La oscuridad era completa.

«Deberíamos haberlo esperado», pensó Daine. ¿Por qué iban a dejar las antorchas encendidas para los ladrones?

—Luz —susurró suficientemente fuerte para que Lei le oyera.

Sonó un murmullo cuando ella tejió una fuego frío temporal en su bastón, pero antes de que el encantamiento fuera eficaz, el área se llenó de una radiación verde pálido. Volviendo la mirada hacia allí, Daine vio que los ojos de Lakashtai brillaban como faros y proyectaban un cono de luz esmeralda delante de ella.

—Eso es un poco… inquietante —dijo Daine en voz baja.

Para su sorpresa, Lakashtai le guiñó un ojo, con lo que la luz parpadeó por un instante.

Estaban en una inmensa caverna, mucho más grande que la sala de audiencias que habían visto antes. A su derecha, había unas estanterías altas atestadas de pequeños cofres y escamas de dragón. Daine reconoció el arca que contenía la escama azul. En las estanterías de la izquierda había libros, pero libros distintos de los que Daine había visto. La mayoría eran de más de tres pies de altura y un ancho proporcional. Esos tomos estaban encuadernados con piel de lagarto o cuero grueso, pero la mayoría se estaban desmenuzando a causa de su antigüedad.

—Gigantes —susurró Lei—. Debieron ser escritos por gigantes antes de la caída de Xen’drik.

—¿Cuál contiene nuestro mapa? —dijo Daine—. Dime que no nos los tenemos que leer hasta que lo encontremos.

—El mapa que buscamos no está encuadernado en piel y escrito en tinta. —Lakashtai miró por las estanterías pasando el cono de luz por hileras de libros y largos tubos de piel que probablemente contenían enormes papiros—. Es un gran cristal traslúcido, de unos tres pies de diámetro. Debe de estar en algún lugar de esta sala.

Daine asintió.

—Lei, Través…, adelante. Lentamente.

Recorrieron el pasillo. Lei estaba unos pasos por delante de Través, y Daine se preguntó lo que veía al contemplar las corrientes de energía arcana. Transcurrió un rato antes de que vieran el final del pasillo. Lei se detuvo en la intersección, se arrodilló y pasó la mano por el suelo.

—¿Qué has descubierto? —preguntó Través.

Lei frunció el entrecejo.

—Hay un símbolo aquí, un glifo de tremendo poder. Pisadlo y estaréis muertos en un instante. Sería como un huracán apagando una vela.

—¿Puedes romperlo? —preguntó Daine.

—No, pero… ya ha sido activado. Es raro, parece que fue pisado, pero no hay cadáveres.

Daine apretó la empuñadura de la espada.

—De modo que no estamos solos.

—Depende de cuánto tiempo tarde la energía del sello en reconstruirse. Quizá ha habido intrusos aquí antes, y los guardias han retirado los cadáveres.

—Quizá. Tenemos que estar preparados. Lakashtai…, ¿puedes volver a unir nuestras mentes?

«Por supuesto». El pensamiento floreció en la mente de Daine.

«Bien. Lei…, a la izquierda. Con cuidado y en silencio».

Se deslizaron junto al muro, ante las hileras de estanterías gigantes. Algo más allá, el laberinto de estanterías daba a una amplia cámara. Daine vislumbró estatuas en ruinas y otras grandes reliquias, pero un repentino «parad» de Través le hizo detenerse.

«Allí. En la esquina de la última estantería. Sangre».

Apenas podía verse bajo la luz mágica, pero los ojos de Través eran agudos. Había una mancha oscura en la base de la última estantería, justo en un extremo del pasillo, un charco de sangre seca.

Daine dio un paso adelante, desenvainado su daga. «Lei, ¿está el pasillo despejado hasta allí?».

«Creo… que sí».

Daine se colocó junto a Través. «Prepárate», pensó.

Se lanzó hacia adelante, agachado, con la esperanza de que eso le dejaría por debajo del alcance de cualquiera que pudiera estarle esperando con una arma en la mano. Corrió hasta más allá de las estanterías y se detuvo tras un inmenso pie de mármol azul que parecía el único testigo de un monumento colosal. Girando sobre sí mismo, escudriñó la sala en busca de enemigos, pero no vio ninguno.

