Través mantuvo una flecha en la cuerda mientras seguía a Lakashtai por el pasillo. Se había encontrado con esa mujer una vez anteriormente, pero las circunstancias habían sido inusuales. La guerra había sido un tiempo más sencillo, en el que amigos y enemigos estaban claramente definidos. No sabía cuál de las dos cosas era Lakashtai.
Bajaron las escaleras y llegaron a la sala común en silencio. Lei no estaba en ninguna parte, y Través llegó a la conclusión de que había vuelto al taller de la bodega. En la puerta, Lakashtai se dio la vuelta para mirarle.
—¿Vas a hacerme la pregunta o puedo irme?
La kalashtar mostraba su habitual sonrisa gélida y tenía los ojos ocultos en las sombras de la capucha.
—¿Qué pregunta?
—Por qué estoy aquí. Por qué he intentado matar a Daine o por qué me he ofrecido a ayudarle. Por qué debería confiar en mí.
—¿Por qué preguntar si no me creeré la respuesta?
Ella se rió.
—Veo que esta ciudad ya ha dejado su huella en ti, Través. Muy bien, piensa lo que quieras de mí, pero creo que Daine te necesita. Espero que te unas a nosotros.
—Eso lo decidirá él.
—No. Tú eliges tu camino, pero creo que ya lo sabes, ¿verdad?
Sonriendo, abrió la puerta y salió a la calle. Través contempló cómo desaparecía entre la muchedumbre y después aflojó lentamente la tensión de la ballesta y cerró la puerta.
Daine estaba metiendo algo de ropa en un macuto cuando Través regresó.
—Viajaré contigo a Xen’drik y creo que le debes una disculpa a Lei.
—No, y creo que no.
—¿Por qué?
Daine apartó la mirada de lo que estaba haciendo. Un año antes, Través nunca habría cuestionado una orden. Era un forjado, y Daine era su jefe; su naturaleza era obedecer la cadena de mando. No había tiempo para debates en el campo de batalla.
—¿Por qué no quieres nuestra compañía? —dijo Través.
—Se lo he dicho a Lei. Será peligroso. Yo no puedo hacer otra cosa, pero no hay ninguna razón para que vosotros os arriesguéis.
—Después de escapar de la batalla del risco de Keldan, nos llevaste a Cyre. Podríamos haber empezado el viaje a Sharn directamente, pero decidiste que regresáramos allí entre la bruma. ¿Por qué?
—Creía que habría supervivientes.
—Entonces, pusiste en riesgo nuestras vidas: ¿por qué no ahora?
—¿Crees que estoy orgulloso de mi decisión? —Daine cogió la camisa de malla que había sobre la mesa—. Fui a buscar supervivientes, ¿y qué conseguí? Cuatro personas más perdieron la vida, soldados que se metieron en ese horror siguiendo mis órdenes. Yo os llevé a Sharn, y Jode… —Respiró hondamente—. Nadie más va a morir por mí.
—¿Prefieres morir tú?
Daine se dio la vuelta hacia la ropa.
—Ya me estoy muriendo. Dudo de que esa mujer pueda hacer nada. Al menos, no tendréis que verlo.
—Tus posibilidades de sobrevivir serán mayores si estoy a tu lado, y ambos estaremos más seguros si Lei nos acompaña. En el último año nos ha demostrado que esto es así.
—Esto no es una discusión. Es una orden.
Ahí estaba de nuevo. Una parte de Través quería asentir, salir de la habitación y dejar que Daine hiciera lo que tenía que hacer. Su jefe había tomado una decisión, pero ahora…
—No, no lo es.
—¿Qué? —Daine levantó la mirada, exasperado.
—No es una orden porque yo no soy un soldado. Creo que soy un amigo, y eso nos convierte en iguales.
—Través…
—¿Me equivoco? ¿Somos amigos o sólo soldados?
Daine cerró los ojos y se frotó la frente.
—Través…, por supuesto que sois mis amigos. Sois los únicos amigos que me quedan.
—¿Y si fuera Lei? ¿Y si Lei dijera que tiene planeado volver a Cyre en compañía de una peligrosa desconocida, permitirías que se fuera ella sola?
—Lei no es un soldado. Necesitaría nuestra ayuda.
Un recuerdo le asaltó: Lei luchando contra un minotauro con las manos desnudas mientras Través y Daine miraban. Pero Través ya sabía qué táctica necesitaba para ganar esa batalla.
—¿Si te lo ordenara?
—No puede darme órdenes. Es…
—¿Tu amiga?
Daine negó con la cabeza y volvió a golpear la mesa.
—¡Maldita sea, Través! ¿Por qué no lo dejas?
Través dio un paso adelante y puso una mano en el hombro de Daine. Daine se quedó helado: Través nunca había hecho un gesto semejante antes. El forjado le miró.
—Porque no dejaré que te vayas, como no dejaría que se fuera Lei. Esta es una decisión nuestra, no tuya. No me quedaré mirando cómo te mueres.
Transcurrió un momento, y Daine y Través permanecieron en silencio. Finalmente, Daine asintió.
—Creo que será mejor que baje a hablar con Lei.
—Te acompañaré.
—No, no es necesario.
—Te lo he dicho: no voy a quedarme mirando cómo te mueres.
Daine levantó la mirada hacia su amigo y lentamente esbozó una sonrisa.