Fuera como resultado de la protección mística o simple buena fortuna, el día pasó sin nuevos incidentes. En una ocasión, Daine creyó ver una gran forma oscura moviéndose bajo las aguas, pero depredador o espíritu, no amenazó al Gato gris. Las tormentas que permanecieron sobre el mar Tronante lo hicieron a distancia, formando un muro negro al norte.
Aunque en las aguas reinaba la tranquilidad, el estado de ánimo de los pasajeros era cualquier otro menos ése. Lei había evitado a Daine desde el ataque y se había dedicado a examinar a Través, y a apartar la mirada y a sumirse en el silencio las pocas veces que Daine se acercó. Éste podría haber forzado las cosas, pero el Gato gris era demasiado pequeño para la intimidad, y Daine no quería proseguir la conversación cerca de Gerrion o de Lakashtai. Además, no sabía qué decir.
Hacía muchos años que Daine había dejado de ser miembro de la casa Deneith, y ésta ya no era parte de su identidad. Había decidido abandonarla. En parte fue una protesta contra las acciones de la propia casa. Cannith, Orien, Deneith: si las casas se hubieran unido para apoyar la causa de la legítima reina de Galifar, la guerra civil habría terminado incluso antes de empezar, pero la guerra era una oportunidad para las casas. El conflicto les daba muchas opciones para el enriquecimiento: mercenarios Deneith, sanadores Jorasco, herreros Cannith: toda casa tenía su hueco para trabajar en la guerra. La avaricia y el deseo de poder se impusieron a toda noción de decencia, solidaridad o lealtad a una tierra.
Las acciones de la casa fueron sólo un factor de su decisión. Mucho antes de que sus sueños se vieran sitiados, había sido presa de pesadillas relacionadas con cosas que había hecho al servicio de la casa. Derramar sangre por oro era ya algo malos pero cuando pensaba en sus primeros años en Metrol, en la sata de espejos de Alina, los recuerdos aún le ardían. Había sido Jode quien le había rescatado del abismo moral, y ahora lo único que quedaba de Jode era una botella de cristal en su bolsillo.
Cuando abandonó la casa, Daine rayó el emblema Deneith de la empuñadura de su espada. Más tarde le había sido restituido, y Daine había decidido dejarlo intacto no por respeto a la casa, sino a su abuelo. Pero de todos modos ya no se consideraba un miembro de la casa Deneith y nunca había pensado que eso pudiera tener algún significado para Lei. Ella tenía razón. A pesar de los sentimientos de Daine, la sangre de la casa corría por sus venas. Daine tal vez no portara una Marca de dragón de la casa, pero el potencial seguía en su sangre. Daine nunca se había preocupado por la historia, pero todos los hijos de las casas conocían las leyendas: mezclar la sangre de dos casas portadoras de la Marca de dragón podía dar pie a marcas aberrantes, niños con raros poderes que podían ser presa de la locura o la enfermedad. Daine fue un niño cínico y nunca prestó mucha atención a las leyendas, pero un año atrás se había encontrado con tres personas portadoras de marcas aberrantes, y había sido una experiencia penosa. Daine pensó en el hombre cubierto de heridas e hinchazones, la pequeña mediana que se reía y hablaba con sus ratones. Si Lei y él se unían, ¿era eso lo que darían en herencia a un hijo?
Pero ¿quería él tener hijos?
—Ya tienes suficientes problemas. No busques más.
La suave voz de Lakashtai le sacó de su ensoñación. Gerrion estaba durmiendo, pero al parecer la kalashtar sabía navegar. Estaba junto al timón, con la capa hinchada por el viento. Las quemaduras de su piel pálida habían desaparecido. Daine se preguntó si había hecho las paces con Lei en algún momento, o si la sanación era otro de los poderes que él no sabía que tenía. Lei no se veía por ninguna parte y lo más probable era que estuviera durmiendo en el camarote. Través estaba en la proa pero miró atrás un instante al oír la conversación.
—No es necesario que hurgues en mi mente cuando estoy despierto —dijo Daine con una mirada irritada.
—Ninguno de nosotros puede decidir eso —respondió—. Es el precio de tu protección. He tocado tus sueños y me resulta difícil ignorar tus más poderosas emociones. Podrías tratar de mostrarte agradecido por una vez. No me gusta la sensación de que tus pensamientos y emociones se introduzcan en mí, pero mi única alternativa es matarte.
—Si hay una batalla, no será Daine quien caiga.
Través estaba limpiando la cadena de su mayal. Tenía la voz tan tranquila como Lakashtai, era difícil de creer que estuvieran hablando de un asesinato.
