3. EL FIN DE LA PESADILLA.

Llevaba varios días sin comer, sufriendo, en la más aciaga soledad, las inclemencias del tiempo y ahora además estaba herida. Si no recibía auxilio moriría sin remisión, presa de una agonía indescriptible, en un breve intervalo de tiempo.

Los primeros albores del día comenzaban a despuntar, tímidamente por el horizonte, cuando unos peculiares sonidos, que reconoció al instante, la arrancaron de su letal somnolencia. Estaba segura de haber oído una voz humana.

Comenzó a gimotear con todas sus fuerzas tratando en vano de incorporarse. Aferrándose con fuerza a sus ajados restos de vida lo intentó de nuevo y por unos instantes lo consiguió. Sus lamentos y ladridos de cachorrita desesperada incrementaron su potencia, consiguiendo llamar la atención de un trabajador del desguace.

Sorprendido ante el deplorable hallazgo no podía dar crédito a lo que estaba viendo. La maltrecha cachorrita emitió un lastimero gemido y se abandonó entre las manos de su salvador con el ilusorio convencimiento de que todo había terminado. Su vida pendía de un fino hilo a punto de resquebrajarse de un momento a otro.

—¡Ramón! Mira lo que he encontrado —dijo al jefe mostrándole al animalito—. Fíjate como está la pobrecita…

—¡Pobre animal! A saber desde cuando está ahí… —se aproximó para verla mejor—. ¡Pero si está muerta! —observó—. No respira…

La casi inaudible respiración de la desdichada cachorrita les hizo creer, por un momento que así era. Por fortuna se trataba de un error que bien podría convertirse en acierto si no actuaban con rapidez.

—Hay que llamar inmediatamente a la protectora de animales más cercana para que se hagan cargo de ella —resolvió Ramón.

—Y, ¿por qué no la llevamos nosotros al veterinario? —propuso el hombre—. Si se recupera podrías quedártela tú. Aquí hay mucho espacio y donde caben dos caben tres.

—¡Qué dices! ¿Te has vuelto loco? Suponiendo que sobreviva, cosa que dudo, es una perra de caza y no creo que sea buena guardiana. Además, con los dos que tengo ya es suficiente. ¿Por qué no te la quedas tú? —apuntó.

—Pues sí me gustaría… —dudó un instante y prosiguió—. Es muy bonita pero no creo que un piso sea el lugar más adecuado para ella. Tienes razón, lo mejor será que no perdamos más tiempo y avisemos a la protectora.

No había transcurrido ni una hora cuando se presentó una mujer de la protectora con una expresión de intensa indignación dibujada en el rostro. A pesar de haber dedicado muchos años de su vida, se podía decir, al servicio de los animales, Elsa no lograba comprender a los insospechados límites que podía llegar la crueldad humana. Aquel abandono era un caso claro; la habían despreciado por no tener pedigrí pero, ¿acaso tenía ella la culpa?

Cogió con ternura a la moribunda cachorrita al tiempo que le prodigaba todo tipo de mimos y caricias. La depositó con sumo cuidado en el asiento posterior de su vehículo y se dirigió al veterinario más próximo. Generalmente siempre solía ir a la misma clínica veterinaria pero en esta ocasión haría una excepción, dada la gravedad del caso, y acudiría a la más cercana. La cachorrita apenas se movía y su respiración se iba extinguiendo gradualmente. En ese momento lo único importante era salvarle la vida.