Daine se tiró de cabeza al otro lado de la improvisada barricada, pero el enemigo estaba justo detrás de él. Vio de soslayo un soldado forjado que se arrojó contra el muro. A la luz del fuego, era una pesadilla de acero y bordes afilados. En el momento de caer, le embistió con un antebrazo alargado lleno de afiladas púas.

Daine apenas podía recordar cómo había empezado la batalla. Tal vez habían transcurrido horas desde que los soldados de metal habían llegado repentinamente en la noche y habían arrasado el campamento cyr. Los soldados habían sido tomados por sorpresa, y la matanza estaba demasiado fresca en la mente de Daine. Era ese recuerdo lo que le daba fuerzas para seguir luchando, para sobreponerse al cansancio y el dolor de una docena de cortes y al dolor de una docena de cortes y moratones. El motivo de aquel ataque era un misterio, y Daine no iba a dejar que el resto de sus soldados cayeran ante aquel enemigo desconocido.

Pese a estar exhausto, Daine tenía el entrenamiento de toda una vida al que recurrir. El forjado era sólo una sombra en la oscuridad, y Daine dejó que la imagen cayera. Cuando la extremidad llena de púas salió volando hacia su cabeza, recordó los días en que recibía instrucción en los campos de Metrol, un duelo tras otro. Oyó a su abuelo gritando advertencias mientras él giraba en dirección a su enemigo y atacaba con su espada, bloqueando el brazo del tamaño de una porra de un forjado con todas sus fuerzas. «Fortaleza contra fortaleza, velocidad contra velocidad». Le dolía el antebrazo del impacto, pero se obligó a moverse. «¡Cierra la distancia, utiliza el espacio!». Arrojándose hacia adelante y haciendo girar la espada. Daine retuvo el antebrazo del forjado en el aire, dio un paso hacia él y le clavó la espada. La hoja adamantina se introdujo por el hueco de la armadura del forjado en el lugar en el que un humano habría tenido el estómago y Daine sonrió al cortar los cables de piel y sentir que algo se hacía añicos.

La sensación de triunfo no duró mucho. «No esperes que un golpe gane todas las batallas», le susurró su abuelo en su mente… demasiado tarde. Sintió un dolor punzante en el muslo y vio de soslayo los pinchos ensangrentados que se arremolinaban en la rodilla de su enemigo. Haciendo rechinar los dientes, Daine dio un paso atrás y se puso de nuevo en guardia. La pierna izquierda le ardió cuando recostó el peso del cuerpo en ella, pero el forjado estaba también cojeando; el golpe de Daine había encontrado su blanco.

Los dos soldados heridos se contemplaron a la espera de una iniciativa.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Daine—. Deja las… armas y sobrevivirás a esta noche.

El forjado no dijo nada. Daine pensó que tal vez no podía hablar. Era un diseño infrecuente, metal ennegrecido con largas púas y afiladas hojas. Fuego azul ardía en sus ojos de cristal. Observó a Daine y lentamente dio un paso a la derecha.

Daine hizo una mueca. Podía ser mudo, pero no era estúpido. Quería obligar a Daine a mover su pierna herida hasta que el dolor acabara con él.

—¿Para quién luchas? —dijo—. ¿Qué ganas muriendo?

Silencio. Siguió trazando lentamente el círculo.

En realidad, Daine no esperaba que el soldado se rindiera. Los forjados eran enormemente leales a sus causas, eran construidos para la batalla y no conocían otra vida. Pero la conversación había servido para lo que pretendía.

—Es tuyo, Lei.

Distraído por las palabras de Daine, el forjado no había oído cómo se acercaba. Trepó hasta la cima de un montón de desechos con una brillante ballesta en las manos. El forjado trastabilló cuando una flecha impactó en su espalda, y sus ojos de cristal se iluminaron.

Al mismo tiempo que la flecha impactaba, Daine salió volando hacia adelante con un gran salto. Grito con dolor cuando su pie se apoyó en el suelo, pero su espada se introdujo en el hueco del estómago de su enemigo. El forjado se vino abajo como una masa inerte de metal y madera, y Daine cayó sobre una rodilla.

Lei se acercó desde la montaña de escombros. El pelo broncíneo brillaba a la luz de las hogueras con la misma débil iridiscencia que rodeaba su ballesta. Se arrodilló junto al forjado caído y examinó su cuerpo.

