DIEZ

Noviembre de 1954

San Luis (Illinois)

Mientras esperaba la llegada de su hermana, Loras T. Lane pensaba en Irlanda.

Los Lane habían emigrado durante la hambruna de la patata a mediados del siglo XIX y, como a muchas otras familias estadounidenses de ascendencia irlandesa, les gustaba pensar que seguían ligados a su antiguo país. Loras había nacido en Cascade (Iowa) en octubre de 1910, había estudiado Derecho y Empresariales, y se había ordenado sacerdote en 1937. Había pasado un año en Roma, estudiando Derecho Canónico, y había sido nombrado obispo en 1951.

De eso hacía ya tres años, pero la archidiócesis no tenía plazas vacantes y se encontraba en lo que él llamaba jocosamente «la reserva clerical». Se había convertido en un obispo auxiliar a la espera de un puesto. Entretanto, hacía las veces de director del Loras College de Dubuque (Iowa), un colegio católico que había tomado el nombre de su fundador, el obispo Mathias Loras de Dubuque, aunque Loras Lane solía bromear diciendo que se llamaba así en honor a su presencia allí. Sin embargo, ahora el obispo Lane tenía una misión. Había organizado las cosas para pasar una semana en San Luis. Allí se hospedaría en la residencia del obispado en May Drive, tras atravesar el helado valle del Misisipi en una serie de autobuses Greyhound para ir a ver a su hermana.

Marjorie Hess, de soltera Lane, estaba casada con un estadounidense de origen alemán, un urólogo llamado Michael Doc Hess, y la pareja tenía tres hijos maravillosos y una casa de estilo colonial a las afueras de San Luis. Pero recientemente Marge le había escrito a Loras un par de cartas y este tenía la impresión de que algo la estaba haciendo extremadamente infeliz. Siempre habían estado muy unidos. Marjorie había nacido solo quince meses después que él y parecía natural que se pasara la vida adorándola y protegiéndola. Cuando recibió sus cartas, le escribió y le preguntó varias veces qué le pasaba, pero Marge no había soltado prenda. Los meses habían pasado y Marge seguía sin abrirse a él. Loras tenía la sensación de que aquello estaba levantando una barrera entre ellos, así que había decidido ir a San Luis.

Ahora, al verla entrar en la penumbra de la sala de visitas obispal con paneles de caoba, Marge le pareció pequeña, vulnerable y necesitada de ayuda, como hacía tantos años, cuando eran niños. El obispo Loras subió una pizca el regulador eléctrico de intensidad para poder verle los ojos. Ella le dijo que no quería hablar, pero él sabía que sí. Le dijo que estaba bien, pero él sabía que no.

—¿Algún problema con Doc?

Marge vaciló y su hermano le repitió la pregunta.

—No exactamente con Doc —dijo finalmente—. Doc es un buen hombre y nos adora. Lo que pasa es que quiere una niña y no va a poder tenerla —confesó Marge. El obispo Loras se acercó y se sentó en el brazo suave y gastado del sofá de piel, se inclinó hacia su hermana pequeña y le puso una mano sobre el hombro. Marge levantó la vista hacia él como solía hacer siempre y dejó escapar un pequeño sollozo—. El problema soy yo. Le he decepcionado. Intentamos durante tantos años tener una niñita, Loras. Pero nunca llegó. Luego, después de que el pobre Timmy muriera de meningitis y todo aquello… —continuó Marge, antes de vacilar un instante y sonarse la nariz. La cruel e inesperada muerte de su hijo de cinco años había sido un duro golpe para los Hess—. Después de aquello, fui a ver al ginecólogo. Y me dijo… que las cosas no iban bien. Ya sabes, ahí dentro.

Dubuque (Iowa)

Loras regresó a Dubuque. La reunión con su hermana lo había entristecido y le atormentaba el hecho de saber que no podía hacer nada para ayudarla. De vuelta en el colegio, le pidió a Dios guía y ayuda, pero no surgió ninguna solución.

A principios de 1955, Loras viajó a Chicago para asistir a una conferencia con los obispos de todas las diócesis de Estados Unidos. El último día antes de que los participantes se fueran a sus casas, se reunieron para desayunar en el restaurante del hotel Blackstone, en la avenida Michigan. El obispo Lane estaba sentado al lado de un monseñor de Washington D. C. que se presentó como John O’Grady, secretario del Comité Nacional de Beneficencia Católica. Loras conocía a O’Grady por su oposición hacía un par de años a la Ley McCarran-Walter, que pretendía restringir los cupos de inmigración. Se pusieron a charlar y, como suele suceder en esos casos, intercambiaron historias sobre la herencia irlandesa que tenían en común. Loras dijo que creía que su familia había llegado del condado de Cork a mediados del siglo XIX, una historia que monseñor O’Grady consiguió superar al revelar que él había nacido en Irlanda. Le contó que era del condado de Tipperary y que tenía una hermana que seguía allí y que era monja en un lugar llamado Roscrea.