Daine saltó sobre la cama y se sostuvo los pantalones al caer encima del maltrecho colchón. Se puso en pie con la espalda contra la pared y se cubrió rápidamente.

La mujer estaba en la otra esquina de la habitación, medio oculta en la tenue luz del anochecer. Llevaba envuelta en una capa oscura que envolvía su cuerpo esbelto como una sombra, y una profunda capucha ocultaba su rostro. Daine no vio ninguna arma, pero en un mundo de magos y hechiceros un hombre desarmado podía ser el enemigo más temible, y Daine se agachó preparándose para saltar hacia su espada.

Antes de que pudiera moverse, la mujer volvió a hablar. Sus palabras fueron suaves pero claras; aunque estaba al otro lado de la habitación, parecía que estuviera susurrándole al oído.

—No tengo ninguna intención de hacerte daño, Daine. No estarías aquí hoy si no hubieras buscado mi ayuda.

Lentamente, sacó las manos de la capa y se quitó la capucha. Un profundo torrente negro rodeaba unos rasgos perfectos que podrían haber sido esculpidos en mármol, pero fueron los ojos lo que él recordó: ligeramente grandes, con sólo un rastro de forma ella. Sus iris eran charcos esmeraldas en los que un hombre podía perderse y parecían atraer toda la luz de la habitación.

—Espero que te acuerdes.

Si le incomodó que Daine estuviera desnudo, no lo demostró. Quizá fue eso lo que a él le puso tenso. Apartando su mirada de ella, Daine se encaminó a la puerta y desenvainó la espada mientras seguía cubriéndose con los pantalones.

—Lakashtai. Estoy en deuda contigo. No olvido mis deudas, pero vayamos al grano. Si quieres hablar conmigo, puedes llamar a la puerta como todo el mundo. Puedes esperar en la sala de estar, estoy harto de sorpresas. Si tienes algo que decir, di nielo ahora. No quiero acertijos ni misterios.

El eco de una sonrisa jugueteó en sus labios.

—Mis disculpas, Daine. Sé que ha sido una grosería invadir así tu intimidad, pero me ha parecido que esta situación requería discreción.

—Todavía no he oído una explicación.

Pese a toda su frustración, a Daine le resultaba difícil mantener su ira. La voz de Lakashtai era música en bruto, con un ligero acento que resultaba imposible de identificar. Aunque sólo la había visto una vez antes, para Daine era como si hubiera oído su voz de niño. Se sentía un idiota por blandir una arma ante una mujer desarmada. Una mujer —peor todavía— que le había salvado la vida.

—¿Has tenido visiones, verdad?

Daine estaba volviendo a envainar la espada y se detuvo.

—¿Qué sabes tú de eso?

—Son una amenaza y pretendo enfrentarme a ellas.

—No recuerdo haberte pedido ayuda esta vez.

—¿He dicho que tengas otra posibilidad? —Los ojos de Lakashtai parecían brillar en la oscuridad.

—Es mi mente.

No estaba seguro de por qué discutía. Sus visiones casi le habían matado y parecían empeorar. Descubrió que tenía el deseo mórbido de saber más sobre esa noche y una rara renuencia a dejar que la mujer kalashtar tocara sus pensamientos.

—Por ahora. Pero podría cambiar.

—Últimamente no he visto a ningún replicante loco en sueños.

Daine se apartó un momento, sólo lo suficiente para ponerse los pantalones, pero mientras se ataba el cinto sintió una mano en el hombro y un cálido aliento en la nuca. Toda su formaron le exigía reaccionar, darse la vuelta, apartarla, pero se dio cuenta de que no podía moverse. Su fragancia era embriagadora, estaba llena de especias extrañas y reminiscencias de tierras desconocidas. Ahora le estaba susurrando directamente al oído. ¿O acaso sus palabras sólo sonaban en su mente?

—Lo siento, Daine, pero es hora de dormir.

Y así lo hizo.