—Estoy bien —dijo Daine—. Gracias por preguntar.

Ella levantó la mirada del forjado. Tenía la cara oscurecida por el hollín y la suciedad, y los ojos distantes. La batalla, sin duda, se estaba cobrando su precio.

—Lo siento. Este…, este forjado… —Señaló vagamente el soldado caído—. Esto no tiene ningún sentido.

—Son muchas las cosas que no tienen sentido. Mira, Través está volviendo aquí por la ruta más larga, pero en cuanto vuelva…

—Ya ha vuelto.

«Forjado».

—Bien. Ve a por él y a por Jholeg, Jani y Krazhal, y tráemelos.

—Comprendido. —Los ojos de Lei volvían a estar fijos en el forjado—. ¿Qué está pasando?

—Ve a por los otros. Sólo quiero explicar esto una vez, y ahora… tengo que ver a un mediano para lo de la pierna.

Daine se apoyó contra la pared y se puso en pie. Las lunas estaban ocultas tras las nubes de humo negro, y el olor de sangre y fuego llenaba el aire. En el valle, los restos de la aeronave caída todavía ardían en mitad de las tiendas en ruinas. A la luz parpadeante del fuego se veían cadáveres entremezclados con forjados, pero ningún movimiento. Mirando a su alrededor, vio a unos cuantos de sus soldados recolocando la barricada y atendiendo a los heridos. Krazhal, el ingeniero de asedios, estaba junto a otro forjado, martilleando sin cesar a su caído enemigo. Tenía los ojos salvajes y le golpeaba una y otra vez, haciendo caso omiso al hecho de que su víctima ya estaba hecha pedazos.

Habían perdido la mayor parte de sus reservas en el ataque inicial, pero Jode había hecho cuanto había podido y había improvisado una enfermería en mitad del campamento. Lei llegó con Través y los otros tres soldados mientras el sanador mediano examinaba la pierna de Daine.

—Has tenido suerte de que tu adversario tuviera tan mala puntería —dijo Jode, estudiando la herida.

Daine llevaba una capa de malla por encima del cuero, pero las púas habían atravesado ambas capas y le habían dejado una herida sangrienta en el muslo.

—Puede ser que siga habiendo pequeños Daines saltando en los campos de batalla del futuro.

Daine negó con la cabeza. Quizá el humor fuera la forma en que Jode se enfrentaba al horror, pero no era la de Daine.

—Cúrame eso.

El mediano colocó su pequeña mano en la herida y el intrincado dibujo azul que tenía en la calva refulgió. Cuando alzó la mano, el tajo había cicatrizado y, en su lugar, había un moratón oscuro.

—¿Te parece bien?

—Tendré que apañarme con eso. —Daine se puso en pie, flexionando los músculos. Satisfecho, se volvió hacia el grupo de gente que había acudido a su llamada—. Nada de esto tiene ningún sentido. A leguas del asentamiento más cercano, en una de las regiones menos hospitalarias del risco… Puede ser que esta tierra esté en disputa, pero no tiene ningún valor estratégico. Esto debería haber sido un camino seguro hasta la guarnición del desfiladero, pero aquí estamos. Lei, ¿qué has descubierto?

—He examinado los cadáveres que recuperaste y… no sé qué decir. Son forjados, sin duda, pero no tienen las marcas de la casa, ni ningún símbolo de cualquier lealtad nacional.

—¿Alguien más está haciendo forjados? —dijo Krazhal.

El enano tiró de uno de los mechones que quedaban de su desgreñada barba castaña; la mayor parte de ella le había sido arrancada en el transcurso de sus obligaciones.

Lei negó con la cabeza.

—Eso es imposible. Sólo un heredero de la casa Cannith puede activar una forja creativa, y sólo las forjas pueden producir un verdadero forjado. Aunque…

—¿Qué?

—Son muy distintos entre sí. Debemos haber visto cien diseños diferentes, no sé si he visto dos soldados iguales. Los forjados fueron diseñados para ejercer papeles específicos en la batalla, pero no hay necesidad de ese nivel de variación. Hacer diseños tan únicos requiere una tremenda cantidad de trabajo y recursos. No sé quién puede haberlo hecho, no sé por qué.