—En mi estado actual, eres un rival peligroso para mí, Través. El dolor del cristal hecho añicos todavía arde en mi interior y debilita mi vínculo con Kashtai, pero hablo sin malicia. Sin mi ayuda, tu amigo morirá, y pese a toda tu fuerza y tu talento, no podrás salvarle. Su muerte sería agónica y enloquecedora, y serviría a la causa de una oscuridad aún mayor. Si le matara sería una forma de piedad.
—Eres una mujer muy compasiva, ¿verdad? —dijo Daine.
Lakashtai le miró de soslayo. Sus ojos no brillaban, pero incluso desde la distancia la viveza de su verdor era extraordinaria.
—Si no me importara tu destino, no estaría aquí ahora, y la única parte de ti que importa habría muerto hace un año.
Aunque su voz era tranquila y mesurada, Daine pensó que oía rastros de dolor tras ella y sintió un atisbo de vergüenza. Los modales apremiantes de Lakashtai hacían que fuera fácil olvidar que también ella podía tener sentimientos bajo su máscara de serenidad, e incluso su belleza resultaba tan inquietante como atractiva, pero tenía razón, y merecía un mejor trato de su parte.
—No quería ofenderte. Pero estoy acostumbrado a librar mis propias batallas, y ese comentario tuyo sobre la posibilidad de matarme no me infunde precisamente buena voluntad.
—Lo entiendo, pero entre los míos no es costumbre rehuir una verdad dolorosa.
—Entonces, ¿por qué estás haciendo esto? —dijo Través—. Si matar a Daine sería un acto piadoso, ¿por qué estás dispuesta a ayudarle? ¿Por qué incluso apareciste en el momento adecuado para ayudarle por primera vez? —Su expresión estaba fijada en el metal y su voz era calma, pero las señales de sus sospechas estaban ahí: en el modo como sostenía el mayal, en la tensión de sus rodillas.
—Coincidencia, si crees en esa clase de cosas. —Lakashtai se volvió hacia Daine—. Soy muy susceptible a los vientos del destino, y cuando te vi por primera vez en el Rey del Fuego supe que nuestros destinos se unirían, aunque ignoraba cómo. Cuando me buscaste, asolado por el fantasma mental, hice lo que hubiese hecho por cualquiera; esa técnica es una abominación utilizada con demasiada frecuencia por Il-Lashtavar. De nuevo, sentí la premonición, la sensación de que había un vínculo entre nosotros, así que dejé la baliza de cristal con la esperanza de que sentiría cuándo me necesitabas. Y lo hice.
—Y llegaste justo a tiempo para matarme —dijo Daine.
—Si así es como quieres…
—No, no, lo siento —dijo Daine con un gesto de arrepentimiento—. Tienes razón. Ya estaría muerto de no haber sido por ti. Olvidémonos de esto.
Través volvió a centrar su atención en el mayal, pero Daine se dio cuenta de que el forjado seguía mirando a Lakashtai mientras aceitaba la cadena y afilaba la punta.
Finalmente, Gerrion regresó al timón y viraron en dirección a tierra siguiendo la costa; después, remontaron un ancho río hacia el interior. Sacaron los remos y dedicaron toda su energía a llevar el barco río arriba. Al principio, Daine pensó que la reputación de esa zona era exagerada. Las costas estaban pobladas de una densa vegetación, pero no parecía peor que los bosques húmedos de Breland: no había bestias acechando entre los matorrales ni ruinas antiguas con paredes de oro.
Entonces, llegaron al hielo.
Empezó con un frescor en el aire. Los tendones de la bruma y el vapor se desplazaban sobre el agua. Se advertía un ligero polvo helado sobre los árboles, y eso dio rápidamente pie a una gran capa de nieve. Mirando río abajo, vio una pared de niebla y nieve que cubría el agua y la costa con sombras blancas.
—No lo entiendo —le dijo Daine a Gerrion. El aliento se convirtió en vaho en el gélido aire—. ¿Cómo puede ser el tiempo tan severo? Hace una hora estábamos en una jungla. ¿No mata las plantas este tiempo?
—Xen’drik no funciona con vuestras reglas, amigo mío —dijo Gerrion—. Tendremos suerte si el río no se ha convertido en lava.
—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto. Es raro, pero he oído hablar de cosas aún más raras. La mayor parte es estable, pero cuando pasas por una de las zonas variables, bueno, nunca sabes con qué vas a encontrarte.
—Xen’drik es un viejo reino poseído por terribles poderes —dijo Lakashtai—. Libraron una guerra contra el sueño y la pesadilla, y ese conflicto dejó cicatrices en la realidad. Mañana, esta región puede ser de nuevo verde y tropical, o quizá el suelo se convertirá en piedra y los árboles en cristal.
—¿Y la gente? —dijo Daine.
—Mejor no descubrirlo.
