Noche del sábado 6 de agosto de 1955
Nueva York
Marjorie Hess estaba preocupada por el vuelo y por la llegada. Echaba de menos a Doc y a los niños y estaba ansiosa por la tarea que la aguardaba al llegar a su destino. Para empeorar las cosas, el tiempo había sido atroz y el corto vuelo desde San Luis se había retrasado dos horas. Cuando aterrizó en La Guardia, el último autobús había salido ya y Marge había tenido que coger un taxi para ir al hotel. Doc le había dicho que Nueva York era un sitio peligroso y que los taxistas eran unos ladrones. A Doc no le gustaba gastar dinero, por lo que la tarifa de 4,50 dólares la hizo sentirse culpable.
En la lóbrega habitación del hotel, Marge se preguntó por qué había aceptado aquella idea. Loras y su madre no llegarían hasta el día siguiente, así que pasaría la noche sola. Para animarse, llamó al servicio de habitaciones y pidió café y un trozo de tarta. Sacó de la maleta el camisón y se aseó. Un camarero italiano llamó a la puerta y le entregó lo que había pedido. Observó a través de la mugrienta ventana a la multitud de gente que había todavía en la calle, cuando todo el mundo en San Luis hacía tiempo que estaría ya en la cama. No podía dormir. Sacó el diario de viaje de piel marrón que había comprado especialmente para aquella ocasión. Aquel viaje era un hito en su vida y quería documentarlo, pero, como no se le ocurría nada que decir, escribió su nombre y dirección con letra impecable y rebuscada: «Sra. M. Hess, 810 Moundale, Ferguson 21, Mo.». A continuación, con su nuevo bolígrafo Parker Jotter, empezó a redactar.
6 de agosto de 1955: San Luis-Nueva York; Trans World Airlines, TWA.
Avión: Constellation.
Capitán: R. C. Pinel. Azafata: Fran McShane.
Tiempo: Horrible. Relámpagos y tormenta.
He llegado a Nueva York con dos horas de retraso, pero sana y salva, que es lo importante.
Las imágenes del desastre que había esquivado reavivaron su ansiedad. Pensó que tal vez debería escribir lo que sentía, sus esperanzas y miedos sobre la aventura en la que se estaba embarcando. ¿Le sobreviviría su diario? Pero Marge no era muy dada a hablar de sus emociones.
En el vuelo de San Luis a Nueva York, me tocó sentarme al lado de un maquinista de Brooklyn. Hablaba sin parar de California. Tres horas contándome cosas que yo ya sabía. El avión llegó demasiado tarde y ya no había autobús para ir al hotel, así que cogí un taxi. Me costó 4,50 dólares. Como tenía hambre, al llegar pedí un café y un trozo de pastel. No debería haber accedido. Horas totales de sueño: tres y media. Sola, sola, sola. Ojalá papá y los niños estuvieran conmigo. Me siento muy sola.
Mañana del domingo 7 de agosto de 1955
Josephine Lane aterrizó en Nueva York escoltada por su hijo Loras. Tenía casi setenta años, pero el mundo no le daba miedo. Había criado a una familia en la época en que los caballos y los carros llenaban las calles del condado de Dubuque. Ella y Tom Lane habían dado vida a cinco hijos sanos: James, Leanor, Loras, Marjorie y John. Cuando Tom murió, Josephine tuvo que sacarlos adelante sola.
Los Lane le habían puesto a Loras aquel nombre por el antiguo obispo de Dubuque, Mathias Loras, y siempre habían tenido intención de entregarlo a la Iglesia. Josephine sabía que Tom estaría muy orgulloso si lo viera y se le saltaron las lágrimas al pensar en ello.
Pero Marjorie los había decepcionado. Era hermosa, alta y esbelta, tenía el cabello fuerte y de color castaño, pero se había enamorado del hombre inadecuado, un estudiante de medicina de familia alemana con poco dinero y menos futuro. Cuando Josephine le prohibió casarse, Marjorie y su novio, Michael Hess, habían hecho una escapada a la ciudad de Iowa y se habían casado en una iglesia donde el cura ignoraba por completo los deseos de la familia. Durante los primeros años que pasaron juntos, vivieron en un piso alquilado encima de una ferretería y los granjeros le pagaban a Doc por sus servicios con huevos y conejos. La pareja no se reconcilió con Josephine hasta la muerte de Tom y, durante el resto de sus vidas, Marge y Doc Hess guardaron el secreto de su fuga y ocultaron las cartas y las fotografías relacionadas con el tema para que sus hijos solo las descubrieran cuando ambos hubieran muerto.
7 de agosto de 1955
Calor y humedad. Loras y mamá llegaron a Idlewild a las 11 de la mañana. Me he alegrado muchísimo de verlos. Estoy muy cansada. Me he tomado un té con tostadas y he escrito algunas postales. Han dicho mi nombre por el altavoz y era papá, fue maravilloso escuchar su voz y también al pequeño Stevie.
Ya estamos a bordo. La azafata dice que nos llevará 9 horas llegar a Irlanda. ¡Vaya!
Buen tiempo. Dios está con nosotros. Ahora voy a dormir. Loras y mamá están bien.
Lunes, 8 de agosto de 1955. Shannon, 6.30 de la mañana
Tiempo: nublado y frío. No estoy acostumbrada.
Hemos sobrevolado Terranova y estaba realmente desolado. Llegamos a Shannon, pasamos por la aduana y fuimos al comedor a desayunar: huevos, tostadas y beicon. Apareció un chiquillo irlandés que llamaba a Loras «ilustrísima» y «señor». Tenía un coche para nosotros con el volante a la derecha.
Hay muchos castillos en ruinas y todas las casas son de piedra. Los campos están separados por muros de piedra y setos y todo es muy verde. La gasolina es cara: un dólar y medio el galón. Hay muy pocos coches: todos van en bicicleta.
Hemos llegado a Limerick a las 9 de la mañana y nos hemos registrado en el hotel. Loras está fuera para ponerse en contacto con el obispo y preguntar por los orfanatos. Aquí no hay ninguno. Hemos cambiado dinero. Mañana iremos en coche a Cork.
En un cuaderno aparte, con páginas arrancadas, otra mano —¿la de Loras?— ha escrito:
Madre Rosamund, convento del Sagrado Corazón, condado de Westmeath.
Hermana Elizabeth, abadía del Padre, Castle Pollard.
Hermana Monica, hogar para niños San Patricio.
Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, calle Navan, Dublín.
Hermana Casimer, orfanato Santa Brígida, calle Eccles 46, Dublín.
Hermana Hildegarde, abadía de Sean Ross, Roscrea, condado de Tipperary.
Los nombres están escritos con tintas diferentes, algunos de ellos a lápiz. Es una lista de la compra compilada apresuradamente. La última entrada está subrayada.
Martes, 9 de agosto de 1955. Cork-Roscrea.
Hermoso país.
Hemos parado en numerosos orfanatos, pero en muchos de ellos solo hay bebés.
Hemos visitado un castillo y hemos besado la piedra Blarney. Ha sido una lata. Hemos tenido que subir 125 escalones y tumbarnos de espaldas. Todos llaman a Loras «su señoría». El café es pésimo y no hay agua caliente. Aquí todo el mundo se mueve en bici y no hay personas gruesas ni bajitas.
Ahora estamos en Roscrea.