Todo había empezado tan bien.

—¡Despiértate, maldita sea!

Daine cogió a Lei por los hombros y la agitó, pero ella no respondió. Tenía el cuello recostado contra el suelo. Un estallido de energía hizo un cráter de la medida de un cráneo en la pared que había tras él. El rayo no le había alcanzado por menos de una pulgada y sintió un hormigueo en la piel por su proximidad.

«Es culpa mía. Vino por mí…».

Dos horas antes estaban en el Ciato del barco. Todavía sentía el sabor de la carne y la cerveza y oía la risa de Lei en lo más profundo de su mente.

Ahora estaba muerta.

—No puedo asumir esto sobrio.

Daine hizo un gesto a la posadera y tres gatos siguieron su gesto al unísono en silencio.

—Tienes que hacerlo —dijo Lakashtai—. Nos iremos en cuanto hayas recogido tus cosas.

—No. No. —Daine se volvió hacia la anfitriona replicante—. Buena comida. Buena bebida. No me importa lo que sea. Aquí estoy bien.

—Daine, no es algo que vayamos a discutir.

—Tienes razón, Lakashtai, no vamos a discutir. —Daine se sentó a la mesa. Lei miró de soslayo a Través, pero éste no dijo nada—. Nos iremos cuando estemos listos para irnos, y esta vez nos cuentas el plan de principio a fin.

—Eres un soldado, Daine. Sabes que hay ocasiones en que el general tiene que guardarse secretos.

—¿Cuántas veces he oído eso antes? ¿Cuando nos alistamos a tu ejército?

—Cuando mi enemigo decidió atacarte. Y tú no estás en el ejército, Daine: tú eres el campo de batalla.

Lei soltó una risotada.

—No paras de repetir eso, pero ¿por qué? ¿Qué quieren tu condenación y tu oscuridad de Daine?

—No podemos permitirnos descubrirlo.

—Eso es lo que te conviene, ¿verdad? —Lei seguía en su asiento, pero Daine sentía su creciente frustración desde el otro lado de la mesa—. Estamos librando una guerra contra tu enemigo por razones que sólo tú comprendes. Nos tienes robando templos, matando sacerdotes y ahora luchando contra hechiceros. Para suerte nuestra, parece que la ley es más laxa aquí que en Sharn, que ya es decir. ¿Y ahora qué? ¿Derrocar a un rey?

Lakashtai estaba tan imperturbable como siempre.

—Si tuvieras que matar a un rey para salvar a tu amigo, ¿lo harías?

—¿Cómo sé que algo de esto tiene como fin ayudar a Daine?

—¡Es suficiente! —Daine dio un puñetazo en la mesa—. Si quieres que sigamos con esto, Lakashtai, necesitamos respuestas. ¿Vamos a robar a Hassalac? De acuerdo, pero quiero saber por qué. Dices que es por mí… ¿Cómo, exactamente? Utiliza palabras comprensibles. —Miró de soslayo a Gerrion—. ¿No es éste un trabajo para un ladrón de verdad?

—No sé a quién os referís; yo sólo soy un guía.

Lakashtai ignoró el comentario.

—Gerrion tiene otras obligaciones que atender. Son las habilidades de Lei las que serán necesarias para este trabajo.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Harysh con la comida de Daine. La cerveza se servía caliente mezclada con miel y clavo. En una gran fuente había raíces hervidas, pan moreno y un gran espacio vacío. Con cierta sorpresa, Daine vio cómo unos pedazos de carne roja flotaban a la derecha de la fuente.

—Bestia desplazante —explicó la replicante—. El adobo preserva el efecto unos cuantos días. Busca en el centro de la fuente, ahí está. Confía en mí, las molestias valen la pena. —Inclinó la cabeza y regresó a la barra.

—Al parecer, nada aquí es lo que parece —comentó Daine, clavando su tenedor en el aire hasta que encontró la carne invisible—. Dinos, Lakashtai, ¿cuál es el plan?