Al menos, enemigos vivos.

«Es seguro —pensó, saliendo de su escondite—. Venid a echar un vistazo a esto».

Había dos cadáveres tendidos en el suelo de la cámara. Eran dos de los guardianes reptilianos de Hassalac, posiblemente los mismos que habían escoltado a Daine y Lakashtai esa mañana, pero los destrozos que tenían hacían imposible saberlo.

—Piadoso Arawai —murmuró Lei, arrodillándose para estudiar más de cerca los dos cadáveres—. ¿Qué puede haber hecho algo así?

Apenas quedaba la mitad del cuerpo de la criatura. Era como si se hubiera topado con un muro de cuchillas giratorias, una fuerza que había desgarrado la carne, el hueso y la malla con la misma facilidad y había esparcido los restos en un círculo ensangrentado de diez pies de diámetro. El hedor era terrible.

—No lo sé —dijo Daine—, pero por el momento parece que alguien nos ha despejado el camino. La sangre está seca y no hemos visto ningún movimiento. Hagamos esto tan de prisa como podamos antes de que venga alguien a investigar. ¿Lakashtai?

La mirada esmeralda recorría las reliquias. «Aquí», pensó ella, y el cono de luz se estrechó para concentrarse en un objeto, un inmenso pedazo de cristal pulido cubierto con raros símbolos grabados.

«Muy bien. Través, prepara tu ballesta. Yo abro».

Daine corrió por la sala. Todavía no había enemigos a la vista y los otros le siguieron rápidamente. Través mantuvo la distancia contemplando las sombras de la sala. Lei y Lakashtai ocuparon sus posiciones alrededor de la piedra.

—No lo entiendo —susurró Lei—. No percibo ninguna clase de aura mágica, y estos símbolos… No son de ningún idioma que haya visto jamás ni de ninguna escuela de diseño arcano.

—No es mágico —respondió Lakashtai—. Se han introducido recuerdos en el cristal. Abrirlos, acceder a ellos, es cuestión de pensamiento. Debes considerar el cristal una extensión de ti misma y buscar en él como lo harías en tu mente. —Puso una mano en el inmenso cristal, y éste empezó a brillar, un débil brillo azul que pronto fue ganando fuerza y que acabó llenando la sala de luz.

«Daine. —Era el pensamiento de Través, lento y tranquilo como su voz—. Mira el suelo. Mira los rastros».

Daine contempló el suelo de piedra. Nunca se habría dado cuenta por sí mismo, pero un momento después vio de qué estaba hablando Través. Sangre. Un débil rastro de sangre iba de los cadáveres con escamas al cristal junto al que estaba. Lo que había matado a los guardianes procedía del mapa de cristal.

Se volvió para hablar con Lakashtai, pero Lei le detuvo con un gesto.

—No la interrumpas —le susurró—. Está… encontrando el camino de entrada, creo. Debe de ser como leer un libro.

Lakashtai tenía los ojos cerrados y una red giratoria de luz bailaba en el corazón de la piedra.

—Muy bien. Prepara todo lo necesario para sacarnos de aquí. Quiero que nos vayamos en cuanto ella termine.

Lei agitó las manos para señalar los tesoros que los rodeaban.

—Mira este lugar. ¿No quieres explorarlo más? Piensa en los tesoros que hay aquí abajo.

—Lo que quiero es irme de aquí entero y no ser partido en dos ni que mi vela sea apagada por un huracán. Ponte a trabajar. Ya.

Lei suspiró, pero encontró un rincón vacío junto a la pared de la sala. Se sentó y sacó los componentes que necesitaba para generar otro estallido de teletransporte.

Daine miró la sala, estudió las sombras que las estatuas arrojaban y los fragmentos de mampostería rotos. ¿Era eso un sonido, el roce de cuero suave contra la piedra? Con unos cadáveres destrozados a pocos pies de distancia no era difícil imaginar fantasmas en las sombras. Pero…

«¡Peligro!». El pensamiento de Través se hizo eco en la mente de Daine en el mismo instante en que una flecha partía el aire. Una figura enfundada en una capa negra salió de un rincón de las altas estanterías con un brazo alzado en dirección a Daine. La flecha de Través se clavó justo debajo de ese brazo alzado, en el pecho, y probablemente perforó un pulmón. Fue un impacto que habría derribado a un hombre normal, pero el intruso permaneció de pie. Antes de que Daine comprendiera totalmente la situación, un rayo de luz estalló a su lado y falló por sólo unas pulgadas.

