—Ha salido todo lo bien que cabía esperar —dijo Gerrion, alegremente—. Siento lo de tu forjado.

—No es mi forjado —dijo Daine, apartándose del camino de un carro arrastrado por un lagarto del tamaño de un caballo.

—¿No? Mis disculpas. Nunca he estado en tu tierra y aquí en Linde tormentoso sólo hemos visto un puñado de esas criaturas. La mayoría de ellas son sirvientes en el enclave Cannith. Si no es tuyo, ¿qué hace aquí?

«Buena pregunta», pensó Daine.

—Él lo decidió. Es una persona, Gerrion, no un pedazo de metal.

El hombre gris se encogió de hombros con naturalidad.

—Claro. Pero también lo construyeron con pedazos de metal, ¿no?

—¿Con qué te construyeron a ti? —preguntó Lakashtai con frialdad—. ¿Qué unió en ti el sol y la sombra?

Por un momento, la sonrisa de Gerrion se quebró. Se recuperó rápidamente, pero no lo suficiente.

—No lo sé. Con todos los marineros y mercaderes que pasan por esta ciudad, en Linde tormentoso un hijo bastardo es tan común como un grano de arena en la playa.

—Través fue diseñado, mientras que tú fuiste creado por accidente —dijo Lakashtai—. Lo que importa es el alma, no el origen del recipiente.

—¿Qué te hace pensar que tengo alma?

—¿Qué te hace pensar que lo pienso?

Esa idea dejó a Gerrion en silencio durante doscientos pies.

Gerrion los estaba esperando cuando habían salido del templo. Lakashtai quería reunirse con Hassalac inmediatamente. Con la muerte de Sakhesh, le parecía más importante que nunca acabar lo que tenían entre manos y abandonar Linde tormentoso cuando antes. Gerrion supuso que no habría escaramuzas en los dominios de Hassalac, o que si las había, dos personas de más o de menos no cambiarían nada. Se detuvieron para que Lei sacara el escudo de escama de dragón, y Lakashtai lo estudió y confirmó que era el objeto que buscaban. Después, Lei y Través regresaron al Gato del barco, y Daine, Lakashtai y Gerrion se dirigieron a la casa de Hassalac.

—Menuda puerta —dijo Daine.

Unos pilares de mármol negro se erguían a ambos lados del portal, y unos dragones forjados en oro y con los ojos de rubí vigilaban desde su cima. Con todos los saqueadores de tumbas y buscadores de tesoros que acudían a ese lugar, el hecho de que estuvieran intactos permitía intuir la presencia de alguna defensa mágica. La puerta en sí era inmensa, de maderaespesa oscura. Tenía grabados símbolos místicos en los bordes y adornos de plata. No había rastro de un pomo o bisagras, sólo la cabeza de plata de un dragón que sostenía una pesada aldaba entre las fauces.

—Pero esperaba que hubiera una mansión tras ella.

—Estas cosas sólo sirven para atraer a los ladrones —dijo Gerrion.

La puerta estaba en una plataforma cuadrada de mármol, de quizá diez pies de anchura, pero no había paredes. Solamente llenaba el espacio entre los pilares. Daine miró tras ella y vio que la parte posterior era exactamente igual a la frontal, incluida la aldaba de plata.

—¿Estás segura de esto? —le dijo Gerrion a Lakashtai.

—Sí, aunque no tienes por qué acompañarnos si tienes miedo.

—El miedo y yo somos viejos amigos —dijo Gerrion—, y a pesar de nuestras diferencias en el pasado, dudo de que Hassalac me haga daño…, o al menos gravemente. Conoce el valor de mis servicios, pero prefiero no intimar demasiado en nuestros negocios, por si acaso. Además, si no volvéis, alguien tiene que contarle lo sucedido a la adorable dama que habéis dejado en el Cato del barco.

—Volveremos —dijo Lakashtai—. Tengo confianza en el talento de mi compañero.

—¡Por supuesto! —Gerrion esbozó una sonrisa inocente, mirando a Daine—. Entonces, adelante.

Se acercó a la puerta, levantó la aldaba y llamó tres veces.

—Estoy seguro de que sabes quién soy —le dijo al aire—. Traigo a dos personas que quieren hablar con el maestro Hassalac Chaar. Conocen los riesgos de entrar y están preparados para enfrentarlos por el honor de esta audiencia.

—¿Qué riesgos? —susurró Daine a Lakashtai. Ella hizo un gesto desdeñoso.