Daine miró el valle de Keldan desde la barricada. La luz de la aeronave en llamas arrojaba grandes sombras sobre los cuerpos de humanos y forjados. Desde la seguridad del risco parecían juguetes rotos y esparcidos en el suelo por un niño enfadado. No había rastros de actividad del enemigo, no había razón para esperar. Era el momento de lanzar el ataque.

Pero algo estaba mal. Todo estaba demasiado tranquilo. ¿Dónde estaban los sonidos de los soldados afilando las espadas, rezando a los Soberanos y llevando a cabo las múltiples preparaciones necesarias para la batalla? Miró hacia el campo y la respuesta se le hizo evidente.

Estaba solo.

La última vez que había mirado había tres docenas de soldados apiñados alrededor de las tiendas que habían salvado. Ahora el campamento estaba vacío, y el único movimiento era el de un pedazo de tela rota expuesta al ligero viento de la noche. Daine desenvainó lentamente su espada, pero descubrió otra sorpresa desagradable. En lugar del acero de Deneith, la hoja era ahora de cristal: un golpe y se partiría en una docena de pedazos.

Mientras miraba la frágil espada, los recuerdos empezaron a deslizarse lentamente. El Luto. Sharn. La invitada no bienvenida.

—¡Lakashtai! —Daine levantó la mirada al cielo nocturno—. ¿Qué es esto? ¿Qué quieres de mí?

«Esto no lo estoy haciendo yo».

La voz estaba justo detrás de él. Daine se giró hacia el sonido blandiendo su arma, La espada de cristal se rompería contra el acero, pero podía agujerear la carne blanda.

No había nadie.

«Yo no te he traído aquí, Daine. Tus pensamientos están cercados, y esto es lo que buscan tus enemigos».

—¿Qué enemigos?

«La respuesta está aquí, oculta en tus sueños. Busca en el campo de batalla y encontrarás a tu enemigo».

Daine frunció el entrecejo.

—Entras en mi casa, me arrastras a mis sueños y ahora me dices lo que tengo que hacer. ¿Qué pasa si no sigo tu plan? ¿Y si me quedo aquí?

«Haz lo que quieras. Quédate aquí tanto tiempo como quieras, porque no te vas a despertar hasta que yo te lo permita».

—Ya. Muy bien. Jugaré a tu juego, pero tengo que advertirte: en el momento en que todo esto acabe, será mejor que no estés cuando me despierte.

«Hay más cosas de las que sabes, Daine. Muchas cosas, además de tu mente, están en riesgo. No puedo someterme a tu orgullo».

Daine recorrió el campamento vacío toqueteando con la espada de cristal mantas y fajos de flechas. Estudió el camastro que Jode había instalado en la enfermería, y vio que todavía había manchas de sangre en la tela mohosa. Por un momento, creyó ver al mediano con el rabillo del ojo, pero el fantasma se desvaneció cuando se giró, en el caso de que alguna vez hubiera existido.

—No hay nada aquí —se dijo a sí mismo tanto como a Lakashtai.

«Es tu refugio. No es el escenario de la batalla».

—Podrías habérmelo dicho antes.

«Es tu batalla, no la mía. Yo sólo puedo observar».

Maldiciendo a la entrometida kalashtar, Daine se encaminó hacia la barricada y saltó por encima. El instinto le hizo permanecer cerca de la sombra; quizá, después de todo, hubiera algún enemigo oculto.

El campo de batalla le resultaba misteriosamente familiar, cada detalle era exactamente como lo recordaba. Se acercó a los cadáveres de soldados caídos y forjados desbaratados en busca de algún signo de vida, pero el campo estaba tan frío como el campamento y el silencio era absoluto. Ni siquiera las llamas hacían ruido. Cuando se acercó a los restos de la aeronave en llamas, no oyó ningún crujido, ninguna aura de calor. Si acaso, sintió un ligero estremecimiento, como si el trío se colara entre el cuero y la tela. Entonces, lo vio: una mancha oscura que se extendía al otro lado de la desvencijada nave. Desde la distancia, parecía ser la sombra de la aeronave, pero cuando se acercó observó que no era nada natural. Parecía un charco de alquitrán reluciente, pero se dio cuenta de que la superficie estaba en movimiento constante: no burbujeando, sino moviéndose, como pequeños tendones alzándose y volviendo a caer en la oscuridad. Se dirigió lentamente hacia el charco. A cada paso que daba, el frío aumentaba.

