Daine se tendió en un duro camastro del pequeño camarote y su conciencia se fue deslizando hacia el sueño. Vagas imágenes vagaron por su mente. Un recuerdo de Jode pasó por sus pensamientos, y Daine lo siguió, buscando un momento más de conversación con su amigo, aunque fuera sólo en su imaginación. Una visión se formó lentamente a su alrededor. Noche. Los sonidos de espadas y metal en la distancia. El cadáver de un forjado en el suelo. Jode estaba arrodillado junto al enemigo caído, estudiando su maltrecho cuerpo. Krazhal estaba junto a él, con la mirada gacha.
—¿Capitán? —Gruñó el enano—. ¿Cuánto tiempo vamos a esperar? Se oye la batalla allí arriba y nosotros estamos aquí estudiando…
Daine le silenció con una mirada y un gesto rápido.
—¿Qué has descubierto, Jode? —susurró.
—Bueno, capitán, soy un sanador, no un artificiero espectacularmente talentoso de la casa Cannith a menos de una milla de nuestra situación actual…
—¡Jode!
El mediano sonrió cautivadoramente.
—He conseguido sacar esto del brazo de nuestro amigo. —Levantó un pequeño cilindro de platino con símbolos arcanos grabados—. No puedo descifrar todos los signos, pero creo que es una llave.
Daine asintió al mismo tiempo que cogía el cilindro.
—Buen trabajo. Krazhal, prepara el disco de explosiones, pero si la Llama está con nosotros hoy, no lo necesitaremos. —Miró a los ojos a Kesht con un gesto elocuente, y le hizo una señal a éste y a Donal para que se adentraran en el túnel.
—¿Y cuándo ha estado la Llama con nosotros? —se quejó Krazhal mientras lentamente empezaba a seguir el camino de los exploradores.
—La Llama siempre está con nosotros —dijo Daine—. Buscad la Luz y escuchad la Voz. Veremos qué es esto, viejo amigo.
Las palabras eran rituales, pero incluso a él le parecieron vacías. Dos años antes confiaba en la Llama de plata, en la fuerza que daba fortaleza a los justos y defendía a los inocentes. Pero entonces esa fe era cada vez más difícil de encontrar. Cada aldea masacrada, cada historia de atrocidad al otro lado de Khorvaire, incluso Thrane… Cuando por la noche quería dormir tenía cada vez más dificultades para rezar sin morderse la lengua, pero sus soldados necesitaban su fe, aunque en su interior flaqueara.
Una débil sonrisa asomó a los labios de Krazhal, por primera vez en aquella noche.
—Sí —dijo—. Sí, creo que lo haremos, señor.
Blandiendo sus armas, Daine se introdujo en el túnel tan lentamente como le fue posible. Vio el brillo del martillo de Donal en la oscuridad, más adelante, y se deslizó junto al muro siguiendo los pasos del explorador.
Hubo un resplandor de luz blanca, un estallido solar del que emanaba una luz cegadora sobre el campo. El último pensamiento de Daine fue que aquello estaba mal…, que aquello no había pasado.
—¡Idiota! —Lakashtai estaba junto a él, y sus ojos ardían como dos carbones esmeralda—. Después de todo lo que te ha pasado hoy, ¿cómo has podido entregarte al sueño tan fácilmente?
La habitación cobró forma con lentitud, estaba al lado del camastro, y Daine sentía su preocupación como si fuera una fuerza física que estuviera presionando sus pensamientos. Través y Lei estaban cada uno a un costado de ella: Lei, preocupada y cansada; Través, tan impávido como siempre.
—¡Mmm…!, ¿qué? —dijo, tratando de comprender sus palabras.
—Tus sueños son el camino que tus enemigos utilizan para entrar en tu mente. Con Tashana oculta, lo mejor que puedes hacer por ahora es no soñar.
Lei soltó una risotada, y Daine se obligó a incorporarse.
—¿Ah, sí? —dijo. Sus pensamientos eran todavía lentos—. Sólo… no soñar, ¿así de sencillo?
Lakashtai asintió como si fuera una petición perfectamente normal.
—Debo estar presente cada vez que te duermas. Puedo desviar tu espíritu y mantener las puertas cerradas. Mientras esté aquí, podré ocultarte de este enemigo y protegerte de los ataques que has sufrido…, al menos por un tiempo.
—Basta —dijo Lei con la voz gélida—. Estoy harta de estas tonterías misteriosas. No es la primera vez que Daine duerme. Si su cabeza va a pudrirse de todos modos, ¿por qué no sucedió ayer? Te presentas aquí, amenazando a Daine, y después está esa otra criatura…, una mujer que se parece sospechosamente a ti, buscando algo. ¿Por qué no nos dices con exactitud qué está pasando?
