2. INSTINTO DE SUPERVIVENCIA.

Los primeros rayos de sol comenzaban a filtrarse tímidamente a través de las ventanillas del auto disolviendo las sombras nocturnas. Con la esperanza de que todo hubiese sido una terrible pesadilla, la cachorrita se incorporó esperando encontrarse donde solía dormir habitualmente; junto a su mamá y la tía Linda. Deslumbrada por el sol y medio adormilada no discernía con claridad su entorno y al ir a desperezarse trastabilló y estuvo a punto de caer al abismo que se abría entre el asiento trasero y el delantero, volviendo brutalmente a la realidad, pero recuperó el equilibrio en el último momento. Presa de un pánico invencible ante el inesperado evento volvió a su postura inicial y permaneció inmóvil hasta que las sombras comenzaron a fluctuar de nuevo. Su colérico estómago no la dejaba conciliar el sueño perdido pero el terror que sentía ante las tenebrosas profundidades que se abrían ante sus ojos era más fuerte y le impedía cualquier tipo de movimiento. Resignada a un destino nada alentador quedó sumida en una especie de letargo.

Debieron pasar minutos o quizá horas cuando un tintineo recurrente y monótono la puso en alerta. Se incorporó lentamente sin abandonar el ángulo donde más protegida se sentía y miró con atención. Observó con extrañeza cómo gruesos goterones de un transparente elemento se filtraban en el vehículo a través del resquebrajado vidrio de la ventanilla delantera. Llegó a la acertada conclusión de que se trataba de agua. Con la intención de averiguar su procedencia estiró el cuello. Recordaba perfectamente una vasija siempre repleta de ella donde solía beber cuando tenía sed en la que suponía era su casa. «¿Por qué me habrán abandonado aquí?», pensó. No encontró respuesta y prefirió imaginar que tan sólo se trataba de un olvido y cuando repararan en su ausencia regresarían a por ella. Aquella ilusoria elucubración la animó al instante. Observó concienzudamente su entorno con la esperanza de encontrar a alguien. No había nadie. Sólo ella y sus pensamientos.

Una lluvia oblicua golpeaba cada vez con más rabia la maltrecha carrocería del vehículo, los truenos restallaban y los relámpagos iluminaban con una luz espectral su entorno. Sin embargo, no sentía temor alguno ante tan novedoso acontecimiento. Entonces el agua comenzó a entrar indistintamente por ambas ventanillas delanteras hasta el punto de formar un pequeño charco sucio y maloliente en el interior de la tapa caída de la guantera. Había la suficiente cantidad para apaciguar su sed. La cuestión era cómo podría salvar la distancia que la separaba de ella. Barajó la posibilidad de que el agua pudiese desaparecer del mismo extraño modo que había hecho acto de presencia o quizá había algún humano cerca y fuese el causante de aquellos extraños fenómenos. Y, de un momento a otro, la rescataría de aquel tenebroso lugar para llevarla de nuevo al hogar del que seguía sin comprender por qué la habían sacado.

La lluvia lanzaba murmullos a su alrededor y, aunque la tormenta escampó, un frío viento comenzó a soplar. El amanecer comenzó a avanzar de puntillas disolviendo las sombras del interior del habitáculo. No tenía tiempo que perder y alimentando un ciego optimismo se aventuró a saltar al asiento delantero. A pesar de poner todo su empeño no consiguió su objetivo.

El tiempo transcurrido allí había mermado considerablemente sus fuerzas. Quedó atrapada entre los dos asientos delanteros y el freno de mano. Luchó con todas sus fuerzas por liberarse de la mortal trampa repleta de diminutas partículas de cristales que se iban hundiendo sin compasión en sus patitas traseras. Tras un largo rato de indescriptible tormento logró trepar al asiento delantero. Estaba jadeante y el corazón le latía con furia. Aparentaba que iba a estallar de un momento a otro. Multitud de manchitas de sangre cubrían su frágil cuerpecito. Los cortes provocados por los cristales eran casi imperceptibles pero numerosos.

Cuando al fin recuperó el resuello, sin prestar la más mínima atención a sus heridas, se acercó lentamente al agua desconociendo el peligro que la acechaba. Había un pequeño fragmento de cristal buceando en ella y, en caso de ingerirlo, las consecuencias serían nefastas. Dio un par de lametazos y paró. Aquella agua sabía raro y despedía un olor diferente, nauseabundo. No obstante continuó bebiendo. Su instinto le decía que la necesitaba para recobrar fuerzas y seguir pidiendo auxilio. Lo cual ya constituía de por sí un gran alivio.

Cuando calmó la sed, una negruzca y áspera masa viscosa había reemplazado a su sonrosada y suave lengüecita. Trató de incorporarse sobre sus patitas traseras para asomarse por la ventanilla a pedir ayuda pero no fue capaz. Un intenso dolor en las extremidades inferiores le impedía ejecutar algunos movimientos. De súbito, le sobrevinieron unas intensas punzadas en la tripita que la obligaron a tumbarse aovillada. Su mente ya no se esforzó por medir la naturaleza de lo real o quimérico que estaba viviendo. Estaba aturdida y la visión comenzó a tornarse borrosa. Antes de sumergirse en la más absoluta oscuridad abandonó toda esperanza, embargada por una fatal certeza.