La nieve empezó a cubrir la cubierta, y Daine se dio cuenta de que estaba golpeando pedazos de hielo con los remos.
—No me gusta la pinta que tiene esto —dijo Gerrion—. Esas montañas indican que el río está totalmente congelado ahí arriba, y no quiero verme atrapado en algo así.
—Podría tratar de crear una especie de escudo de calor —dijo Lei, soltando por un momento los remos—. No podría cubrir todo el barco, pero sí colocar una pequeña bola de fuego delante de la proa. No sé cuánto tiempo podría mantenerla con vida, pero sería un experimento interesante.
—No…, no hay forma de saber hasta dónde será así ni cuánto durará. —Se volvió hacia Lakashtai—. Señora, si no te importa asumir un pequeño riesgo, hay otra forma de llegar a nuestro destino.
—Habla.
—Conozco la región que has descrito a partir del mapa. Hay un… camino mágico, más o menos, que nos acercaría a ese monolito. Hay una pequeña cala cerca de aquí donde podríamos echar el ancla. Aunque no me gusta nada la idea de abandonar el Gato, es un puerto que he utilizado antes y es tan seguro como cualquier embarcadero que uno pueda encontrar en este sitio. No será agradable, visto el tiempo que hace, pero ese camino nos permitirá adentrarnos más rápidamente en tierra. Aunque el río no esté congelado, esto nos ahorraría unos cuantos días de viaje.
Lakashtai miró a Daine.
—¿Capitán? ¿Algún consejo estratégico?
La cubierta estaba llena de nieve, y Daine no se sentía la cara. Estaba empezando a soplar un viento gélido.
—Esto no pinta bien y no quiero tener que arrastrar este barco sobre el hielo. Digo que escuchemos al guía.
Gerrion le hizo una rápida reverencia.
—Siempre el mejor consejo. Remad con fuerza y, con suerte, llegaremos a la cala antes de que el río esté completamente congelado.
La temperatura cayó con la proximidad de la noche y se vieron obligados a detenerse en dos ocasiones hasta que Lei abrió camino con una llama mágica. El hielo formó un cascarón sobre Través, y las criaturas de carne y sangre se apretaron las capas para protegerse del frío, pero mientras el sol desaparecía por el horizonte, Gerrion detuvo el barco junto a la costa. Extrañamente, las aguas de la cala estaban menos heladas que las del río; era como si alguna fuerza oculta estuviera calentando el agua, y las llamas de Lei dejaron de ser necesarias. La costa estaba oculta tras las sombras y la nieve, pero Gerrion demostró su valía como guía navegando a ciegas. Finalmente, el barco topó contra la tierra, y Gerrion y Través lanzaron el ancla.
—Si tenéis ropa más cálida, es el momento de que os la pongáis —dijo Gerrion—. El camino sólo dura unas horas y prefiero que nos pongamos en marcha a acampar en este caos. Si Olladra quiere, a medianoche volveremos a tener un tiempo cálido.
—No estamos solos.
La tranquila voz de Través se oyó entre el frío. Daine apenas podía verle bajo la nieve, pero el forjado tenía la ballesta en la mano con una flecha en la cuerda. Se produjo un rápido movimiento y una salpicadura cuando Través saltó por la borda.
—Hay otro barco aquí, arrastrado más adentro que el nuestro.
Daine entrecerró los ojos en la oscuridad. Apenas podía ver el perfil de la nave. Suspiró. Si había alguien ahí, sin duda se había percatado de la llegada del nuevo barco.
—Lei, luz.
Una luz pálida hizo retroceder la noche. Emanaba de una moneda de cobre que Lei tenía en la mano. Le dio el disco brillante a Daine, y éste tiró la moneda sobre la cubierta, lo que originó un charco de luz en la oscuridad. Daine buscó señales de movimiento, reacciones en la noche, pero no vio nada.
Través tenía razón: había otro barco a unos veinte pies de distancia. Era algo más grande que el Gato gris, disponía de dos mástiles y tenía un casco achaparrado y redondeado cubierto de alquitrán negro. «Al menos no es riedrano», pensó Daine. El barco era más sencillo y mucho menos feo que la nave que Lakashtai había identificado como riedrana cuando habían llegado a Linde tormentoso.
No había señales de movimiento más allá del chapoteo del agua, ni tampoco luz.
Desenvainando la espada, Daine saltó por la proa del Gato gris. El agua gélida salpicó alrededor de sus botas mientras se encaminaba a la costa.
Través apareció a su lado, un fantasma de mitral en la noche nevosa. Alzó una mano en dirección al barco. «Sígueme en silencio», decían sus gestos.
En el suelo había un cuerpo humano. Estaba medio enterrado en la nieve, y sobre el manto blanco, había sangre fresca.