—Llegas demasiado tarde. —La voz era distante, como si la hubieran arrojado al viento. Era femenina, grave y, a pesar de la distorsión, Daine percibió su satisfacción depredadora—. Nos hemos cobrado este lugar, y esto es sólo el principio.

Una figura emergió de detrás de la nave en llamas y se adentró en la luz. Su capa estaba tejida de sombras puras y unos ojos verdes refulgían bajo la profunda capucha.

—¿Lakashtai? —dijo Daine, que alzó la espada de cristal en posición de guardia, esperando cansinamente a que la mujer hiciera su siguiente movimiento.

La desconocida se rió; notas musicales esparcidas por el viento oscuro.

—No exactamente, pero se podría decir que somos hermanas.

Echó la cabeza hacia atrás y la capucha le cayó. Como Lakashtai, sus delicados rasgos tenían una perfección inhumana, como si hubieran sido creados por un artista que buscara la belleza sin realismo ni compasión, pero su piel era aún más pálida que la de Lakashtai. Tenía el pelo de un blanco puro, recogido en una gruesa trenza que llevaba enrollada en el cuello. Parecía brillar con una luz interior.

—Soy Tashana, pequeño Daine, y tu mente es mía y puedo hacer con ella lo que quiera.

—Eso lo veremos.

La mujer no iba armada, pero su seguridad sugería la presencia de poderes invisibles, y Daine no iba a arriesgarse. Caminó a buen paso, dispuesto a lanzar un ataque rápido en cuanto estuviera lo suficientemente cerca. Pese a ser de cristal, la espada podría atravesar su piel.

—Lo veremos.

La mujer pálida alzó una mano. Tendones de sombra se levantaron del charco y rodearon su brazo. La oscuridad fluyó por su piel. En segundos se hallaba en el interior de un escudo de sombras.

Daine sintió un escalofrío. Había algo profundamente extraño en esa situación, y percibió el miedo que sólo se percibe en las pesadillas: el conocimiento cierto de que por muy mal que estuvieran las cosas, podían empeorar en un abrir y cerrar de ojos; un terror ilimitado. Reprimió el impulso de darse la vuelta y huir, regresar a la seguridad del campamento, pero se obligó a mantener a raya sus emociones, a silenciar sus miedos y permanecer allí. Si aquello era sólo un sueño, nada podía hacerle daño.

—No sólo es un sueño.

Mientras la mujer hablaba, la bruma que la rodeaba se erizó y adoptó una nueva forma, una silueta monstruosa. Dos musculados brazos dotados de inmensas tenazas y una docena de tentáculos más pequeños se retorcían alrededor de un torso sin cabeza. Aquella sombría forma no tenía piernas, sólo una larga y poderosa cola terminada en un temible aguijón.

Daine había visto cosas peores en las tierras Enlutadas, pero el miedo seguía con él. Aunque intentó silenciar sus temores, sintió que su corazón se aceleraba.

«Estoy soñando. Nada de esto es real, ni siquiera mi miedo».

Blandió la espada poniéndose en guardia; ofreció su lado derecho y colocó la punta entre él y la criatura. Deshaciéndose de sus dudas, escudriñó al monstruo. Pese a lo inquietante que era, no era más que una cosa de bruma y sombra, casi podía ver a la mujer en su interior. «Es una trampa, magia, un disfraz, nada más».

La bestia de sombra embistió. Una inmensa tenaza salió disparada hacia la cabeza de Daine, pero él clavó una rodilla en el suelo y se escurrió bajo el golpe al mismo tiempo que atacaba con la espada.

