SIETE

1983

Una tarde de sábado, en mayo de 1983, Mike y Pete estaban en Shepherdstown y Mary llamó por teléfono. Parecía preocupada. Marge había tenido problemas de espalda de forma intermitente desde que la habían operado por primera vez en 1966 y los médicos le habían recomendado pasar de nuevo por quirófano para extraerle algunos espolones óseos. Se trataba de un procedimiento rutinario y Doc había consultado a sus compañeros para ver qué hospital tenía la mejor reputación. Finalmente, se había decidido por la Clínica Mayo de Rochester (Minnesota), no muy lejos de la casa de vacaciones de los Hess.

Marge había ingresado el día de la madre, el 8 de mayo, pero Mary lo llamaba para darle una mala noticia: las pruebas rutinarias del preoperatorio habían revelado una mancha en el pulmón derecho que los médicos creían que podía ser cancerígena y habían decidido operarla de eso en lugar de quitarle los espolones óseos. Doc estaba solo en Minnesota y, dado que parecía que el tratamiento de Marge iba a ser más complicado e iba a durar más de lo esperado, había pedido que alguno de los chicos fuera hasta allí para ayudarle. Mary quería ir, pero no encontraba a nadie que cuidara de Nathan.

—No te preocupes —dijo Mike de inmediato—. Tú quédate ahí, cogeré el primer vuelo que pueda. ¿Sabes cuándo piensan operarla?

—Pues mañana —respondió Mary, con tristeza—. Y probablemente estará ingresada dos semanas, como mínimo.

Cuando llegó a la Clínica Mayo, Mike se encontró a Doc en la sala de espera, fumando un puro. Se quedó helado.

—¿Qué tal, papá?

Doc estrechó la mano de su hijo.

—Michael —gruñó.

—¿Cómo está? —preguntó Mike.

—Bueno… La operación ha ido bien, al parecer. Ahora está en cama, descansando. Tiene bastante buen aspecto, dentro de lo que cabe. Ya conoces a tu madre. Nunca se queja de nada.

La visitaron esa misma tarde y la encontraron de muy buen humor. Las enfermeras dijeron que era una paciente modélica, tranquila y centrada en recuperarse totalmente. Los rayos X mostraban que el tumor había sido extirpado mediante la cirugía, así que el objetivo de las siguientes semanas sería que se recuperara y que se sometiera a fisioterapia para mantenerse en forma y en movimiento.

Aliviado, Mike volvió esa misma tarde para sentarse al lado de Marge, mientras ella iba y venía del sueño inducido por los sedantes. Solo, al lado de la cama en la silenciosa penumbra, observó a la mujer que le había cambiado la vida y revivió los acontecimientos de la niñez que ella le había proporcionado. Sin ella, nunca habría conocido Estados Unidos, nunca habría alcanzado la posición que ocupaba en el corazón de la nación más poderosa del mundo y, sobre todo, nunca habría conocido al hombre que lo había hecho feliz y con el cual planeaba pasar el resto de sus días. Apretó la mano dormida de Marge.

—Gracias, mamá —susurró—. Gracias por todo.

Pete se alegró cuando Mike le dijo que Tom y Stevie Hess estaban en camino para tomar el relevo al lado de la cama de su madre. Mike le dijo que, si todo salía bien, volvería a casa en unos días.

—Lo principal es que parece que todo va a ir bien. Pero ¿sabes, Pete? Es increíble lo que te hace pensar esto. Cuando estoy sentado al lado de su cama, me acuerdo de todo. Ha sido una buena madre para mí y para Mary, pero… —añadió, vacilante— hay tantas cosas que necesito preguntarle… Solo por si le sucede algo.

Pasaron cuatro días y los médicos dijeron que Marge estaba haciendo grandes progresos. Las enfermeras estaban volviendo a ponerla de pie y la hacían andar poco a poco por la sala. Mike, Doc, Tom y Stevie se sintieron lo suficientemente confiados como para ir a comer fuera, pero, cuando volvieron, la cama de Marge estaba vacía y sin hacer. Cuando Doc preguntó en el cubículo de las enfermeras dónde estaba, nadie supo responderle.

Mike echó un vistazo alrededor y vio que la puerta del baño estaba cerrada. Llamó con suavidad.

—¿Mamá?

No hubo respuesta.

—¿Mamá?

La puerta estaba cerrada por dentro.

Mike corrió al mostrador y pidió la llave.

—Mamá, voy a entrar, ¿vale?

La puerta se abrió una rendija, pero había algo dentro que impedía el paso.

