A primera vista, el desconocido no tenía nada especial: no atraería la atención de nadie en las calles de Sharn. La ropa que llevaba estaba deshilachada y era vulgar: pantalones marrones con remiendos, botas altas de piel con necesidad de unas suelas nuevas, una ligera capa de lana que en algún momento había sido de un vivo color granate, pero que se había descolorido por el efecto incesante del sol y las tormentas. Visto más de cerca, empezaban a advertirse detalles más inusuales. Llevaba un guante de piel fina en la mano izquierda, cuidado con aceites y pulido con una atención que sus botas nunca habían conocido. El guante era negrísimo, con una espiral de vividas llamas pintadas alrededor de la muñeca que se extendían por el dorso de la mano hasta los dedos. Al flexionar la palma, el fuego parecía bailar. Pero si el guante de Gerrión era singular, su cara resultaba aún más sorprendente. Al principio Daine creyó que el hombre estaba oculto entre sombras, pero rápidamente se dio cuenta de que la piel de Gerrion era gris, del frío color del humo poco espeso o del cielo justo después de una tormenta. Tenía el pelo rojo brillante con mechones rubios de color oro, de modo que su cabeza parecía casi estar en llamas. Sus ojos eran de un gris tan pálido que parecían blancos, como si no tuvieran iris; además, eran un tanto demasiado grandes y ligeramente almendrados. Tenía los huesos de las mejillas algo salientes, y la cara tersa, sin rastros de barba ni vello. Al cabo de un momento, Daine llegó a la conclusión de que el desconocido tenía en las venas sangre elfa y humana, aunque ninguna de las dos explicaba el extraño tono de su piel.
—Parece que estamos en deuda contigo —dijo Daine.
No había envainado la espada y ya estaba listo para atacar. Gerrion tenía la mano derecha escondida bajo su capa. Daine se había pasado años siendo un guardaespaldas e imaginaba perfectamente la pequeña ballesta que ocultaba allí.
—Pues pagadme —dijo Cerrión despreocupadamente.
Tenía la elegancia de los gatos perezosos. Se inclinó contra el muro del callejón, pero Daine le había visto aterrizar en el suelo y todavía recordaba la flecha que había hecho añicos el cristal. Gerrion podía estar en reposo, pero Daine no tenía ninguna duda de que estaba preparado para reaccionar en cuanto percibiera peligro.
—¿Es una amenaza?
Gerrion puso los ojos en blanco. Echó hacia atrás su capa y dejó a la vista la esperada ballesta: pequeña, bien diseñada, con la madera barnizada con un brillo elegante. Con la gracia que daba la práctica, quitó la flecha, destensó la cuerda y guardó el arma en una vaina que llevaba a la altura de la cadera.
—Si os quisiera muertos no estaríamos manteniendo esta conversación. —Hablaba sin pensar, como si fueran viejos amigos comentando el clima.
—¿Qué quieres? —Lakashtai dio un paso adelante y se colocó junto a Daine. Todavía estaba débil y pálida, pero su voz había recuperado su fuerza tranquila.
—Ésa es una pregunta cuya respuesta es larga y aburrida, y no es algo que me guste compartir con desconocidos en un callejón, pero el oro servirá, para empezar. Antes hablaba en serio: necesitáis un guía en Linde tormentoso, y encontraréis pocos mejores. Si tenéis que seguir por la costa o adentrados en la jungla, también puedo echaros una mano.
—Escuchar a escondidas no es la mejor manera de generar confianza —dijo Daine.
—Sólo sabéis que os escuchaba a escondidas porque os lo he dicho. Si quisiera engañaros, me habría inventado cualquier historia mejor. De hecho, te estaba buscando, Daine.
—¿Debe sorprenderme que sepas cómo me llamo? Eso sonaría mejor si no hubieras reconocido haber estado escuchándonos a escondidas.
—En realidad, estaba pensando que quizá otro nombre podría ayudarnos. ¿Te dice algo el de Alina Lyrris?
Daine había enfundado la espada, pero en un instante volvió a blandirla.
—Algo, sí. Pero no es un nombre que esperara oír aquí.
