DIECISÉIS

1991-1992

Durante los meses siguientes, Mike parecía desatado. Se iba a casa después del trabajo, fingía que todo era normal durante una hora y luego se escabullía durante el resto de la noche mientras Pete estaba en la ducha, después de dejar una nota evasiva pegada en la nevera. Era el mismo comportamiento esquivo y furtivo que había destruido su relación con Mark, pero, simplemente, no era capaz de parar. Era como preguntarle a un alcohólico por qué no podía dejar de beber. Mike era adicto al secretismo y a la urgencia de hacer lo incorrecto, a demostrar que era el ser imperfecto que siempre había sabido que era. Bebía mucho y ya lo habían detenido dos veces por conducir borracho. Despertaba del sopor etílico asqueado consigo mismo, reconfortado no por un pensamiento de redención y recuperación, sino por la promesa de la próxima noche de clandestinidad y culpabilidad.

Pete le suplicaba que cambiara y Mike le prometía que así sería, pero todo seguía igual. Un día, su pareja abrió el baúl que tenía en el armario y se lo encontró lleno de pornografía sadomasoquista, revistas de bondage y fotos de tíos practicando sexo vestidos de cuero y látex. Aquel no era el porno gay habitual, sino historias de torturas y crueldad, de hombres atados con cuerdas o colgados de eslingas que luego sufrían abusos y violaciones. Pete estaba desconcertado y, finalmente, decidió llamar a Susan Kavanagh para preguntarle si podía quedar con él.

—Susan, Mike está fatal y no es algo de lo que me resulte fácil hablar —le dijo a su amiga, mientras echaba un vistazo alrededor del bar—. Tiene que ver con su comportamiento…

Susan asintió.

—No te preocupes, Pete. No es la primera vez.

—Ya lo sé. Le ha vuelto a dar por desaparecer, como cuando rompió con Mark O’Connor, pero creo que esta vez es incluso peor. Pasa mucho tiempo en bares de la cultura del cuero y nunca sé dónde está ni con quién. No sabes qué tipo de cosas puede llegar a hacer, Susan… Está en un nivel totalmente diferente y no pienso aceptarlo. Una cosa es ser gay y otra es ser un depravado.

—¿Y él qué dice cuando le preguntas? —inquirió Susan.

—Ese es el problema: que no dice nada. Descubro las cosas por casualidad, como por el dinero que falta de la cuenta bancaria o por las cosas que deja por ahí tiradas. He encontrado otra citación por conducir borracho sobre la que no me había dicho nada y, al parecer, esta vez ha estado en la cárcel, a juzgar por el formulario que le dieron al salir. He visto que la firma era de Bobby Burchfield, Susan, el abogado personal de George Bush, el tío que lleva la campaña de reelección de Bush. ¡La Casa Blanca envió a Bobby Burchfield para sacar de la cárcel a Mike!

—Así que los peces gordos lo saben —musitó Susan—. ¿No le parece eso suficiente como para preocuparse y hacer algo al respecto?

Pete negó con la cabeza.

—Se ha comprado un libro sobre el alcoholismo y cómo enfrentarse a él, pero no ha llegado a abrirlo. Y, cuando reaparece después de un fin de semana fuera, encuentro drogas en sus bolsillos. Ya apenas reconozco al tío del que me enamoré: es como si quisiera hundirse en la mierda… porque se odiacon todas sus fuerzas.

—¿Sabes? A mí también se me ha pasado eso por la cabeza —reconoció Susan—. Sé que depende demasiado de la opinión que la gente tiene de él. Cuando lo despidieron del NIMLO, estaba tan hecho polvo que fue como si el mundo entero se le viniera abajo. No lo parece, pero yo creo que es una persona frágil, Pete. Solo necesita un pequeño empujón, o algún revés amoroso, para derrumbarse.

Pete frunció el ceño.

—Ha sucedido todo tan rápidamente. Es como si se hubiera pasado todos estos años modelando y representando una identidad y, de repente, no pudiera seguir haciéndolo y explotara. Como si estuviera soltando todo de una vez. —Pete se quedó pensando un momento y retomó la idea que Susan había dejado caer—. Es como si siempre hubiera vivido una vida compartimentada en la que ha tenido que renegar de su sexualidad en el trabajo y luego justificar su trabajo ante sus amigos. Y fue capaz de soportarlo mientras las cosas iban bien, cuando todo eran ascensos y elogios, pero en cuanto algo falló, cuando consideró que en la Casa Blanca ya no lo querían lo suficiente, todo se vino abajo.

Susan tomó a Pete de la mano.

—Sé que es duro para ti, Pete. Sé que lo amas… y que él también te quiere, estoy segura de ello. Yo creo que lo único que puedes hacer es seguir estando a su lado. Si sigues amándolo, si puedes ser la constante en su vida cuando el resto del mundo le da la espalda, estoy segura de que todo cambiará.

Pete continuó siendo la constante. Durante todas las noches perdidas y los fines de semana en que Mike desaparecía, se negó a responder al exceso con la rabia. Continuó siendo amable y solícito cuando su pareja era arisca y displicente, y, finalmente, su devoción obró el milagro. En la primavera de 1992, Mike salió de la oscuridad para volver a la luz del amor que siempre había estado ahí para él. La vigilia de Pascua en Shepherdstown de ese año fue algo especial.

—Esta es mi fiesta de bienvenida a casa —anunció Mike a los invitados. Era medianoche y el joven se había puesto en pie, copa en mano.

—Esta es la celebración de la Pascua, de la amistad y del amor —dijo, y una ovación se alzó alrededor de la mesa—, y para mí es, además, una celebración personal. Una celebración del hombre que… —continuó, mientras se le hacía un nudo en la garganta al posar la mirada sobre Pete—. Me gustaría proponer un brindis por Pete Nilsson, el hombre al que amo. El hombre que me ha salvado de mí mismo. Gracias —le susurró al oído a Peter. Y, acto seguido, se volvió hacia los invitados—. Este es un poema que significaba mucho para mí cuando era niño y que ahora, como adulto, quiero dedicar al hombre que lo es todo para mí.

El vino entra por la boca

y el amor entra por los ojos;

eso es todo lo que en verdad sabemos

antes de envejecer y morir.

Me llevo la copa a la boca,

te miro y suspiro.

En la iglesia, al día siguiente, Mike tomó a Pete de la mano cuando el párroco repartió la paz del Señor y no lo soltó hasta que acabó la misa. Cuando los invitados se fueron el domingo por la noche, se metió en la cama con su amante y le susurró al oído.

—Te quiero muchísimo, Pete. He sido egoísta y desagradable, pero tú no me has abandonado, aun cuando intentaba hacerte daño. Ahora sé que quiero estar contigo para siempre. Quiero hacerme viejo contigo y, si tú estás a mi lado, ya no volveré a tener miedo de la soledad. Cuando llegue la vejez, la recibiremos juntos. Me has rescatado y ahora podremos vivir eternamente.

A principios de verano, Mike enfermó de neumonía. Los médicos dijeron que era una época del año extraña para cogerla, pero que simplemente podía haber un virus por ahí y que Mike había tenido mala suerte.