Largas sombras llenaban las calles de Linde tormentoso. Faroles de fuego frío iluminaban la oscuridad, pero en las adustas avenidas y callejones que rodeaban el Gato del barco esos charcos de luz eran escasos y estaban a mucha distancia entre sí.
La oscuridad favorecía el propósito de Través, y se deslizó de sombra en sombra mientras seguía a Gerrion. No había decidido todavía si iba a confiar en él ni si creía que fuera en verdad un agente de Alina, pero Través y sus compañeros estaban en territorio hostil. Había enemigos por todas partes, y Gerrion era uno de sus escasos recursos. Si era un traidor, Través quería observar sus movimientos. Si era de veras un aliado, quizá necesitara protección. Fuera como fuese, Través le vigilaría.
A Través le encantaban las cacerías. Cada pensamiento, cada sentido, tenían como propósito seguir a la presa. Para eso lo habían hecho, y le parecía tan natural como a un humano respirar. El instinto le guiaba a cada sombra, a cada lugar en el que ocultarse. Sin ni siquiera pensar, analizó todas las criaturas vivas en su campo de visión y juzgó su capacidad de percepción y la amenaza que pudieran presentar en combate. Era tranquilizador, y por un rato se olvidó de todas sus preocupaciones y preguntas, y se sumergió en la persecución de Gerrion.
El comportamiento de Gerrion no era en absoluto sospechoso. No tenía prisa por ir a ninguna parte. Durante las horas siguientes, Gerrion paseó por la ciudad. Compró un odre de vino para un grupo de pedigüeños y se pasó con ellos media hora chismorreando y charlando. Habló con unos cuantos marineros y con simples tenderos sobre el tiempo, noticias relacionadas con los barcos, rumores de varias expediciones al interior. Ocasionalmente sacó a colación el nombre de Hassalac, el hombre que Lakashtai quería ver, pero parecía que Cerrión estaba recabando información sobre sus actividades recientes. Si estaba traicionando a Través y sus compañeros, las señales eran tan sutiles que Través no se percataba de ellas.
Aunque Cerrión parecía tener muchos amigos en Linde tormentoso, también tenía enemigos. Mucha gente se volvía con una expresión de desagrado al verle, y un hombre con aspecto de militar o de soldado mercenario soltó una risotada y escupió al semielfo. A Través le resultaba difícil saber si esa ira se dirigía a Gerrion en persona o si era un prejuicio general hacia su raza. En el transcurso de dos horas, Través sólo vio a otra persona con una piel gris semejante a la de Gerrion; se trataba de una mendiga, y al igual que Gerrion, también parecía tener sangre elfa en las venas. Su confuso parloteo era señal de una profunda inestabilidad mental.
Al cabo de un rato, Gerrion llegó al puerto. Se abrió camino hasta un pequeño bote a vela y entró en la cabina. El barco estaba abollado y viejo, y el casco, cubierto de pintura negra descascarillada. Por lo que Través pudo advertir del movimiento de sombras contra la persiana de la ventana, Gerrion estaba sólo allí.
La lámpara del interior de la cabina se apagó. Través siguió observando el barco durante una hora más, a la espera de que saliera Gerrion o llegara algún invitado, pero el puerto estaba silencioso y muerto. A un humano la espera le habría resultado insoportablemente aburrida, pero esa idea jamás cruzó la mente de Través. Estaba absorto en la cacería, contemplaba cada sonido, cada movimiento, cada rizo del agua y cada sombra en movimiento. Estaba escondido tras un amarradero y entre su visión superior de los muelles y su percepción sobrehumana nadie podría haberse acercado a él sin que se percatara.
Pero ella lo hizo.
—Es raro que nos encontremos en este lugar.
Su voz cortó la noche, y si Través hubiera sido humano habría dado un respingo de sorpresa. En lugar de eso, analizó la situación. La mujer que hablaba estaba cerca, pero no la veía. Consideró la posibilidad de que fuera invisible, pero llegó a la conclusión de que estaba al otro lado del amarradero, que utilizaba como escondite. A esa distancia su ballesta sería inútil, y se preparó para desenvainar su mayal por si era necesario, pero mientras hacía el cálculo también pensó en la propia voz. Aunque femenina en tono e inflexión, tenía un timbre de eco que a Través le recordó su propia voz, palabras formadas en la ondulación de un torrente.
Era una voz que había oído antes.
Ella salió de detrás del pilar y fue iluminada por la luz de las dos lunas llenas del cielo. Los instintos de Través le dijeron que desenvainara su mayal, pero esa vez se reprimió.
—Sí, es raro —dijo—. No creía que volviera a verte nunca más ni que tuvieras la capacidad de acercarte a mí sin que te detectara. Tu talento ha aumentado desde nuestro último encuentro.
—Quizá. O quizá quería que me vieras.
Llevaba una capa de color gris aceituna manchada y ropa de arpillera deshilachada. Con el pañuelo para ocultar su cara, habría pasado desapercibida en la calle. Sólo otra pedigüeña. Sin el pañuelo y la cara bajo la capucha, quedaba claro que era una soldado forjada cubierta de esmalte azul oscuro que se fundía con las sombras de la noche.
—¿Qué te trae a este lugar, hermano? —preguntó ella.