Lakashtai escudriñó al grupo sentado alrededor de la mesa. Después, para sorpresa de Daine, suspiró. Por un instante, su fría máscara desapareció y pareció cansada y temerosa. Apartó la mirada y recobró su aspecto habitual.

—No quiero hablar en este sitio. Termina de comer y nos marcharemos de aquí. Lo explicaré todo mientras viajamos, y si mi plan no es aprobado por vosotros, iremos al puerto y buscaremos un pasaje de vuelta a Khorvaire.

Daine miró a Lei y Través. El forjado asintió solemnemente. La ira refulgió en los ojos de Lei, pero al cabo de un rato asintió.

—Está bien. Pero después de esto… nada de sorpresas.

—Por supuesto.

Estaba sonando la segunda campana cuando salieron del Gato del barco. Lakashtai iba en primer lugar, y cuando llegaron a la calle principal, giraron al sur en dirección contraria al puerto. Gerrion se había marchado antes.

—Lakashtai…

—Esperad a que lleguemos a las puertas de la ciudad. Hay demasiados oídos en este lugar. No entraremos en los dominios de Hassalac sin vuestra aprobación. No podríamos, cualesquiera que fuesen mis deseos.

—Muy bien.

Daine dejó que Lakashtar los guiara y se retrasó para hablar con Lei. Le ofreció la mano y ella se la cogió con una ligera sonrisa. Través iba en último lugar, contemplando a la muchedumbre. A Daine le pareció que Través estaba buscando algo en particular, presumiblemente los soldados riedranos a los que se habían enfrentado con anterioridad.

—¿Estás bien? —le murmuró Daine a Lei.

Ella sonrió débilmente y le apretó la mano.

—No soy yo quien tiene una bestia en la cabeza.

—Ya lo sé, lo cual hace que éste sea mi problema, no el tuyo.

Lei se encogió de hombros.

—No lo sé. Pareces tensa. Enfadada. Y no tienes la excusa de las pesadillas.

Lei se tensó ligeramente al oír ese comentario. «¿O sí?». Lei habló antes de que él pudiera hacerle la pregunta.

—¿Es que no puedo estar enfadada con lo que está pasando? ¿Con lo que te está pasando? —Lei dedicó una mirada a Lakashtai—. No me gusta esto. Nada de esto. No me gusta ella. ¿Cómo podemos saber que no nos está utilizando?

—Veamos qué dice. Me salvó la vida.

—Eso dices. ¿Por qué no nos hablaste de ella antes?

¿Por qué no lo había hecho? Echando la vista atrás, era difícil recordarlo. Había tenido miedo, hasta vergüenza, ¿y qué podría haber hecho Lei? Los kalashtar, según todas las historias, eran criaturas de la mente y el sueño, y ésa le había parecido la decisión correcta en ese momento.

—Tú trataste de luchar contra esto. No funcionó, ¿lo recuerdas? Ella lo ha mantenido a raya, y eso ya quiere decir algo.

—Pero ¿fue por casualidad que ella ya tenía pensado venir a Xen’drik? Tengo la sensación de que le estamos haciendo el trabajo sucio.

—Una coincidencia afortunada, te lo aseguro. —Habían estado hablando en voz baja, pero no lo suficientemente baja. Lakashtai tenía buen oído—. Fue el destino lo que nos reunió, y a veces debemos confiar en los caprichos del destino.

Lei frunció el entrecejo, pero no dijo nada. Llevaba su bastón en la mano derecha y la cara grabada en él; de repente, llamó la atención de Daine: su expresión era un espejo exacto de la de Lei, como si el bastón estuviera también enfadado. Lei apretó levemente la mano a Lei, y el enfado se desvaneció de su cara, pero el bastón siguió con el entrecejo fruncido. ¿Había sido siempre así? Durante un rato caminaron en silencio, reconfortados por su contacto físico.

