El sueño de Daine fue inquieto. Soñó con un millar de ojos flotantes que le rodeaban, mirando, explorando, tratando de introducirse en su boca y sus oídos. Había ojos de insectos con mil caras, ojos amarillos de gatos y lobos, ojos humanos del tamaño de un puño. Sentía la mirada ajena como si fuera una fuerza física y dedos de hielo trazando raros dibujos en su piel.
Se despertó con un frío temblor. La habitación estaba a oscuras y sentía todavía el tacto gélido de los ojos contra su piel.
—Lo siento.
Lakashtai estaba sentada en el suelo junto a su cama. Llevaba puesta su capa, y mientras los ojos de Daine se acostumbraban a la débil luz, su rostro permaneció oculto bajo las sombras de su capucha. Tenía en el regazo un esbelto gato negro que le miraba con unos ojos amarillos que le parecieron demasiado familiares.
—He sido arrogante y no he anticipado las acciones de nuestros enemigos —dijo Lakashtai.
Daine no vio su boca y su voz era un susurro en la oscuridad. Por un momento, se preguntó si seguía dormido y se quedó mirando el gato con una nueva sospecha. El gato lo ignoró, armado de orgullo felino.
—El cristal que Gerrion hizo pedazos era una arma diseñada para combatir a mi gente —prosiguió Lakashtai—. El dolor que sentiste no fue más que una pequeña muestra de su verdadero poder. Kashtai… El ataque ha debilitado mi vínculo con su espíritu, y sin su fortaleza mis poderes disminuyen. Pensé que te protegería, pero ahora temo ser yo quien necesite protección.
—Los ojos… —dijo Daine, luchando con sus pensamientos.
—Son los sirvientes más bajos de Il-Lashtavar. La Oscuridad onírica puede capturar los espíritus de los que mueren mientras duermen y atarles a una servidumbre sin mente. Esta noche, son los perros de caza de Tashana, y buscan tus sueños para su señora. Te he envuelto en mi misterio y creo que no te han visto.
—¿Estoy seguro?
—Por el resto de la noche, espero. No puedo protegerte completamente, pero puedo mantenerlos a raya…, por el momento, al menos. Pero no puedo prometerte noches sin sueños en los próximos días.
Se puso en pie y, envuelta en su oscura capa, era poco más que una sombra. El gato parecía haberse desvanecido.
—Sigue descansando. Nos esperan tiempos duros y debes hacer acopio de toda la fuerza que puedas. Te necesitaremos.
Lakashtai se encaminó hacia la puerta sin hacer ruido al caminar, pero cuando salió Daine oyó otro susurro en lo más hondo de su mente.
«Cuidado con los regalos del Viajero, amigo mío. Recuerda las palabras del viento».
—¿Jode? —susurró.
Por un momento, trató de ponerse en pie para observar la habitación, pero el sueño lastraba sus pensamientos como un ancla y no pudo evitar volver a sumirse entre las mantas. Su último recuerdo fue un par de ojos amarillos brillando en la oscuridad.
Si Daine tuvo más sueños esa noche, no lo recordó a la luz de la mañana. Fue el último del grupo en levantarse y, cuando bajó al comedor, los demás le estaban esperando. Gerrion y Lei estaban manteniendo una animada conversación sobre la historia de las ruinas del lugar. Lakashtai bebía una taza de tal, perdida en sus pensamientos. Través minaba desde un rincón. Daine pensó en preguntarle por su patrulla nocturna, pero sabía que el forjado le diría que no tenía nada relevante que contarle. Aunque pensaba en Través como un amigo y no solamente como un soldado, casi nunca hablaban. Se entendían mutuamente y las palabras no eran necesarias.
—Esto te dará fuerzas para las tareas que nos esperan. Come de prisa —dijo Lakashtai al mismo tiempo que le acercaba un cuenco.
El recipiente estaba lleno de bayas empapadas con un líquido blanco acuoso, y Daine estudió esas frutas desconocidas con suspicacia. Cada baya tenía una delgada cáscara amarilla con un tajo vertical negro, y a primera vista, parecían un puñado de ojos mirándole, lo que no dejaba de causarle cierta inquietud.
Lei le miró de soslayo y sonrió.
