LONDRES

En la actualidad

Construir el retrato de una persona ausente es un ejercicio de extrapolación y verificación. En todo trabajo detectivesco y de investigación hay un agujero negro en el centro, donde en su momento hubo un hombre que ya no está. Su perfil puede vislumbrarse: el testimonio de aquellos que lo conocían proyecta una serie de luces sobre las cuales su silueta emerge en la oscuridad, de forma efímera. Había cientos de personas que habían conocido a Michael Hess o a Anthony Lee y yo entrevisté a decenas de ellas. Pero cada haz de luz se centraba en un ángulo diferente —a veces, se diría que hasta en un hombre totalmente diferente— y cosas que algunos recordaban de una manera, otros las recordaban de otra. Ciertos informadores aparecen con su propio nombre en el texto de este libro, mientras que otros han pedido salir bajo un seudónimo o, simplemente, no aparecer. La mayoría han hablado con franqueza y buena voluntad, todos salvo los cargos públicos que tenían algo que ocultar.

Al final de la historia, contaré cómo entramos en contacto con las tres o cuatro personas que tuvieron un papel protagonista en los últimos años de la vida de Michael y cómo empezó a surgir el panorama de su existencia de las explicaciones que ellos daban. Ahora tengo nuevas fotografías y documentos sobre la mesa para guiarme en las etapas finales de la búsqueda: un grupo de jóvenes sonrientes en una casa de campo del oeste de Virginia, retratos oficiales de la Casa Blanca durante el apogeo republicano de la década de 1980; un hombre de cuarenta años charlando muy serio con una anciana y frágil monja a la puerta de un convento, en el campo; un hermano y una hermana, ya más crecidos, sentados en cuclillas en las escaleras de madera de un porche trasero en el campo, con la pena dibujada en sus rostros…