Llegaron a una amplia plaza, en el límite de la ciudad. Linde tormentoso estaba rodeado por una muralla de piedra oscura, y un par de altas puertas se alzaban en el borde de la plaza. Mercaderes de muchas razas mostraban sus mercancías en simples tiendas improvisadas y mantas desgastadas. Era gente que se atrevía a vivir más allá de las murallas de la ciudad y sus mercancías eran cosas sencillas: frutos raros, carne seca, cuero. Un par de gnomos eruditos, vestidos con las túnicas azules y rojas de la Universidad de Korranberg, estudiaban los fragmentos de piedra y cerámica que les ofrecía un semiorco cubierto de cicatrices y con una capa de piel de lagarto. A pesar de los muchos comerciantes, había allí menos gente de la que habían visto en el norte de la ciudad. Linde tormentoso era una ciudad portuaria, y el puerto era el lugar en el que la gente se ganaba la vida.

Lakashtai no se molestó en mirar a los comerciantes. En cuanto pasaron bajo el maltrecho arco y dejaron atrás las murallas de la ciudad, giró hacia el sudoeste y les hizo salir de la amplia carretera sin pavimentar que llevaba a las granjas. El suelo estaba lleno de matojos, la tierra dura aparecía cubierta de piedras y hierbajos, y Daine no veía nada que tuviera el menor interés.

Durante unos minutos, siguieron caminando entre arbustos. Después, Lakashtar se puso a hablar:

—Antes de que tuviera conocimiento de tus problemas, Daine, mi misión en Linde tormentoso consistía en catalogar los artefactos reunidos por Hassalac Chaar para asegurarme de que no había encontrado algo de interés hasta entonces desconocido. Aunque sería conveniente que hubiera descubierto una arma que pudiéramos utilizar contra las fuerzas que tienen cercados tus sueños, espero que no lo haya hecho. Sólo puedo imaginar un lugar en el que podría encontrar una cosa así, y hay poderes que ningún mortal debería tener.

—¿Y por qué…? —empezó Daine, pero Lakashtai le silenció alzando la mano.

—Lo que buscamos sólo podría hallarse en uno de los arsenales de los antiguos gigantes. Mi gente conoce uno de esos lugares. El Monolito de Karul’tash. No conocemos la ubicación de Karul’tash, pero he hablado con exploradores que en el pasado le han vendido reliquias a Hassalac y creo que tiene el mapa que puede mostrarnos el camino.

—Eso es ridículo —espetó Lei—. ¿Hemos llegado hasta aquí porque creemos que podría tener el mapa de un lugar que podría no existir? Si tiene el mapa, ¿por qué no lo ha utilizado?

—Porque no ha reconocido su verdadera naturaleza. Lo entenderás cuando lo veas.

Daine negó con la cabeza.

—Nada de esto explica por qué estamos en mitad de un campo de rastrojos ni por qué esta mañana me has hecho matar a un sacerdote.

—Gerrion ha dicho la verdad esta mañana: las mansiones atraen a los ladrones. El tesoro de Hassalac está oculto, sólo es accesible mediante teletransporte y sólo cuando él decide abrir la puerta.

—¿Por qué no hemos hecho algo cuando estábamos en su casa?

—Ya has visto su poder, Daine. No podemos retarle directamente, pero sí hemos hecho algo: le hemos hecho un regalo.

Daine frunció el entrecejo.

—¿Cómo nos ha ayudado eso?

Una nueva voz habló.

—¿Le has engañado para que te revele dónde está?

Era Través. El forjado llevaba tanto tiempo en silencio que el sonido cogió a Daine por sorpresa.

—Precisamente —dijo Lakashtai—. Tengo la capacidad de ver las auras que rodean a los objetos y a la gente, y si cargo un objeto con mis energías, puedo percibirlo desde la distancia. Necesitábamos darle a Hassalac un tesoro de mucho valor, para que lo colocara en sus bodegas.

—Deberías habérnoslo dicho antes —dijo Daine.

Lakashtai dejó de andar y se volvió hacia el trío.