Pasó un rato en silencio. Más. Gerrion seguía ante la puerta, sonriendo ligeramente.

Las sospechas de Daine empezaron a crecer.

—¡Oh!, ya veo de qué va esto. Te pagamos anoche y estoy seguro de que esas monedas ya se te han acabado después de pagar tus deudas. Incluso has conseguido que matemos a uno de tus enemigos. Ahora nos traes a la puerta mágica, y ¿qué pasa?, que el portero no quiere hablar con nosotros. No es problema tuyo, ¿verdad? Tú has hecho todo lo que has podido.

Gerrion se encogió de hombros.

—Bueno, si Hassalac no quiere hablar con vosotros, de veras que no puedo hacer nada. No se le puede obligar.

La lucha con Sakhesh había dejado a Daine de mal humor para aguantar timadores.

—Si ese Hassalac existe, será mejor que nos lleves a su casa ahora mismo o voy a obligarte por la fuerza.

—Daine… —empezó Lakashtai, pero Daine la cortó.

—Diría que ni siquiera sabes quién es Alina, ¿verdad? Sólo has establecido algún vínculo entre ella y yo, y te ha parecido que sería una buena ocurrencia para empezar. O quizá ésta sea la idea que ella tiene de lo que es juglar.

La espada de Daine fue un fogonazo de acero al sol, pero la ballesta de Gerrion ya estaba en su mano apuntándole. El semielfo sólo podía disparar una vez antes de que Daine llegara hasta él, pero la visión del cristal hecho añicos seguía fija en su mente.

—Eres listo, viejo soldado —dijo Gerrion—, y debo reconocer que antes he hecho lo que dices, pero no hoy. Puedo oler el camino al dinero, y puedo ganar mucho más trabajando contigo que contra ti. Aunque comprendo que en el pasado escapaste de la ira de Lyrris, no quiero jugarme la suerte con la gnomo.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí?

—Esperando —dijo Gerrion—. He pensado que habrías aprendido qué hacer en tu guerra.

Después, sin un sonido, la puerta desapareció. El espacio entre los pilares se llenó de una bruma oscura.

—Ahí está —dijo Gerrion—. ¿Tan terrible ha sido?

Daine contempló el portal un momento. No podía verse nada al otro lado del humo negro, que era completamente ajeno al viento que soplaba.

—Lakashtai…

—Es lo que esperaba, Daine. Ésta es la entrada a nuestro verdadero destino. Cuando pasemos, apareceremos en otra parte, y creo que lo mejor es que nos demos prisa. —Miró al cielo un momento—. Creo que se acerca una tormenta.

—Yo primero.

Daine seguía con la espada en la mano y desenvainó la daga. Con una última mirada a Gerrion, se adentró en las sombras.

La oscuridad lo envolvía, y Daine sintió un escalofrío de miedo al recordar el ataque psíquico de Tashana, pero le duró sólo un momento. La presión creció, y por un instante, pensó que sus huesos se quebrarían. Después, desapareció y el mundo regresó.

Estaba en el lugar equivocado.

Aquello no era la mansión de un mercader. Era un pasadizo subterráneo con muros de piedra oscura y suelo de tierra iluminado por la luz de antorchas. Daine contempló por un momento cuanto le rodeaba, pero su atención estaba fija en la criatura que estaba ante él: un inmenso humanoide reptiliano con la constitución y el tamaño de un ogro. Tenía la piel cubierta de gruesas escamas negras. Sus fauces llenas de colmillos podían arrancarle la cabeza a Daine de un solo mordisco, pero aún más le preocupaba su alabarda. La larga hoja que había al final del mango era raramente curva y tenía un dibujo grabado, pero lo que Daine vio fue la punta apoyada contra su pecho.

«¡Gerrion!». Daine maldijo a todos los semielfos mentirosos. No estaba seguro de a qué estaba jugando Gerrion, pero no era el mejor momento para preguntas. Lakashtai podía llegar en segundos, y todavía no se habían cerrado las heridas recibidas en el templo. «Si llega». Quizá Gerrion contaba con que Daine sería el primero en entrar y le dejaría solo con Lakashtai para lo que fuera que tuviese en mente.

La distancia era la primera preocupación. El guerrero reptiliano era casi el doble de alto que Daine y tenía un alcance equivalente. Daine embistió tras apartar la punta de la alabarda con la espada. La criatura rugió de furia, y Daine hizo una mueca al oír aquel sonido: la hoja mortal trazó un barrido que podía haberle partido en dos.

