Diciembre de 1955
San Luis, Dublín
Carece de reflejos rotulianos y tiene los reflejos profundos mermados. Eso no es bueno, Marge, no es bueno. Podría tener el sistema nervioso dañado o incluso alguna anomalía cerebral. El niño podría ser anormal y está claro que no queremos nada por el estilo en la familia.
Marge parecía angustiada.
—Pero, Doc, yo lo he visto y no es anormal. Es un niñito encantador y completamente normal. Déjame ver el informe del médico… Mira, aquí dice que seguramente será alguna interpretación rara.
Pero a Doc Hess no le gustaba que le llevaran la contraria. Marge se dio cuenta de que estaba empeñado a toda costa en que el niño irlandés era mercancía defectuosa, pero aquellos veinte años de matrimonio le habían enseñado a manejar a su marido.
—Vale, Doc. Tienes razón. No queremos que nada altere nuestra familia. Pero se me ocurre una cosa: ¿por qué no pedimos una segunda opinión antes de tomar una decisión? Estoy segura de que puedes conseguir a alguien que le eche un segundo vistazo a Anthony, ¿verdad?
Doc se lo pensó unos instantes.
—Bueno… Supongo que tiene lógica. Pero, concluya lo que concluya ese examen, actuaremos en consecuencia. Si dice que el niño es anormal, lo devolveremos, ¿de acuerdo?
A John Malone le sorprendió un poco el tono de la carta del doctor Hess. Desde luego, él no había querido sugerir que el paciente podía sufrir alguna anomalía seria, pero accedió a examinar de nuevo al niño. El 2 de diciembre de 1955, a Anthony Lee lo llevaron una vez más a Dublín, al hospital de St. Laurence, en la calle North Brunswick. Este siguió con interés el proceso mientras la enfermera le frotaba partes del cuero cabelludo y de la cara, y le pegaba pequeñas cosas pegajosas (eran electrodos, pero eso él no lo sabía) que conectaba a una especie de caja con unos cables. Durante veinte minutos, un hombre con una bata blanca se dedicó a iluminar los ojos de Anthony con luces, a hacer ruidos estridentes al lado de su cabeza y a pedirle que cerrara los ojos, que mirara hacia arriba, que mirara hacia abajo, que mirara alrededor. Anthony frunció un poco el ceño, pero no lloró. Era un niño confiado y no esperaba que el mundo le jugara malas pasadas. No entendía el juego al que estaban jugando aquellos mayores, pero, como no dolía, decidió jugar con ellos. Al final de todo, la enfermera se agachó y le dio una piruleta roja. Cuando esta le ofreció la mejilla para que le diera un beso, él se lo dio y la mujer soltó una carcajada.
El informe del electroencefalograma del joven Anthony Lee fue redactado por el neurólogo jefe del hospital, Andrew MacDermott. Este no mostraba «ningún signo focal o específicamente epiléptico» y se encontraba «probablemente dentro de los límites normales». El hospital envió los resultados al doctor Malone, que sonrió al demostrarse que tenía razón.
Estimado doctor Hess:
Lamento que mi breve informe le ocasionara tantas preocupaciones. Personalmente, yo me sentía más que satisfecho con el estado mental del niño, con su estado general de salud y con el examen neurológico.
Su tono muscular, su fuerza, su coordinación, su marcha y su postura eran normales, al igual que sus nervios craneales.
El segundo examen, llevado a cabo con un colega neurólogo (2-12-1955), fue satisfactorio y, en esta ocasión, se obtuvieron los reflejos rotulianos. Adjunto el informe del neurólogo y lo refrendo al cien por cien.
Saludos cordiales.
Atentamente,
John P. Malone, doctor en Medicina
Doc Hess discutió las palabras del neurólogo — probablemente dentro de los límites normales no era lo mismo que indudablemente dentro de los límites normales—, pero Marge no dejaba de insistir.
—He visto a ese niñito —dijo— y te garantizo personalmente que es normal, Doc. Por favor, deja que venga. ¿Lo harás?
Doc aceptó a regañadientes. Pero si Marge se lo garantizaba, aceptaría al niño.
Marge Hess llamó a la madre Barbara y le rogó que le enviara a los niños lo más rápidamente posible. La madre Barbara se sintió aliviada: el tipo del Servicio de Expedición de Pasaportes había montado un alboroto en relación con aquel caso y estaba deseando despacharlos. Marge le dijo que había asientos libres en el vuelo de Pan Am que salía de Shannon el domingo siguiente, y la madre Barbara le dio el visto bueno para que hiciera la reserva.
Marge estaba tan emocionada que casi se olvidó de hablarle de las fotografías, pero se acordó justo a tiempo.
—¡Reverenda madre, una última cosa! Por favor, háganles algunas fotos a los niños para que podamos tener un recuerdo de ellos antes de dejar la abadía. Puede añadir el coste del carrete a la cuenta y lo sumaremos a la donación.
La madre Barbara colgó el teléfono y se puso a rebuscar de inmediato entre el montón de documentos que tenía en la bandeja. Encontró los que necesitaba y los preparó para enviarlos por correo, uno de Mary y otro de Anthony.
Yo, Margaret Feeney, conocida por mi nombre religioso de hermana Barbara, superiora de la abadía de Sean Ross de Roscrea, en el condado de Tipperary (Irlanda), juro:
Que la custodia de Anthony Lee, nacido fuera del matrimonio de Philomena Lee, me ha sido cedida en calidad de madre superiora de la abadía de Sean Ross de Roscrea, como demuestra la declaración jurada que aquí adjunto y en virtud de la cual la madre renuncia para siempre a cualquier reclamación del mencionado niño.
Que, como tutora legal del mismo, por la presente renuncio a reclamar en un futuro a Anthony Lee y se lo entrego al doctor Michael Hess y a la señora Marjorie Hess, con domicilio en Moundale Drive, nº 810, Ferguson, Misuri, Estados Unidos, para su adopción legal.
Firmado bajo juramento por la mencionada Margaret Feeney.