—Bueno, tu pasado no es asunto mío —dijo Gerrion, que aparentemente se encogió de hombros. Si la espada le perturbó, lo ocultó a la perfección—. He recibido un mensaje de las piedras que me advertía de tu llegada y me pedía que te buscara. Linde tormentoso no es amable con los extranjeros. La descripción era buena, y no) me ha resultado difícil encontrarte: un hombre que viaja con un forjado y una kalashtar llama la atención.
—Y qué… —terció Lei, mirando por encima del hombro de Daine.
—Me temo que a ti no te mencionaron. No tengo ni idea de quién eres, aunque no puedo esperar para resolver este misterio.
Daine frunció el entrecejo.
Gerrion hizo una leve reverencia y caminó callejón abajo.
Daine se volvió hacia los demás. Través estaba a unos pocos pasos de distancia con una flecha colocada en su gran ballesta. Daine sabía que el forjado estaba esperando la orden de disparar. Lei tenía el entrecejo fruncido mientras a Lakashtai se la veía tan calmada y enigmática como siempre.
—¿Qué opináis? —preguntó Daine.
—No sé quién es Alina Lyrris —dijo Lakashtai— y me inquieta que ese hombre supiera de nuestra presencia. Sus pensamientos son escurridizos, como cristal pulido, pero nos ha hecho un gran favor al hacer añicos el cristal. Dudo de que nuestro enemigo tenga uno parecido en Linde tormentoso, y no es algo que nadie sacrifique alegremente.
—A estas alturas, nada de lo que haga Alina puede sorprenderme —dijo Daine, apretando los dientes—. Es una… No sé cómo llamarla. Es una araña que juega con la vida de la gente. Este tipo apesta a ella, sin duda, pero hace poco le hicimos un trabajo y no veo ninguna razón por la que ella quiera vendernos. Probablemente es sólo lo que parece: eso es lo que ella considera un regalo.
«Se ríe de mí ayudándome», pensó Daine.
—¿Por qué no sabe quién soy yo? —dijo Lei.
—¿Qué opinas, Través? —dijo Daine.
—Si necesitamos un guía, es nuestra mejor opción. No tenemos ninguna razón para confiar en nadie en esta ciudad. Él nos ha ayudado una vez, y si esa Alina le pidió que nos prestara su apoyo, creo que es una mujer a la que es mejor no contradecir sin motivo.
—Sí, sin duda…, eso es cierto.
—Y aunque nos haya seguido sin que yo me percatara, te aseguro, Daine, que ahora no le voy a quitar el ojo de encima —dijo Través.
Través era un explorador y un escaramuzador: si había decidido que Gerrion era su blanco, no se le escaparía otra vez.
—Parece que estamos decididos —dijo Daine—. Lakashtai, ¿tenemos oro para pagar a un guía?
—Tengo algunas monedas y letras de crédito en el Banco Kundarak —dijo Lakashtai—. Uno no va tan lejos sin oro a mano.
—Eso si tienes oro antes de partir —dijo Daine, pasando un dedo por su bolsa vacía—. Muy bien. Tú te encargas del dinero. Quizá puedas preguntarle a nuestro nuevo amigo dónde hay una buena posada. No sé vosotros, pero yo quiero largarme de este callejón cuanto antes.
—¿Por qué no sabe quién soy? —preguntó Lei de nuevo.
Lakashtai y Gerrion tardaron un tiempo en negociar los detalles de su acuerdo; quizá Alina le dijera al hombre gris que buscara a Daine, pero al parecer no le había dicho nada acerca del precio de ese servicio. Finalmente, llegaron a estar conformes y Gerrion tomó la iniciativa.
—Hay algunas posadas en Linde tormentoso que hacen sopa con los ojos de los huéspedes que no se andan con cuidado —dijo—, pero conozco un lugar en el que podréis dormir.
Lakashtai caminaba junto a Gerrion y le hacía preguntas sobre la colonia. Través iba por detrás de su guía y ^escuchaba cada palabra y vigilaba al desconocido. Daine mantenía a Lei algunos pasos por detrás, lo justo para que pudieran hablar sin que los oyera.
—¿Estás bien?
Ella asintió y le dio un golpecito a su varita sanadora.
