Thaask acertó con lo predicho, y a la noche siguiente el barco llegó al puerto de Linde tormentoso. Lei había terminado su trabajo, Lakashtai había salido de sus meditaciones, y los cuatro viajeros se reunieron en la cubierta para contemplar cómo el barco se aproximaba a la colonia.

La costa de Xen’drik era tan poco hospitalaria como el estrecho de Shargon. Columnas de piedra e inmensas astillas de roca sobresalían del agua, y la costa era un pronunciado acantilado. Daine vio al sudoeste un claro entre los acantilados, un agujero semiescondido a varias millas de distancia. No parecía natural, era como si un martillo gigante hubiera descendido y hubiese creado un hueco en la roca, y siendo conocedor de las leyendas de esa tierra arrasada, era posible que eso fuera exactamente lo que hubiera sucedido.

Pronto quedó claro que ese hueco antinatural era su destino. En la rocosa bahía había esparcidas un puñado de barcas de pesca, y a medida que se acercaron, se les apareció una galera de raro diseño. Era un barco largo y estrecho, con una proa curva que se alzaba muy por encima del agua, y su vela estaba pintada con complejas líneas azules y plateadas, un laberinto mareante que arrastraba al ojo hasta sus profundidades.

—Un mal augurio —dijo Lakashtai, contemplando el barco encarado a mar abierto.

—¿Por qué? —dijo Daine.

—Es un barco riedrano, y la gente de esa tierra son sirvientes del Inspirado, y por lo tanto, aliados de nuestro enemigo. Lo más probable es que lo hallemos aquí por casualidad, pues Riedra tiene tantos intereses en la riqueza de Xen’drik como en la de cualquier otra tierra. El barco se está alejando, pero temo pensar qué deja atrás.

Lei negó con la cabeza.

—Pesadillas, comedores de cerebros, siniestros agentes de la muerte… ¿No puedes decirnos algo alegre?

—En tiempos como éstos, prefiero las verdades oscuras a las mentiras agradables —respondió fríamente Lakashtai.

Un instante después, la colonia quedó a la vista. Comparada con las majestuosas torres de Sharn, era una extensión desgarbada. Los edificios estaban esparcidos a lo largo de la costa como si los hubiera dejado caer un niño. Cada edificio era único. Algunos reflejaban las tradiciones de diferentes culturas; Daine vio un edificio en el estilo flámbico, popular en Thrane, y otro que parecía ser obra de manos de duendes. Pero más raros que el diseño eran los materiales utilizados. Había unas pocas casas sólidas que podrían haber sido arrancadas de las calles de Buenpuerto o Metrol, pero muchos eran edificios hechos de recortes, con pedazos de piedras diferentes, pedazos de madera o lo que parecía ser cristal rosáceo. A medida que se acercaban, Daine vio que un gran número de estructuras incorporaban piezas de cascos de barcos, sin duda recuperados de navíos que se habían hundido en ese temible puerto.

—Los diseños son muy raros —dijo Través, contemplando la costa—. ¿Ha habido muchas guerras que causaran esta devastación?

—Esto no es resultado de batallas —respondió Lakashtai—. El puerto de Linde tormentoso es uno de los pocos seguros en este lado de Xen’drik, y seguro es, sin duda, un término relativo. Cuando los habitantes de Eberron se pusieron a explorar los mares, muchos barcos se hundieron en esta costa, y los supervivientes llegaron hasta aquí. Con el tiempo, se llegaron a dominar los mares y muchos consideraron que este lugar era un refugio agradable. Los ladrones y los piratas buscaban un santuario lejos de las fuerzas de Galifar, mientras que los exploradores y los sabios anhelaban los tesoros de leyenda. En años recientes, los buscadores han descubierto que la tierra es rica en cristales dragontinos y otras sustancias valiosas, como el material cristalino que veis en algunos de los edificios. Las casas portadoras de la Marca de dragón vinieron a Linde tormentoso y los príncipes de Khorvaire y Sarlona siguieron su camino.

—¿Qué nación reivindica esta tierra?

—Linde tormentoso es un Estado soberano, y sus señores son los descendientes de los primeros colonizadores, pero las leyes son laxas aquí, y veréis que la justicia es más escasa incluso que en Sharn. Cada señor tiene sus propios guardianes, que cumplen sus órdenes. El vecino común y el viajero deben labrarse su propio camino en el mundo; la fuerza y la astucia son lo único que esta gente respeta. Caminamos por una senda peligrosa, y a partir de ahora no hará más que empeorar.

—Me alegro de oír eso —dijo Través.

Daine le dedicó una mirada interrogativa, pero el forjado no tenía nada más que decir.

El Estela del kraken no tardó en entrar en el puerto y los marineros en el embarcadero lo guiaron hasta un muelle vacío. Había barcos de varias naciones en la bahía. Daine vio un achaparrado barco enano con una vela dorada y un dragón de joyas en la proa. Había varios barcos mercantiles gnomos que parecían delicados juguetes al lado de los buques de carga brelish. Cerca había un barco negro —un bajel elfo de Aerenal— hecho de maderaoscura y adornado con calaveras. Un árbol real ocupaba el lugar del mástil y una red de velas de telaraña se extendía entre sus ramas.

—Ramaviva —dijo Lei, señalándolo—. ¿Os acordáis? Sostenida por la magia. No me sorprendería que hubiera una dríada en él.

—¿Y las calaveras? —preguntó Daine.