—Daine ha estado en riesgo estas últimas noches. Has estado perdiendo la conciencia estando despierto. ¿Cuándo sucedió por primera vez?
—Hace cuatro días —dijo Daine.
—Fue entonces cuando encontraron tus sueños. Cada noche, los vínculos se hacen más fuertes, y si les dejas entrar en tus sueños, pueden rastrearnos…, y todo estará perdido.
—Pero ¿quién? ¿Quiénes son? —dijo Lei.
—Il-Lashtavar —dijo Lakashtai, tranquilamente—. La Oscuridad onírica.
—¡Oh!, eso lo aclara todo. ¿Por qué no lo dijiste al principio? —dijo Lei.
Lakashtai la miró, y como antes, la intensidad de la mirada de la kalashtar silenció a Lei.
—No se habla así de las cosas que no se conocen. Es nuestra guerra: la batalla de los kalashtar, la lucha para la que nacimos. Tú y todas las criaturas que sueñan cuando se hace de noche… Te ahorraré los horrores que te esperan.
No había ningún rastro de sonrisa en sus labios, y aunque su voz era música, resultaba una tonada fría, gélida. Por un momento, nadie habló. Entonces, la voz de Través llenó la sala, profunda y calma.
—Puede ser que tú hayas elegido esta batalla, pero nosotros nos hemos visto arrastrados a ella, y un soldado que no puede identificar a su enemigo, que no sabe nada de la naturaleza del campo de batalla, no puede triunfar.
Daine asintió.
—No puedo evitar cometer errores a menos que sepa contra qué estoy luchando. Y maldita sea, ¡es mi mente!
Lakashtai escudriñó a cada uno de ellos, después se giró y caminó hasta el extremo más lejano de la sala. Cuando volvió la vista, la luz se había apagado en sus ojos.
—Tenéis razón, por supuesto —dijo en voz baja—. No puedo deciros lo que os espera, pero debéis estar preparados. Por favor, Lei, siéntate. Es una historia larga y sé que has tenido un día duro.
Lei miró de soslayo a Daine, y éste asintió levemente. Murmurando, se sentó en el camastro a su lado. Través dio un paso atrás, alejándose de Lakashtai, de modo que interpuso todo el espacio posible en aquella pequeña sala.
Lakashtai se volvió hacia ellos. A pesar de tener la ropa raída, a pesar de tener sangre seca en la piel, se comportaba con la dignidad de una reina. Su belleza era asombrosa, pero era la belleza fría de una estatua de mármol, la perfección humana, pero artificial en lo fundamental.
—Soy kalashtar, hija de dos mundos. Hace más de mil años, mi ancestro vinculó su linaje al espíritu Kashtai, y yo soy hija de esa unión. Kashtai se mueve en mi interior. Sus recuerdos me vienen en forma de sueños, y en ocasiones, su voz me susurra en el silencio de la mente. Mientras al menos una de mis hermanas siga viva, Kashtai sobrevivirá, y mientras ella viva, lucharemos contra Il-Lashtavar.
»Aunque podría hablaros de esta lucha, es mejor que la veáis por vosotros mismos. Relajaos. Dejad que vuestros pensamientos vaguen. Abrid vuestras mentes y os mostraré la pesadilla que hay más allá.
Su voz era suave e hipnótica. Siguió hablando, pero sus palabras parecieron desvanecerse en una canción cálida y relajante. Finalmente, Daine cerró los ojos y se adentró en otro mundo.
Frente a él había un halo brillante, una espiral de luz que flotaba en un campo en completa oscuridad. Mientras lo contemplaba, vio que estaba hecho de partículas refulgentes. Debía haber billones, pero de alguna forma lograba ver cada una de ellas; tenía la vista sobrenaturalmente perceptiva, y aunque cada partícula no era más grande que un grano de arena, a cada segundo que pasaba se volvían más visibles.
¿Dónde estaba? Trató de volver la cabeza, pero se dio cuenta de que no podía. Fue entonces cuando advirtió que no tenía cuerpo. Podía percibir cuanto le rodeaba, pero él no estaba allí, sólo sabía qué era lo que le rodeaba. «Es como un sueño», pensó.
«Es un sueño. —Era la voz de Lakashtai, o tal vez sus pensamientos—. Pero es más que eso. Es todos los sueños. Cada punto de luz es un soñador arrastrado del mundo en vigilia a este reino de Dal Quor».
Daine trató de comprender aquello. «De modo que es… ¿otro mundo?».
«Vuestros sabios lo llamarían otro plano de existencia. Es una sombra del mundo material, un lugar que existe en las mentes y las almas de todas las cosas vivas. Siempre está ahí, siempre es parte de ti, pero es cuando duermes cuando abres la puerta y formas tu propio mundo en Dal Quor, la fortaleza de tus sueños».
«Estás diciendo que cuando veo a Lei en sueños, realmente es Lei», pensó Daine.
