La oscuridad se introdujo en Daine como una oleada de brea, densa y fluida, pero cargada de un frío terrible. Cayó al suelo de espaldas y en ese momento lo rodeó enteramente. La presión física crecía a cada segundo que pasaba, pero la agonía mental era mucho peor. Sentía las sombras introduciéndose en su mente, vagando lentamente hasta sus pensamientos y deshaciéndolos. La emoción, la voluntad, todo se estaba disolviendo en el frío. Unos momentos más y no quedaría nada: una cáscara vacía suspendida en la oscuridad.

«No».

Eso no sucedería. Ésa era su mente, su campo de batalla. Luchando contra la oscuridad, hizo acopio de todos sus recuerdos, sus dolores más profundos: el rostro de su padre en la gran sala de la Marca del filo, en el que guerreaban la vergüenza y la ira; su última visión de las tierras Enlutadas, de la ruina total de lo que fue su casa, la risa de una mujer gnomo en la sala iluminada por velas, el cuerpo doblegado de Jode sobre un montón de cadáveres, y Leí, la primera vez que la vio, cómo el sol sacaba el fuego de su cabello de cobre. Esa noche le había puesto la mano en la mejilla. Uniendo la alegría y el dolor en una sola fuerza brillante, lanzó esa emoción salvaje contra la oscuridad que le rodeaba, y las gélidas sombras retrocedieron ante la luz. Cuando el frío empezó a desvanecerse, se consumió en el fuego. Las caras que había conjurado no se iban y ahora esos fantasmas del pasado se agarraban a su mente. El artificiero loco Kharizal d’Cannith y el replicante Monan se carcajearon con un aullido, mientras Naelan de Valenar hizo girar su ensangrentada cimitarra para convertirla en un escudo de metal afilado. Teral ir’Soras emergió de las sombras con una armadura hecha de carne y músculo. Daine se abrió paso entre los fantasmas, cogió a Teral por el cuello y lanzó al traicionero consejero al suelo; pero mientras les apretaba las gargantas, los rasgos de sus víctimas se desvanecían, y ahora era Lei quien estaba a sus pies. Horrorizado, la soltó y retrocedió dando un traspié. A cada segundo, la cacofonía mental aumentaba. Los gritos burlones de sus enemigos y los llantos de los amigos moribundos rasgaban su mente y apartaban todo pensamiento.

«Daine. Vuelve de la oscuridad».

Era una orden. Una luz brillante cayó desde arriba y aplastó las sombras. Estaba de vuelta en su habitación de la taberna sin nombre. Le dolían todos los músculos; volvió a caer contra el muro y lentamente se deslizó hasta el suelo.

Le llamaban voces. «Daine». Una figura radiante se arrodilló ante él y a su tacto se esfumaron la confusión y el dolor.

Lei y Lakashtai le pusieron en pie, cada una agarrándole de una mano. No conocía lo suficiente a la mujer kalashtar como para interpretar sus expresiones, pero el rostro de Lei estaba lleno de miedo.

—Estoy… bien —dijo, haciendo acopio de toda la fuerza de que fue capaz.

Sorprendentemente, aquellas palabras eran casi ciertas: su fortaleza estaba regresando con rapidez y se sentía mejor que en todo el día.

—No, ni mucho menos. —Lakashtai había dejado de lado las bromas y su reluciente sonrisa había desaparecido. Tenía los ojos fríos, su boca se había convertido en una línea tensa—. Tashana. Debió de ser ella.

Lei se dio la vuelta para mirar a la kalashtar.

—¿Qué está pasando?

Los ojos de Lakashtai refulgieron, y Lei dio sin querer un paso atrás.

—Un gran mal ha afectado a la mente de tu amigo y no puedo permitir que se extienda más. —Miró a Daine y una reluciente energía verde manó alrededor de su mano—. Siento que tenga que acabar así.

—Muévete y compartirás este final.

Través estaba en la puerta. Tenía la ballesta en la mano y una flecha de acero negro apuntando al corazón de la mujer.