—Si la comida local es demasiado rica para tu dedicado paladar, puedo ver si te encuentro un cuenco de gachas.
Daine frunció el entrecejo y se puso a comer. Trató de no pensar en su sueño y los ojos que se metían en su boca.
—Ahora que habéis descansado, no hay tiempo que perder —dijo Lakashtai—. Tenemos que acabar nuestros asuntos en Linde tormentoso tan rápidamente como podamos. Los riedranos pueden tener otros fines aparte de perseguirte, Daine, pero creo que es mejor que nos marchemos cuanto antes.
—¿Puede curarme ese Hassalac?
—No es tan sencillo. Hassalac ha reunido muchas reliquias del pasado. Es posible que ya haya encontrado el arma que necesitamos para expulsar la oscuridad de tu mente, pero es arrogante y orgulloso, y no nos ayudará por iniciativa propia. Espero que un regalo adecuado sea nuestra puerta de entrada en su bodega.
—De modo que vamos a emprender una audaz exploración del mercado.
—Hassalac es un hombre poderoso y rico, y las cosas que él desea no se venden en la plaza del mercado. Por suerte, nuestro guía conoce a Hassalac y esta colonia, y nos ha sugerido un regalo adecuado. No es momento de discutir. Acaba de comer de prisa y pongámonos en marcha. Te lo explicaré todo a su debido tiempo.
Daine se encogió de hombros y centró su atención en el cuenco de leche agria y bayas amargas. Debajo de la mesa, un gato gris con brillantes rayas plateadas se frotó contra su pierna y ronroneó unos extraños tonos melodiosos.
Linde tormentoso era un lugar distinto a la luz del día. Con el sol en el cielo, Daine pudo ver los edificios que dominaban el centro de la ciudad…, aunque edificio era un término generoso. Linde tormentoso estaba lleno de ruinas, de restos de piedra y maderaespesa, vastas arcadas y murallas caídas.
—Hace cientos de miles de años —murmuró Lei—, éste fue un hogar de gigantes. Imagina lo que esos muros han visto.
En ese momento, Daine tenía poco interés en la historia. Estaba más preocupado por los guerreros riedranos. Aunque Lakashtai había dicho que necesitarían un tiempo para recuperarse, no podían saber cuántos aliados tenían en la ciudad. Daine escudriñó cada muro atestado de hierbajos, cada desconocido que se cruzaba en su camino. Muchos de los colonos habían utilizado los viejos muros como fundamentos de sus casas y sus negocios, que variaban entre endebles tiendas y sólidas estructuras de piedra que parecían capaces de durar al menos otros treinta mil años. Pedigüeños asolados por la viruela, vendedores pregonando los raros e inquietantes alimentos que vendían y misioneros coloridamente vestidos trataban de barrar su paso, pero Través los hacía a un lado.
Gerrion iba en primer lugar. Seguía un extraño camino y sus elecciones parecían fruto del azar. Las amplias calles se alternaban con estrechos callejones por los que tenían que andar en fila india, y Daine estaba seguro de que estaban trazando un gran círculo en lugar de una línea recta. La guerra le había enseñado que el camino más corto no era siempre el más seguro, y esa vez no se encontraron con ninguna emboscada.
—Creo que ha llegado el momento de que nos digas quién es ese Hassalac —le dijo Daine a Lakashtai mientras se abrían paso entre lo que parecía una partida de enanos mineros. El apestoso olor de carne de lagarto asada llenaba el aire y peleaba con el salitre del océano—. A juzgar por la reacción de anoche de nuestro guía, diría que hay una historia que contar y no voy a meterme en esto a ciegas.
—Hassalac Chaar —dijo Lakashtai—, el Príncipe de los dragones. El hechicero más poderoso de Linde tormentoso, o eso cuentan, y uno de los más capaces del mundo. Dice que la sangre de los dragones corre por sus venas y que ésa es la fuente de su poder.
—¿Príncipe de los dragones? No me digas que tiene dragones como sirvientes.
Daine nunca había visto un dragón, pero había oído las leyendas. Se decía que un solo dragón podía arrasar un ejército entero.
—No —dijo Lakashtai—. Es sólo un título, por sus creencias sobre su linaje.