Daine asintió.

—La casa Cannith deja su marca en todos los forjados que hace. Éstos no tienen marcas. Es un enemigo que no debería existir en un lugar en el que no es necesario ningún ejército. No se manda a un grupo de ataque a un lugar en el que no hay nadie a quien atacar. Sólo hay una respuesta.

—¿Son guardias? —aventuró Jode.

—Eso es. No hay ninguna razón para estar aquí, lo que lo convierte en un gran lugar en el que establecerse. Través y yo exploramos el territorio, y hay una entrada de túnel no lejos de donde acampamos. ¿Través?

Través era el único forjado cyr que quedaba en la unidad de Daine. De más de un metro noventa y cinco, era una sombra hecha de mitral oscuro y cuero negro. Su voz era como agua corriente, lenta y profunda.

—Descubrí cuatro puestos de guardia, equidistantes de la entrada. Dos guardias por puesto. Probablemente, armas mágicas, pero no las utilizaron contra nuestras fuerzas, de modo que su alcance debe ser limitado.

—Tenemos menos de un tercio de nuestros soldados, pero hemos infligido graves pérdidas a nuestro enemigo, y el hecho de que no hayan venido a acabar con nosotros significa que han forzado sus límites. Nos han herido y ahora quieren que nos vayamos.

—¡Seríamos idiotas si no lo hiciéramos! —dijo Krazhal.

—Creo que no. Tomaremos esa base.

—¿Atacar? ¿Estás loco?

—¡Dolurrh! —Maldijo Daine, mirando de soslayo a Krazhal—. ¡Somos soldados de Cyre! ¡Somos todo lo que hay entre los inocentes y la destrucción! Hemos descubierto un enemigo desconocido y mortal en la frontera de nuestra tierra. Estamos a días de la guarnición más cercana, y quién sabe qué horrores podría engendrar este lugar con el tiempo. Somos el escudo de Cyre, ¡y protegeremos nuestro reino! ¿Comprendido?

Krazhal frunció el entrecejo, pero al fin asintió, mirándose los pies.

—¡Bien! Jholeg, ve a Casalon tan rápidamente como puedas. Es posible que no sobrevivamos a esto, y la reina debe tener noticias.

El duende explorador se encogió de hombros.

Yao’lbesh, pero ¿no sería Través más indicado? Puede viajar noche y día.

—Necesitamos sus habilidades con la ballesta. Través, el grueso de la tropa y tú protegeréis a Lei.

—¿Ah, sí? —Dijo Lei—. ¿Y yo qué haré?

—Prepararás un cerco capaz de golpear la base desde el centro del valle, fuera del alcance de esas armas.

—¡No tenemos con qué hacer un cerco!

—Tú lo sabes, pero ellos no. Haz que tenga un aspecto imponente. Eso es lo único que importa. No se pueden arriesgar a que sea real.

—¡Ah! —Dijo Krazhal—, para que tengan que mandar las fuerzas que les queden hasta allí y tú puedas entrar.

—Nosotros podamos entrar, Krazhal. Sin Saerath, necesitaré que cruces esas barreras.

—Qué noticia más alegre.

—Jode, Krazhal, Kesht y yo seremos el equipo que entrará. Los demás, tenedlos ocupados. Estás al mando, Jani. Si tienes que retirarte, dirígete al oeste, ladera arriba. Si sobrevivimos, nos reuniremos en el pico de Dorn mañana por la noche. Si no, quiero que te dirijas a Casalon con la primera luz. ¿Comprendido?

Los rostros eran adustos, pero no era la primera vez que se arriesgaban a la muerte juntos. Jani asintió.

—Esos cabrones de metal mataron a nuestros amigos, y quien sabe cuántos más morirán si no ponemos fin a esto. Si morimos, moriremos por Cyre. ¡Soldados! ¡El destino espera!

Al otro lado del valle, un soldado forjado observaba la creciente actividad en el reducto cyr. Le dio un golpecito al hombro a su compañero, un pequeño explorador cubierto de una intrincada tracería de plata. El explorador contempló a los soldados enemigos, asintió y salió corriendo hacia el puesto oculto; descendió por el túnel y se sumió en la oscuridad. Los amos sabrían qué hacer.