—No tengo duda de que al menos uno de nuestros enemigos riedranos puede leer las mentes, y es posible que el propio Hassalac tenga ese poder. Yo puedo escudar mis pensamientos, vosotros no. Era necesario ocultaros estos detalles hasta ahora.

Daine pensó en ello. No le gustó, pero tenía sentido. Después de todo, se habían encontrado con un soldado riedrano en los túneles y no se le había ocurrido que aquel hombre podía ser una amenaza sin la necesidad de acción física.

—Muy bien. ¿Dónde está la bodega?

—Cuatrocientos pies debajo de nosotros.

Lei parpadeó.

—¿En este campo?

—Debajo del campo, sí.

—¿Hay alguna clase de pasaje secreto?

—No. —Lakashtai miró a Lei—. Tú nos llevarás allí. Puedo enseñarte el camino. ¿No puedes tú crear un artefacto que nos transporte a través de este espacio?

—Yo… —Lei apartó la mirada, y Daine casi oyó cómo los pensamientos corrían por su cabeza—. Entiendo los principios básicos que rigen el movimiento, pero transportarnos a todos a la vez… Nunca he tratado de canalizar ese grado de poder antes. Si mis cálculos son erróneos o pierdo el control de los hilos… podría ser peligroso.

Daine suspiró.

—¿Cómo de peligroso?

—Si tenemos suerte, la energía que yo uniría sería liberada en un estallido de luz y calor, como una carga de una varita mágica.

—¿Y si no tenemos suerte?

—Seremos transportados a otra parte. En el interior de una roca o quizá cuatrocientos pies más arriba en lugar de cuatrocientos pies más abajo.

Daine miró al cielo.

—Bueno, al menos hace buen tiempo. Lakashtai, ¿estás segura de que es la única forma de hacer esto?

—Sí, creo que lo es. Nuestra última esperanza está en Karul’tash, y si Hassalac no posee ese mapa, no tenemos ni idea de dónde está. En mi estado debilitado, podría ser cuestión de unos pocos días antes de que Tashana destruya las defensas que he tejido y acabe con tu mente.

Daine se volvió para mirar a Lei y le puso las manos en los hombros. Ella le miró a los ojos, y él vio miedo en los suyos.

—Al venir aquí has arriesgado tu vida por mí. No puedo pedirte que vuelvas a hacerlo.

—No me lo pediste entonces —dijo ella suavemente—. Yo lo decidí. No voy a permitir que mueras. —Apartó la mirada—. Ahora déjame trabajar.

Se sentó en el suelo cubierto de matojos y sacó toda clase de cristales y varas de madera, que esparció ante ella. Lentamente, empezó a susurrar y a canalizar la esencia de la magia con el pensamiento, el gesto y el sonido.

Daine observó cómo trabajaba. Sintió un frío en el corazón que nunca había sentido en la batalla. «Puede hacerlo. Nunca ha fracasado antes».

—¿Alguna sorpresa más, Lakashtai?

—Ninguna. Bajamos a la bodega y encontramos el mapa. Sin duda, Hassalac tendrá defensas pero estando tan escondida dudo de que crea que mucha gente pueda entrar en la bodega directamente. Gerrion nos estará esperando en el puerto con un barco preparado para zarpar en cuento estemos a bordo. Navegaremos siguiendo la costa y amarraremos lo más cerca posible de Karul’tash. Ahora ya conocéis todos mis planes.

Daine asintió con los ojos puestos en Lei.

—He terminado —dijo, y Daine sintió que le quitaban un peso del pecho—. Creo que… si algo fuera a salir mal ya me habría dado cuenta. Venid aquí. Tendréis que tocarme para que esto funcione. Y Lakashtai, necesito la distancia exacta.

Daine desenvainó su espada.

—Través, prepara tu mayal. No tenemos ni idea de lo que nos espera.

Cada uno de los viajeros le puso una mano en el hombro a Lei. Una luz verde destelló en los ojos de Lakashtai, Lei frunció el entrecejo un instante y después asintió.

Desaparecieron.