La puerta cedía un poco cuando la empujaba, pero no lo suficiente como para poder entrar.

—¿Mamá? —gritó de nuevo.

Su madre estaba apoyada contra la puerta, desplomada en el suelo.

Mike echó la puerta hacia delante y notó que algo se movía al otro lado.

—Mamá, ¿me oyes? ¿Mamá? ¿Marge? Voy a entrar a buscarte. No pasa nada, solo te has caído. Todo va a ir bien, mamá. ¿Vale, mamá?

Michael gimió al verla: estaba tirada en el suelo y un reguero de sangre corría por las baldosas. La levantó en brazos y le sorprendió lo poco que pesaba. Salió tambaleándose del baño a la sala y resbaló en el suelo pulido, pero consiguió mantener a Marge en el aire, en sus brazos, aun cuando cayó dolorosamente sobre las rodillas. Las enfermeras le cogieron a Marge, que estaba herida y apenas respiraba. Tenía un corte a un lado de la cabeza debido a la caída y la tumbaron en la cama.

Cuando el médico salió después de examinarla, estaba muy serio.

—Tengo malas noticias, me temo. El pulso es débil. A todos los efectos, está en coma. Tendremos que hacerle un escáner, pero me temo que puede haber daños cerebrales.

Doc se llevó las manos a la cara y se hundió en una silla.

—Marge, Marge, ¿dónde estás? —lloraba—. ¡No me dejes, Marge! —Mike dio media vuelta. Stevie intentó consolar a Doc, pero este se irguió de un salto, con rabia, para reprender al personal del hospital—. ¿Por el amor de Dios, en qué estaban pensando? —gritó—. ¿Cómo demonios dejan que una paciente que acaba de ser operada y se encuentra en estado delicado vaya sola al baño? Y, cuando entró, ¿por qué diablos no vino nadie a sacarla de ahí? Yo también soy médico, ¿saben? ¡Demandaré a esta maldita clínica y le sacaré hasta el último céntimo!

Tom y Stevie cogieron a su padre del brazo y se lo llevaron. Durante los dos días siguientes, Marge se debatió entre la vida y la muerte. Mary voló hasta allí de inmediato, pero Marge estaba en estado de coma y no respondía a las voces ni al tacto de las manos. Los resultados del escáner llegaron y el médico dijo que indicaban graves daños en el bulbo raquídeo. Se llevó a Doc y a los chicos a una sala de consulta y les explicó que estaban manteniendo viva a Marge con ventilación artificial.

—Me temo que el pronóstico no es bueno. Los daños que ha sufrido implican que las oportunidades que hay de que salga del coma son infinitesimales. Es poco probable que sobreviva sin la máquina a la que está conectada y, si continúa dependiendo de ella, seguramente permanecerá en un estado que denominamos permanente vegetativo, o EPV. —El médico hizo una pausa antes de volver a hablar en voz muy baja—. Siento tener que hacerles esta pregunta, pero tienen que decidir si quieren desconectar la máquina de ventilación artificial.

Doc se levantó, iracundo, pero los chicos lo tranquilizaron.

Mike se volvió hacia el médico.

—Oiga, vamos a necesitar algo de tiempo para hablar de esto.

Al final, todos estuvieron de acuerdo en que sería cruel mantener a Marge viva de forma artificial, pero Doc fue inflexible en el hecho de que, si tenía que morir, antes debían llevarla «de vuelta a casa», a Florida. Cuando se lo explicaron al gerente del hospital, descubrieron que la clínica no firmaría los papeles para llevársela mientras estuviera conectada a la máquina. Doc estaba furioso.

—¿Para que no podamos demandarlos por alta negligente si fallece? —les espetó—. Pues bien, permítame decirle que ya tengo suficientes cosas que echarles en cara, de modo que los demandaremos de todos modos. ¡Su personal va a pagar por lo que ha sucedido y no habrá forma humana de que se salgan con la suya!

La situación se mantuvo en punto muerto durante tres días. Al cuarto, Doc alquiló un avión privado con una enfermera y un médico, para que estuviera en el aeropuerto municipal de Rochester a la mañana siguiente. Pero el gerente del hospital seguía negándose a firmar.

Al final, fue Mary quien lo solucionó.

—¿Sabe qué le digo? —le preguntó al gerente, con voz temblorosa—. Que mañana por la mañana va a haber un avión en el aeropuerto y que quiero que metan a mi madre en una ambulancia y que la lleven allí con mi padre para que puedan volar juntos mañana. ¿Tiene algo que objetar? Porque si lo tiene, yo también tengo algo que decirle.