«No. Tú creas tus propios sueños y les das forma a partir de tus recuerdos, tus esperanzas, tus miedos. Lo mismo hace Lei. Sois dos puntos de luz distintos, dos mundos distintos, tan profundos y ricos como Eberron».
«¿Qué tiene esto que ver con nosotros? ¿O esa Tashana?», pensó Daine.
«Dal Quor es un reino mutante, un lugar en el que el pensamiento se convierte en realidad, pero el espíritu mortal sólo tiene fuerzas para dar forma a sus regiones más remotas. Esas luces que ves son los extremos de la región de los sueños. Mira mejor».
Daine dirigió su atención a un anillo de luces. Al principio no vio nada más allá del halo brillante. Después se dio cuenta de que la oscuridad que había en el interior del círculo de luces era más profunda que el vacío que lo rodeaba. Ambos eran completamente negros, pero la oscuridad del interior… era algo más que sólo una sombra vacía. Había algo allí…, una presencia.
«Mira más de cerca».
Y en ese momento, cayó hacia la sombra; el anillo de luces se hizo cada vez más grande. Vio que cada mota brillante, aunque pareciera un grano de arena, tenía el tamaño de mundos que había estado mirando desde una distancia casi inimaginable. Empezó a ver detalles en la oscuridad central. Texturas. Formas. Un vasto paisaje que se extendía a su alrededor. Un río de alquitrán manaba por una tierra baldía de mármol negro. Un huerto de esqueléticos árboles de maderaoscura se mecía bajo la brisa fantasmal. Tentáculos de humo oscuro se arrastraban por la superficie como movidos por una mente consciente. Y de repente, todo cambió. Di llanura de mármol se disolvió en un desierto de arena negra y los árboles fueron consumidos por llamas que parecían arrojar oscuridad en lugar de luz. Emergieron a la superficie del desierto caras, rostros de arena retorcidos en gritos silenciosos. Daine trató de apartar la mirada, pero no podía: no tenía ojos que cerrar.
«Esto es el corazón de Dal Quor. Es una cosa viva, aunque no del modo como comprendemos esa palabra. Es una fuerza espiritual que hace que los mundos parezcan enanos, un dios hambriento que desea devorar las esperanzas y los sueños de todos los mortales. Es la cuna de las pesadillas, y mora justo al otro lado de tus sueños, justo al otro lado del extremo de tu mente. Esto es Il-Lashtavar».
«De manera que esto es lo que ha estado atacando a mi mente», pensó Daine.
«No exactamente. Il-Lashtavar es la fuente de toda la oscuridad. Es la fuerza que da forma a Dal Quor, pero es demasiado vasto, demasiado ajeno, para fijarse directamente en tu mente; es un torbellino, y tú no eres más que una mota de polvo. Así pues, engendra hijos para que lleven a cabo sus órdenes. Mira de nuevo».
El desierto oscuro se levantó en una inmensa tormenta de arena. La arena se convirtió en una bruma que al desplazarse dejó a la vista una ciudadela de cristal negro. Alrededor de la torre había un enjambre de formas, y como antes, la visión de Daine se acercó cada vez más. Las criaturas eran raras, imposibles, seres que no podían existir en ningún mundo racional. Un torbellino de ojos y alas; partes humanas de insecto y de ave por igual. Un círculo de figuras envueltas en capas conversaban, pero cuando Daine se acercó se dio cuenta de que cada criatura estaba hecha, en realidad, de una masa de tentáculos carnosos, entretejidos en una burda aproximación a la forma humana.
«Éstos son los hijos de este sueño. Son oscuridad encarnada, los peores aspectos de la mente mortal puestos de manifiesto. Furia, miedo, deseo de poder o de placer. Cada impulso oscuro vive entre los quori. Son inmortales, y sus mentes están más allá de nuestra comprensión. Son puros, resueltos, carecen de empatía o ambición personal. Existen para servir a la Oscuridad onírica, y eso es todo lo que hacen.
»En mitad de esta oscuridad, ha habido unos pocos que han encontrado el camino de la luz. Estos espíritus rebeldes tratan de incitar a los demás contra Il-Lashtavar, para encontrar el modo de transformar este mundo. Allí en el círculo, dos de esos agentes de cambio están exponiendo sus razones, pero es una causa estéril. Son aberraciones, y ninguna razón puede persuadir a los demás».
Un ejército de horrores emergió de la ciudadela y embistió en dirección al sobrenatural consejo. Eran criaturas formadas de fuego oscuro, nubes arremolinadas de emoción en estado puro, y cosas más raras aún. Daine vio una criatura reptil entre la masa, con ojos y cilios por todo el cuerpo. Dos inmensos brazos emergían de su torso sin cabeza y estaban rematados por enormes garras; un temible aguijón coronaba su larga cola.
