. Tenía una esfera de cristal brillante en la mano izquierda, cargada de fuego frío.

—¿Y ahora qué? —dijo Daine—. ¿Un desierto?

—Si seguimos andando unos días más… —dijo Gerrion—. Pero esta región es relativamente estable. Sólo tenemos que encontrar… ¡Ah!, aquí está.

Se abrió paso entre un último grupo de densas enredaderas y salieron a un largo pasillo natural que iba de este a oeste. El camino era de casi veinte pies de ancho, y el suelo estaba cubierto de zarzas y enredaderas, pero no había árboles en él.

Daine salió del bosque y sintió piedras bajo los pies.

—¿Un camino?

—Una carretera; más vieja que tu especie, probablemente. Aunque si quieres una lección de historia, creo que uno de tus amigos puede hacerlo mejor que yo.

Daine miró a los demás. Lei estaba hablando con Través y sonreía por primera vez desde que habían discutido a bordo del Gato gris. El conflicto inesperado había dejado por un instante la tensión a un lado, pero por el momento sería mejor no volver a sacar el tema. Lakashtai caminaba justo detrás de Daine con la capucha puesta para ocultar sus ojos. A juzgar por su última experiencia, Daine estaba seguro de que les había oído. Si quería hablar, lo haría.

—Siempre he preferido las espadas a los libros —le dijo a Gerrion—. ¿Quieres decirme adónde vamos exactamente?

—No; de hecho, no.

Gerrion hizo girar su daga en el aire mientras caminaban por la vieja carretera, la cogió al vuelo hábilmente y la volvió tirar.

—Vas a hacerlo, quieras o no.

—No quisiera arruinar la sorpresa.

—Odio las sorpresas —dijo Daine.

—Dame una oportunidad —dijo Gerrion, alegremente. Su daga giraba de una mano a la otra, siempre en movimiento.

—Entonces, hablaremos de otra cosa.

—Muy bien, hablemos.

—¿Quieres decirme qué es Sulatar?

Gerrion se quedó inmóvil, y en ese momento de estremecimiento, se le escapó la daga. Daine vio un vislumbre de acero directo hacia sus ojos, y entonces la hoja se detuvo, suspendida en el aire. Lakashtai llegó hasta ellos desde más atrás y cogió la daga.

—Una palabra de los elfos —dijo, devolviéndole el arma a Gerrion—. Significa «llama unida». En el dialecto antiguo se podía interpretar como «el que une el fuego», creo. ¿Por qué es eso importante?

Daine miró a Gerrion, pero el semielfo bahía envainado la daga y aceleró el paso para alejarse de ellos.

—El espíritu del agua dijo que nuestro amigo Gerrion era un «hijo de Sulatar». Parece ser un tema sensible.

—Hijo de la llama unida —murmuró Lakashtai—. Hijo de los unidores de fuego. Es una pena que yo no viera ese espíritu.

—¿Cómo lograste meditar mientras el barco estaba a punto de volcar, por cierto?

—No es… tan sencillo. Mi alma estaba sumergida en mi interior y dejó mi cuerpo momentáneamente sin atención.

—También mencionó el «tiempo de la Llama». ¿Significa eso algo para ti?

Lakashtai se pasó un dedo por sus labios perfectos.

—Es interesante. No creo que sea relevante, pero es…

—¡Aquí estamos! —gritó Gerrion—. Os dije que no estaba lejos. Y creedme, valdrá la pena.

Más arriba había un claro de unos doscientos pies de diámetro. Un montículo llano cruzaba ese espacio a unos seis o siete pies por encima de la carretera.

—¿Quién construyó esto? —susurró Lei al llegar a su altura.

—¿Construyó qué? —dijo Daine.

—Mira a tu alrededor.

Lo hizo. Un largo montículo rodeado de árboles. Arboles sin ramas. Árboles con raras inscripciones que rodeaban los troncos.

—Mira arriba.

Había un tejado sobre el claro. Casi a unos cuarenta pies del suelo. Ahora se caía a pedazos, pero su finalidad original era perfectamente clara. Los árboles no eran tal; eran columnas labradas a partir de troncos de inmensos árboles de maaderaespesa y dispuestas alrededor del montículo. Éste, aunque ahora estaba cubierto de suciedad y matojos, era una plataforma de piedra ligera.

—¡Daine, Lakashtai! —les gritó Gerrion—. Venid aquí y os mostraré por qué hemos hecho el viaje. Tú, Lei, deberías estudiar el pilar grabado de la esquina. Siendo una erudita como tú eres… creo que te fascinará.

Daine se encogió de hombros y se subió a la plataforma. Después se volvió para ayudar a Lakashtar a subir.

—¿Qué es tan interesante…? —Se detuvo al ver sobre lo que estaban.

Era un mapa.

De doscientos pies de largo y cien de ancho. Parecía haber sido grabado en una sola lápida de piedra, aunque Daine no podía entender cómo una cosa así podía ser extraída de una cantera o transportada. En los lugares en que habían caído pedazos de maderaespesa del dosel había cráteres, pero la mayor parte del mapa estaba intacto. Las formas serpenteantes de los ríos partían de los extremos hasta el centro, y los riscos montañosos se alzaban algunas pulgadas de la base. Vio las agujas de las torres que rodeaban las pequeñas ciudades.

Era como si fuera un dios montado a horcajadas sobre todo el continente.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó a Gerrion de camino. El semielfo estaba examinando un pequeño castillo que parecía pintado con esmalte negro—. Es algo digno de ver, eso te lo reconozco, pero creía que ya sabíamos adónde íbamos. Es demasiado grande para ser útil: sólo se puede entender desde una altura de treinta pies.

—Supongo que eso no era un problema para sus creadores —respondió Gerrion—. Además, piensa: dentro de unos años estarás contándoles a tus nietos que una vez viste el mapa más grande de Xen’drik.

—Espero que rengas una razón mejor que ésa —respondió Daine.

Lakashtai había estado escudriñando intensamente cuanto los rodeaba y había iluminado el mapa con la sobrecogedora luz de sus ojos.

—Aquí —dijo, señalando un inmenso pedazo de maderaespesa que estaba a unos cuantos pies—. Nuestro destino está en ese cráter.

Gerrion sonrió.

—Espero que no sea un mal presagio, pero aunque no podamos llegar allí directamente, podremos ahorrarnos algunos días de viaje.

—¿De qué estás hablando? —le espetó Daine—. ¿Nos traes hasta aquí a través de la nieve para ver un mapa y enseñarnos un lugar al que ya sabemos cómo llegar? ¿Cómo puede eso ahorrarnos tiempo?

—Paciencia, capitán —respondió Gerrion—. Permíteme mostrártelo. —Puso una rodilla en el suelo y extendió las manos en dirección al pequeño castillo.

Antes de que los dedos de Gerrion llegaran a la torre labrada se produjo un estallido de movimiento entre los árboles. Cinco personas entraron en el claro. Cuatro eran idénticas: exploradores forjados, duplicados de la criatura que habían conocido en la playa helada. Los exploradores trazaron un semicírculo alrededor de una gran figura con capa de al menos nueve pies de altura y complexión de ogro.

—No os mováis. —La voz era como un chorro de arena o partículas de metal arrojadas contra el viento. Parecía fluir a su alrededor y moverse por el claro sin necesidad de volumen—. Tirad las armas y puede ser que viváis.

Daine tuvo sus armas en las manos en un instante, y ya estaba preparado para el ataque, dispuesto a saltar de la plataforma para unirse a Través y Lei en el suelo, cuando Gerrion puso la mano sobre la torre oscura y todo cambió.