Ante la indignación y el corazón roto de Mary, el gerente firmó el formulario de alta. Una semana más tarde, en Florida, la familia desconectó la máquina de ventilación artificial de Marge. Murió el 2 de junio.

Doc estaba enfadado y confuso: la repentina pérdida de la esposa de la que había dependido para todos los temas prácticos lo había dejado herido y solo en el mundo.

La muerte de Marge fue traumática para todos, pero la pena compartida hizo que Mike y Mary se juntaran de nuevo. Sentados en el porche, bajo el sol de Florida, esperando el día del funeral, charlaron sobre sus vidas.

—Nathan, bueno… Simplemente me ha cambiado la vida, Mikey. Sé que suena cursi, pero vivo por él. Sencillamente, lo es todo para mí. Y ahora que mamá se ha ido, soy incluso más consciente de ello.

—¿Sí? ¿Sigue yéndole bien en el colegio?

—Es el niño de once años más listo que he visto jamás. Al menos desde que tú tenías su edad —añadió Mary, sonriendo—. ¿Y tú? ¿Qué es lo que le da sentido a tu vida? Pareces diferente… Más ubicado… Más . No sé. Pareces feliz.

Mike miró el césped y sonrió, sin saber muy bien qué decir. Mary se movió un poco.

—¿Te… te importa si te hago una pregunta, Mikey?

—Adelante —respondió este.

—Es que desde que os comprasteis esa casa en Virginia Occidental, Doc no deja de preguntarme quién es exactamente ese tal Pete. No para de decir: «¿Pero quién es ese tipo con el que vive Mike?» y, la verdad, yo no sé qué responderle.

Mary deseó haberse expresado mejor, haber dicho aquello de manera que le hubiera hecho querer confiar en ella, pero Mike tomó la mano que le tendía de todos modos.

—Hace tiempo que quería decírtelo, Mary. Debería habértelo contado hace mucho tiempo. Pete y yo somos pareja.

Mary lo miró y se ruborizó.

—¿Te refieres a pareja sexual, Mikey? ¿Amantes?

—¡Eh, no lo digas así, hermanita! No es tan malo, ¿no? Me refiero a que nos amemos.

—Yo no digo que sea malo, Mikey —dijo Mary, rápidamente—. Yo soy feliz si tú eres feliz, ya lo sabes. Eres mi hermano y te quiero, pase lo que pase. Lo que pasa es que… Bueno, ya sabes, con todo eso que sale en los periódicos sobre el sida… Estoy preocupada por ti.

Mike asintió y se puso serio.

—Lo sé, Mary. Es algo terrible y nadie está haciendo nada, salvo gritar y maldecir a los gais y decir tonterías sobre la ira de Dios. La sociedad es bastante ridícula en lo que se refiere a ese tipo de cosas. La gente escucha al que más grita.

Mary le hizo la pregunta que Mike se llevaba haciendo meses.

—Pero, Mikey, ¿cómo es posible que el Gobierno no hable de ello? ¿Que no le diga a la gente lo que está causando la enfermedad, cómo evitarla y todo eso? ¿No hay nada que puedas hacer en tu trabajo para solucionarlo, Mike? Alguien tiene que hablar con sensatez, ¿no?

Mike se revolvió en su sitio y miró hacia el horizonte.

—Creo que el problema es que Reagan depende demasiado de la Mayoría Moral, o sea cual sea el ridículo nombre que se han puesto. No puede tentar a la suerte y tiene a un puñado de conservadores a su alrededor así que, aunque quisiera decir o hacer algo, se lo impedirían.

Pero Mary no iba a dejarlo estar.

—Claro, es decir, no me refiero a que vaya por ahí animando a la gente a que sea gay, ni nada de eso, pero al menos podría explicar cómo evitar el contagio. Eso serviría de ayuda para todos, ¿no crees? ¿No puedes hacer nada para conseguir que lo hagan?

Mike no dijo nada. Simplemente, aquella pregunta no tenía respuesta.

—Da igual, Mike —añadió Mary—. Quien me preocupa eres tú. No conoces a nadie que tenga sida, ¿verdad?

—No… No.

—Bueno, pues eso es lo principal. Supongo que no quieres que Doc se entere de todo esto, ¿no?

—¡Por Dios, no! —exclamó Mike—. Siempre creí que un día podría contárselo a Marge, creo que lo habría entendido, pero Doc es tan…, tan… En fin. Y lo más trágico es que ya es demasiado tarde para contárselo a Marge.