Daine contaba con esa ira. El golpe brutal era lo que esperaba y se agachó por debajo de él. Ahora la fuerza de la bestia le iba en contra y el impulso del ataque de la alabarda hizo que ésta se clavara en la pared. Dolorosamente consciente de cada segundo que transcurría, Daine hizo acopio de toda su energía y se lanzó hacia adelante rezando por que la criatura tuviera los órganos vitales en el mismo lugar que un hombre. Propinó un sólido golpe en el estómago del humanoide, pero se dio cuenta de que llevaba una camisa de fina malla negra, casi invisible encima de sus escamas.

«¡Llama!». Cuando Daine retiró la espada, la punta estaba cubierta de sangre oscura, pero la herida no era tan profunda como esperaba y la pelea no había ni mucho menos terminado. Levantó ambas armas justo a tiempo de bloquear el golpe de respuesta de la bestia, y su fuerza casi le arrancó la espada de la mano.

En ese instante, Daine dejó a un lado el pensamiento consciente y permitió que el instinto y la rabia le guiaran. Había encontrado el poder para enfrentarse al guerrero lagarto y apretó la espada contra la alabarda para mantenerla a raya. Reuniendo hasta su última gota de energía, atacó con la daga y golpeó en el punto de la alabarda en el que la hoja de metal se unía al mango de madera. Éste no podía ser rival para una daga adamantina forjada por la casa Cannith. La parte superior de la alabarda cayó al suelo repiqueteando, y el lagarto quedó sosteniendo un simple palo de madera.

«No esperes que un golpe gane todas las batallas».

Daine no necesitaba las palabras de su abuelo para saber que aquella batalla no había ni mucho menos terminado. La bestia había perdido su alabarda, pero con su fortaleza el simple palo era una arma. Lanzó toda su fuerza contra Daine, que cayó contra la pared de la caverna, pero ahora el tiempo estaba de su lado. Se podía mover más libremente en aquella estrechura, y se agachó para eludir los brutales golpes de la bestia y le lanzó un ataque tras otro. Su oponente empezó a perder velocidad; la sangre le manaba de una docena de heridas. Finalmente, Daine vio un flanco descubierto y clavó la espada con todas sus fuerzas. La bestia dio un traspié y cayó al suelo. Daine le puso un pie en el pecho y alzó la daga para darle el golpe final.

—¡BASTA!

«¿Qué pasa ahora?». Daine sintió la presión de una orden mental al mismo tiempo que reconoció la voz de Lakashtai. Su poder, sin duda, había menguado: Daine podría haber resistido la orden fácilmente si así lo hubiera querido, pero se quedó inmóvil con la punta de la daga contra la garganta del guerrero caído. Éste le miraba en silencio.

—¿Qué has hecho? —dijo Lakashtai, corriendo por el pasaje desde el portal.

Se arrodilló junto a la criatura y le puso la mano en una de las heridas. Sus ojos refulgían con luz esmeralda, y la bestia se relajó y se recostó en el suelo.

A Daine le dio un vuelco el corazón.

—No me digas que es amigo tuyo.

Ella se volvió para mirarle con los ojos todavía ardientes.

—No le conozco, pero especialmente tú deberías saber que la gente poderosa tiene guardianes.

—¡Y vive en mansiones! —Daine señaló los bastos muros del pasaje—. ¿Debo creer que ésta es la casa del maestro Hassalac?

La luz desapareció de los ojos de Lakashtai. Se quedó en silencio un instante y después apartó la mirada.

—Sí…, parece que he cometido un error. Debería haberte dicho con qué te encontrarías. Con frecuencia olvido las limitaciones de tu solitaria memoria.

—Muy bien. ¿Y ahora?

Lakashtai se volvió hacia la bestia caída.

—Te pido disculpas por nuestras acciones —dijo suavemente, y aunque Daine estaba empezando a reconocer sus poderes, sintió una oleada de comprensión—. Mi compañero no sabe nada de la persona a la que sirves. Te pido que nos perdones y que nos lleves hasta tu maestro.

La criatura asintió y poco a poco se puso en pie. Hizo el gesto de que le siguieran con una garra curva, y después echó a andar pesadamente por el pasaje.

—No era consciente de que tenía a un guardaespaldas tan aguerrido que me protegiera —dijo Lakashtai, y su sonrisa fantasmal apareció un instante—. Pero, por favor, guarda la espada en la vaina durante el resto de la visita.