Fue un ataque perfecto y habría mutilado a una criatura de carne y hueso, pero en aquel caso fue como pinchar el viento, y la hoja atravesó la forma oscura sin efecto alguno. Por un momento, Daine abandonó la defensa. «Es sólo una sombra, a fin de cuentas». Entonces, la criatura le propinó un golpe de revés. La tenaza le dio en el pecho con la fuerza de un martillo y le arrojó al suelo de espaldas. Rodó hacia un lado justo a tiempo de escapar del aguijón oscuro, que se dirigía hacia su corazón y que le dio en el costado y tiró de su armadura de malla.

Poniéndose en pie, hizo cuanto pudo para esquivar los ataques de las garras. Durante unos instantes giró alrededor del monstruo, a distancia, tratando de mantenerse fuera del alcance del horror oscuro. «Puede golpearme. No puedo herirlo». Un recuerdo merodeaba en la periferia de sus pensamientos, y al agacharse para esquivar otro golpe se le hizo presente: el mayal de Través atravesando sin golpear el enjambre de insectos. Quizá la fuerza física no fuera la respuesta. Quizá el calor no hiriera a esa cosa, pero tal vez la luz sí.

Al mismo tiempo que la criatura le atacaba de nuevo, Daine dio un paso a un lado y se lanzó hacia adelante, rodando bajo el golpe y hacia los restos de la nave. Arrojando su inútil espada, cogió un pedazo de madera en llamas del suelo.

Lanzó la tea con todas sus fuerzas contra el pecho de la criatura, justo donde suponía que estaría la cabeza de la mujer si ésta se hallaba realmente en el interior de la forma sombría. En el mismo momento en que la antorcha abandonó su mano, la forma oscura cambió y se volvió aún más sólida; por un momento, la bruma se convirtió en pura obsidiana, dura y densa como la piedra. La madera estalló en un millar de centellas.

La bestia se estremeció de risa al mismo tiempo que retomaba su estado sombrío.

—No puedes ganar, Daine —dijo; su voz era como el aullido del viento—. No puedes siquiera comprender mi poder. Soy la oscuridad.

—Das miedo, pero darías más si fueras más rápida.

A pesar de sus bravatas, Daine todavía trataba de reprimir el miedo que le tenía encogido el estómago y gritaba en lo más profundo de su mente.

—Mi fortaleza física es la menor de tus preocupaciones.

Tengo armas más poderosas a mi disposición.

Alzó sus inmensos brazos, y el suelo bajo los pies de Daine se puso en movimiento. Al otro lado del campo de batalla, los cadáveres se movieron: humanos tullidos y maltrechos forjados, todos los caídos se estaban poniendo en pie, formando un muro vivo alrededor de Daine.

—Este sería un momento estupendo para despertar —susurró Daine.

Puso la espalda contra la aeronave y cogió otra tea. Vio caras familiares entre la masa que avanzaba arrastrando los pies: Lynna llevaba la estrella de la mañana que había partido su pecho y Cadrian caminaba trabajosamente a pesar de su cara rota. Daine se puso en guardia y se preparó para el primer ataque…

Y entonces, se hizo la luz.

Una luminiscencia apareció por encima del campo y los cadáveres caminantes se detuvieron para taparse los ojos, incluso los que no tenían ojos que taparse. Una figura refulgente salió de los restos de la aeronave y se colocó junto a Daine; era una mujer envuelta en una capa con capucha que brillaba con la fuerza del sol.

—Suéltale, Tashana —dijo Lakashtai.

Risas.

—Cómo puedes ser tan idiota de venir aquí, hija de Kashtai, tan idiota como tu vieja madre. Reclamamos a este hombre y sus sueños. Vete ahora y podrás ganarte unos cuantos días más de vida.

—No le dejaré solo.

El nimbo de luz que rodeaba a Lakashtai se intensificó y la figura de sombras pareció debilitarse bajo el fulgor. Pero mientras el monstruo menguaba, salían del charco negro tentáculos que se movían hacia la bestia y le devolvían la fuerza. Al cabo de un momento, era incluso más grande que antes y el aura de luz empezaba a desvanecerse.

—Ríndete.

Una inmensa oleada de oscuridad surgió de la figura de sombras. Impacto contra Daine y le envolvió con frío y silencio, y no supo nada más.