—Algo es algo. ¿Y colecciona cosas viejas?
—Sí. Ese era el motivo original por el que venir aquí, para entrar en su bodega y estudiar las reliquias que ha adquirido, para saber si ha encontrado algo desconocido y mejor.
—¿Como qué?
—En la antigüedad, Xen’drik era gobernado por una raza de gigantes. Su civilización duró decenas de miles de años, y en ese tiempo, aprendieron mucha magia. Desarrollaron armas y herramientas místicas mucho más poderosas que las de los magos de Khorvaire.
—¿Te preocupa que haya encontrado una de esas armas construidas por los gigantes?
—No —dijo Lakashtai.
Se oyó un airado rugido tras ellos. Mirando por encima de su hombro, Daine vio una mujer inmensa y sucia, de al menos diez pies de altura y muy musculosa, aullando a los enanos. Los mineros se dispersaron y dejaron a la giganta sola con el nervioso vendedor de carne de lagarto.
—¿Eso es un gigante? —dijo Daine—. No me parece muy sabia en las artes mágicas.
Lakashtai negó con la cabeza.
—La caída de la civilización de los gigantes empezó con un ataque de los planos exteriores, de Dal Quor, la región de los sueños. Los portales místicos trajeron un ejército de espíritus quori a este mundo. Era un ejército de pesadillas, el miedo hecho forma.
—¿Obra de tu Il-Lashtavar?
—Il-Lashtavar. Y no, no. El plano de Dal Quor pasa por ciclos, eras en las que la misma naturaleza de la realidad es reformada y redefinida. La Oscuridad onírica es el espíritu de esta era, pero sólo podemos imaginar lo que sucedió antes. Esta es la razón por la que he venido, con la esperanza de que entre sus tesoros, Hassalac haya recuperado herramientas de esos antiguos quori, algo que nos diga más de su sociedad.
—Y eso, ¿cómo puede ayudarme?
—Los gigantes lucharon contra las fuerzas de Dal Quor y con el tiempo las derrotaron. Los gigantes desarrollaron alguna clase de arma terrible que alteró las órbitas de los planos. En el pasado, un mago hábil podía viajar a Dal Quor o convocar a sus espíritus a cumplir su mandato. Los gigantes aplastaron los vínculos que unían Dal Quor con Eberron, y hoy sólo puede llegarse allí en sueños.
—¿Dónde deja eso a Tashana? —dijo Daine—. En esa pelea en los muelles, me pareció algo más que un sueño.
—Es el recipiente de un espíritu de Dal Quor, y ese diablo le da un poder terrible. Sería mucho peor si pudiera manifestarse físicamente. Por su naturaleza, los quori tienen que actuar a través de ejércitos mortales.
—Lamento tener que preguntártelo de nuevo, pero ¿cómo puede ayudarme a mí todo eso?
—Los gigantes libraron una guerra contra las pesadillas y ganaron. Su victoria final fue debida al arma que aplastó los vínculos entre los mundos, pero sin duda utilizaron herramientas menores en la batalla, y si pudieron defenderlos de los ataques quori, tal vez podrían expulsar al espíritu de tu mente. Es posible que Hassalac ya tenga esa herramienta. Si no es así, albergo la esperanza de que tenga un mapa…
—¿Por qué?
—Lamento interrumpiros —dijo Gerrion—. En realidad, me encanta, pero ésa no es la cuestión. Hemos llegado a nuestro destino.
El edificio que tenían ante sí era una estructura en forma de cúpula hecho de grandes ladrillos de arcilla. Los muros se habían ido alisando con el paso del tiempo, y Daine supuso que sería uno de los edificios más viejos de Linde tormentoso. En lugar de ventanas, había empotrados en los muros grandes bloques de cristal rosa. Cada cristal tenía grabado un símbolo distinto, y contemplando esos símbolos, Daine se dio cuenta de la naturaleza del edificio. Al mirar la puerta en forma de arco, vio lo que esperaba encontrar: una conocida cruz de ocho puntas.
—Esto es un templo de la Hueste Soberana. ¿Qué vamos a hacer, rezar para conseguir el regalo?
—En absoluto —dijo Gerrion—. Vas a robarlo.