Través salió a la cubierta del Estela del kraken. El mar estaba entrando en las aguas del mar Tronante, y la costa de Breland se estaba perdiendo de vista, desapareciendo en la noche. Través nunca había visto un océano antes y estaba fascinado por su extensión: agua que se expandía basta el horizonte, hasta donde alcanzaba la vista. Al sudoeste, ocasionales destellos de luz indicaban la presencia de una de las tormentas por las que era conocida la región, pero por el momento las aguas estaban tranquilas. Través miró a lo largo del barco y vio la proa cortando las aguas. Percibió las salpicaduras y el vaho en la piel, y como hacía con frecuencia, trató de analizar esas sensaciones, de justificarlas. No tenía nervios, su piel era de acero y mitral; ¿cómo podía sentir las gotas de agua que descendían por su brazo?

La mayoría de los forjados habían sido creados con la capacidad de leer para que pudieran emitir mensajes e interpretar mapas e instrucciones. En el pasado, Través no había tenido tiempo para ratos de ocio, pero últimamente se había puesto a leer mientras los demás dormían. En particular, estaba intrigado por el tema del anclaje del espíritu y la creación de forjados, aunque no encontraba información fiable sobre ninguno de los dos asuntos. Mucho de lo relacionado con los forjados era un misterio: o conocimiento secreto oculto en las bodegas de la casa Cannith, o simplemente desconocido. Por lo que Través había descubierto hasta el momento, el proceso que permitía la creación de los forjados era tanto cuestión de suerte y casualidad como de talento. La casa Cannith había producido artefactos mágicos durante muchos siglos. Esos golems eran criaturas poderosas: tenían la fuerza de la piedra y el acero, y no sentían dolor ni emociones; pero carecían de conciencia real, podían seguir instrucciones simples aunque no adaptarse a situaciones inesperadas, mostrar iniciativa o aprender de sus experiencias. Cuando Galifar cayó presa de la guerra civil, los artificieros Cannith trataron de mejorar sus golems, de producir artefactos conscientes con inteligencia suficiente para utilizar la estrategia en el campo de batalla, soldados incansables que pudieran ser enviados a territorio enemigo con sólo instrucciones generales, que pudieran hacer sus propios planes a partir de la situación táctica. Los primeros pasos del proyecto tuvieron un éxito limitado. Los titanes forjados eran máquinas de guerra vivas, y poseían una inteligencia básica y conciencia de sí mismos, pero eran poco más que un niño humano. Una generación más tarde, un artificiero llamado Aaren d’Cannith lideró un equipo que hizo el salto decisivo y creó un soldado verdaderamente consciente, con las habilidades de un luchador de élite. Los soldados de Aaren habían cobrado algo más que inteligencia humana: sentían dolor, olían, incluso percibían los sabores a pesar de que no podían comer, y poseían la capacidad de emocionarse. Un soldado ideal debería haber sido capaz de ignorar el dolor y actuar sin verse influido por las emociones, pero de alguna forma esas cosas estaban unidas mágicamente a la conciencia del forjado: con la capacidad de pensar llegó la posibilidad de sentir.

Si bien los artificieros no pudieron eliminar la emoción por completo, la casa Cannith trabajó para hacerlo. Cada aspecto de la conciencia del forjado que podía ser moldeado se adaptó a su propósito, y los forjados recibían información mínima más allá de su finalidad. Un soldado forjado no tenía por qué conocer el motivo de la batalla: lo único que importaba era que había sido construido para librarla, y mientras hubiera guerra, eso le bastaría.

Ahora la guerra había terminado. El tratado que había asegurado la paz también había liberado a los forjados y había reconocido sus derechos como seres conscientes, no sólo como armas de guerra.

¿Qué significaba la libertad para un forjado?

Través le dio la espalda al horizonte para contemplar el barco. Aparte de la vela, hinchada incluso esa noche sin viento, poco distinguía al Estela del kraken de un barco normal y corriente. Un humano alto y musculoso estaba atareado con las cuerdas, y cuando miró a Través, había en su mirada una inconfundible carga de hostilidad. Través evaluó al instante la amenaza que el marinero representaba, Tomó en consideración su altura y su constitución, además de la porra que llevaba en el cinturón y el chaleco de cuero que vestía. Su vaporoso ojo izquierdo estaba rodeado de cicatrices, y Través pensó en maneras de sacar ventaja de ese defecto en un combate cuerpo a cuerpo. Través no tardó más de un segundo en darse cuenta de que ese hombre no representaba una gran amenaza para él y que a pesar de la aparente hostilidad, carecía de arrojo para agredirle.

Si Través hubiera tenido pulmones, habría suspirado. Cyre había caído, pero la guerra seguía siendo la esencia de su existencia; forjado para servir como explorador y escaramuzados le requería esfuerzo caminar a la luz del día sin ocultarse en las sombras. Lentamente, estaba explorando otros caminos del pensamiento, otros aspectos de la vida, pero era sólo en la batalla donde se sentía verdaderamente vivo. Incluso entonces, a pesar de su evaluación, esperaba en parte que ese marinero brelish le atacara para que, durante unos pocos minutos, pudiera sentir la satisfacción que le provocaba su verdadera finalidad.

Aquélla era la paradoja de la libertad. Comparado con los humanos, el forjado necesitaba pocas cosas. Podía experimentar sensaciones físicas, pero no podía experimentar el placer físico del mismo modo que las criaturas orgánicas. No comían ni dormían y eran inmunes a las condiciones climáticas más extremas, y resguardarse era una opción, por lo tanto, opuesta a la necesidad. Pocos sentían necesidades de amasar otra posesión que no fueran sus armas o las herramientas que necesitaban para llevar a cabo sus funciones. Para un humano, la libertad era la oportunidad de hacer lo que quisiera, pero lo que querían los forjados normales era llevar a cabo la función para la que habían sido creados.

Un recuerdo apareció en la mente de Través: una esbelta forjada con capa; su piel revestida de esmalte azul oscuro, su voz la de una mujer humana. Sólo habían estado juntos un momento, pero no había olvidado el encuentro. Ella había tratado de reclutarle, dejando entender que en algún lugar un grupo de forjados estaba construyendo un nuevo futuro para los de su clase. La había rechazado y había decidido seguir con sus tres amigos, pero desde esa noche se había preguntado qué habría sucedido de haberse ido con ella. Recientemente, había estado leyendo una historia de Galifar, y estaba asombrado por lo que un solo hombre había logrado. Tos forjados no tenían historia a la que volver la mirada, pero ¿qué futuro tenían? ¿Había un Galifar forjado a la espera de ser construido?

No había viento, pero la vela principal se hinchaba y revoloteaba, y Través se volvió para contemplarla. El emblema del kraken y el relámpago de la casa Lyrandar refulgía en la oscuridad. Había sido cargado con fuego frío, y allí, en el centro de la vela negra, visto desde otros barcos, debía parecer que flotaba en el aire. El viento era el resultado de un vínculo elemental introducido en el tejido; el espíritu del aire, que podía generar un vendaval controlado justo tras la vela. Estudiando cómo ésta se hinchaba, Través se preguntó por la vida del espíritu allí presente. ¿Era consciente de cuanto le rodeaba? La mayoría de los libros que Través había leído decían que los elementales eran simples criaturas, y que vincularlos a otros objetos no era distinto que domesticar caballos. Través no pudo evitar preguntarse si la vela sería una cárcel para el espíritu o en realidad estaba haciendo lo que más le gustaba. ¿Era el viento su única alegría en la vida? Mirando la vela e imaginando al espíritu atrapado en su interior, Través supo si sintió pena… o envidia.