Los detalles se aclararon lentamente. Una túnica negra con el dobladillo plateado, un velo brillante bajo una gran capucha. Era uno de los riedranos, la mujer que blandía el cristal del dolor. Daine vio a los demás en la oscuridad, tras ella.

«Través. Protege tu posición. Trata de mantenerlos a la defensiva».

«Recibido». Través disparó dos flechas más, pero la mujer había retrocedido tras las estanterías. Mientras Daine trataba de determinar qué era lo mejor que podían hacer, se produjo una distorsión del aire junto a él. Lo que empezó como una ondulación del aire se transformó en una temible realidad: un instante después un hombre estaba junto a Daine y una espada de cristal refulgía en su dirección. Daine se volvió justo a tiempo de bloquear el ataque con la hoja de la espada de su abuelo.

«Parece que no me quieren vivo».

El espadachín riedrano se movía con una elegancia y una velocidad sobrenaturales, y como Lakashtai, parecía que podía predecir las intenciones de Daine. Era como si éste estuviera luchando contra un fantasma: el enemigo eludía cada golpe y cada corte, y dejaba a Daine cortando el aire vacío. Pese a esos trucos, carecía de la habilidad de Daine con la espada. Aunque Daine no podía alcanzar a su atacante, al adoptar una postura defensiva se dio cuenta de que podía desviar todos sus golpes. 1.a danza prosiguió un rato, y por un momento fue realmente relajante: no había espacio para pensar en nada que no fuera la batalla. Entonces, los ojos de su enemigo refulgieron con luz azul y los pensamientos de Daine estallaron de agonía. Era como si un martillo le hubiera golpeado entre los ojos, y en ese instante de distracción el riedrano esquivó la guardia de Daine y le alcanzó directamente en el corazón.

El dolor atravesó el pecho de Daine, pero su camisa de malla le salvó; acero cyr contra cristal riedrano, y sólo la punta de la espada pinchó su carne. El miedo alimentó su ira, e incluso mientras retrocedía para ponerse en guardia, pensó: «Buen truco. Veamos qué te parece esto. ¡Través!».

Quizá el riedrano estaba leyendo los pensamientos de Daine. Pareció que empezaba a saltar a un lado, pero no fue lo suficientemente rápido. Se estremeció al impacto de las flechas de Través y, en ese momento, Daine atacó, un rápido arco de acero que cortó la garganta de su enemigo. La tela negra se empapó de sangre mientras el hombre caía al suelo con tres flechas en una perfecta línea recta sobre su espina dorsal.

Esa victoria tuvo un precio. En el instante en el que Través abandonó su puesto, la mujer en sombras atacó de nuevo, y esa vez la flecha oscura alcanzó a Daine. Por un instante, sintió la misma sensación que había tenido cuando Lei les transportó a la bodega, la fría desorientación que acompaña el teletransporte. Pero fue sustituida rápidamente por un dolor cegador. Era como si la mitad de su cuerpo se hubiera transportado una fracción de pulgada y hubiera dejado atrás el resto. Sentía todos sus músculos desgarrados, le dolían los huesos y tenía la boca llena de sangre. Necesitó cada onza de poder de voluntad para mantenerse en pie, y supo que no iba a sobrevivir a otro ataque como ése.

Mientras su visión se aclaraba, vio un refulgir verde a su lado. ¡Lakashtai!

«Tenemos lo que necesitamos. Haré lo que pueda contra ésta. Marchémonos…».

«De acuerdo. Lei, ¿cómo están los preparativos?».

Daine se volvió hacia Lei, y un nuevo dolor atenazó su pecho, mucho peor que la flecha mágica. Lei estaba tendida en el suelo con los componentes místicos esparcidos a su alrededor y el bastón brillante sobre su pecho. Tenía la boca y la nariz cubiertas de sangre. Daine corrió hacia ella, pero desde la distancia ya se había dado cuenta de que no respiraba.