—Creo que ambas lo superaremos. —Se secó una lágrima con la manga—. Aunque tendré que arreglarla cuando nos instalemos.
—No me refería a eso.
Ella frunció el entrecejo.
—¿A qué te referías?
Daine hizo un gesto vago.
—¡A todo! Estamos al otro lado del mar. Aquí no hay leyes. Hace un rato casi nos matan y puede ser que ese hombre gris nos esté llevando a un caldero.
—¿Dónde has estado los tres últimos años? —dijo Lei—. Hace una semana, yo estaba luchando contra insectos en las alcantarillas. Estoy empezando a acostumbrarme. Además, esto es Xen’drik. Durante toda mi vida he oído historias. Dicen que los viejos reinos de Xen’drik controlaban poderes que no podemos siquiera imaginar, principios místicos que estaban miles de años por delante de lo que mi…, de lo que la casa Cannith ha creado. —Dudó un instante: claramente, la mención de la casa Cannith le había traído a la memoria su propia humillación en el seno de la casa, pero en seguida recuperó la voz—. Mira este lugar. ¿Dónde más podrías encontrar arquitectura lhazaar anterior a Galifar junto a una casa de baños zil? Y… mira eso.
Al principio, Daine creyó que la criatura que Lei señalaba era un minotauro. Era un humanoide inmenso, con pezuñas en lugar de pies. Elevaba un tabardo rojo y tenía la piel cubierta de pelo blanco. Su cabeza era más la de un carnero que la de un toro. Los cuernos trazaban una curva hacia la parte posterior del cráneo.
—Nunca había visto nada parecido —dijo ella—. ¿Crees que hay una nación entera de criaturas así en la jungla? Quizá podríamos preguntarlo.
Lei se detuvo un instante, pero Daine la cogió del brazo y la arrastró para que siguiera caminando.
—No perdamos el rastro de los demás. Creo que no nos gustaría perdernos en estas calles.
—¿Me estás diciendo que éste es el lugar más seguro de Linde tormentoso? —dijo Daine—. No sé si el posadero nos matará mientras dormimos, pero creo que la posada podría hacerlo por sí misma.
De no haber sido por la puerta de madera que había en el centro, Daine no habría creído que aquello era un edificio. A primera vista, parecía un montón de ramas apiladas por un pájaro inmenso, aunque observado más de cerca, los troncos y las ramas parecían estar entrelazados de acuerdo con un plan.
Lei ya estaba examinando las paredes de paja.
—Es maderaespesa —dijo, pasando un dedo por una rama—. Los elfos de Aerenal la utilizan en lugar de piedras. Es casi tan resistente y duradera como el granito, pero los edificios elfos que he visto utilizaban todos bloques de maderaespesa o largas vigas. Nunca había visto un diseño así. Trata de romper una rama.
Daine lo intentó a regañadientes. No lo consiguió. Era como Lei decía: las ramas eran duras como la piedra.
—Pasaos todo el rato que queráis toqueteando las paredes, yo entro —dijo Gerrion—. No sé vosotros, pero yo quiero celebrar nuestra asociación.
La puerta estaba hecha con un solo trozo de madera y las bisagras eran de raíces de maderaespesa trenzadas con los laberínticos muros. Una débil luz se filtraba por ellas, pero la mayor parte de la iluminación de la sala procedía de una inmensa chimenea central. Mientras sus ojos se ajustaban a la tenue luz, Daine vio que estaban en el comedor. Había media docena de huéspedes desparramados, sentados a mesas bajas de madera. Inmediatamente después, Daine se percató de los gatos. Había más de una docena de felinos de distintas formas y tamaños en el comedor. Algunos estaban alrededor de la chimenea, otros miraban desde rincones junto a las burdas paredes, y unos pocos pedían migajas a los huéspedes más blandos de corazón. Daine estaba acostumbrado a ver un gato o dos en las posadas, o al menos alguna criatura que acabara con los ratones; los hostales de los medianos estaban con frecuencia protegidos por dientespequeños, unos reptiles menudos carnívoros. Pero aquello era mucho más de lo acostumbrado.
—Bienvenidos al Gato del barco, viajeros.
