—¿Vamos a hablar de esto?
Daine se reunió con Lei bajo la cubierta en el momento en que ella entraba en su camarote. Través estaba en un rincón leyendo un libro, y levantó la mirada cuando ambos entraron. Lakashtai no estaba en ninguna parte. La mujer kalashtar desaparecía con frecuencia durante el día, decía que prefería la soledad para sus meditaciones.
—No —dijo Lei—. No hay nada de que hablar.
—¿Hay algún problema? —dijo Través, dejando a un lado su libro.
—Ninguno —dijo Lei, mirando a Daine de soslayo.
—Estás de muy mal humor para no tener problemas —respondió Daine—. ¿Qué te ha pasado?
—Le he dicho a Thaask que le haría una piedra musical, y no me será fácil terminarla a tiempo, sobre todo porque no tengo conmigo la mayor parte de mis herramientas. Debería haberlo pensado con más detenimiento.
—Crear una piedra mágica es la idea que tú tienes de la diversión. Hasta ahora casi tenía que sacarte a rastras y a punta de espada de la bodega para que salieras a divertirte un rato. La conversación ha ido bien hasta que ha dicho algo sobre tu madre, y tú has salido corriendo hacia la escotilla. Hay algo que no me estás contando.
—¿Por qué crees que tienes derecho a saberlo?
—¡Maldita sea, no estoy tratando de interrogarte! —dijo Daine—. Si no quieres hablar, está bien, pero si te pasa algo, quiero ayudarte.
—Bien. —Lei se sentó en el camastro y toda su energía pareció abandonarla—. ¿Qué sabes de la historia de los forjados?
—No te he pedido una lección de historia.
—Si quieres conocer la historia de mi familia, tendrás que escucharla. La mayoría de la gente cree que Aaren d’Cannith creó el primer forjado, y en cierto sentido, así fue. Desarrolló la construcción de varios compuestos de los forjados, la mezcla de madera, piedra y material orgánico que todavía se utiliza hoy.
A Lei siempre le gustaba dar lecciones, y hablar claramente calmaba sus nervios, así que Daine decidió no presionarla.
—¿Material orgánico? ¿Quieres decir carne?
—No, por supuesto que no, pero la madera es orgánica. Través, ¿te importa mostrar el brazo? ¿Ves esas cuerdas en las junturas?
—Siempre creí que era piel —dijo Daine.
—La piel se pudre o se parte fácilmente. Aaren encontró ese material a partir del estudio del árbol de ramaviva, que sigue vivo incluso después de ser talado. Estas cuerdas son como raíces de árbol: flexibles, duras, capaces incluso de responder a formas mágicas de sanación, aunque no de una manera tan eficaz como la carne y la sangre. Estas raíces forman la mayor parte de los músculos de los soldados forjados, por así decirlo. Lo importante es que las forjas de creación harían que estas raíces crecieran a un ritmo acelerado, limitando la cantidad de hierro y otros materiales necesarios para construir un soldado.
—Muy bien. ¿Y qué tiene que ver eso con esto?
—Merrix dio los primeros pasos hacia los forjados, pero sus creaciones carecían de verdadera conciencia. Fue Aaren, su hijo, quien creó el primer forjado, quien adaptó las forjas de creación para alentar verdadera vida al metal y la madera; pero Aaren no estaba interesado en crear soldados. Quería comprender la naturaleza de la vida, tratar de crear una criatura con alma.
—La casa Cannith sólo estaba interesada en la guerra —dijo Través.
—Así es. Le arrebataron a Aaren las forjas. Los mejores artificieros de la casa fueron puestos a trabajar; les ordenaron que encontraran el modo de duplicar y adaptar su creación para producir soldados superiores. Mis padres fueron parte de ese esfuerzo. Crecí en una plaza de forjados pequeña y oculta, y nunca vi a un niño humano. Mis padres siempre estaban ocupados diseñando nuevas herramientas para los forjados o nuevos cuerpos. Me pasé la infancia con los propios forjados, descubriendo el mundo a medida que lo hacían ellos, pero ningún forjado se quedaba en la plaza mucho tiempo, y todos mis amigos se iban a la guerra. Hubo una época…
Su voz se estremeció; se calló y cerró los ojos. Antes de que Daine pudiera moverse, Través extendió el brazo y le puso la mano bajo la suya. Ella sonrió débilmente y se la apretó; después, siguió.