Durante un instante brevísimo, los ojos de Lakashtai miraron a Través. Era todo lo que necesitaba. Daine la cogió por una muñeca con una mano y por un codo con la otra. Mientras se movía, Lei trazó un arco con su bastón de maderaoscura bajo las piernas de Lakashtai, y ésta cayó. Daine se arrodilló para seguir cogiéndola del brazo y Lei puso el extremo de su bastón contra la garganta de la kalashtar.

—Gracias, Lei.

Ella asintió.

La energía verde se desvaneció de la mano de Lakashtai, pero su rostro era una máscara serena.

—No pretendo hacerte ningún daño, Daine. Puede ser que no lo creas, pero te acabo de salvar la vida hace un momento, por segunda vez.

—¿Qué ha sido? ¿Un tacto sanador?

—En cierto sentido.

La mujer miró su mano aprisionada y alzó sus delicadas cejas. Daine suspiró profundamente y la soltó, después retrocedió y se quedó junto a Través.

—Trata de hablar más claramente.

—Esos miedos que me han traído aquí han demostrado ser ciertos. Tienes la mente asediada y es una batalla que sólo puede terminar con tu muerte.

¿Había el menor resto de pena en sus ojos?

—No puedo permitir que mis enemigos acaben contigo, pero carezco de poder para expulsarlos de tu mente. Sólo puedo retenerlos, como he hecho hace un momento, pero puedo ofrecerte un rápido e indoloro final.

Lei apretó la garganta de Lakashtai con el bastón.

—¿Tus enemigos? ¿Tú eres responsable de esto?

—Lei… —Lakashtai levantó la mirada hacia la airada joven—. Tu furia está fuera de lugar y tus armas son innecesarias. Permíteme que me ponga en pie para que podamos hablar como iguales, sabes que haría lo mismo por ti si nuestras posiciones fueran inversas.

«Es cierto», pensó Daine. Lei estaba frunciendo el entrecejo ligeramente, pero levantó el bastón y dio un paso atrás. Través bajó la ballesta y volvió a poner la flecha en el carcaj.

Lakashtai se puso en pie y se alisó la capa.

—Mejor. —Miró de soslayo a Lei—. Mis enemigos son los enemigos de todos. No sé qué quieren de la mente de Daine, pero el hecho de que lo estén buscando es suficiente para mí. Este sacrificio es una tragedia, pero debemos servir a un bien mayor.

Daine se sorprendió asintiendo. Por raro que fuera, parecía tener sentido. Después de todo, ¿quién era él para impedir un bien mayor?

—Tiene que haber otra forma.

Las palabras de Lei sacaron a Daine de su ensoñación. ¿En qué estaba pensando? Se quedó mirando a Lakashtai con suspicacia, pero ella no mostró ninguna señal de culpa.

—No sé qué está pasando aquí, pero has dicho que los has retenido, que le has salvado la vida a Daine. Si lo has podido hacer una vez, ¿por qué no otras?

—He protegido nuestros espíritus del ataque, y si continuara junto a Daine, podría seguir manteniéndolo a raya, pero no puedo quedarme con él para siempre. Tengo obligaciones que atender. No hay ningún poder que pueda expulsar la oscuridad de su mente. Sólo hay dos opciones: muerte rápida o un inexorable descenso hasta la locura.

—Bueno, al menos puedo elegir —dijo Daine.

—¡No lo acepto! —Lei tenía los nudillos blancos contra la maderaoscura de su bastón—. No te conozco, y que Dolurrh me maldiga si dejo que toques a mi amigo. Si aprendí una cosa de niña es que siempre hay soluciones, sólo hay que encontrarlas.

—Para mí no es ningún placer, Lei…

—No me conoces.

Lakashtai miró a los ojos a Lei y esa vez fue la kalashtar la que apartó la mirada.

—No sabes con qué nos enfrentamos. Es la fuente de todas las pesadillas. Su poder no es comprensible, y no…

Se interrumpió abruptamente, con las cejas Fruncidas a causa de la concentración.

—¿Qué pasa? —dijeron Daine y Lei al mismo tiempo. Través miraba en silencio.

—Sí… —dijo como si hablara para sí misma—. Me había olvidado…, pero podría funcionar.

Daine vio que Lei se estaba preparando para atacar con el bastón y le puso la mano en el hombro.

—¿Qué podría Funcionar? —dijo—. ¿Podrías ser más específica?

