1984
Mike y Pete estaban invitados a una fiesta en una casa el fin de semana siguiente y los anfitriones decidieron que sería divertido convertirla en una celebración por el nuevo trabajo de Mike. Se trataba de una casa de madera que no quedaba lejos de Market Square, en Old Town Alexandria. Tenía una pequeña piscina en el jardín trasero y el clima de julio hizo que los invitados, alrededor de unos cuarenta, salieran a la terraza. En mitad de la noche, Mike vio entrar a Mark O’Connor. Era la primera vez que lo veía desde que habían roto y notó que la sangre le subía a las mejillas.
—Ah, hola, Mark —murmuró, avergonzado—. Te presento a Pete Nilsson. Llevamos juntos tres años. Y, Pete… Este es Mark, creo que ya te he hablado de él.
Los temores de Mike eran infundados: Mark no le guardaba rencor. Tenía una prometedora carrera como abogado y un nuevo novio al que amaba y en quien confiaba.
—Os presento a Ben Kronfeld. Ben trabaja para el Gobierno.
Kronfeld era un hombre de cabello oscuro, con bigote, y una mirada tranquila y seria.
—Hola, Michael. He oído hablar mucho de ti.
—Ya… ¿Para qué sector del Gobierno trabajas, Ben? —preguntó Mike.
—Para el Ministerio de Asuntos Exteriores, sobre todo en política laboral y estadística. Me gustaba hasta que llegó este Gabinete. Entonces nos pusieron a James Watt como ministro de Interior y todo se volvió un despropósito.
Mike notó el tono hostil en la voz de Ben y le entraron ganas de marcharse, pero Pete ya le estaba haciendo una pregunta.
—¿Cómo que un «despropósito»? ¿Qué hizo?
—No me hagas hablar —respondió Ben, con una mueca—. James Watt es el peor fanático del mundo. El primer día de trabajo, reunió al personal de política y nos preguntó si todos trabajábamos allí. En un par de semanas, empezó a entregar cartas de despido. Y no precisamente por reducir gastos, sino por una cuestión ideológica. A todo aquel que no encajaba, a todos los que identificaba con la era Carter, los despedía. Luego le dio por las minorías, de las que nosotros somos el número uno de la lista. Los gais fueron los primeros en irse, seguidos del resto. Menudo espectáculo que montó. E incluso se jactaba de lo que estaba haciendo. ¿Te acuerdas del discurso que hizo el año pasado en el que decía que tenía «a un negro, a una mujer, a dos judíos y a un lisiado» en plantilla? ¡Menudo hipócrita republicano!
Mike tiró del brazo de Pete.
—¿Por qué no vamos a buscar una copa?
—No, no, esto es interesante —replicó Pete, mientras se desembarazaba de él—. Y me gustaría conocer a Mark. ¿Podrías ir tú a por las bebidas, Mike?
Cuando Mike regresó, los vio a los tres enzarzados en una acalorada discusión.
—Para empezar, lo que no entiendo —decía Ben con una voz teñida de exasperación— es por qué accedió a trabajar para ellos. ¿Cómo se puede trabajar para un partido en el que hay gente como Pat Buchanan? ¿Cómo puedes tener una vida en la que eres liberal, demócrata y abiertamente gay, y luego tener otra vida secreta y oculta en la que tus compañeros de trabajo no saben que eres homosexual y en la que ayudas a la gente a hacer cosas que no benefician a la comunidad gay? No entiendo cómo puede vivir así.
Mike tosió y les tendió las bebidas.
—Oye, Ben, he oído lo que estabas diciendo y sé que parece algo malo, ¿vale? Pero no seas moralista, porque todos podríamos darnos aires de grandeza. Además, creo recordar que tú trabajas para el mismo Gobierno que yo y no te han despedido, ¿no?
Ben Kronfeld era un hombre razonable.
—De acuerdo, pero déjame decirte una cosa: sobrevivo en el trabajo porque soy discreto en relación con mi vida privada, pero ningún hombre adulto debería verse obligado a hacer eso. Es grotesco ver a hombres de cuarenta y cincuenta años esconderse, todavía. Sé que en mi cadena de mando en este momento hay, al menos, dos tíos gais, ambos han estado casados y tienen hijos, y sé que lo son porque se lo contaron a uno de mis amigos y ambos le pidieron que no se lo contara a su jefe porque no lo sabía. Por otra parte, yo trabajo para el Gobierno, no para los republicanos. No trabajo para la gente que está haciendo esas cosas…
Mientras Ben hablaba, se unió al grupo un hombre bajito y calvo con prognatismo y un llamativo sentido de la moda, que se presentó como Rudy.
—Está claro que no es un buen momento para ser gay en Estados Unidos —opinó con firmeza—. Pero es un suicidio esconderse y fingir que no existimos. A Reagan le importa un bledo que enfermemos y nos muramos. Os acordáis de Alvin Tranter, ¿no? Murió el mes pasado. En el certificado de defunción pusieron que era neumonía para no ofender a sus padres, pero era sida. Ocultarse no sirve de nada. Tenemos que empezar a hacernos visibles y lograr que las cosas…
Lo interrumpió el repiqueteo de una cuchara sobre una copa, seguido del anuncio de un brindis para felicitar a Michael Hess por su nuevo trabajo. Mike respondió con una breve expresión de gratitud, pero la discusión le había hecho sentir incómodo, como si de algún modo fuera responsable de que la gente enfermara y se muriera.
Después de medianoche, Mark consiguió pillarlo a solas.
—Eh, Mike, ¿me estás evitando? No voy a atacarte. Esperaba que pudiéramos tratarnos como adultos y ser amigos. Tú y Pete parecéis muy felices, y Ben y yo también lo somos.
—Claro, Mark. Nada de malos rollos. Pero es que parece que, últimamente, todo el mundo la toma conmigo. Es como si trabajar en el comité republicano me convirtiera en una especie de paria.
Mark se encogió de hombros.
—La verdad es que yo también te iba a preguntar por eso. Es una elección un tanto extraña, ¿no te parece?
—¡Oye, no empieces tú también! Estaba buscando trabajo. Necesitaba un trabajo, ¿vale? Sé que a mucha gente le jode, pero es lo que hay. Todos tenemos nuestros motivos en la vida y no siempre los entendemos. Y tu Ben me ha parecido un poco borde, la verdad.
—Ben es encantador, Mike. Le caes muy bien, pero creo que está preocupado por ti, y yo también. ¿Sabes Alvin Tranter, el que ha mencionado Rudy? Ben lo conocía y está hecho polvo desde que murió. Creo que, en cierto modo, le recuerdas a Alvin. Era muy guapo, extravertido y sexualmente activo. Lo conocimos en una fiesta hace un par de años, la sala de estar estaba cubierta de plástico y Alvin estaba haciendo de todo. Y cuando digo de todo, es de todo. Nos recriminó a Ben y a mí que fuéramos tan reservados. Recuerdo que dijo: «¿Por qué iba a preocuparme enfermar? ¿Por qué no iba a divertirme todo lo posible en la vida?». Y ahora está muerto. Es difícil entender esa forma de pensar, Mike. Espero que hayas tomado precauciones.
A las dos de la mañana ya habían consumido un montón de alcohol y había un grupito dentro de la casa viendo películas porno en el vídeo. Algunos se estaban liando, pero el ambiente era relajado y aletargado. Mark y Ben se habían ido, y Pete estaba fuera, en la terraza, hablando tranquilamente con otros cuatro o cinco chicos. Mike se sirvió un whisky y se sentó junto a la piscina. Y allí, en la oscuridad, se sintió realmente solo.