—Hubo una época en la que envidié a los forjados, en que quise ser un forjado. Al menos ellos tenían una finalidad. Tenía la sensación de que nadie me quería allí.
—Thaask ha dicho que tu madre quería una hija…
—¡Lo sé! Pero no lo parecía. Ella era más cálida que mi padre, es cierto, pero siempre estaba ocupada, y tanto ella como mi padre estaban atareados en todo momento con nuevos diseños, con la idea siguiente. Empecé a pensar en mí misma como un modelo redundante. Siempre podían mejorar la última generación de forjados, pero en cuanto a la hija… debían vivir con lo que tenían.
Respiró hondo.
—Las cosas mejoraron cuando se manifestó mi Marca de dragón. Apareció cuando tenía nueve años, mucho antes de la edad normal. En ese momento, empezó mi entrenamiento de veras. Me mandaron a Sharn, a las torres del Doce, a enclaves de Cannith, al otro lado de Khorvaire. Apenas volví a ver de nuevo a mis padres después, pero no pensé mucho en ello. ¡Finalmente tenía un objetivo! Pasaba buena parte de la jornada creando varitas para el campo de batalla, ayudando con los forjados, hasta que llamé la atención de Hadran d’Cannith.
Daine alzó una mano.
—Si no quieres hablar de él…
—¿Por qué parar ahora? Nunca quise a Hadran. Nunca. Él era rico y poderoso, un buen partido. Era mi obligación. Nunca me lo pensé dos veces, pero entonces mi padre interfirió.
Dijo que no lo permitiría hasta que hubiera pasado cuatro años sirviendo en el campo de batalla como apoyo a los forjados.
—¿Qué?
Daine recordaba vagamente que Lei le había contado que nunca había querido ser soldado, pero jamás hubiera creído que sus padres la habían enviado a un peligro como aquél.
—Nunca me preguntó nada. Nunca me explicó sus razones. Se limitó a dar órdenes y, como un buen soldado, yo las seguí y acabé contigo.
—¿Qué tiene que ver esto con Thaask?
Lei apartó la mirada y sintió un nudo en la garganta.
—Al oírle hablar…, al saber que hubo un tiempo en el que quiso una hija tanto como quiso al mejor forjado… Eso duele. Ahora sé que aquel amor estuvo ahí alguna vez, pero yo nunca lo recibí y jamás volveré a verla.
Daine no sabía qué decir, así que le puso un brazo sobre un hombro y la abrazó. Ella se cogió a él y las lágrimas no tardaron en aparecer. Por un momento, se quedaron allí mientras Través los observaba. Después, Lei se apartó.
—Estaré bien —dijo, sollozando y frotándose la nariz—. Ya ha terminado todo, y tengo que empezar a trabajar en esa piedra.
—Está bien, te dejaré a solas, pero si necesitas algo…
—Estoy bien. Estaré bien.
Través cogió su mayal y siguió a Daine para salir del camarote y dejar a Lei a solas con sus pensamientos. Ella sacó las herramientas de la bolsa y encontró una piedra de concentración que serviría para el trabajo, pero la imagen de sus padres seguía en su mente. No se trataba de los recuerdos de una niña solitaria atrapada en un mundo de guerra y acero. Estaba siendo perseguida por el recuerdo de un sueño, tendida en un camastro junto a Través mientras sus padres comentaban los progresos de su hija. Quizá fuera sólo una manifestación de sus inseguridades, el miedo a no ser más que otro experimento, un fracaso del que había que deshacerse. De alguna forma, sentía que allí había algo más, y eso le daba miedo.
Se frotó la nuca pasándose los dedos por la Marca de dragón y se puso manos a la obra.