DIECISIETE

Dublín

Viaje por Europa

Al final de un día agotador, Loras, Marge y su madre se registraron en el hotel Clarence de Wellington Quay, donde, por respeto al obispo, les habían dado habitaciones de primera con vistas al río Liffey.

La madre Barbara había cogido a Mary y había ido a pasar la noche a casa de su hermana casada, que vivía a las afueras de Dublín, antes de regresar a Roscrea. Marge y Loras le dijeron que volverían después del viaje turístico por Europa, que tenían planeado que durase unas tres semanas. Todavía tenían la esperanza de poder llevarse a Mary con ellos al volver a Estados Unidos, aunque el calendario para completar todo el papeleo ahora parecía todo un desafío. Era casi medianoche cuando Marge se sentó a escribir el diario.

10 de agosto de 1955. Roscrea y Dublín.

Tiempo: bueno.

Loras ha dicho misa en Roscrea y luego hemos tomado un buen desayuno. La madre Barbara ha ido a Dublín con nosotros (rezando el rosario por el camino). Dublín es una ciudad muy ajetreada: está llena de gente. Hemos visitado el Servicio Irlandés de Expedición de Pasaportes y hemos descubierto lo del Examen del Hogar. He llamado a Doc y le he dado la noticia. Espero que podamos hacer algo.

Todo listo para irnos a París mañana por la noche. Volamos con Aer Lingus.

Aquí los huevos son malísimos. Me siento sola.

Esa noche, Joe Coram se quedó hasta tarde sentado a la mesa de su despacho, escribiendo un informe para el nuevo ministro, Liam Cosgrave, en el que explicaba por qué había rechazado la solicitud de expedición de pasaporte por parte de la comitiva del obispo estadounidense. Le preocupaba que el obispo Lane se pudiera quejar a McQuaid y que McQuaid se pudiera quejar al ministro. Además, sabía que el Taoiseach cedería ante una mínima presión por parte de la Iglesia, así que quería ser el primero en exponer su punto de vista.

Joe volvió a casa en tranvía, deseando contarle a Maire cómo se había impuesto al «gran obispo» que había ido a su oficina pensando que podía quebrantar las reglas y llevarse a una niñita irlandesa a Estados Unidos «así como así». Pero, cuando entró por la puerta principal, se encontró la casa a oscuras. Maire estaba en la cama y no respondió a su discreta tos ni al pequeño tirón de sábanas.

Marjorie Hess no lograba conciliar el sueño. Estaba tumbada dando vueltas y más vueltas, rumiando sin parar un plan que había maquinado en su corazón y que no la dejaba descansar. El plan de Marge tenía su origen en una imprevista y repentina promesa de amor y felicidad pero, por el momento, sabía que debía continuar siendo un secreto. Escribió una larga carta a Doc y le contó las novedades sobre Mary y sobre el problema con la visita que el Comité Nacional de Beneficencia Católica de Estados Unidos tenía que hacer a su casa, pero pasó por alto deliberadamente la idea que le daba vueltas en la cabeza.

HOTEL CLARENCE

DUBLÍN

Miércoles por la noche (10 de agosto de 1955)

(Aquí hace frío: me voy a la cama con un jersey puesto)

Mis queridísimos Doc, Jim, Tom y Stevie:

Anoche me habría gustado contaros muchísimas cosas pero, a siete dólares con cincuenta cada tres minutos, me ha parecido que sería mejor escribiros. Escuchar vuestra voz me ha hecho sentirme tan condenadamente sola que, si pudiera volver a casa, lo haría. Ahora entiendo por qué dicen que hay que viajar de joven, porque de mayor no se disfruta. Les he dicho a madre y a Loras que daría cualquier cosa por estar en casa con todos vosotros, leyendo el periódico y viendo un buen programa de televisión. No he parado desde que bajamos del avión. Nos fue a recoger un coche y, desde entonces, no hemos dejado de buscar niñas pequeñas. La de la foto que os envío tiene un corte de pelo y una ropa horribles, pero veréis que su cara es perfecta. Se llama Mary McDonald y tiene dos años y medio. Sabe cantar Over the Mountains, Over the Sea (no conoce a Davy Crockett) y es muy inteligente. También reza el avemaría y el padrenuestro; los niños no se sabían tantas oraciones. Loras cree que se parece a mí cuando tenía su edad. Tiene unas mejillas sonrosadísimas, de hecho parece que sufre algún tipo de dermatitis. Loras cree que es por el jabón y las toallas que usan aquí pero, si los papeles salen adelante, la llevaré a que le hagan un reconocimiento como es debido. Es perfecta física y mentalmente, según los informes médicos. La madre de Mary nació en Dublín, al igual que el padre. Lo único es que aquí no se casan. Las muchachas acuden a una abadía y tienen que quedarse en ella a trabajar hasta que sus hijos son adoptados. Tanto el padre como la madre son tenderos, como casi todo el mundo en Dublín, y tienen un historial muy bueno: no son gente rica, pero sí honrada. Las hermanas estaban reservando a Mary para la sobrina de un cura que se ha puesto enferma, pero ya no se pueden quedar más tiempo con ella: de hecho, tenemos la suerte de conseguir una niña mayor porque la familia les pagó para quedársela, pero luego decidieron renunciar a la adopción. Al parecer, la abadía de Sean Ross de Roscrea, en el condado de Tipperary (Irlanda), es la que más niños envía a Estados Unidos de todas. (¿Qué opináis?).