Lakashtai le miró, y la intensidad de su mirada hizo que se le pusieran los pelos de punta.

He reservado un pasaje a Linde tormentoso. Me voy dentro de unas pocas horas. Viajarás conmigo.

—No, no lo creo —dijo Lei.

Daine le apretó el hombro.

—Lei…

No. ¿Linde tormentoso? Eso es Xen’drik, Daine. ¿Cruzar el mar del Tronante? ¿Llanuras áridas llenas de gigantes y criaturas con las que nunca hemos soñado? —Lei se soltó de la mano de Daine y dio un paso hacia la mujer kalashtar—. Primero intentas matarle, y ahora quieres llevártelo a Xen’drik. Si crees que voy a alejarme del lado de Daine es que estás loca.

Lakashtai se encogió de hombros en un gesto sorprendentemente humano. Su voz recuperó la Frialdad.

—Pues ven con nosotros. No lo quiero muerto, Lei. Pero no veía otra alternativa.

—¿Y ahora?

—Una pequeña posibilidad, sin duda, pero si hay esperanza, está en la tierra arrasada.

—Y por casualidad te diriges allí. ¿Por qué?

—Una coincidencia afortunada, y no tengo tiempo para explicar más. —Lakashtai dio un paso hacia Daine, y Través y Lei alzaron sus armas. Ella los miró con un débil rastro de cansancio en sus ojos luminosos—. Daine, nada en esta tierra puede salvarte. No sé por qué la oscuridad busca tus recuerdos, pero tengo que oponerme a ella. Xen’drik es nuestra única oportunidad, y al menos puedo protegerte de daños peores durante el transcurso del viaje.

Daine pensó. Lei y Través permanecieron en guardia.

—Buscaste mi ayuda antes, Daine. Te salvé la vida entonces y lo haré de nuevo si puedo.

Lei miró de soslayo a Daine, confusa.

Parecía una locura, pero Lakashtai le había ayudado antes. Aunque hacía un momento pensaba matarlo, él la creyó.

—Está bien. Lo haré.

Lei le miró.

—No solo.

—No estaré solo. —Señaló a Lakashtai con la cabeza—. De eso se trata.

—Ya sabes lo que quiero decir. No irás sin mí.

—No recuerdo haberte invitado.

Había sido un día muy largo y una noche muy rara, y aunque Daine no estaba enfadado con Lei, le sentó bien sacar parte de su ira y su frustración.

—Lo ha hecho ella —le espetó Lei.

—No te he invitado, Lei. Tú también has pasado por demasiadas cosas. Todos hemos oído lo sucedido, y no vas a arriesgar la vida si de mí depende.

—¿Si de ti depende? ¿Has pensado que tal vez prefiera arriesgar mi vida en Xen’drik a vivir en este… estercolero? Mis padres exploraron Xen’drik antes de que tú nacieras, Daine. Quizá quiera ir por voluntad propia.

—¿Es así?

Por un momento, Daine pensó que iba a pegarle. Entonces, ella se giró y salió de la habitación dando un portazo.

Lakashtai fue la primera en hablar. No parecía alterada por ese estallido y tenía la voz tan tranquila y confiada como siempre.

—No sé adónde nos llevará nuestro viaje, Daine, pero Xen’drik es una tierra de muchos peligros. Si tus amigos —miró de soslayo a Través, que seguía el diálogo tan inmóvil y silencioso como una estatua— quieren acompañarnos, yo no se lo impediría tan de prisa.

—¿Te he pedido tu opinión? —La ira y la culpa se mezclaron en su estómago.

—Nunca he necesitado tu permiso para decir lo que pienso. —No había enfado en sus palabras; era sólo una constatación—. Tengo cosas que preparar, y estoy segura de que tú también. Haz el equipaje para un largo viaje, y reunámonos en el embarcadero del Hombre verde a la sexta campanada. El barco es el Estela del kraken… Le diré al capitán que espere a varios viajeros.

Lakashtai se puso la capucha y salió a la sala. Través la siguió: al parecer, el forjado no tenía ninguna intención de quitarle la vista de encima.

Un minuto más tarde, Daine oyó el ruido de la puerta principal. Suspirando, se puso la camisa y pensó que debía llevarse.