«Tashana», pensó Daine.
«No, uno de sus hermanos. Un tsucora, un espíritu de terror que se alimenta de miedo mortal».
De repente, Daine se encontró en el centro del círculo. De pronto era él quien hablaba tratando de mostrar a los demás que había un ciclo en la existencia, que debía llevarse a cabo sin temor a la transición de la oscuridad a la luz. Las figuras sombrías no dijeron nada. El ejército de horrores se extendió alrededor del círculo y las nubes viperinas dotaron por encima de sus cabezas.
«Estás equivocado. Abraza el don de la destrucción para que tu alma pueda volver a ser forjada en las profundidades y traída de vuelta a Il-Lashtavar».
La tormenta descendió, y garra, tentáculo y puro odio se adentraron en su alma.
Daine abrió los ojos. Respiraba jadeando y todavía sentía los gélidos tentáculos de la sombra adentrándose en su mente. Lei estaba pálida; cerró los ojos y se desplomó contra la pared.
—A esto se enfrentaron mis ancestros —dijo Lakashtai—. Los que buscaban la luz fueron perseguidos y destruidos, absorbidos de nuevo en el corazón de Il-Lashtavar. Estaban en clamorosa minoría y luchar no servía de nada; los que mataran volverían a nacer. La única esperanza era la huida, así que huyeron en sueños mortales en busca de alguna forma de santuario. Las fuerzas de la oscuridad los persiguieron por las tierras fronterizas, por los sueños de los elfos y los dragones. Cuando toda esperanza parecía perdida, su líder se introdujo en los sueños de un monje humano de la tierra de Adar, un lugar que ofrecía santuario a los que lo necesitaban. Juntos, monje y quori encontraron el modo para que los espíritus abandonaran sus formas físicas, dejaran Dal Quor para siempre y encontraran refugio entre los mortales, y así nació el primer kalashtar. Kashtai vive en mí y en mis hermanas, y si yo tuviera una hija, Kashtai la guiaría también a ella.
Través parecía el menos afectado por la experiencia.
—Nada de esto explica por qué esa mujer nos ha atacado ni por qué está interesada en Daine.
—Kashtai sólo toca mi alma, está esparcida por todo mi linaje. Tashana… es un espíritu oscuro, que domina totalmente el recipiente mortal que la contiene. La Oscuridad onírica tiene agentes esparcidos por todo este mundo y destruir a los kalashtar no es más que uno de sus objetivos. Con el tiempo, esperan dominar el mundo en vigilia como lo hacen con Dal Quor, crear un mundo inactivo en el que nunca cambia nada, donde no hay luz quise amenace a la oscuridad.
Daine se masajeó la frente.
—Ya, y todos sabemos que yo soy la clave para conquistar el mundo.
Lakashtai no sonrió.
—No sé qué quiere la oscuridad de ti, Daine. En tu mente se ha encerrado algún secreto. Esos recuerdos son de la noche anterior al Luto, ¿no es así? Eso sólo debería hacerte pensar. Quizá el secreto de ese terrible poder esté oculto en ti.
—¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? Jode estaba conmigo; debió ver todo lo que yo vi.
—Tú has visto Dal Quor, los billones de sueños que giran alrededor de sus bordes. Lo más probable es que algún espíritu se introdujera en tus sueños recientemente y viera algo de lo que había en su interior. En ese momento, Jode ya estaba muerto.
—Supongo —dijo Daine, y pensó en la botella azul que llevaba en su bolso.
—Cualquiera que sea el misterio oculto en tu mente, no podemos permitir que Il-Lashtavar se haga con él, y yo haré todo lo necesario para impedirlo.
—Eso es tranquilizador —dijo Lei—. Yo diría que si no fuera por Daine, tus tripas estarían decorando los muelles de Sharn.
Daine la miró de soslayo, pero pareció que Lakashtai no se inmutaba.
—Tashana es una guerrera poderosa, y su presencia es una señal de la importancia del secreto que hay en los sueños de Daine. Somos más fuertes juntos que separados, y toda esa fuerza será necesaria si queremos sobrevivir a los próximos días.
Daine bostezó.
—Bueno, ahora tengo miedo a cerrar los ojos, pero no sé cuánto tiempo más podré tenerlos abiertos. ¿Dijiste que podías hacer algo que me permitiría dormir seguro?
—Por ahora, sí, y también tú, Lei: tal vez todavía no hayan encontrado tus sueños, pero puede ser que traten de encontrar a Daine a través de ti. Tienes que andarte con cuidado.
—¿También vas a arroparme? ¿O a encenderme una vela de fuego frío? Siempre le he tenido miedo a la oscuridad.
—Entonces, quizá todavía haya esperanza para ti —dijo Lakashtai al mismo tiempo que bajaba la portezuela de la lámpara y la sala se llenaba de sombras.