En cuanto a la visita de la Beneficencia Católica a nuestra casa, el obispo Helmsing puede arreglarlo por ti. Dile que Loras le ha dicho que lo haga. Y consigue el poder notarial. Envíanos también tu partida de nacimiento en cuanto la tengas. Aquí no hay nada que hacer, así que supongo que seguiré adelante con el plan de volver el 1 de septiembre.

Escríbeme.

Os echo de menos. Espero que vosotros a mí también.

P. D. Doc, por favor, envía los papeles. Cuando escribas, dales las gracias a la madre Barbara y al resto de las monjas por ser tan amables. La gente de los pasaportes no hará nada hasta que la Beneficencia Católica envíe el Informe del Hogar, así que aseguraos de que la casa esté limpia y de estar presentes…

Ahora voy a rezar y, si todo sale mal y no me llevo a Mary a casa, será que debemos conformarnos con nuestros tres maravillosos niños —piensa lo mismo tú también— y lo único que podré hacer será ahorrar en gastos. Quiero devolver el dinero de mi viaje. Estaré pensando en todos vosotros y enviándoos cariño.

Besos a todos. Mami.

El vuelo de Aer Lingus de Dublín a París fue complicado y Marge no tuvo fuerzas para escribir el diario. Loras había sido invitado a decir misa en Notre Dame a la mañana siguiente y, durante los dos días posteriores, la infatigable Josephine arrastró a sus hijos a los lugares de interés turístico de la ciudad. El sábado, Marge volvió a escribirle a Doc.

Hôtel Moderne Palace

8 bis Place de la République

Paris, 11e.

13 de agosto de 1955

Queridísimos Doc, Jim, Tom y Stevie:

A estas alturas supongo que habréis recibido la fotografía de Mary y me pregunto qué opinaréis de ella.

La madre Barbara la está llevando a los médicos para que la miren con rayos X, para que le revisen la vista, etcétera. En la embajada de Estados Unidos tienen su propia clínica y hacen unos chequeos muy exhaustivos.

Si tienes algún problema con la Visita al Hogar, llama al obispo Byrne o al arzobispo Ritter. Diles que Loras está conmigo y que te ha dicho que te pongas en contacto con ellos. Buena suerte. Estoy deseando tener noticias vuestras. Os echo de menos, ¿y vosotros a mí?

Rezo para que te salga todo bien con la Beneficencia Católica.

Vaya país, Irlanda. Los hombres no se casan nunca antes de los treinta y cinco: el taxista me dijo que les gustaba tener alguna aventura antes.

Ya me despido, os mando mi cariño y muchos besos para todos. ¿Has oído hablar de la nostalgia?

Espero que estéis bien,

Mamá.

Después de París, se fueron en coche a Alemania y luego hacia el sur, hasta Venecia. Marge se sintió fortalecida por el sol, el vino y la solícita presencia de su hermano. La muerte de su hijo se estaba retirando para pasar a formar parte del pasado y la promesa de un futuro tomaba forma. Ahora estaba segura de que debía seguir adelante con el plan que había concebido en la guardería de la abadía de Sean Ross.

Jueves, 1 de septiembre de 1955

Dublín

La primera mañana que pasó de vuelta en Irlanda hizo que Marge volviera a poner los pies en la tierra. El tiempo era frío y húmedo y, en el hotel Clarence, las mejores habitaciones con vistas al río estaban ocupadas. Loras sugirió que pasaran la mañana recuperando el sueño atrasado, pero Marge le rogó que la llevara de inmediato a la abadía de Sean Ross.

—Claro, ¿por qué no? —respondió él.

La hermana Hildegarde los recibió en la puerta del convento y les ofreció té, pero Marge dijo que quería ir directamente a la guardería infantil. Cuando llegaron a las puertas de cristal, les pidió que, en lugar de entrar, se quedaran con ella un momento viendo jugar a los niños. Agarró a Loras de la manga, señaló a Mary McDonald, que llevaba puesto su vestido blanco de algodón y unos calcetines también blancos, y apuntó al niño que estaba jugando con ella.

—Mira a esos dos, Loras. ¿Ves cuánto se quieren? ¿Y viste lo que pasó la última vez que estuvimos aquí? ¿Cómo actuó ese chiquillo cuando fui a coger a Mary de la mano? Mira…

Marge caminó hacia Mary —que la reconoció— y la levantó en brazos. En cuanto lo hizo, el pequeño Anthony Lee, vestido con un amplio peto y un jersey de punto, empezó a hacer gestos con las manos y a sonreírles a ambas.

Marge se agachó hacia él.

—Bueno, hombrecito, ¿qué me cuentas?

Y el niño le dio un beso enorme en la mejilla.