Por un momento, Través se quedó sin palabras. Nunca había olvidado su encuentro en las calles de Sharn, y sentía una emoción desconocida al verla allí. La desconocida le fascinaba en muchos sentidos. Aunque los forjados no tenían un verdadero género, su voz y su apostura femeninas le resultaban intrigantes. No se trataba de una atracción física en el sentido en que la comprende un humano, pero le despertaba una profunda curiosidad, el interrogante de en qué otros sentidos sería ella distinta de él. Su talento era impresionante. Reflexionando sobre la persecución, Través recordaba ahora haberla visto Una o dos veces durante la noche, pero no se había dado cuenta de su verdadera naturaleza ni había considerado el hecho de que pudiera estarle siguiendo. Con sólo mirarla, sabía que se trataba de un enemigo temible. Tal vez tuviera las manos vacías, pero estaban hechas de acero y mitral. Estudiando su posición, Través supo que estaba preparada para golpear si él decidía emprender acciones hostiles.
—Estoy aquí para proteger a mis compañeros —dijo.
—¿Te has vendido a ese tipejo de piel gris o todavía sigues las órdenes de tu viejo capitán, atado por las cadenas de tu viejo servicio?
—He venido en compañía de amigos, no como un esclavo que sigue a su dueño —dijo Través—. Quizá la amistad sea un concepto que tú no puedas comprender.
—La conozco bien —dijo, dando un paso hacia Través.
Su instinto fue el de retroceder, alejarse de su alcance, pero decidió quedarse quieto. Ella era un pie más baja que él y alzó la mirada hacia sus ojos de cristal.
—Esas criaturas de carne nos crearon para que muriéramos en sus guerras. Puedes creer lo que quieras, pero no eres más que una herramienta de tus supuestos amigos. Tú eres el escudo, el resistente muro que les protege del daño y el primero en ser sacrificado en el momento de la matanza.
—Creo que conozco a mis compañeros mejor que tú —respondió Través. Tos primeros brotes de ira ardían en lo más hondo de su mente—. Libré muchas batallas junto a mi capitán y sigo aquí. No estaría si no fuera por los dones mágicos de mi señora Lei.
—Escucha lo que dices, hermano. Tu capitán. Tu señora. La guerra ha terminado. No debemos lealtad a nadie, pero tú has forjado tus propias cadenas. Puedes decirte que son tus iguales, tus amigos, si quieres, pero en tus pensamientos más profundos siguen siendo tus amos.
Través apartó la mirada para romper el contacto visual. Ella estaba tergiversando sus palabras, peno tenía algo de razón. Aunque había tratado conscientemente de dejar de lado esos términos de rango, en su interior todavía consideraba a Daine su capitán. Había cierto consuelo en esa jerarquía, en esa claridad de los fines, pero a medida que crecían sus dudas también lo hacía su ira.
—No sabes nada de mi vida —dijo.
—Yo viví tu vida, hermano. Serví en la guerra. Creí en la causa. Fui prácticamente destruida más de una vez y sacada de la oscuridad por sus herreros y, sus ensalmos, pero ese don de la vida no me fue dado gratuitamente. Me hicieron para servir y me devolvieron a la vida para que pudiera matar y morir por ellos de muevo.
La curiosidad guerreaba con la ira.
—¿Cómo serviste? No vas armada. ¿Has dejado el camino de la guerra a un lado, junto a tus antiguas lealtades?
—Las cosas no son siempre como parecen. —Cruzó los brazos por debajo del pecho y cerró los puños. De sus antebrazos surgieron púas de metal negras—. Nací para matar generales y príncipes. Soy la espada en las sombras, y muchos cayeron por obra de mis manos. Fui construida para matar criaturas de carne, y ahora que soy libre escojo a mis víctimas.
—No has vivido mi vida —dijo Través—. Yo no fui construido para matar, fui construido para proteger. Ahora que soy libre, escojo a quién defiendo.
Hubo un destello de movimiento. Una pequeña criatura surgió del cielo, un delicado constructo de plata no más grande que una libélula. Se posó sobre el pecho de la asesina. Través había oído hablar de esos artefactos, pero nunca había visto ninguno. Parecían haber sido construidos para transmitir recuerdos e imágenes entre un forjado y otro, facilitando la comunicación entre espías y exploradores. Los ojos de la desconocida se apagaron un momento mientras escuchaba una voz que Través no oía.
—De modo que no estás sola —dijo Través. No conocía la capacidad del mensajero, pero estaba seguro de que no podía cruzar el mar volando.
—No he cruzado el mar Tronante para discutir contigo, no. Tengo mis propios objetivos aquí y ya es hora de que vuelva al trabajo. —Retrocedió unos pasos—. Regresa con tu capitán y tu señora. Pero recuerda: esas criaturas de carne y sangre no son tan fuertes como nosotros. Son vulnerables a muchas cosas: enfermedades, hambre y los estragos del tiempo. Con los años morirán, y en una tierra tan peligrosa como ésta hay muchas formas en las que eso podría suceder. Defiéndelos si debes hacerlo, pero estaremos esperándote cuando ellos ya no estén aquí.
Se volvió y corrió por el embarcadero con una velocidad y un silencio asombrosos. Un momento después, cruzó la verja del puerto, y Través volvió a estar solo.