—Es una tradición habitual entre los marineros de las islas del Aerenal —dijo Lakashtai—. En lugar de descansar en la tierra, prefieren que sus cadáveres queden unidos a los barcos en los que sirvieron. Si se llevan a cabo los rituales indicados, el espíritu se une a la calavera, lo que permite al sacerdote del barco hablar con los marineros y pedirles consejo.

—Encantador —dijo Daine.

Un instante después bajaron por la pasarela. Los viajeros ya tenían su equipaje preparado. Lakashtai y el capitán intercambiaron cumplidos y oro mientras Lei, Daine y Través descendían a tierra.

—Un suelo sólido —dijo Lei, meciéndose levemente—. Nunca pensé que sentiría tanta felicidad y tantas náuseas al mismo tiempo.

Lakashtai les llevó hasta una calle que estaba pobremente adoquinada con toda clase de piedras. La población era incluso más diversa que la de Sharn, y Daine oyó conversaciones a gritos en tres idiomas distintos. Un par de duendes andrajosos discutían con una perfumada gnomo vestida con sedas brillantes. Cuando pasaron los viajeros, los duendes sacaron sendos cuchillos, y una varita con una joya en la punta apareció en la mano de la gnomo. Nadie más prestó atención a lo que allí sucedía, y Lakashtai cogió por el brazo a Daine mientras éste desenvainaba la espada.

—Éste no es lugar para meterse en problemas.

Hizo rechinar los dientes y se soltó de Lakashtai, pero siguió andando. Un instante después oyeron el «¡zas!» del fuego mágico y el olor propio de un duende ardiendo.

—Lakashtai —dijo Daine—, ¿tenemos un plan o pasearemos por las calles hasta pelearnos con los gnomos locales?

—Primero, necesitamos un refugio —dijo—. Después, necesitamos un guía. Como habéis visto, las calles de Linde tormentoso no son un buen lugar para los extranjeros. Pero sintiéndolo mucho, tardaremos un rato en encontrar ambas cosas. Dudo de que la respuesta esté en la misma ciudad, pero alguien podría tener la clave. Cuando creía que iba a venir sola, tenía planeado hablar con algunas personas. Saben mucho de los misterios de la tierra y ése sería el mejor lugar en el que empezar.

—¿Nos quedaremos en casa de alguno de esos amigos tuyos? —dijo Daine, que tenía los ojos fijos en la multitud. Un hombre alto, envuelto en una capa negra con capucha, se le quedó mirando.

—Ninguna de esas personas son amigos —dijo Lakashtai con una sonrisa en la boca—. Y creo que sería un error deberles un favor.

—Genial —dijo Lei—, de modo que, por lo que respecta a encontrar refugio, ¿sabes adónde vas?

—Tengo una idea general —dijo Lakashtai—. Aunque nunca he estado aquí, algunos de los míos sí lo han hecho. Por medio de nuestro vínculo compartido con Kashtai puedo seguir el paso de sus recuerdos. Creo que encontraremos una posada razonable ahí abajo.

—Genial. —Daine miró a Través y giró la cabeza; el forjado asintió levemente y se puso detrás de los demás—. ¿Crees que habrá buena comida?

—Me temo que no estoy cualificada para juzgar eso —respondió Lakashtai—. Estoy segura de que mi dieta os parecerá muy aburrida.

Mientras Lakashtai hablaba, Daine tropezó con Lei. Cuando ella le miró de soslayo, Daine se frotó la palma de la mano izquierda con el índice. «Red», susurró.

Lei pareció sorprendida, pero deslizó una mano en uno de los bolsillos de su bolsa y sacó un pequeño disco de arcilla.

—¿Qué dice Kashtai ahora mismo? —dijo Daine.

—No es tan sencillo, Daine. No habla con palabras. Sus recuerdos… sólo salen a la superficie cuando son necesarios. Es parte de mí.

—Bueno, no quisiera cuestionar su guía, pero probemos por este atajo.

Daine puso una mano sobre el hombro de Lakashtai y la hizo girar hacia un callejón que salía de la calle principal.

Lakashtai se resistió al principio, después se encogió de hombros y dejó que Daine los guiara. Con una cuidadosa mirada hacia atrás, Daine vio que el hombre de la capa oscura los seguía. Junto a él había otro, igualmente vestido de negro y con la distintiva forma de una espada visible entre los pliegues de su capa.

«Ningún problema —pensó Daine—. Podemos enfrentarnos a dos. Sólo un poco más».

Estaba preparado para dos, incluso para tres. No había pensado en la posibilidad de que fueran cinco.

Mientras Daine se preparaba para darse la vuelta hacia los hombres que los seguían, tres nuevas figuras emergieron de las sombras que tenían delante sí. Iban vestidos también con capas sueltas oscuras y túnicas bordadas con laberínticos patrones de hilo plateado. Llevaban el rostro oculto bajo las capuchas y velos de plata. El hombre que los lideraba blandía una gran espada curva que parecía hecha de un solo pedazo de cristal. Se entrevio un destello de malla bajo su capa. La mujer que había a su lado blandía una espada de hierro. Ambos bloqueaban el callejón, pero Daine advirtió a una mujer tras ellos y no le gustó lo que veía. No llevaba armas, sino que sostenía un cristal en una mano. Daine podía reconocer perfectamente a los que utilizaban la magia en la batalla.

Daine maldijo para sí mismo. Esos callejones eran un laberinto, y él había elegido uno al azar. ¿Cómo podían haber previsto el camino que seguirían?

—¿Lakashtai? —dijo—. A partir de ahora, dejaremos que Kashtai elija el camino.