La voz era brusca y profunda, pero distintivamente femenina. Quien hablaba tenía una constitución rechoncha y muscular que recordaba a la de un herrero. El pelo moreno le caía de manera desordenada sobre los hombros, y sus grandes ojos dorados brillaban con el reflejo del fuego de la chimenea. Era una replicante, y la sangre de los salvajes corría por sus venas.
—¡Harysh! —dijo Gerrion—, ¿no tendrías una habitación para mis cuatro nuevos amigos?
La posadera sonrió y dejó a la vista unos dientes afilados.
—Tus amigos siempre son bienvenidos, Gerrion. Aunque si buscas alojamiento, tendrás que poner unos cuantos soberanos en la mesa antes de que te abra las puertas.
Gerrion hizo un mohín burlesco.
—Esperaba que ya te hubieras olvidado de eso, anfitriona.
—No. ¿Qué puedo hacer por vosotros, viajeros?
Al cabo de un rato, Daine estaba acurrucado en un rincón de la sala, mirando un gran gato gris que parecía tener interés en su tríbex ahumado. La carne era un poco dura, pero después de días de ardua navegación y raciones para marineros, le pareció deliciosa.
—Aquí estamos —dijo—. Linde tormentoso. Xen’drik. Hemos encontrado nuestro pequeño refugio. Tenemos un guía y ya nos hemos topado con el primer grupo de asesinos. Dicho esto, Lakashtai, ¿tienes un plan, o nos has traído aquí sólo por el tríbex?
Lamentó de inmediato haber arremetido contra ella, pero había sido incapaz de evitarlo. Desde que había empezado el sitio mental, sus nervios le tenían cansado y le parecía cada vez más difícil reprimir su ira.
Lakashtai no se inmutó ante aquel dardo.
—No tengo respuestas, Daine, todavía no, pero sé por dónde empezar. Hay un hechicero en Linde tormentoso, y sus sótanos podrían contener la clave de nuestros problemas. Por ahora, te sugiero que disfrutes de la comida y duermas bien. Sospecho que antes de terminar esto viajaremos a las selvas, así que disfruta de estas comodidades mientras puedas. Los próximos días necesitarás todas tus fuerzas.
—¿Puedo preguntar, señora, cómo se llama ese misterioso desconocido? Yo estoy descansado, y podría ahorrarte algún tiempo con tus preguntas.
Gerrion había dejado su capa en el suelo, y Daine advirtió un nuevo detalle a la luz parpadeante de la chimenea: un tatuaje triangular en lo alto de la frente que formaba algo así como la parte superior de una ventana. El tatuaje era casi invisible en aquella piel gris pálido y, aparentemente, continuaba bajo su pelo. Aunque era difícil ver los detalles con tan poca luz, el dibujo parecía ser un complejo patrón de llamas entretejidas.
—Hassalac Chaar —dijo Lakashtai.
Gerrion abrió los ojos de par en par por un instante.
—En ese caso, espero que no te importe que te pida parte del pago por adelantado. Hay deudas que prometí pagar antes de morir, y parece que debería hacerlo lo más pronto posible. ¿Nos reunimos aquí a la octava campana?
Lakashtai asintió y, después de buscar entre sus pertenencias, sacó unas cuantas monedas de platino para el guía. Cerrión hizo una ligera reverencia, dedicó una sonrisa a la posadera y salió por la puerta.
—Es interesante —dijo Lei, mirando cómo se marchaba—. Parece tener sangre elfa, pero nunca antes había visto a un khoravar con ese tono de piel. Tampoco a ningún elfo.
—Sin duda, tiene prisa —dijo Daine—. ¿Te importaría decirnos algo más de ese Hassalac, Lakashtai?
La mujer kalashtar le miró de soslayo, y a Daine le sorprendió el cansancio que había en sus ojos. Su fuerza parecía haberle abandonado, como si hubiera estado manteniendo la compostura hasta que el desconocido se había marchado.
—No ahora —dijo con voz queda—. Habrá tiempo para hablar mañana.
La posadera les llevó al piso de arriba, y Daine se instaló en una pequeña habitación que parecía más un nido de ratas que un dormitorio. Sólo cuando se fue sumiendo en el sueño se dio cuenta de que no había visto a Través desde la partida de Gerrion.