La primera visión que Daine tuvo de Xen’drik fueron los Dientes de Shargon, una cadena de islas que emergían del agua rodeadas de afilados picos de basalto negro.
—Dientes del Devorador —dijo Thaask, subiendo por la barandilla al lado de Daine—. Cuando tiene hambre, los Dientes destrozan los cascos y hacen naufragar los barcos.
—Creía que estabas aquí para impedir que eso pasara.
—Es su voluntad. —Thaask se pasó una garra por los dientes y a Daine le pareció un gesto ritual—. Si llama a la tormenta, mi camino no os salvaría.
—¿En qué lugar te dejaría eso?
—Yo y los míos saqueamos los barcos que se hunden hasta el fondo. Somos los hijos del Devorador, y nos hacemos con lo que él deja atrás.
—¿De modo que quieres que naufraguemos? ¿Y te estamos pagando para que seas nuestro guía?
Thaask soltó un gorgoteo que a Daine le pareció, tras mucho pensarlo, una carcajada.
—¿Qué me ofrece este pequeño barco? Si los ancianos lo quisieran, el mar y la piedra por igual podrían alzarse para aplastar este navío. Nada navega por las olas a salvo sin nuestro permiso. Están los que, bajo el mar, se complacen hundiendo vuestros bajeles, y los de mi escuela, que no desean la guerra entre la tierra de arriba y las aguas profundas; no ahora. Servimos como guías del agua. Si el Devorador desea hacerse con vuestro barco, nos quedaremos con lo que el deje. Si no, cogeremos lo que vosotros nos deis y fomentaremos la confianza entre las dos especies. Ganamos con ambos caminos.
—Has dicho que no queréis la guerra entre la superficie y las profundidades ahora…
Daine dejó la frase en suspenso y se produjo un momento de silencio. Thaask se volvió hacia él completamente y la luz del sol refulgió en sus escamas.
—Es su voluntad —dijo, pasándose una garra por entre los dientes.
El sahuagin se descolgó por el lateral del barco y volvió a explorar las aguas que tenían por delante. Había allí una criatura esperándole, una inmensa raya con unas aletas que a Daine le recordaron a alas. Esa bestia era la montura de Thaask y se deslizaba por las aguas con una velocidad que permitía entrever sus orígenes sobrenaturales. Thaask se subió a la espalda de la raya, y ésta se puso en movimiento con tal rapidez que pareció que el Estela del kraken estaba quieto. Daine observó cómo la forma sombría desaparecía hacia las profundidades y se preguntó qué habría oculto allí abajo.
El ataque llegó sin mediar aviso. Daine estaba junto a la barandilla y, un momento después, estaba rodeado de frías sombras que expulsaron el calor del mundo. Carecía de peso, caía, y aunque no podía ver nada, todos sus instintos le gritaban que podía golpear el suelo como un peso muerto en cualquier momento.
«Déjame que te arrebate de este lugar». La voz era tranquila, relajante… Tashana. «No te opongas. Dame la mano y podrás refugiarte en tus recuerdos, a salvo de la muerte que te espera aquí».
Daine sintió los dedos de Tashana entre los suyos, cálidos y acogedores. Apretó el puño. «Nada de esto es real».
«Quizá, pero es igualmente temible».
El viento gritó más fuerte, y Daine sintió que caía más de prisa, aunque lo único que podía ver era oscuridad.
«Ríndete». Los pensamientos de Tashana eran dedos fríos recorriendo su piel. «Regresemos a tu pasado. Es el único modo de que conozcas la verdad de aquella noche, el único modo de que sepas si tú eres el culpable del destino de tus soldados».
En la mente de Daine aparecieron rostros. Jode. Donal. Por un momento oyó cómo Krazhal maldecía justo a su espalda. Ordenando sus pensamientos, expulsó las imágenes.
—Sé todo lo que necesito saber. Ahora lárgate de mi mente.
«¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? ¿Sabes lo que dejaste tras de ti?».
Impacto. No sobre la tierra ni sobre la piedra, sino sobre el agua, incluso más fría que el viento gélido. Daine todavía tenía las extremidades congeladas, y el agua salada se le metió por la nariz cuando el peso de la armadura lo arrastró hacia abajo.
«Parece que se me fue la mano cuando me apoderé de tu mente —dijo Tashana—. Te has caído por la barandilla. No tienes mucho tiempo. ¿De veras quieres perderlo asfixiándote entre hielo? ¿No preferirías morir en compañía de amigos?».
—¡No me estoy muriendo! —gritó Daine.
Entonces, se sorprendió. Sentía el agua inundando sus pulmones, la parálisis que atenazaba su cuerpo; sin embargo, podía hablar, oír su voz.
—¡Esto no es real! —dijo.
Aunque Daine no podía mover los brazos, podía imaginar que los movía. Mientras su cuerpo se deslizaba cada vez más hacia el fondo del mar, Daine simuló llevarse la mano al cinturón. Cogió la empuñadura de la espada. La otra se deslizó hasta la bolsa de su cinturón, y mientras sus efectos personales salían flotando a la superficie, envolvió con la mano el pedazo de cristal verde.
La fortaleza se extendió hacia el interior de su cuerpo, el fuego prendió en sus manos y quemó el hielo. Una cegadora luz verde consumió la oscuridad, y Daine oyó un aullido cortante al mismo tiempo que Tashana se desvanecía de su mente.
Abrió los ojos.
Tenía la ropa seca y el aire era tan cálido como siempre en el Estela del kraken. La luz procedía de una lámpara de fuego eterno de la pared. Estaba tendido en su camastro, y Ley y Lakashtai le estaban mirando.
—¿Daine? —dijo Lei en voz baja.
Lei dolía la mano izquierda y se dio cuenta de que estaba apretando el pedazo de cristal que Lakashtai le había dado hacía un tiempo; lo apretaba con tanta fuerza que probablemente se había hecho sangre. Abrió la boca para hablar y se ahogó en el aire vacío, las palabras se le apelotonaron en la garganta.
—Relájate —dijo Lakashtai, poniéndole la mano derecha sobre la suya. La calidez y el alivio se esparcieron por su sangre—. Ahora estás seguro. Tu voluntad es fuerte, y nosotras estamos contigo.
—¿Seguro? —siseó Lei volviéndose hacia Lakashtai—. ¿A esto lo llamas estar seguro? Dijiste que podías protegernos, protegerle. ¿Es esto lo que tú entiendes por protección?
—No… —empezó Daine, pero todavía le costaba hablar.
Lakashtai le soltó la mano a Daine y se volvió completamente hacia Lei. Pese a estar aturdido, a Daine le sorprendió el contraste entre el aspecto de ambos: Lei era fuego y oro, pelo rojo y piel verde, y podía sentir su ira y su pasión; Lakashtai era frío, negro total y blanco, noche y nieve.
—Subestimé a Tashana —dijo Lakashtai con frialdad—. No debería haberse recuperado de nuestra pelea tan rápidamente.
—Dijiste que podías detener esto —respondió Lei.
—Puedo hacerlo.
Lakashtai pasó la mano por encima del puño izquierdo de Daine, todavía cerrado con fuerza alrededor del pedazo de cristal. Sintió que la piedra se calentaba a medida que ella acercaba su mano.
—La piedra canalizadora es un escudo. Sólo tengo que introducirle un poco más de mi fuerza, pasar más tiempo meditando. Puedo construir una muralla. Pero no me había dado cuenta de lo alta que tenía que ser.
Luchando, Daine logró reunir la fuerza necesaria para levantar el puño, tocando la mano de Lakashtai.
—Ggggracias… —logró murmurar al fin entre sus labios entumecidos.
Lakashtai bajó la mirada y negó con la cabeza.
—No, Daine, he fracasado: ha sido tu fuerza la que te ha salvado la vida hoy.
—Nuestra fuerza —dijo, abriendo la mano para dejar a la vista el chisporroteante pedazo de cristal.
Lei frunció el entrecejo y apartó la mirada. Lakashtai se limitó a asentir.
—Mantén la piedra cerca de ti —dijo—. Yo tengo que estar contigo para proteger tu sueño, pero haré todo lo que pueda para asegurarme de que no pueden atacarte de nuevo mientras estés despierto.
Daine asintió y frotó los dedos contra el cristal. Se volvió hacia Lei, tratando de encontrar palabras en su mente. Una parte de él había deseado que el mundo se desvaneciera… para dejar de luchar, para unirse a Jode y a los demás. Tal vez fuera la piedra de Lakashtai lo que le había devuelto la voluntad, pero habían sido los pensamientos de Través y Lei los que le habían dado la fuerza necesaria para llevarse la mano a la piedra.
Lei ya había salido de la habitación.